María
Guadalupe García Alcaraz. (ISIDM)
1.
Introducción.
En
este trabajo se plantea un acercamiento a la participación
que los padres de familia han tenido en educación. Hemos utilizado el
concepto de participación en el sentido de abrir el abanico de posibilidades
en torno a las modulaciones y formas que ha tomado la relación entre
padres de familia, escuela y políticas educativas. Pensar la acción
de los padres como una forma de participación social
implica dar cuenta de los procesos mediante los cuales la vida social
se construye, reproduce y transforma.
Los procesos de participación se consideran en un contexto de heterogeneidad
donde las acciones de los sujetos no están supradeterminadas por fuerzas
o condiciones externas sino que son resultado de una compleja red de
consensos, rechazos, oposiciones, choques internos y externos en torno
a las concepciones educativas de los actores involucrados, fundamentalmente
padres, Iglesia y Estado. De este modo los padres de familia son sujetos
activos que se organizan en torno a propósitos comunes o inducidos,
y comparten referentes culturales que los identifican y dan cierta cohesión
a su participación en educación.
Para el
período que aquí se plantea, la participación de los padres de familia
se aborda a partir de reconocer ciertos cambios y continuidades montados
sobre un eje temporal. Una primera etapa corre paralela a la introducción
de las ideas de ilustración, a la institucionalización
de la escuela primaria y a los primeros pasos tendientes a la construcción
de un sistema educativo nacional, procesos que se gestan entre los siglos
XVIII y XIX; a partir de estos referentes se transformó la concepción
sobre la función social de la escuela y sobre la vinculación de los
padres de familia con ésta. El segundo período se caracteriza por la
formalización de la participación de los padres de familia en dos instancias
creadas ex profeso para canalizar sus acciones. Uno de estos organismos,
del que se conoce mejor su historia, es la Unión Nacional de Padres
de Familia y, el otro, la Asociación Nacional de Padres de Familia.
La Unión ha estado ligada a la Iglesia Católica y a las escuelas particulares
y ha mantenido vínculos con organizaciones católicas y empresariales
identificadas con posturas de franco enfrentamiento con el Estado. Por
su parte, la Asociación fue creada por decreto presidencial con el propósito
de hacer contrapeso a la Unión, pero también para normalizar y corporativizar
la participación de los padres de familia en las escuelas oficiales
y en aquellas particulares incorporadas al sistema educativo.
2.
Los claroscuros en torno al tema
Dentro
del campo de la historia de la educación el interés por incluir a nuevos
sujetos sociales es reciente. Los maestros y maestras han sido los más
favorecidos, pues se les considera actores principales, producto y productores
de tramas escolares. Sin embargo, un nuevo interés por dar cuenta de
las particularidades y semejanzas en la construcción social de las escuelas,
ha permitido entrever la actividad de los padres en estos espacios.
La participación de los padres en educación no es asunto sencillo de
resolver en términos históricos. Sus voces no son aprehensibles con
facilidad; como actores o sujetos sociales ocupan un lugar marginal
dentro de la historiografía, como tema y problema histórico son de esos
grandes silencios de la historia, cuya presencia apenas empieza a ser
develada. Este silencio obedece también a las dificultades de reconstruir
sus acciones, sus ideas, sus expectativas y, en general, su relación
con la educación; todo esto se relaciona con la escasez de fuentes que
de manera amplia y continua nos permitan conocerlos. Empezamos a saber
de ellos a través de los estudios recientes, en los cuales los padres
de familia son incluidos para comprender las lógicas de funcionamiento
escolar, la relación de la escuela con la comunidad, el papel que desempeñaron
en la conformación de determinadas estructuras o niveles educativos,
o para entender su oposición a ciertas políticas educativas. Valentina
Torres Septién ha realizado, a lo largo de la última década, una profunda
investigación sobre las escuelas particulares en el siglo XX, dentro
de sus estudios ha dedicado especial atención a la Unión Nacional de
Padres de Familia.
Dorothy Tank de Estrada, centrando su interés en el período comprendido
entre 1750 y 1821, nos ha abierto una ventana a la vida cotidiana de
las escuelas primarias de la Ciudad de México y de las comunidades indígenas
de la Nueva España, incluyendo en esta reconstrucción la relación que
los padres de familia mantenían con la escuela.
La vasta obra de Ernesto Meneses contiene algunos apartados en los que
hace referencia a la oposición que la Unión Nacional de Padres de Familia
mantuvo con respecto a reformas educativas como la escuelas socialista
y los libros de texto únicos y obligatorios.
La autora de este artículo abordó también el caso específico del Centro
Jalisco de la Unión Nacional de Padres de Familia en una publicación
aparecida en 1996.
Además de estos trabajos que abordan directamente a los padres y sus
organizaciones, otros historiadores han abordado la articulación entre
escuela y comunidad, tocando -marginalmente- a los padres de familia;
sobre todo en el caso del período posrevolucionario, sus productos de
investigación muestran un claro interés por articular tres niveles:
el local y regional; la escuela con sus actores cotidianos y, las políticas
educativas.
Otro grupo de trabajos que delinean elementos sobre nuestro tema de
interés, son los testimonios orales
de maestros y las memorias de hombres y mujeres del siglo XX, sobre
los cuales aún hay mucho por hacer en términos de intencionar su producción
y análisis, a través de ellos estaríamos en posibilidades de ampliar
nuestra comprensión sobre la participación de los padres de familia
en las diversas expresiones de lo educativo.
3.
Los rasgos de la informalidad.
3.1
Tipos de escuelas, tipos de padres.
Desde
la segunda mitad del siglo XVIII las ideas en torno a la escuela como
lugar de renovación social empezaron a circular. Paralelamente se recuperaron
y ampliaron las visiones pedagógicas y sociales sobre la formación del
niño, las cuales habían sido planteadas desde el siglo XVI. El niño
dejó de pensarse como un adulto pequeño, para ser ahora concebido como
un ser desprotegido, como una tabla rasa sobre la cual era posible inscribir
un proceso formativo deseable y transmitir de manera intencionada una
serie de valores y pautas culturales. La pregunta que se abrió y que
generó diversos debates fue ¿A quien pertenece el derecho de formar
a los niños, a la Iglesia, al Estado o a los padres de familia?
Desde
esta perspectiva una de las principales preocupaciones de los conquistadores
fue la evangelización de los indígenas. Un punto álgido de la discusión
en torno a como lograr este objetivo fue si la conversión o la formación
dentro del catolicismo debería darse en las lenguas indígenas o en castellano.
La visión que paulatinamente se impuso fue ésta última. Para las monarquías
ilustradas, la instrucción de los niños y niñas se convirtió en asunto
de su competencia. Ya no se trata solo de la instrucción entendida como
cristianización, sino de formar súbditos leales a la corona y útiles
al reino.
