El
Archivo General de la Nación custodia más de seis millones de
imágenes con otros tantos instantes de la historia nacional. No se puede
decir que una imagen sea más importante que otra, de ahí la dificultad
de hacer una selección. No pocas son casi iguales; a golpe de vista dicen
lo mismo, como las de las manifestaciones obrero-campesinas, las de los mítines
políticos en apoyo a un aspirante a un puesto de elección popular
de las décadas de los veinte y treinta, o los retratos de individuos
o de grupo que formulan una petición al titular del Ejecutivo; o las
fotografías de las giras presidenciales a partir de la gestión
del Presidente José López-Portillo. Por dicha similitud se suele
pensar que esas imágenes carecen de interés; sin embargo, cada
una de ellas, por muy similar que sea a otra, cobra significado a través
de un detalle, como los estandartes lucidos por los obreros en manifestaciones
y desfiles, continuadores de la tradición de los estandartes de las cofradías
coloniales; los sombreros campesinos de múltiple variedad a lo largo
y a lo ancho del país; las banderas, algunas con el águila todavía
con el diseño del siglo XIX; las leyendas de las mantas con demandas,
consignas o protestas de obreros y campesinos o de apoyo a los políticos.
A las imágenes las suele individualizar el escenario: el entorno urbano de principios de siglo destruido por la explosión demográfica de urbes como Monterrey; calles de ciudades y pueblos que para bien o para mal han transformado su fisonomía mediante la destrucción de la arquitectura vernácula, perceptible en las imágenes de las giras presidenciales a partir de los años cincuenta, cuando el país entra en una acelerada transformación; o los rostros y actitudes de hombres, mujeres y niños frente a la cámara, o los omnipresentes perros que parecen meter zancadilla a los manifestantes; las suelen individualizar las sedes de las organizaciones obreras decoradas con fotografías de sus héroes, de sus ideólogos; los símbolos masónicos o de otra naturaleza cuyo significado escapa a la velocidad de una mirada; el mobiliario, la forma y el material constructivo de escritorios y sillas; los objetos sobre las mesas de trabajo con máquinas de escribir, hoy curiosas, y otros utensilios, lo mismo que la indumentaria lucida por quienes presiden las asambleas en los escenarios de los cines o posan orgullosos para el fotógrafo con su traje de gala y que traen a la mente lo dicho por Barthes:
(...) ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte.1
Cada uno de los rubros mencionados, incluida la gestualidad y los ritos de palacio en las recepciones de embajadores, o de quienes se encuentran cerca de la figura presidencial o se acercan a ella o la ven una sola vez en su vida, fugazmente, durante una gira del Ejecutivo en turno, crea una textualidad digna de estudio para comprender la conducta humana frente a la autoridad.
También una fotografía cobra importancia por su técnica, por el soporte (material en que se encuentra impresa), por el formato, por el revelado, por la sensibilidad de la película utilizada, por quién la tomó y dónde la tomó. Todo se refleja en su calidad, aspectos que ameritan un análisis cuidadoso en su revisión.
Como queda dicho, existen fotografías con características comunes, como las de manifestaciones de obreros y campesinos, o las de las giras presidenciales, o como las de los cristeros, de las cuales, por cierto, el AGN posee escasas muestras. A estas fotografías las caracteriza anticipar la mala factura que se percibe en los años cuarenta, de la que se hablará más adelante, tomadas por un aficionado, puesto que era un movimiento que ponía en peligro al que se comprometiese con él, por lo cual los fotógrafos profesionales tuvieron escaso interés en el tema. Baste como ejemplo el fondo de Enrique Díaz, quien fijó sobre todo acontecimientos desarrollados en la Ciudad de México, como el atentado al general Álvaro Obregón por Castro Balda; el proceso de León Toral, asesino de dicho general, y de la madre Conchita, su supuesta cómplice; la clausura de colegios católicos, el atentado a la Basílica de Guadalupe o la toma del templo de la Soledad por integrantes de la Iglesia Sismática Mexicana. Pero no fijó a los guerrilleros, ni las misas en pueblos o en el campo al aire libre. Imágenes anónimas tomadas por pueblerinos y campesinos, sin sentido de la composición y con serios problemas de enfoque, no por ello menos valiosas. El Archivo Particular de Emilio Portes Gil guarda unas cuantas de tales imágenes.
Cientos, miles de fotografías iguales, muy iguales, de buena o mala calidad, pero por lo mismo y por los detalles cada una diferente, con su valor individual.
La mayoría carece de firma, otras tienen sólo las siglas del fotógrafo, sin precisar el sitio de residencia, porque si el hecho no sucedía en el lugar donde vivía y trabajaba, aquél solía desplazarse al lugar del hecho retratado, bien por sí mismo, como C. B. Waite2 o Enrique Díaz, o porque lo contrataban o formaba parte de la comitiva presidencial, como Vicente Ladislao Cortés o Jesús Abitia y los numerosos fotógrafos llamados "de la fuente presidencial", que se pierden en el anonimato, cuyos productos integran la mayor parte del ramo Presidentes y cuyo retrato quedó impreso en fotos tomadas por sus colegas.
Sorprende la altísima calidad de algunas fotografías del primer tercio del siglo en el ramo Presidentes, en el Archivo Particular de Emilio Portes Gil, en el fondo del Departamento del Trabajo, entre otros, a pesar de proceder de pueblos marginados de una comunicación rápida, que podría pensarse carecían de un buen fotógrafo, indicador del desarrollo del arte fotográfico a nivel nacional; de ahí la necesidad de fomentar estudios monográficos a partir del acervo conservado por el AGN, porque lo más probable es que en esos sitios no se guarde memoria ni archivo de dichos fotógrafos.