Conforme
fenece el siglo y se prolonga el siguiente, cada vez con mayor insistencia,
letrados e intelectuales, monarquistas y republicanos imaginaron una
escuela para redimir, cultivar y moralizar a las nuevas generaciones,
y pensaron en la instrucción como la panacea para el progreso de la
nación. Desde esta perspectiva, el Estado sería el responsable de delinear
los fines y sentidos de la educación. Pero no fue una tarea sencilla
hacer realidad éstos postulados. Los discursos fueron muchos, mientras
que la fundación de escuelas fue lenta y gradual. Desde la segunda mitad
del siglo XVIII y hasta los años ochenta del siglo XIX, el mayor impulso
educativo provino de los particulares, de las comunidades, de los ayuntamientos
y de la Iglesia a través de las órdenes y los párrocos. En este período,
los padres de familia:
a)
Proponían a la persona más instruida de la comunidad y a quien le tenían
confianza para inculcar a los niños y niñas los conocimientos elementales;
solían facilitar el local donde funcionaría la escuela y cooperaban
para el pago del maestro y los útiles escolares.
b)
Respondían al llamado del párroco y enviaban a sus hijos a la escuela
anexa a la parroquia, en ocasiones cooperaban en su sostenimiento.
c)
Solicitaban a las autoridades (municipales, estatales o federales) el
envío de un preceptor, la reapertura de la escuela o la reinstalación
de un maestro.
d)
En ocasiones, estaban en posibilidades de enviar a sus hijos a una escuela
particular de la cabecera municipal, de la capital del estado o del
país, pagaban la pensión de su hijo o lo dejan con tutores de su confianza.
e)
Orientados por la jerarquía eclesiástica y por los párrocos manifestaron
su oposición ante el Estado por los límites impuestos a la labor educativa
de la Iglesia, por la libertad de educación consignada en la Constitución
e 1857, y ante el laicismo que se introdujo en las escuelas oficiales
en las últimas tres décadas del siglo XIX.
f)
Frente al Estado, y conforme se difundió el principio de obligatoriedad
de la educación, los padres se convirtieron en los responsables directos
de enviar a sus hijos a la escuela y en objeto de multas y sanciones.
En la
segunda mitad del siglo XVIII hubo una mayor preocupación por incrementar
el número de escuelas de primeras letras. En la ciudad de México, así
como en las principales ciudades del reino, los padres de familia tenían
varias opciones: las escuelas de infantes y los beaterios anexos a los
colegios o seminarios, las escuelas regenteadas por preceptores que
atendían la instrucción de los niños y, las amigas que atendían a las
niñas; en las dos últimas los padres pagaban por el servicio. Por su
parte, las órdenes religiosas se ocuparon, principalmente, de la instrucción
superior en colegios y seminarios. A esta labor se sumó el esfuerzo
desplegado por las comunidades indígenas y por los ayuntamientos a partir
de 1750. Tanck calcula que para 1803 había escuelas elementales en poco
más de 1000 pueblos indígenas distribuidos en las 11 intendencias en
se dividía el territorio de la Nueva España.
En estas escuelas fue común que el pago del preceptor se cubriera con
aportaciones de los padres de familia, aunque después de 1773, con la
promulgación de los reglamentos de bienes de comunidad, se hizo frecuente
que la escuela se sostuviera con fondos provenientes del común. En ocasiones,
cuando los recursos eran insuficientes para cubrir el salario de maestro,
los padres abonaban algo más en dinero o en especie. La apertura de
este importante número de escuelas no estuvo exenta de oposición por
parte de los indígenas. En general a los padres les resultaban onerosas
las cuotas impuestas para el pago del preceptor. Los argumentos para
resistirse a la escuela eran de carácter económico, pero también solían
expresarse en términos de quejas por la incompetencia o la embriaguez
del maestro, por efectuarse la enseñarse en una lengua extraña, o bien
alegando la necesidad de ocupar a sus hijos en las labores del campo.
3.2
El que paga manda.
Con las
revoluciones sociales del siglo XIX y las constantes luchas por definir
el proyecto de nación, la instrucción elemental fue atendida por instancias
locales: las parroquias, los particulares y los ayuntamientos se erigieron
como los actores principales. Según los datos recabados por Díaz Covarrubias
en 1875 había en el país 8,131 escuelas primarias: el 7.4% eran sostenidas
por gobiernos estatales y el federal; el 64% por los ayuntamientos;
el 16% por particulares y el 6% por asociaciones católicas, de beneficencia
o por el clero.
En el
caso de las escuelas particulares los padres desempeñaban un papel mucho
más directo que en las escuelas gratuitas sostenidas por la Iglesia
o los ayuntamientos. Al pagar directamente el salario del maestro, los
útiles y el local, se mostraban mucho más interesados en la instrucción.
Los maestros y maestras se esmeraban en satisfacer las expectativas
de los padres ofreciendo, por ejemplo, "una instrucción basada enteramente
en la moral cristiana" o incluir "los ramos que los padres de familia
acuerden que se den".
Es obvio que al pagar por la instrucción de los niños los padres tenían
un mayor interés en que los pequeños se educaran de acuerdo a sus creencias
y valores. En las escuelas gratuitas el problema de la inasistencia
reflejaba la relación intermitente y, en ocasiones tensa, entre padres
y maestros. Los padres de familia que inscribían a sus hijos en las
escuelas gratuitas pertenecían a grupos sociales constituidos por empleados,
artesanos, jornaleros y campesinos, para quienes era difícil percibir
la relevancia de la escuela. Agobiados por las necesidades cotidianas
relacionadas con el trabajo y con el sustento, los hijos constituían
una fuerza de trabajo necesaria para garantizar la subsistencia familiar.
En las comunidades rurales era frecuente que los niños no asistieran
a la escuela en épocas de siembra y cosecha, marcadas por los ritmos
del temporal, o bien abandonaban su instrucción apenas si aprendían
a deletrear y a escribir su nombre.
3.3
Los padres "indolentes"
Los intelectuales
de la segunda mitad del siglo XIX consideraban que uno de los principales
obstáculos para que la escuela funcionara como instancia regeneradora
de la sociedad era la indolencia de los padres. Para combatir este problema
se dispuso la obligatoriedad de la instrucción
elemental, con penas para los padres de familia que no enviaran a sus
hijos a los establecimientos. En 1875, 16 estados de la República (Aguascalientes,
Chiapas, Coahuila, Campeche, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Morelos,
Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Sonora, San Luis Potosí, Tlaxcala,
Veracruz), el Distrito Federal y el Territorio de Baja California incluían
este precepto en su legislación educativa. José Díaz Covarrubias, Ministro
de Instrucción, estimaba que la inasistencia y el abandono frecuente
de la escuela por parte de los niños era un asunto que competía a los
ayuntamientos, quienes deberían "vigilar a los niños vagabundos y corregir
la incurría de las clases ignorantes".