El cuidado de la composición y el dominio de la luz en los cuarenta los sustituye la mala factura de un aficionado (imagen fuera de foco, descuido en la composición, ningún dominio de la luz), cuyos rollos los revelan laboratorios comerciales carentes de profesionalismo que imprimen las fotografías en papel estándar. Desde luego estas imágenes conviven con buenas fotografías, a veces de una calidad fuera de serie. Posiblemente sea el inicio de la masificación de la fotografía, gracias a cámaras económicas y prácticas y al surgimiento de numerosos laboratorios que emplean maquinaria y mano de obra no muy calificada, aunque a partir de esa misma década se percibe el inicio de la imagen basada en las fotografías difundidas por la revista Life, ejemplificada en imágenes de Hermanos Mayo, sociedad mercantil integrada por cinco fotógrafos españoles, con película más sensible, de grano fino, que imprime una textura diferente a la imagen; se percibe asimismo el empleo de ángulos novedosos, como el plano holandés o inclinado, aportaciones de las cámaras de 35 mm., más ligeras, compactas y, por lo mismo, más prácticas, aunque se pierde calidad en el detalle. De los cincuenta en adelante queda impresa una acelerada sofisticación de equipos fotográficos y películas que recuperan la nitidez del detalle y el uso del lente llamado "ojo de pescado".
Desde luego que no pocas fotografías de los veinte o treinta son también de aficionado, pero se perciben diferencias en el método de revelado y en el papel en comparación con las fotografías de los aficionados de los años cuarenta. Cambios que es necesario investigar para continuar profundizando en la historia de nuestra fotografía. Es en estos años cuando para mí termina "la gracia de los retratos antiguos", concepto propuesto por Enrique Fernández Ledesma para la fotografía del siglo XIX.3
Estas generalidades quizá sean eso, generalidades percibidas en la revisión de las fotografías en dichos ramos; es necesario continuar los estudios monográficos sobre historia de la fotografía para profundizar.
Cada fondo tiene características propias. Unos son eminentemente políticos: Presidentes, Departamento del Trabajo, Emiliano Zapata, César Sandino; otros, artísticos: Propiedad Artística y Literaria o Pedro Portilla, con fotografías del mundo del espectáculo; otros guardan la memoria personal, como el del periodista Leopoldo Zamora Plowes, o intimista, como el de la maestra meridana Primitiva González, quien tuvo el cuidado de conservar postales y retratos enviados por sus alumnas, con la dedicatoria que perpetúa nobles sentimientos:
Hoy como día de su santo le bamos a obsequiar esta pequeña postal que esperamos á de conservar, como un recuerdo, de sus alumnas que nunca le án de olvidar. (sic)
A los fondos Enrique Díaz y Hermanos Mayo los caracteriza su heterogeneidad.4
Tres fondos nutrieron principalmente la selección iconográfica: la Colección Fotográfica de la Presidencia de la República (Presidentes) y los archivos fotográficos Enrique Díaz, Delgado y García y Hermanos Mayo; y en menor grado las colecciones fotográficas Propiedad Artística y Literaria, Primitiva González, Luis y Leopoldo Zamora Plowes y Augusto César Sandino, así como el ramo Departamento del Trabajo y el Archivo Particular de Emilio Portes Gil.
Ningún acervo es más importante. Presidentes contendrá más fotografías de un período presidencial que de otro; por ejemplo, guarda menos imágenes de las administraciones de Francisco I. Madero, Emilio Portes Gil o Pascual Ortiz Rubio que de las de Obregón, de Plutarco Elías Calles o de Lázaro Cárdenas. De los gobiernos de Victoriano Huerta o de la Convención no conserva imágenes; existen, sí, en otros fondos, como en el de Propiedad Artística y Literaria.
Las fotografías de Presidentes provienen de fuentes diversas. Por lo menos hasta López Mateos, de expedientes de inconformidades, reclamos, peticiones, denuncias, etcétera,5 que el AGN concentró en el Departamento de Imagen y Sonido para comodidad del usuario. Da la impresión de que la concentración de las fotografías del archivo de dicho presidente no se terminó de llevar a cabo.
A partir de la administración del licenciado Alemán abundan fotografías procedentes de la Presidencia y enviadas a la prensa, según la leyenda mecanuscrita pegada al reverso que debía servir de punto de partida para elaborar el pie; a partir del gobierno del licenciado López-Portillo a dicha leyenda la antecede la palabra "pie", seguramente con la intención de que el usuario no lo modifique. Desde López Mateos la mayor parte de las imágenes procede de esa misma fuente, bautizada también a partir de entonces como Oficina de Prensa de la Presidencia, según el sello impreso al reverso. Dicha oficina cambió sucesivamente de nombre y dio origen a la Crónica Presidencial.
Destaca la brevedad gráfica del régimen del licenciado Luis Echeverría Álvarez conservada en el AGN. La ausencia de las fotografías remitidas por los gobernados a partir de la administración de López Mateos resta versatilidad a la iconografía al centrarse en la figura presidencial. Las imágenes del gobierno del licenciado José López-Portillo corresponden en su mayor parte a sus actividades de 1981, de las que hace una minuciosa descripción; son menos las imágenes de años anteriores o posteriores. Anticipa la información gráfica de la Crónica Presidencial, cuya labor se inicia con la toma de posesión del licenciado Miguel de la Madrid el 1° de diciembre de 1982; a esta última la caracteriza la solemnidad, su extrema rigidez y su claustrofilia alrededor de las actividades del Presidente; le restan sentido del espacio y cuanta virtud puede tener la espontaneidad de la instantánea. Todo esto amerita también un estudio profundo sobre la ritualidad existente alrededor de la figura presidencial y de la figura presidencial misma.
Curiosamente existen pocas imágenes de la campaña electoral de los aspirantes a la Presidencia de la República o, incluso, de la respectiva toma de posesión, de esto último por lo menos hasta Miguel de la Madrid. De Obregón a López Mateos las imágenes de las campañas corresponden a remitidos de solicitantes de un favor o de cartas de gratitud con la fotografía anexa como prueba, a veces señalando con pluma o lápiz la participación del interesado en algún mitin político o en la organización de comités de campaña proselitista. Tal vez el Partido Revolucionario Institucional custodie las imágenes de las campañas políticas mencionadas que cubran estas lagunas.
Las fotografías del período de Porfirio Díaz revelan un México múltiple, por mucho gracias a Charles B. Waite, quien se desplazó por todo el país en ferrocarril, en carromato, en recua, en lo que pudo, y captó a su sociedad variopinta y la multiplicidad geográfica; a las de Madero las domina el surgimiento del México bronco y profundo que reina hasta el general Lázaro Cárdenas, sustituido a partir del general Ávila Camacho por los políticos o por hechos de carácter oficial que tienen como escenario la Ciudad de México o el interior del país, para centrarse paulatinamente en la figura presidencial, como queda dicho. En esta segunda etapa quedan fijos profundos cambios del país. Del México agrícola se pasa al México industrial. Se puede hacer una minuciosa descripción visual de la transformación física y humana del país por el impacto de una nueva modernidad en las costumbres y en el estilo de vida. En las casas se percibe la consecuencia de sustituir el adobe por el tabique prefabricado, más económico; las tejas, por hojas de lámina o cartón; y se aprecia la adopción de una arquitectura con patrones definidos y homogéneos, pero utilizada al arbitrio de cada individuo, en notable detrimento del paisaje urbano al carecer de la homogeneidad de la arquitectura y de los materiales tradicionales.
Se percibe con claridad "el desarrollismo" y los rezagos de éste; se comprende el problema de Chiapas y nos trae a la mente la pregunta formulada por Stanley Ross oportunamente: ¿ha muerto la Revolución Mexicana?, y su respuesta afirmativa de haber muerto con el régimen del general Lázaro Cárdenas.
En cuanto a la figura de la Primera Dama y dada la procedencia de la información gráfica peticiones, reclamos, gratitudes, testimonios de los gobernados y, en menor medida, la Presidencia (excepto en el período de Miguel Alemán), las imágenes provienen de una mirada fundamentalmente masculina. La mayor frecuencia de apariciones de la Primera Dama la inicia Carmen García de Portes Gil, quien institucionaliza los desayunos escolares. Existen pocas fotografías de doña Amalia Solórzano de Cárdenas y de doña María Izaguirre de Ruiz Cortines; en cambio, Soledad Orozco de Ávila Camacho y Beatriz Velasco de Alemán prodigan su figura tanto o más que la señora de Portes Gil.
El ámbito casi exclusivo de actividades masculinas, como lo es la Presidencia (en cierto momento el general Calles ordenó despedir al personal femenino, excepto a su secretaria particular), lo rompe doña Eva Sámano de López Mateos al ocupar un primerísimo plano, lo mismo que doña Esther Zuno de Echeverría y Carmen Romano de López-Portillo. Las dos primeras llegan a competir con la figura presidencial y existe incluso un retrato que podría decirse oficial, con seguridad colocado en las dependencias encargadas del cuidado de la niñez, bajo la responsabilidad directa de la Primera Dama; en cambio, discreción y su papel de esposas o madres de una colectividad llamada mexicanos caracterizan a doña Guadalupe Borja de Díaz Ordaz, a Paloma Cordero de De la Madrid, a Cecilia Occelli de Salinas y a Nilda Patricia Velasco de Zedillo, a pesar de que un retrato (¿oficial?) de doña Guadalupe inicia las fotografías de la gestión de su esposo. Una veta para los estudios de género.
Es interesante observar las actividades de filantropía social de la joven Beatriz Alemán Velasco, al pequeño Miguel Alemán Velasco con su padre, en ocasiones; a Evita López Mateos Sámano en las bienvenidas o despedidas de los numerosos jefes de gobierno que visitaron el país, y la participación en actividades políticas del joven José Ramón López-Portillo Romano.
El fondo Presidentes llegó al AGN por transferencia.
Llegó al AGN por adquisición. Se conformó con el archivo gráfico de la agencia de noticias fundada por Enrique Díaz a mediados del año de 1920 con el nombre de Enrique Díaz: Fotografías de Actualidad,6 a la que incorporó a Enrique Delgado de la O, a Luis Zendejas Espejel y tardíamente a Manuel García Ledesma; por tal motivo al llegar el acervo al AGN éste lo bautizó con el nombre de Díaz, Delgado y García.7 Para completar su archivo, Díaz compró imágenes de la Revolución a otros colegas. Tales fotógrafos trabajaron intensamente hasta los años cincuenta, década en que inicia el declive de su productividad para extinguirse en 1974.
Enrique Díaz se inició hacia 1911 como ayudante del reportero gráfico Víctor Ortega León, quien trabajaba para varios periódicos (con seguridad lo enviaron a cubrir la Revolución) y quien en 1922 ocuparía la jefatura de información gráfica de Excélsior.8 No se sabe cuándo Díaz obtuvo su autonomía. De su archivo gráfico se deduce que no conservó imágenes de la Revolución tomadas por él mismo; las compró a otros colegas. Posee negativos originales de la campaña de Pablo González contra Zapata en el año de 1916 con la firma de J. Mora, quien cubriera la cacería del guerrillero hasta su asesinato en Chinameca, acto del que registró la propiedad de varios retratos. Posee imágenes de otros fotógrafos:
Flores Pérez de Veracruz, Yáñez y Guillén de Mazatlán, Jesús Hermenegildo Abitia de Hermosillo, Azarueta de Culiacán (...) también existen negativos de algunos fotógrafos extranjeros como Cal Osbon y W. Carter. En el acervo es posible encontrar copias de imágenes que tuvieron una fuerte circulación y demanda en su época, entre ellas destacan [las] de la Decena Trágica de Charles B. Waite, las de Osuna y las de Eduardo Melhado. Probablemente Díaz coleccionó esos materiales originales y copias dado que era usual que tuviera reseñas, artículos o ensayos con el tema de la Revolución.9
También utilizó el recurso de tomar fotografías de publicaciones.
A mi juicio, Enrique Díaz comenzó a guardar sus propias imágenes con cierta sistematicidad a partir de la llegada de Adolfo de la Huerta a la estación Colonia de la Ciudad de México, en mayo de 1920; además de esa imagen, tiene la de la toma de posesión de dicho presidente y la del grupo de obispos reunidos en la Ciudad de México el 12 de octubre para celebrar el veinticinco aniversario de la coronación de la Virgen de Guadalupe como Reina de México, hecho que inicia la reorganización de la Iglesia en la etapa posrevolucionaria. Carece de imágenes de la salida de Venustiano Carranza de la Ciudad de México presionado por los rebeldes agrupados bajo el Plan de Agua Prieta, promulgado por Adolfo de la Huerta y apoyado por los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles; de Pablo González en la Ciudad de México tras la salida de Carranza; de la entrada del general Obregón; del desfile militar llevado a cabo después de la toma de posesión de Adolfo de la Huerta; de los innumerables actos de gobierno públicos de este presidente, excepto de un concierto al pie de la Columna de la Independencia. No posee nada de la estridencia obrera anterior a 1920, y poco de la posterior.