Para
1910, año en que se realizó el Congreso Nacional de Instrucción Pública,
todos los estados, el Distrito Federal y territorios contemplaban la
instrucción elemental obligatoria, y preveían sanciones para padres
o tutores que no enviaran a los niños a la escuela. Las multas estipuladas
iban de veinte centavos hasta tres pesos por cada día de ausencia, y
de cinco hasta cincuenta pesos por no haber inscrito a los niños. Los
padres podían ser privados de su libertad en caso de reincidir o de
no pagar la multa. Las instancias encargada de vigilar y hacer cumplir
este precepto variaban de un estado a otro. En Jalisco y en el Estado
de México, por ejemplo, la autoridad política y el cuerpo de policía
deberían prever que los niños no vagaran por las calles, también eran
los encarados de amonestar a los padres; en Oaxaca la responsabilidad
recaía en la Junta Central de Instrucción; en Nuevo León, el asunto
era competencia de los inspectores, y en Guanajuato se determinó que
las Juntas Locales de Instrucción tendrían esta atribución.
La aplicación
de las multas fue intermitente, y no hay claridad sobre la regularidad
en la ejecución de las penas carcelarias. El ausentismo y la deserción
escolar eran más frecuentes en el campo que en la ciudad. Durante el
porfiriato las familias más pobres tenían escasas posibilidades de enviar
a sus hijos a la escuela: aún cuando esta fuese gratuita, en ocasiones
los niños y niñas no contaban con ropa para cubrir "decentemente" su
cuerpo y su trabajo era necesario para procurar el alimento familiar.
¿Podrían en estas condiciones los padres de familia pagar las elevadas
multas por violar el principio de obligatoriedad?. Al respecto el caso
mejor documentado es el del Estado de México ahí "el asunto de las multas
fue sumamente impopular y dio pié para que surgieran malos entendidos
y conflictos en la vida de los pueblos. Era difícil para los padres
de familia entender el precepto de obligatoriedad y más aún cuando las
condiciones de vida eran tan precarias".
Conforme
finaliza el siglo XIX, la administración y financiamiento de las escuelas
públicas se centralizó, en la última década las escuelas públicas dejaron
de ser competencia municipal, para depender de los gobiernos estatal
o federal. Este traspaso, modificó paulatinamente la relación entre
padres y escuela. El principio de obligatoriedad, entendido como coacción
hacia los padres, se desplazo hacia el Estado, el cual tendría que ofrecer
escuelas gratuitas suficientes para satisfacer el derecho de los padres
de instruir a sus hijos. En este sentido, Aranut afirma que los padres
dejaron de ser clientes en tanto contribuían, en muchos de los casos,
al sostenimiento del preceptor y a la escuela, para convertirse en derechohabientes
a partir, sobre todo, del siglo XX.
3.4
Las Juntas de Vigilancia.
Una de
las primeras "agencias" que los gobiernos estatales instrumentaron para
coordinar la participación de los padres de familia, con la escuela,
con las autoridades locales y con las políticas educativas, fueron las
juntas de vigilancia. A mediados del siglo XIX se integraban por un
representante de la administración o del aparato político -el recaudador
de rentas, el jefe político, el representante de la comunidad-, y dos
o tres padres de familia de la población que se distinguieran por su
moralidad e interés en la instrucción, regularmente participaba también
el párroco. Constituían un cuerpo que auxiliaba al gobierno estatal
para la vigilancia y control de las escuelas, generalmente sostenidas
con fondos municipales. Dentro de sus funciones se contaban proponer
maestro o maestra, vigilar su conducta y cumplimiento, conseguir el
local, gestionar ante la autoridad competente las reparaciones, dotaciones
de mobiliario y los útiles escolares.
La composición
de estas Juntas se modificó durante el porfiriato, la presencia de los
padres se suprimió y quedaron integradas por autoridades políticas y
miembros de la burocracia local. En Jalisco, por ejemplo, El Reglamento
de las Juntas de Vigilancia de 1898 preveía que estas se integrarían
en el caso de la capital por el jefe político, un agente del Ministerio
Público y el regidor de educación, en el resto de los municipios por
la autoridad política local y el tesorero municipal o empleado de rentas.
4.
La participación organizada.
4.1.
La Unión Nacional de Padres de Familia: El ruido de la oposición.
A. Los
orígenes
Desde
las últimas dos décadas del siglo XIX, ante el reacomodo de fuerzas
y el replanteamiento de las relaciones entre la Iglesia Católica y los
Estados Nacionales, se generó una dinámica de organización a la que
se le llamó catolicismo social. Dentro de este marco, el proceso de
secularización implicó profundas transformaciones en los sistemas simbólicos
integradores de la sociedad. En México el laicismo
fue una forma de secularización con un campo rico de expresiones e interacciones
al interior de la educación.
Con el
propósito de contrarrestar la acción del Estado, la Iglesia volvió la
mirada a sus bases y emitió una serie de disposiciones encaminadas a
recuperar los espacios que la reforma y el liberalismo le habían mermado;
para ello se dictaron una serie de medidas encaminadas a involucrar
a los católicos en formas de participación cívica, social y política.
De la experiencia organizativa alcanzada en las últimas décadas del
siglo XIX, y de la forma como la Iglesia reaccionó ante el radicalismo
revolucionario y ante la Constitución de 1917, surgió una diversidad
de grupos católicos. Entre ellos destacaron La Asociación Católica de
la Juventud Mexicana, la Confederación Nacional del Trabajo y la Asociación
Nacional de Padres de Familia, la que después se convirtió en la Unión
Nacional de Padres de Familia (UNPF)
La escala
organizativa de los católicos permitió que, entre 1910 y 1940. Al tensarse
las relaciones entre Iglesia y Estado, se contaran con las bases necesarias
para poner en práctica formas de lucha como las concentraciones, el
boicot, el uso de la prensa y hasta la violencia.
Una de las cuerdas que activó esta tensión fue el laicismo educativo
promovido por los congresistas de Querétaro en 1916 con el cual se conflictuaba
la religiosidad de ciertos sectores de la población, pues se intervenía
sobre espacios donde las creencias y prácticas de los sujetos estaban
en juego, además de chocar con la obediencia y respeto que se debía
a las normas dictadas por la Iglesia.
Dentro
del conjunto de organismos católicos que surgieron en las primeras tres
décadas del siglo, el caso de la UNPF resulta significativo por su permanencia,
en contraste con el resto de las organizaciones católicas que se fundaron
en esos años, las cuales con el paso del tiempo desaparecieron, perdieron
fuerza o fueron absorbidas por el movimiento sinarquista o bien, por
partidos políticos. La permanencia de la Unión se debe al carácter elitista
de su dirigencia, a que las bases que la conforman constituyen un público
cautivo al interior de las escuelas particulares y, a que las formas
organizativas y las estrategias que articulan la protesta han transitado
por etapas de beligerancia y reacomodo.
Previo
a la fundación de la Unión, hubo expresiones de descontento y organizaciones
locales de padres y madres de familia, quienes alentadas por obispos
y clérigos tomaron las calles para protestar en contra de los artículos
3º, 24 y 123 de la Constitución recién promulgada.