Diversificándose las tareas, Enrique Díaz, Enrique Delgado y Luis Zendejas captaron la vida de la Ciudad de México y aspectos del país. Para cubrir lo mejor posible un acontecimiento de la importancia del proceso, fusilamiento y sepelio de León Toral, o de la llegada de los restos del aviador Emilio Carranza émulo de Lindbergh que en 1928, luego del asesinato del general Obregón a manos de León Toral, muriera trágicamente después de cruzar la Ciudad de Washington, en su viaje de regreso, se distribuían estratégicamente en el trayecto del cortejo fúnebre. De los funerales del general Obregón, por ejemplo,
(...) Díaz Reyna y Zendejas realizaron las tomas de cerca del cortejo fúnebre donde aparecen los principales obregonistas, así como las de la población en general, las de la Caballería del Colegio Militar y las de los personajes [que acompañaban al general Calles en el trayecto de Palacio Nacional a la estación Colonia]. Mientras, Delgado fotografió el cortejo desde los edificios aledaños al Zócalo, en la Avenida Madero, por el Centro Director Obregonista en Avenida Juárez y en el Paseo de la Reforma.10
Además de cubrir la información política y periodística cotidiana, en diversos años retrataron la vida de la metrópoli, sus calles, sus barrios, su gente, fiestas de múltiple diversidad: escolares; civiles, como el carnaval (hoy desaparecido); religiosas, como el 12 de diciembre o la Semana Santa; patrióticas, como la jura de la Bandera el 24 de febrero o el 16 de septiembre; de las colonias extranjeras (española, francesa y norteamericana), sin contar la cobertura de sucesos que alteraron la cotidianidad metropolitana o que conmovieron a la sociedad.
Díaz prefirió las imágenes de la colonia española por trabajar para sus publicaciones,11 de ahí su minuciosa descripción de, entre otros hechos, las fiestas de la Covadonga del 8 de septiembre de 1921, o de la insólita asistencia de María Tapia de Obregón a la misa en la iglesia de Santo Domingo, vestida con atuendo español, así como su presencia, con el mismo atuendo, junto con el general Obregón en la corrida de toros. Destacan las imágenes nocturnas de la Ciudad de México y de los fuegos artificiales en Chapultepec con motivo de las Fiestas del Centenario de la Consumación de la Independencia, así como el desplazamiento de dicho general en calesa, posiblemente a un evento de dichas fiestas; o el apadrinamiento del general Obregón de la boda religiosa de Hortensia Calles y Fernando Torreblanca, su secretario particular, fotografía que pertenece a la intimidad del recuerdo familiar.
Los años treinta y cuarenta contienen tal vez la mayor riqueza y diversidad de imágenes.
Así como Enrique Díaz tiene preferencias, también tiene omisiones, como la actividad de los muralistas, de los que existen sólo las imágenes excepcionales que confirman la regla, o la labor educativa de la Secretaría de Educación, en particular de la campaña alfabetizadora iniciada por Vasconcelos en 1920 al ser nombrado rector de la Universidad por Adolfo de la Huerta, o cuando menos las actividades de los maestros rurales en las poblaciones aledañas al Distrito Federal o de las posteriores misiones culturales. Tales actividades parecen no haber llamado su atención quién sabe por qué motivos.
A Díaz lo distingue el encanto y la gracia de sus retratos femeninos e infantiles.
Díaz y asociados viajaron por el país para retratar diversos aspectos, así como a sus habitantes y sus ocupaciones, o la rebelión de Cedillo en San Luis Potosí, legándonos una minuciosa y rica crónica visual de diversas facetas de la vida urbana del México de entre 1910 y 1974. Durante los últimos años el tema político centró su atención.
Con las lentes de sus cámaras Rolleiflex y la Speedgraphic [Enrique Díaz] capturaba temas poco frecuentes con una gran sensibilidad, ternura y bondad, como aquella imagen en que la esposa del Presidente Ávila Camacho le retira con un gesto dulce un confeti de su traje.12
Llegó al Archivo General de la Nación por adquisición. En 1939 Francisco, Julio y Cándido Sousa y Faustino y Pablo del Castillo arribaron a México exiliados de la Guerra Civil Española a ejercer su profesión de fotógrafos bajo la razón social Hermanos Mayo, con su pequeña cámara Leica de 35 mm. Al cabo de una fructífera carrera que terminó en 1994, vendieron al AGN su archivo de más de cinco millones de negativos,
(...) entre los que sobresalen imágenes como la de la campaña desanalfabetizadora de los treintas. Memorables son las fotos de Francisco Mayo de eventos deportivos, mítines y manifestaciones y escaramuzas estudiantiles. Su labor fue destacable por el manejo de la instantaneidad como en el caso de la fotografía de Susana Guízar, oportuna como ninguna por haber captado el momento preciso en que cae del caballo. Las secuencias fotográficas también eran su fuerte, por ejemplo, la de un accidente mortal cuando a un soldado en prácticas le estalló una granada.13
De la misma manera que Enrique Díaz y compañía, los Hermanos Mayo retrataron no sólo el palpitar de la Ciudad de México, sino variados aspectos del país en diferentes épocas, y así conformaron una crónica visual invaluable para el estudio de nuestro pasado.
Pero igualmente tienen omisiones. Como refugiados políticos con una tendencia ideológica definida, expresada con claridad en algunos títulos de los sobres que contienen los negativos, seleccionaron los acontecimientos por retratar: no encontramos un seguimiento cuidadoso del desarrollo de la televisión, como lo hicieron con el cine hasta los años sesenta cuando aquélla lo comenzó a desplazar , sin duda por antipatía, pues debemos recordar que se le conoció con el nombre de "la caja idiota" y que gozó de un rechazo generalizado de la clase ilustrada, a pesar de haber marcado junto con la telefonía un hito importante en la globalización mediante la utilización de la tecnología satelital; se extraña su mirada crítica en las imágenes de numerosas actividades de la alta clase social o de las giras presidenciales para equilibrar el triunfalismo de la mirada de "los fotógrafos de la fuente"; asimismo, carecen de imágenes de los daños ocasionados por ciclones, como el que afectó a Colima en los sesenta o del Gilberto, y de la erupción del Chichonal. Quién sabe por qué no documentaron la apertura cinematográfica estimulada por el licenciado Echeverría, de la cual es hijo directo el actual cine mexicano; de aquélla sólo retrataron la filmación de Aquellos años (1971) y, cosa extraordinaria en ellos, carecen de imágenes de los Halcones del 10 de junio de 1971; poseen imágenes de la manifestación, mas no una de los Halcones; no captaron las consecuencias de la explosión del pozo petrolero Ixtoc, una de las peores catástrofes ambientales que ha sufrido México, ni la Cumbre Iberoamericana de Guadalajara de 1991, ni las explosiones en la misma ciudad. Extraña la ausencia de retratos de Rosario Castellanos. Con seguridad por estar al final de su carrera, tampoco se desplazaron a Chiapas en enero de 1994.
Si bien es cierto que tanto Enrique Díaz y asociados como Hermanos Mayo de cuando en cuando visitaban el interior del país, no lo hacían con frecuencia, ni tenían por qué hacerlo, puesto que su área de acción estaba en el Distrito Federal, de tal manera que no existe en sus archivos el registro cuidadoso de la vida en otras ciudades o del campo.
Pese a todo, los tres fondos se integran: lo que no cubre uno, lo cubre otro, salvo los aspectos comentados, por lo que es necesario continuar la búsqueda y adquisición de archivos gráficos que completen los anteriores para conservar un registro visual cuidadoso de la vida de México en el siglo XX.
Es importante destacar que el AGN carece de imágenes de la administración del doctor Ernesto Zedillo, por no haber concluido, y de gran cantidad de momentos de la vida metropolitana de la década de los noventa Enrique Díaz había fallecido y Hermanos Mayo se encontraba en el ocaso de su actividad , por lo que se requirió el indispensable apoyo de los diarios La Jornada y Excélsior para la feliz conclusión de este libro.
La figura presidencial y la fotografía
Otro aspecto significativo de la fotografía oficial del primer tercio de este siglo es la actitud de la figura presidencial frente a la cámara, no durante las giras o las apariciones públicas cuando tomaron a su tiempo no uno, sino muchos segundos para asumir una actitud estatuaria (pose) frente a los fotógrafos, continuando una costumbre de los inicios de la fotografía (cuando ésta era incapaz de fijar imágenes en movimiento)14 para conservar eternamente con nitidez ese momento histórico de su actividad , sino frente al fotógrafo, para distribuir su efigie entre sus gobernados y en las oficinas públicas, según la costumbre iniciada por Maximiliano y Carlota.15
¿Qué Presidente de aquellos años se retrató con mayor frecuencia para este fin? Quizá el general Porfirio Díaz por su largo mandato, quien desde una edad veinteañera comenzó a distribuir su retrato fotográfico entre amigos: fotografía de su rostro más joven conocida en el ámbito público. Por cierto, uno de dichos retratos sirvió de modelo para un óleo conservado en el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec.
Desde luego que Díaz seguía una costumbre de la época cuando el multicopiado permitió distribuir e intercambiar imágenes de sí mismo con amigos y familiares,16 costumbre que perpetuó en el poder al contratar a los mejores fotógrafos de su momento para imprimir su imagen. Sin duda su larga permanencia en el poder lo llevó a hacerse retratar en diferentes momentos y con diferente indumentaria y formato, de tal manera que nos dejó impresa la historia de su cuerpo y de su rostro, consciente de que la fotografía conserva implacable la memoria del paso del tiempo sobre el físico humano:
(...) todos nosotros cambiamos (...) de día en día, de año en año (...) sólo con el advenimiento de la fotografía nos hemos vuelto plenamente conscientes de este efecto del tiempo. Miramos instantáneas de nuestros amigos o de nosotros mismos tomadas hace algunos años y advertimos con turbación que hemos cambiado mucho más de lo que tendemos a apreciar en el ejercicio del cotidiano oficio de vivir.17
Tal vez de cuando en cuando ordenó renovar en papel fotográfico su cada vez menos nueva figura.
Al igual que Díaz, Venustiano Carranza tenía devoción por conservar su imagen. Cuenta Martín Luis Guzmán que Carranza pretendía emular con la mitad de su persona a Díaz y con la otra mitad a Juárez, "de ahí su afición a representar el papel de gran patricio en las ciudades fronterizas, lo cual no pasaba de ser mala copia de lo que al Benemérito le impuso la necesidad".18
Uno de los retratos de Carranza en el fondo Propiedad Artística y Literaria recuerda la alusión de Martín Luis Guzmán a la imagen de ilustre patricio que pretendía proyectar.
Cuenta asimismo que el caudillo sentía una profunda antipatía hacia Madero, cuya efigie lucían sobre el sombrero o en broches prendedores las multitudes que acudían a darle la bienvenida en las poblaciones a las que llegaba en su gira por el noroeste, en el transcurso de abril a diciembre de 1913. Ambas causas, aunadas a la costumbre de distribuir el retrato entre sus seguidores, hacían que Carranza se retratara con profusión:
(...) arribó a Sonora no sólo huido, sino sucio, andrajoso, y cuando todos esperaban oírle pedir un baño agua y jabón que le quitaran la mugre y piojos, se escuchó con sorpresa que el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista sólo quería retratarse.19
¿Se complacía Carranza en su propia imagen (...)? ¡Tierno narcisismo de sesenta años! ¿O sería más bien que el Primer Jefe, molesto de topar a cada paso con los retratos de Madero, aspiraba a sustituirlos por otros? Posiblemente el biógrafo del porvenir se detenga en la tesis intermedia y declare que a don Venustiano le repugnaban los retratos del Presidente Mártir tanto cuanto le deleitaban los suyos.20
Madero acudió a los mismos fotógrafos que don Porfirio (Clarke, Schlattmann, entre otros) para fijar su figura presidencial.