En Jalisco desde 1912 el Lic. Cesáreo L. González "tras observar que
el liberalismo y la masonería enfilaban sus armas hacia la educación
empezó a organizar reuniones con los padres de familia, dictar conferencias
y promover entrevistas." En los primeros tres años de trabajo logró
establecer comités en 32 municipios; al ser encarcelado, primero en
1912 y después en 1915, fue despojado de su fiat de notario y salió
del país por razones de seguridad.
En las ciudades de México, Puebla, Morelia y Toluca los padres de familia
firmaron una "Protesta de la Sociedad Mexicana, contra la violación
de la Libertad de Educación."
La Unión de Madres Católicas de Monterrey envió un memorial en protesta
por dichas leyes. La Sociedad Mexicana Contra la Violación de la Libertad
de Enseñanza invocó ante el Constituyente la facultad para decidir el
tipo de educación que los padres deseaban para sus hijos.
En esta primera fase, el trabajo para organizar de forma permanente
a los padres de familia fue poco fructífero, si bien los centros de
operaciones eran las capitales de los estado, el trabajo hacia las cabeceras
municipales se dio a través de los contactos familiares y del liderazgo
que ejercían los párrocos. Estos amenazaban con la ex-comunión a los
padres de familia cuyos hijos acudían a las escuelas oficiales, pero
también instaban a los tutores para que apoyaran la creación de colegios
o escuelas particulares donde se enseñara la religión católica.
El primer
nombre de la UNPF fue el de Asociación Nacional de Padres de Familia
y fue fundada el 27 de abril de 1917.
Dentro de las consideraciones que se hicieron para su creación, se destacaba
la defensa del derecho de los padres de familia para elegir el tipo
de educación que deseaban para sus hijos, por lo que alcanzar la "libertad
de educación" se convirtió en su objetivo fundamental.
Para Torres Septién:
La
UNPF se constituyó como un organismo paraeclesial que reconocía obediencia
absoluta a las autoridades eclesiales (...) Sus miembros eran católicos
beligerantes, en su mayoría abogados, a ella podía pertenecer cualquier
padre de familia que comulgara con sus ideales. Desde sus inicios, la
organización defendió el respeto a la familia como base para la convivencia
social, el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos,
la libertad de enseñanza".
En general
la organización de la Unión, hasta finales de los años veinte, se caracterizó
por estar poco articulada, ser localizada, supeditada a las autoridades
eclesiásticas y mediatizada por otras organizaciones católicas. Así
lo demuestra el hecho de que el Episcopado Mexicano, en la Carta Pastoral
Colectiva de septiembre de 1923, al definir las directrices de la Acción
Social dejara al cuidado de las Damas Católicas la niñez, encomendara
a los Caballeros de Colón el patriotismo y a la Asociación Católica
de la Juventud Mexicana la defensa de los derechos de cristo.
Con la
creación de la Secretaría de Educación Pública en 1921 se instituyó,
en el ámbito nacional, la diferenciación entre un sector de escuelas
públicas y otro de escuelas privadas sujetas a las normas dictadas por
esa Secretaría. Esta situación contribuyó a que el acercamiento ente
la recién creada Unión y las escuelas particulares se estrechara.
B. Un
solo frente, diversas estrategias de lucha.
El radicalismo
en materia educativa durante el período callista se prolongó durante
el período cardenista con los vientos, nada gratos para los católicos,
de la escuela socialista. Los padres de familia agrupados en la Unión
mantuvieron una línea de acción que a menudo se sobreponía con las acciones
emprendidas por otras organizaciones católicas. La oposición a la política
educativa de los años de 1924 a 1929 estuvo inmersa en los conflictos
entre la Iglesia y el Estado, y se manifestó en las acciones verificadas
por las distintas organizaciones católicas que confluyeron en la Unión
Popular (UP) y en la Liga Nacional por la Defensa de la Libertad Religiosa
(LNDLR). A través de estos frentes, los católicos llevaron a cabo un
programa de acción en el cual se ordenaba a los padres y católicos abstenerse
de paseos y diversiones, comprar solo lo necesario, no acudir a las
escuelas laicas, enseñar el catecismo en el hogar y practicar las oraciones
en el seno de la familia.
La Primera
Asamblea Nacional de los padres de familia católicos se celebró en junio
de 1926. Es ahí donde se decidió cambiar el nombre de Asociación por
el de Unión. La modificación pretendía trazar una línea de diferenciación
con las agrupaciones de padres de familia promovidas por Calles a través
de la SEP.
En esta
primera Asamblea, se plantearon cuatro objetivos: a) proteger y hacer
respetar la familia; b) defender los derechos inalienables de los padres
de familia en la educación de sus hijos, c) pugnar porque el Estado
garantice la libertad de enseñanza y, d) denunciar cualquier intervención
partidista o sectaria en escuelas públicas o privadas. En la misma reunión
se definió la estructura organizativa: centros escolares, centros municipales,
centros estatales y un centro nacional.
Los objetivos
propuestos respondieron a las orientaciones generales de la Iglesia
católica, en términos de pugnar por una libertad de educación que permitiera
la enseñanza de la religión en las escuelas y, a la vez, eran una respuesta
al radicalismo expresado en la política educativa, a la creciente intervención
del Estado en los espacios educativos privados y a la disputa con la
Iglesia. Como sujetos sociales el rol de padres de familia se fusionaba
con el ser católico.
Congruentes
con las disposiciones federales los gobiernos estatales tomaron medidas
para asegurar el laicismo en las escuelas tanto públicas como particulares.
A través de los sindicatos, las organizaciones campesinas, los inspectores
escolares y en general los simpatizantes del laicismo se generaron denuncias
en contra de prácticas relacionadas con la enseñanza religiosa en las
escuelas. Por su parte, los padres de familia católicos reaccionaron
en ocasiones con violencia, pero también generaron prácticas de simulación
y de manera permanente manifestaron su inconformidad en la prensa. Durante
1926 la Unión Popular coordinó el boicot en contra de las escuelas oficiales,
la inasistencia provocó que éstas quedaran casi desiertas en algunas
regiones del país, como el Bajío, en Guanajuato, y Los Altos de Jalisco.
Por su parte las autoridades procedieron a clausurar escuelas católicas;
ante esta medida los padres respondieron organizando escuelas clandestinas.
La situación se tranquilizó con los arreglos de 1929, solo para volver
a activarse cuatro años después.
El Centro
Nacional de la UNPF entró a una etapa de mayor actividad hacia 1933
La oposición se orientó en contra del proyecto del Secretario de Educación,
Narciso Bassols, de incluir educación sexual en las escuelas. La Unión
consideraba que un tema tan delicado podía prestarse fácilmente a la
pornografía y dudaba de la capacidad de los maestros para tratar con
delicadeza el tema.
Bassols
se ganó así, "la enemistad de la Unión de Padres de Familia y de los
elementos clericales por hacer efectiva la laicización de las escuelas
privadas, primarias y secundarias, y por su proyecto de educación sexual"
.