La diferencia con Carranza radica en que Díaz, en su momento, era popular y la gente demandaba su retrato, de ahí el gusto con el cual posó para los camarógrafos Lumière cuando en 1896 llegaron a México a difundir el cinematógrafo; pero Madero rebasó con creces esa popularidad y su efigie lucía en banderines, en sombreros, en las solapas de los sacos y en los pechos de las camisas de los hombres o de las damas; en retratos monumentales colocados al frente de las locomotoras de los trenes o en estandartes. Lo tenían, y lo tuvieron durante años, en calidad de santo, de lo que había sido: un Mártir de la Revolución.
Carranza ordenó hacer miles de copias de su imagen para distribuirla y lograr la popularidad de la que no gozaba, como Díaz, pero sobre todo no tanto como Madero:
Miles de pesos importaban en Hermosillo las cuentas de retratos de la Primera Jefatura; más aún las de los retratos hechos en los talleres norteamericanos de California, adonde se encargaban, por insuficiencia de los establecimientos de Sonora, los trabajos en grande escala: los tirajes de cien mil o doscientos mil ejemplares, las impresiones en papel de lujo o de fantasía.21
Obregón fue también un caudillo popular, cuya efigie comenzó a circular desde fechas tempranas de la Revolución Constitucionalista encabezada por Carranza a partir de febrero de 1913:
(...) yo llegaba a la Revolución libre de prejuicios en cuanto a
personas [habla Martín Luis Guzmán] a la distancia, los
únicos nombres que me sonaban (caprichos de la fonética) eran
los de Cabral y Bracamontes, al paso que Pani admiraba ya al general
Obregón y se sentía atraído por el temple autoritario
del Primer Jefe. Respecto de Obregón era tanta su simpatía,
que de él llevaba entonces en la cartera un retrato en tarjeta postal
(de aquellas mismas que distribuíamos con fines de propaganda), y a
menudo, rebosante de sincero patriotismo, lo sacaba para mirarlo y luego decir
en tono de quien medita:
Con tres hombres así ¿adónde
llegaría México?
ÁQuién sabe! solía contestarle
yo, indeciso entre dudar o entusiasmarme frente a aquella efigie, que a mí,
mirándola bien, no me decía nada.22
El AGN conserva fotografías de todos los presidentes de este por terminar siglo XX.
Sin duda, la Revolución estimuló el gusto por el retrato de acontecimientos y de sus protagonistas. La conciencia histórica de éstos, compartida por fotógrafos y camarógrafos, imprimió características peculiares a la fotografía de la Revolución, entre otras, rigidez y falta de espontaneidad por la solemnidad propia de la importancia del momento que se vive. Es el peso de la Historia sobre los hombros, a diferencia de la fotografía norteamericana, que captó sobre todo a la tropa en sus actividades cotidianas y en su vida familiar, de ahí la enorme importancia que tiene para el estudio de las soldaderas y de su actividad, como puede observarse en el fondo fotográfico sobre México en The Library of Congress, de Washington.23
Los oficiales y la tropa compartieron el gusto por cultivar la propia efigie, díganlo si no los miles de retratos individuales y de grupo de los oropelescos estados mayores villistas y carrancistas o de los modestos zapatistas, de todos (o casi todos) los actores de la Revolución conservados no sólo en el AGN.
También se conocía a primera vista que Alvarado era un megalómano, pero megalómano honrado, es decir, de los que no ocultan la megalomanía ni la disfrazan: tenía sobre su escritorio un completo arsenal de fotografías suyas, en multitud de tamaños, posturas y formas; las había de formato "imperial" y formato "visita", en tarjeta y sin ella, de uniforme y de paisano, de busto y de cuerpo entero, de quepis y sin quepis.24
La fotografía y la Revolución vivieron un envidiable maridaje que fructificó en productivo negocio, parafraseando a Martín Luis Guzmán, porque tal maridaje se lo atribuye a Carranza:
Ello es que la figura de don Venustiano [de la Revolución] y la fotografía se compenetran (...) Para la fotografía revolucionaria fue aquél un suceso fecundo: de entones [desde Madero] data la conciencia de su destino como actividad llamada a grandes cosas; de entonces el empuje, pronto crecido, luego en auge, de su desenvolvimiento económico. Porque don Venustiano [la Revolución] cultivó a partir de allí tan tenaz y arrolladora inclinación a prodigarse en efigie, que su sonrisa bonachona y el brillo de sus espejuelos [los acontecimientos revolucionarios] vinieron a ser en poco tiempo, para el agosto de los fotógrafos, verdadera alondra de luz; de luz áurea y tintineante.25
Dicha conciencia histórico-visual llevó a numerosos actores de la Revolución a improvisarse y profesionalizarse en el arte de la fotografía para legarnos una increíble memoria visual, custodiada por el AGN y otros archivos.
Con seguridad, para los presidentes debe constituir un problema la separación entre lo público y lo privado. Lo anterior se percibe en el archivo particular donado al AGN por Emilio Portes Gil, de quien el fondo Presidentes guarda escasas fotografías, sin duda por la brevedad de su mandato poco más de un año . En cambio su archivo particular contiene numerosas fotografías, conservadas en 24 cajas y en 55 álbumes con un promedio, estos últimos, de 40 fotografías; casi la totalidad pertenece a su carrera pública. La foto más antigua, de 1917, corresponde a su gestión como diputado del Partido Liberal Constitucionalista. Ninguna de su infancia, ni de su primera comunión ni de su matrimonio, ni de ningún otro acto privado, mucho menos íntimo. Con seguridad por error se coló una fotografía de Portes Gil en traje de baño en la mayoría de edad y otra en la que atestigua un matrimonio civil, así como negativos de otras actividades privadas.
Algunas fotografías de actos oficiales muestran la huella de haber sido arrancadas con violencia de álbumes; tal vez estaban mezcladas con otras de carácter personal. Quien las seleccionó tuvo cuidado de separar lo público de lo privado. No debemos olvidar que todo el lote corresponde a su colección privada; no las mezcló con las depositadas en el Archivo General del gobierno; las consideraba de su intimidad. Sólo después de su muerte se hicieron públicas al pasar al Archivo General de la Nación.
Tuvo especial cuidado en conservar la memoria visual de su Campaña Antialcohólica, emprendida el 20 de noviembre de 1929 a nivel nacional. Desde el punto de vista fotográfico es importante por ser una acción concertada desde la Presidencia. Se deduce que Portes Gil ordenó al secretario de Educación Pública, doctor José María Puig Casauranc, que ordenara a su vez a los delegados estatales de educación federal contratar fotógrafos de las diversas localidades municipales de todo el país que contaran con una escuela federal para guardar memoria visual de ese acto de gran trascendencia política para él, de tal manera que un buen número de los 55 álbumes conservan un instante de la vida del país de aquel año de 1929, hecho, a mi parecer, único en la historia de la fotografía en México.
Al parecer Cárdenas tuvo una intención similar con las imágenes de la serie de exposiciones agrícola-ganaderas de 1937, de las que el fondo Presidentes guarda un solo álbum con fotografías de las ferias en ciudades de estados del centro-norte del país Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas tomadas por un mismo fotógrafo aficionado, lo que es claramente notorio por la ausencia de calidad, ya comentada, quien se desplazó a los diversos sitios. Tal vez su archivo personal conserve más álbumes o fotografías del mismo evento en otras partes del país.
Tomemos como ejemplo uno de los álbumes de las manifestaciones antialcohólicas del estado de Durango. Inicia con una toma de la calle Negrete, una de las principales de Durango, seguida por dos tomas en la misma calle para continuar con tres vistas de la Plaza de Armas, todas con el sello del fotógrafo García; luego siete del poblado de La Parrilla, en formato más pequeño, sin autor, con un sello de goma impreso de la Escuela Superior General Lauro Aguirre; siguen tres imágenes de Tepehuanes del mismo formato con siglas del fotógrafo RAF, luego ocho anónimas de San Javier, en el mismo formato también. A continuación dos de Paso Nacional con el sello sobrepujado del fotógrafo Miguel A. Caseli, tres sin firmar de la población Ignacio Allende, cuatro de El Refugio tomadas por dos fotógrafos diferentes. La última corresponde a los alumnos de las tres escuelas municipales de Santiago Papasquiaro, según una leyenda manuscrita con tinta azul.
El álbum, como tantos otros de este lote, se elaboró manualmente con cuidado en cartulina negra; posee la extensión precisa, ni una hoja de más, y el título mecanuscrito en papel blanco pegado en la portada: "Álbum de la manifestación antialcohólica el día 20 de noviembre de 1929. Estado de Durango". En la falsa interior, otro letrero con las mismas características indica: "Estado de Durango. Álbum de fotografías de la manifestación antialcohólica dedicado al C. Presidente de la República como recuerdo de su administración".
Se deduce también que el conjunto fotográfico es una selección, porque las imágenes tienen una numeración progresiva puesta por quienes las remitieron a la oficina de la educación federal municipal, donde el responsable de confeccionar el álbum para el Presidente alteró el orden y suprimió algunas, según se infiere de las propias imágenes.
Otros álbumes se compraron en papelerías. Pocos fueron confeccionados con descuido. Algunos estados ameritaron más de un álbum.
Cabe destacar que el fondo Presidentes conserva si acaso cinco fotografías de dichas manifestaciones, lo cual indica que para Emilio Portes Gil, aunque era una actividad pública, aquellas imágenes debían conservarse en el ámbito privado.
Es posible que todos los jefes de Estado deslinden las imágenes públicas de las privadas, a pesar de que numerosas correspondan a sus actos públicos; pero para ellos esas imágenes de actos públicos poseen un valor sentimental muy especial, de ahí que las conserven ellos o sus descendientes. La investidura de su alto cargo los hace continuadores de la conciencia histórico-visual desarrollada por la Revolución. La Historia les plantea la necesidad de llevar consigo cuando menos un fotógrafo para guardar memoria visual de sus actos. Necesitan un fotógrafo del instante, un esclavo del momento, como definiera Agustín Víctor Casasola en 1911 el oficio del fotógrafo de acontecimientos mucho antes que Cartier Bresson expresara su concepto de "momento decisivo" ante Francisco León de la Barra, al inaugurar éste la primera exposición de fotografías de la Revolución.
Existe también la pregunta de por qué Emilio Portes Gil ordenó fijar en fotografía un instante de la vida nacional. A mi juicio, la razón es de carácter político. Trataba de afirmar su autoridad sobre la máxima jefatura ejercida por el general Plutarco Elías Calles. Portes Gil sabía que duraría en el cargo sólo el tiempo suficiente para llevar a cabo las elecciones del titular del Ejecutivo, cuya continuidad la interrumpió el asesinato del general Álvaro Obregón, después de ganar las elecciones y antes de tomar posesión, en agosto de 1928; pero sin duda tenía su proyecto de gobierno, estorbado por el carisma del Primer Jefe, general Plutarco Elías Calles, el cual era tal quizá a pesar de él mismo. Una de las fotografías de una gira de Calles a Tampico en octubre de 1928, poco antes de que Portes Gil tomase el poder, profetiza lo que sin duda sucedió durante el interinato al mostrar la preferencia de la audiencia hacia Calles. Tal parece que la Campaña Antialcohólica la organizó en un intento por fortalecer su figura con el apoyo de la sociedad civil, en lugar de los militares, principales soportes del general. Las fotografías podían ser una prueba de los alcances de dicha iniciativa, que se debía traducir en apoyo político; deseaba constatar por sí mismo el alcance político de su propósito, de ahí, tal vez, su preocupación por guardar memoria visual de aquel instante de la vida nacional. Los desayunos escolares, institucionalizados por su esposa, parecen ser otra acción encaminada en el mismo sentido, así como el desmantelamiento de la CROM.