Las movilizaciones y manifestaciones no se hicieron esperar, en la capital
del país se organizó un mitin al que asistieron unas 2,000 personas
y, el 17 de febrero de 1934, Ignacio Bravo Betancourt, presidente de
la UNPF, propuso que se organizara una huelga nacional, el llamado tuvo
una débil respuesta, en el Distrito Federal solo 49 de las 485 escuelas
afiliadas a la Unión se sumaron al llamado.
Esta reactivación
se continuó con la oposición a la escuela socialista, la modalidad fue
la creación de la Asociación Nacional Pro-Libertad de Educación, la
cual funcionó como un organismo cúpula de presión, donde participaban
empresarios, comerciante y profesionistas. En 1934 se realizaron nuevas
manifestaciones el 17 de diciembre los padres de familia acudieron al
Palacio Nacional y organizaron una concentración en la Arena México.
La UNPF envió a la Cámara de Diputados un memorial pidiendo volver a
la libertad de educación estipulada en la Constitución de 1857.
En general
la oposición a la educación socialista fue más intensa en las regiones
con hondas tradiciones católicas y en las que la cristiada había dejado
un saldo no satisfactorio para muchos de los combatientes - Jalisco,
Aguascalientes, Durango, Zacatecas y parte del Estado de México y Michoacán
-. En Jalisco la violencia provocó el cierre masivo de las escuelas
en la región alteña y sur del estado;
en Aguascalientes la batalla no llegó a la violencia física, sino que
se caracterizó por expresiones de residencia civil: huelgas, creación
de escuelas clandestinas y campañas publicitarias.
C. Bajo
el cobijo de la legalidad.
Con el
llamado a la Unidad Nacional y la promesa de modificar el artículo tercero,
la UNPF optó por una vía legal al iniciar los trámites para constituirse
como asociación civil en diciembre de 1939.
Como estrategia, se determinó que los Centros Escolares aparecerían
ante la SEP como Asociaciones de Padres de Familia pero "conservando
dentro de la UNPF su nombre, forma, organización y peculiaridades".
En los estatutos de 1941 la Unión hacía énfasis en el derecho natural
de los padres de educar a sus hijos, en que el Estado debería garantizar
la libertad de educación y, contemplaba dentro de sus funciones, estudiar
y proponer "los mejores medios educativos en lo moral, intelectual y
físico".
El programa de trabajo de esta década se centró en dos propósitos, la
reforma del artículo tercero y la apertura de colegios particulares.
Paralelamente se fomentó la creación de los Centros Escolares y apareció
la Confederación Regional de Escuelas Particulares, con el fin de asesorar
a los colegios en asuntos técnicos y jurídicos y apoyarlos frente a
las autoridades.
En Jalisco
y Nuevo León se logró articular mejor el trabajo entre la capital y
los municipios. En el primero de estos estados, entre 1940 y 1941, se
establecieron centros en más del 25% de los municipios y en todas las
escuelas privadas de orientación católica; se inició la publicación
de la revista Orientación, y se planteo como tarea prioritaria "gestionar
con todo ahínco por la modificación del Artículo Tercero Constitucional
y la Ley Orgánica de Educación, (así como) contrarrestar los efectos
nocivos y antisociales que haya causado la educación inspirada en doctrinas
perniciosas y evitar a toda costa que los hijos reciban una educación
en pugna con los principios de sus padres".
Para la
Unión la libertad de educación consistía en "tomar en cuenta a grupos
nacionales de diversas ideologías, el derecho de esos grupos de tener
en sus hijos herederos ideológicos de su pensamiento y... la obligación
del Estado de proteger a la Iniciativa Privada, con el afán de que ésta
pueda instalar colegios, ya que el gobierno es materialmente incapaz
de llevar educación a más de doce millones de analfabetos ".
Sin embargo, a pesar de pugnar por que la libertad de la educación quedase
inscrita en el Artículo Tercero, esta demanda resultaba contradictoria
frente a su intolerancia con otras formas de pensamiento social, político
y religiosos, principalmente cuando se trata de grupos cristianos no
católicos o de organizaciones de izquierda.
El 16 de noviembre de 1941 la Unión realizó mítines simultáneos en varias
ciudades del país en demanda por la libertad de educación. En el de
Guadalajara participaron cerca de 10,000 personas frente al Palacio
de Gobierno.
Otra de las medidas de presión fue la organización de un gran plebiscito,
solicitando la reforma al artículo tercero constitucional. El texto
de adhesión no incluía frases de enfrentamiento, sino que se pedía a
los padres de familia que felicitaran la labor del presidente, de la
Secretaría de Educación y a la los diputados por sus esfuerzos para
alcanzar la reforma del citado artículo; luego se pedía que se reconociera
la libertad de educación. Paralelamente se recurrió a una amplia campaña
de difusión mediante desplegados y editoriales en los periódicos más
importantes del país, volantes y spot radiofónicos.
El resultado del plebiscito fue la adhesión de 70 825 padres de familia
que se pronunciaron por la libertad de educación. De dicha cantidad
Jalisco aportó más del 50%, mientras que Durango, Guanajuato y San Luis
Potosí aportaron 7,480.
Correspondió
a Jaime Torres Bodet, Secretario de Educación, afrontar el asunto de
la reforma. El secretario logró el apoyo del sindicato magisterial y
propuso un texto que obtuvo el reconocimiento del Episcopado, aunque
no satisfizo a la Unión. En el nuevo texto, dado a conocer en 1945,
se mantuvo el laicismo, en el sentido de que la enseñanza religiosa
quedaba la margen de las escuelas. En respuesta la Unión difundió a
través de los periódicos un boletín en el que llamaba a los padres a
rechazar la reforma e insistir en que esta debería de reconocer, en
primer término, la libertad de educación.
La experiencia del plebiscito se repitió entre 1948 y 1949 durante el
período presidencial del Lic. Miguel Alemán, en este caso el número
de adhesiones llegó al doble.
De hecho
la libertad de educación operaba en la realidad. Bajo el amparo de la
fingida ceguera de inspectores y funcionarios, la mayoría de las escuelas
particulares incluían dentro de su currículo la formación religiosa,
desarrollaban de manera discrecional prácticas de culto, optaban por
libros de texto comerciales, paralela o alternativamente a los oficiales
y, vivían bajo la orientación y el cobijo espiritual de sacerdotes o
de órdenes religiosas. Así, cumpliendo con las obligaciones administrativas,
se mantuvieron dentro de los márgenes de la legalidad.
En los
años cincuenta, las bases se volvieron diletantes y la Unión pasó por
dificultades económicas en algunos centros estatales. En Jalisco, por
ejemplo, debido a la falta de aportaciones sistemáticas por parte de
sus 20,000 miembros, el tiraje de la revista Orientación se redujo de
10,000 a 6,500 ejemplares. Y, en octubre de 1950, a la manifestación
en contra de la pornografía acudieron 10,000 personas de las casi 30,000
esperadas. El funcionamiento pacífico de las escuelas, junto con la
pérdida de lideres intelectuales coincidió con el aumento de la intransigencia
y el radicalismo al interior de la Unión.