Portes Gil no tuvo tiempo para continuar dicho fortalecimiento; sin embargo, logró paulatinamente incrustarse en las altas esferas de gobierno y ejercer una influencia que se prolongaría en el tiempo hasta el régimen del licenciado Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), más allá de la influencia del otrora poderoso Jefe Máximo, al ser sucesivamente ministro de Relaciones Exteriores con Abelardo Rodríguez (1932-1934), presidente del Partido Nacional Revolucionario durante el gobierno de Cárdenas al cual fortaleció con la organización del sector campesino mediante asambleas a lo largo y ancho del país y embajador. Visitó Egipto, India, Indonesia y China durante la Guerra Fría, además de cumplir un cúmulo infinito de encomiendas especiales del gobierno; de todo ello existe testimonio gráfico en su archivo personal.
Emilio Portes Gil conservó en su archivo particular fotografías de los cristeros. Ninguna se encuentra en las correspondientes a su gestión pública. Tal vez como individuo simpatizaba con el movimiento; como gobernante debía velar por los intereses del país, pues le tocó entablar negociaciones con la Iglesia para poner fin al movimiento; conflicto de conciencia reflejado en su colección iconográfica.
Una fotografía de su estancia en Egipto lo muestra tomando películas con una cámara de 16 mm.; éstas no llegaron con el lote de su documentación personal porque sin duda se prefirió conservarlas como parte de la memoria privada.
De tal cúmulo de imágenes de la administración de Portes Gil y de la manera personalizada de conservarlas se deduce que dicho presidente pertenecía a la generación que tuvo conciencia del valor testimonial de la imagen, como Dolores del Río, la cual separó también su archivo profesional de su archivo privado. Pienso que Emilio Portes Gil de cuando en cuando veía su colección fotográfica, hecho que lo haría pensar de la misma manera que Dolores del Río:
He visto tantas veces esas fotos, que guardo con amor... [que] es como caminar a través de la persona que yo fui para encontrar la verdad remota de mí misma... de mis gentes... Es como llegar, sin esfuerzo, al ayer.26
Esfuerzo que este libro intenta hacer al penetrar en el pasado de México a través de las imágenes.
De los miles y miles de fotografías, ¿cuál escoger? ¿Cuál o cuáles son las más representativas, las más significativas que nos muestren los múltiples rostros de este múltiple y cambiante México a lo largo de cien años de era fotográfica? Todas y cada una tienen importancia y significación, incluida la modesta foto de quien pide un favor al Presidente o la espantosa imagen del cráneo de Trotsky perforado por el piolet asesino, o la conmovedora foto de un minero accidentado rodeado por sus compañeros cuyo rostro expresa dolor y tristeza, o la de los indios de cualquier parte del país, eternamente sumidos en la miseria.
La selección se hizo con base en la continuidad de un libro que difunda la riqueza del acervo fotográfico de este siglo conservado por el AGN.
Para el libro no hubo guión ni texto preestablecidos; se procedió a revisar imágenes de los diversos fondos, dándoles sentido a éstas de acuerdo con una estructura mínima basada en diversos rubros para tener continuidad. A veces importaban los hechos, otras veces la expresividad de las imágenes o su calidad, para implícitamente dar un proceso de la fotografía informativa, en cuanto a la manera de tomar los acontecimientos y los cambios en los equipos fotográficos o en las películas, lo cual implica un cambio en la estética fotográfica; también para mostrar el cambio en la imagen del núcleo familiar, o la permanencia de la imagen del campesino, o los comportamientos de los fotografiados frente a las imágenes. A veces se buscaron fotografías de determinados hechos o personajes que se consideraron debían ir, pero por desgracia los fondos iconográficos del AGN carecen de ellos.
Es importante destacar que la ausencia de imágenes de la Revolución nos llevó a alterar la estructura, para ofrecer una minicrónica de los acontecimientos. El Archivo General de la Nación carece de la riqueza de imágenes de la Revolución de otros acervos, por lo cual sería conveniente rescatar archivos para ofrecer mayor variedad, como el de Ediciones Domínguez. Cierto, el fondo Propiedad Artística y Literaria posee fotografías de tales acontecimientos, pero se centran en 1911 ó 1913, insuficientes para mantener la estructura que se había establecido. También en la década de 1990 al 2000 se alteró la secuencia para terminar con cultura y tradiciones, con la finalidad de destacar la contribución a la vida nacional de Alfonso García Robles, Octavio Paz y Mario Molina, al ganar el Premio Nobel en su respectiva especialidad.
Por último, organizar el material gráfico por décadas y no por sexenios tuvo inconvenientes, aunque fue un ejercicio enriquecedor, como el de que en el decenio de 1950 a 1960 se juntan las gestiones de tres presidentes: el final de la administración de Miguel Alemán, todo el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines y el inicio del gobierno de Adolfo López Mateos; y en el de 1980 a 1990, el final de la administración de José López-Portillo, todo el sexenio de Miguel de la Madrid y el inicio del gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Es necesario continuar el enriquecimiento de la memoria visual del país cubriendo las omisiones citadas con la adquisición de los archivos de Rafael García, de Fotograbadores y Retrograbadores Unidos, de la Compañía Industrial Fotográfica, de Antonio Carrillo, de Héctor García, por citar unos cuantos cuya riqueza visual debe ser extraordinaria, al igual que se adquirieron los de Enrique Díaz, de Hermanos Mayo, de Pedro Portilla, para tener en imágenes no un instante, sino muchos instantes de la vida de México en el siglo XX, como la ya mencionada Campaña Antialcohólica del Presidente Emilio Portes Gil.
Adquirir un archivo no lo es todo; son necesarios su cuidado, mantenimiento y conservación; de otra manera estamos expuestos a la pérdida de nuestra memoria visual y, sobre todo, de nuestra identidad. También es necesario continuar la concentración, ordenación, clasificación y elaboración de instrumentos de consulta de las imágenes por personal calificado, todo lo cual amerita mayor presupuesto para el Archivo General de la Nación.
La selección constituyó un enriquecedor ejercicio de síntesis, mediante el cual cada imagen se convirtió en una metáfora, o en un símbolo, por expresar ella misma lo que otras miles expresan del país, de la sociedad, de la fotografía, de la Historia de México. De ahí la pregunta inicial: ¿Imágenes de México o México en imágenes?