En un
intento por promover la participación, la dirigencia recurrió de nuevo
al principio de la adhesión religiosa, para ello se publicó un memorandum
en el que se recordaba a los miembros de la Unión que:
(...)las autoridades y demás elementos eclesiásticos no pueden hacer
labor política por vedárselos la Constitución (...) la Unión debe ser
el órgano civil para hacer valer los derechos del pueblo mexicano que
profesa la fe católica. Sobre estas consideraciones, queda claro que
la Unión no puede operar sin estar de acuerdo con las autoridades eclesiásticas,
ni estas autoridades pueden prescindir de una agrupación como es la
Unión .
La Unión
mantuvo objetivos similares a los de la iglesia católica pero, con el
paso de los años, las relaciones entre una y otra se deterioraron: mientras
que la Unión continuo pugnando la libertad de educación, la Iglesia
la asumió como un hecho.
D. Textos
y pretextos.
A pesar
de la reforma a la legislación educativa y del grado de permisividad
con el que operaban los colegio particulares, la UNPF
insistía en la libertad, pues decían, "si hablamos en cristiano es porque
la enorme mayoría del pueblo mexicano es cristiano". Sobre esta base,
la Unión demandaba la libertad de educación y para dar mayor solidez
a su petición secundaban su propósito en la "Declaración de los derechos
del hombre de las Naciones Unidas.
La década
de los sesenta inicia con una pugna, ahora contra el libro de texto
único y obligatorio y, con una idea que va tomando forma hasta convertirse
en demanda que aun hoy permanece vigente: que el Estado sostenga escuelas
según las preferencias educativas de los padres o bien, que apoye económicamente
a las particulares, así lo declaraba insistentemente el líder nacional,
Lic. Ramón Sánchez Medal.
La alarma entre los miembros de la Unión se incrementó por el rumor
de la nacionalización de las escuelas particulares y de la infiltración
comunista. En este marco se emprendió la reorganización de los centros
estatales, pues en los años previos el activismo de la Unión había disminuido
y su estructura interna estaba fragmentada.
Desde
la formación de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuito
(1959) la Unión se dio a la tarea de reafirmar sus principios según
las encíclicas papales
y de acercarse al Secretariado Diocesano de Educación para recibir indicaciones.
Como resultado de las consultas y las discusiones internas la Unión
preparó un plan, cuyas líneas generales consistían en hacer un estudio
de las disposiciones legales y luchar de manera constante por lograr
que el Estado reconociera el derecho natural de los padres de familia
por educar a sus hijos.
El asunto
se discutió en 1961 en el seno de la Convención Nacional Extraordinaria.
Ante lo que se considero una nueva amenaza contra las escuelas particulares
cuyo brazo operativo eran las "huestes comunistas", se decidió formar
Comités de Vigilancia. Propuesta hecha por el Centro Jalisco y que operaba
en el estado desde meses atrás. Estos comités cuidarían de cualquier
ataque o infiltración comunista en las escuelas, además de promover
actividades de difusión y propaganda. En esta confrontación, a la Unión
se sumaron el PAN, el Movimiento Familiar Cristiano y la jerarquía católica.
En este
contexto la actividad desarrollada en Jalisco se diversificó: entre
1961 y 1963 se organizaron comités en el 90% de los municipios del estado,
se utilizó la radio para difundir la posición de la Unión con respecto
a los libros de texto, se realizaron manifestaciones junto con otras
organizaciones
y se editó "El manual del grupo primario" con el propósito de orientar
a los comités de vigilancia. También se organizaron conferencias mensuales
y seminarios para capacitar y orientar a los padres de familia. Al
nivel externo se estrecharon las redes con otros organismos para publicitar,
por medio de desplegados en los periódicos, la oposición a los libros
de texto. Tal fue el caso de la Barra Mexicana de Abogados y el Consejo
de Industriales de la República Mexicana.
A pesar
de las presiones, en 1962 la Comisión Nacional de los Libros de Texto
ratificó su carácter obligatorio. La reacción ante esta ratificación
fue especialmente relevante en Monterrey. El ingeniero Eliot Camarena
encabezó la Comisión Organizadora de la Unión Neoleonesa de Padres de
Familia y convocó a una gran manifestación para el 2 de febrero a la
cual acudieron cerca de 300,000 personas.
Las aguas
retornaron nuevamente a la calma a mediados de la década. De nuevo padres
de familia y escuelas particulares recurrieron a la simulación. En la
mayoría de los colegios los libros obligatorios permanecieron en las
bodegas o bien, los maestros trabajaron de manera alternada con los
textos oficiales y los que se compraban acordes con la orientación de
los padres.
Los textos
y los programas educativos volvieron a ser tema de conflicto en los
años setenta. Dentro de los propósitos básicos de la política educativa
implementada por el gobierno del presidente Luis Echeverría se contaba
el de atender la demanda de educación primaria en todo el país. Las
autoridades reconocían la contribución de las escuelas particulares
para llevar educación a todos los sectores de la población; sin embargo,
el radicalismo ideológico de la Unión insistía en la infiltración comunista
y vio, en el contenido de los nuevos libros, señales inequívocas de
esta penetración. Un verdadero terrorismo verbal en contra del comunismo
se reproducía al interior de muchas de las escuelas particulares y de
manera recurrente en las publicaciones de la Unión.
La primera
muestra pública del descontento inició en 3 enero de 1973 cuando la
Unión Nacional de Padres de Familia publicó un manifiesto dirigido al
secretario de Educación Pública, en el documento se señalaba el descontento
de la Unión por no haber tomado en cuenta su opinión dentro de la comisión
que elaboró los textos, igualmente se hacía énfasis en la supremacía
de los padres, sobre el Estado, para decidir la orientación y el contenido
de la educación que recibían sus hijos. Las criticas se centraban en
dos textos: el de ciencias naturales y el Ciencias Sociales de sexto
grado. Según los argumentos de la Unión en las lecciones de educación
sexual se enfatizaban los aspectos fisiológicos en detrimento de los
aspectos emocionales y de la legitimidad del matrimonio para la concepción;
alegaban también que la teoría de la evolución aparecía en el texto
como un dogma y no como una hipótesis. Al libro de ciencias sociales
le adjudicaban una orientación marxista ajena a la realidad nacional.
Por su parte, las autoridades educativas reconocieron que los libros
eran perfectibles y argumentaron que los padres de familia si habían
participado dentro de una consulta pública en la que se involucraron
más de 250,000 ciudadanos. La polémica sobre los textos ocupó también
importantes espacios en los periódicos del país. Ensayistas, editorialistas
y articulistas tomaron posición en torno al tema y dedicaron amplios
espacios de la prensa al debate. El secretario de Educación, Víctor
Bravo Ahuja, no se negó a escuchar las criticas y, en las ediciones
posteriores de los textos, se introdujeron algunos cambios. Uno de los
rasgos más distintivos de este enfrentamiento entre la Unión y las autoridades
educativas fue la manera como la Iglesia se deslindó. El episcopado
mexicano reconoció la necesidad de impartir la educación sexual y se
declaró al margen de las manifestaciones en contra de los libros.
En estos
años la UNPF vivió también su peor crisis al enfrentarse dos grupos
políticos que aspiraban a dirigirla. A raíz de la disputa por los textos,
el dirigente nacional, el doctor Francisco Quiroga, permitió y apoyo
el activismo de padres de familia integrantes de la organización radical
MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación). A pesar de
que organismos de la Iglesia encargados de los asuntos educativos, como
la comisión Episcopal de Educación y Cultura previnieron a Quiroga sobre
la infiltración del MURO en las filas de la Unión, miembros de este
organismo arribaron a la dirigencia estatal en las elecciones de 1976.
Este hecho alertó a otros miembros de la Unión, quienes encabezados
por Ramón Dibildox buscaron el apoyo de la Comisión Episcopal de Educación.
La división que resultó de esta lucha interna dividió a los centros
estatales de la Unión y a las escuelas particulares. La Comisión Episcopal
pidió a los colegios que apoyaran a la Federación de Asociaciones de
Padres de Familia, la cual era un organismo paralelo, pero a la vez
coincidente con la Federación de Escuelas Particulares. Los miembros
del MURO permanecieron al frente de la Unión con el respaldo del obispo
de San Juan de los Lagos. A partir de esta escisión, las orientaciones
a los padres de familia y para las escuelas católicas fueron emitidas
directamente por el Secretariado Arquidiocesano de Educación. La SEP,
por su parte, aprovechó este pugna para promover La Asociación Nacional
de Escuelas Particulares, a la que se adscribieron colegios que si comulgaban
con el laicismo.
4.2
La Asociación Nacional de Padres de Familia.
El Estado
mexicano de los años de la posrevolución implementó una serie de acciones
políticas encaminadas a captar la participación de distintos sectores
de la población. Esta dinámica buscaba institucionalizar la revolución
y hacer efectivas las demandas sociales enarboladas al calor de la lucha.
Obreros, campesinos y burócratas fueron sectores que paulatinamente
se organizaron en grandes centrales y sindicatos. Esta corporativización
de los movimientos sociales pretendía también contrarrestar la fuerza
de sus similares de origen católico. Las organizaciones católicas habían
demostrado su grado de organización a través de la prensa, las manifestaciones
públicas, los boicots y en el conflicto cristero. En este contexto el
presidente Plutarco Elías Calles promovió la organización de la Confederación
Nacional de Agrupaciones de Padres y Maestros, mediante decreto expedido
el 15 de septiembre de 1929. El carácter mixto de esta primera instancia
marcó el carácter de las subsiguientes organizaciones: las acciones
de los padres estarían supeditadas a la vigilancia directa de los maestros,
directores e inspectores escolares y permanecería dentro de los límites
y atribuciones que la SEP les fijara. Esta orientación era acorde con
el papel social que en esos años se atribuyó a los maestros: organizar
y promover en las comunidades, convenciendo y coordinando a los padres
de familia, el desarrollo social, económico y cultural de la población.
Conforme
los maestros se organizaron en sindicatos, las instancias de participación
de los padres de familia promovidas por elestado también se diferenciaron.
El 16 de mayo de 1933 se publicó en el Diario Oficial de la Federación
el Reglamento de las Agrupaciones de Padres de Familia del Distrito
Federal. El año de publicación de este nuevo Reglamento coincide con
un incremento en la beligerancia de la Unión Nacional de Padres de Familia
ante las iniciativas del Secretario de Educación, Narciso Bassols, por
plantear la introducción de la educación sexual en las escuelas del
país y por hacer efectivo el laicismo en la enseñanza. Este nuevo reglamento
resultó contradictorio con respecto a su ámbito de competencia; si bien
se refería al Distrito Federal, en el primero de sus artículos señalaba
que "La federación, las Uniones de Zona y las Agrupaciones de Padres
de Familia organizadas en las escuelas primarias o jardines de niños
dependientes de la Secretaría de Educación Pública, se sujetarán en
cuanto a su organización, funcionamiento y objeto a las disposiciones
del presente reglamento".
La lectura que hicieron de esta disposición los responsables de las
oficinas de la SEP de los estados y los inspectores fue la de organizar
a los padres en cada escuela. Dentro de los propósitos de estas Agrupaciones
el Reglamento indicaba el de "coadyuvar con la Secretaría de Educación
Pública en el mejoramiento de la enseñanza (...) así como procurar el
mejoramiento social de los padres de familia". Los aspectos comprendidos
dentro de ese mejoramiento eran el material, el moral y el técnico pedagógico.
A los padres se les prohibía cualquier ingerencia en la dirección, organización
y administración de las escuelas, así como la imposición de cuotas obligatorias,
aunque se aceptaban las voluntarias, los donativos y los recursos producto
de festivales y conciertos. El Reglamento expresaba también los períodos
en los que se constituirían las Agrupaciones, su estructura y funcionamiento.
Habría una Agrupación por cada escuela integrada por los padres y madres
de familia o bien los tutores, al frente de esta agrupación estaría
una mesa directiva compuesta de un presidente, un secretario y un tesorero;
el director de la escuela, actuaría como consejero. Las mesas directivas
de las Agrupaciones de cada escuela conformarían la Unión de Zona y
elegirían una presidente y un tesorero; en este caso, el inspector actuaría
como consejero. En cuanto a la Federación de Agrupaciones, ésta estaría
representada por un delegado enviado por cada zona escolar y por el
Director de Enseñanza Primaria y Normal; la mesa directiva de la Federación
se configuraría con un presidente, un prosecretario, un secretario y
un tesorero. Este Reglamento ratifica la tendencia de 1929, en el sentido
de jugar entre el paternalismo y el control con respecto a la capacidad
de participación de los padres de familia, supeditando su acción a la
colaboración y ayuda para con los maestros y las autoridades educativas.
Años después,
en 1949, se publicó un nuevo "Reglamento para la constitución y funcionamiento
de las Asociaciones de Padres de Familia en las escuelas dependientes
de la Secretaría de Educación Pública".
Los cambios introducidos en este Reglamento son más de forma que de
fondo. La estructura de la Asociación incluiría ahora cinco niveles
de participación la escuela, la zona, el municipio, el estado y la nación.
Las mesas directivas ampliarían su número de miembros incluyendo la
figura del vocal: uno por cada grado con que contara la escuela. Las
mesas directivas al nivel de la zona, el municipio, el estado y la nacional
nombrarían también entre dos y tres vocales. En esta disposición legal
también se detallaban las competencias de las Asociaciones; en el orden
moral el artículo 3º de Reglamento estipulaba que los padres deberían
vigilar y denunciar las irregularidades en contra de las disposiciones
legales y reglamentarias, y aquellas relacionadas con maltrato, corrupción
o delitos cometidos en contra de los educandos; también deberían hacer
propuestas y trabajar, bajo la dirección de las autoridades, para el
mejoramiento cultural, moral y material de los planteles. Al igual que
en el Reglamento de 1933 quedaba prohibida toda injerencia en la organización
y administración escolar, en cambio a los padres se les prescribía la
obligación de colaborar o hacer las veces de Comités Pro-Construcción
de Escuelas. Con el antecedente de que la UNPF estaba usando este nuevo
cobijo legal para promover organismos escolares de padres de familia,
pero sujetos a su dominio, se introdujo un artículo restrictivo: "La
SEP tendrá el derecho de negar o nulificar la inscripción de Asociaciones
de Padres de Familia, de cualquier grupo o categoría, en cuya constitución
o funcionamiento no se hayan cumplido las disposiciones del Reglamento"
y, en el artículo 51 se aclaraba que "en los casos no previstos en el
presente Reglamento, las organizaciones de padres de familia deberán
acudir en consulta a la Secretaría de Educación Pública, cuya opinión
al respecto, será obligatoria para las mismas".
De nuevo,
el sustento legal para las organizaciones de padres de familia fue modificado
en la gestión del presidente José López Portillo. Este
Reglamento recuperaba, en término generales, las disposiciones previas,
aunque introducía algunas reformas, Con respecto a la estructura ésta
se redujo a tres niveles: Asociaciones de escuelas, estatales o del
Distrito Federal y, la nacional.
Las novedades de este reglamento se referían a las obligaciones de las
Asociaciones, las cuales se adecuaron a las prioridades y líneas que
establecía la política educativa. Así, los padres deberían "representar
ante las autoridades educativas, los intereses educativos de los asociados",
"Colaborar en el mejoramiento de la comunidad escolar", "Participar
en la aplicación de las cooperaciones que las asociaciones hagan al
establecimiento escolar" y, "Contribuir a la educación para adultos..."
Dentro de las funciones atribuidas a los padres por el Reglamento es
posible entrever un interés por potenciar y reconocer la labor que los
padres desempeñaban al interior de las escuelas: reunir fondos para
promover obras necesarias para el establecimiento; fomentar la relación
entre maestros, padres y alumnos; propiciar el establecimiento de centro
educativos para adultos y para la capacitación para el trabajo; participar
en las cooperativas escolares, en el ahorro escolar y en la parcela
y, cooperar en los programas de promoción de la salud.
A diferencia de los reglamentos anteriores en éste se precisaba el procedimiento
para la elección de las mesas directivas: mediante la constitución de
asambleas, la integración de una mesa de debates y la inscripción de
propuestas para la elección de representantes, el voto sería universal
y directo. Las Asociaciones Estatales y la Nacional funcionarían bajo
dos órganos, el consejo conformado por las mesas directivas de las escuelas
o de los estados, según el caso, y la mesa directiva que se integraría
con un presidente, un vicepresidente, un tesorero y ocho vocales -dos
por cada nivel educativo y, los otros dos por un miembro del consejo
consultivo y por otro del consejo de patrocinadores-, éstos dos sin
derecho a voto. Los dos consejos eran figuras nuevas, pero en los hechos
no lograron funcionar. El reglamento preveía que el Consejo de Patrocinadores
se integraría "con personas destacadas" y, el Consultivo "con personas
con experiencia en la actividad propia de las asociaciones".
En los
hechos las Asociaciones de Padres de Familia lograron constituirse,
a lo largo del siglo XX, como órganos de participación al interior de
las escuelas. Si bien quedaron supeditadas a las orientaciones, estilos
de gestión y prioridades marcadas por los directores de las escuelas,
se constituyeron en un espacio de articulación entre la escuela y los
padres. A través de estos organismos se han resuelto, sobre todo, las
necesidades materiales de las escuelas: reparaciones, compra de materiales
y mobiliarios y, se han promovido festejos y festivales para el acopio
de fondos. Las Asociaciones se hayan incrustadas en la vida cotidiana
de las escuelas, pero al nivel de la zona, el estado y la nación han
dado pocas muestras de actividad, las dirigencias se han limitado a
hacer declaraciones validando las decisiones de las autoridades educativas.
5.
Reflexiones en torno a la relación padres - escuela.
Con lo
analizado en este ensayo fue posible reconocer dos etapas de la participación
de los padres de familia en educación. En la primera, ubicada entre
la segunda mitad del siglo XVIII y a lo largo del XIX, la relación de
los padres con la escuela es directa y no formalizada: pagan o contribuyen
al salario del maestro, solicitan como vecinos o padres interesados
en la instrucción la apertura de una escuela gratuita, o denuncias ante
las autoridades inmediatas la conducta no grata del maestro. En el siglo
XIX, los padres de familia pobres eran vistos como indolentes y reacios
a la instrucción, de ahí el afán por coaccionarlos a cumplir con la
instrucción obligatoria de los niños. Esta visión se desplazó entre
las últimas dos décadas del siglo XIX y las primeras del XX, los padres
empezaron a considerar la instrucción como un derecho que era obligación
del Estado. En el segundo período, el siglo XX, una de las características
fundamentales fue la aparición de agencias que captan la participación
de los padres de familia. La conformación de la Unión Nacional de Padres
de Familia y de la Asociación Nacional de Padres de Familia se generó
en estrecha relación con la disputa entre Iglesia y Estado por el control
de la educación.
Este bosquejo
no estaría completo sino señaláramos que en los últimos veinte años
se han introducido nuevas formas de entender y hacer la participación
social. Por parte de la Secretaría de Educación Pública, y en marco
del Acuerdo Nacional para la Modernización Educativa de mayo de 1992,
han parecido nuevas figuras al interior de las escuelas: Los consejos
Escolares de Seguridad y los Consejos de Participación Social. Estos
espacios se inscriben dentro una preocupación más amplia por desarrollar
una cultura democrática en el país, pero también coinciden con el adelgazamiento
de las funciones sociales del estado, el cual pretende traspasar a los
actores locales y regionales un mayor número de responsabilidades educativas,
concretamente la seguridad de los escolares en caso de accidentes o
desastres y, la generación de las condiciones materiales y humanas necesarias
para alcanzar la "calidad de la educación" En los hechos la configuración
de una nueva cultura de participación que involucre a maestros, padres
y niños ha sido una buena intención que no ha alterado las lógicas de
funcionamiento escolar. Los consejos han sido creados en el papel y
se caracterizan por su fragilidad. Lo anterior no significa negar que
la participación de los padres de familia exista en las escuelas, pero
ésta no se circunscribe a las lógicas normativas impuestas por el estado,
sino que se configura con una buena dosis de procesos acuñados en el
pasado y con las modulaciones con que los actores crean y recrean cotidianamente
la escuela.
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