Dra.
Valentina Torres Septi�n Universidad
Iberoamericana
La
educaci�n privada en M�xico se inicia desde tiempos de la colonia cuando
los llamados preceptores se ocupaban de la educaci�n individual de ni�os,
ni�as y j�venes.
Si
bien desde los albores del siglo XVI existi� en la Nueva Espa�a la preocupaci�n
por educar, no fue sino hasta principios del XVII cuando esta actividad
fue normada por el gremio de maestros y por el Ayuntamiento, de modo que
las escuelas de primeras letras funcionaron bajo la jurisdicci�n de la
corona espa�ola.
A
partir de la expedici�n de la Cortes e C�diz en 1812 la vigilancia sobre
la educaci�n qued� en manos del Ayuntamiento. Esta misma distribuci�n
de la responsabilidad educativa se continu� en las constituciones estatales
del M�xico independiente promulgadas entre 1824 y 1827, lo que supone,
por tanto, una larga tradici�n e vigilancia sobre todos los aspectos de
la vida educativa, incluyendo a las escuelas particulares, cuyos due�os
y clientela se encargaban de cubrir los gastos.
La
independencia no interrumpi� la continuidad del proceso de reforma de
educativa que promovieron la Cortes de C�diz, ni tampoco fren� otros proyectos
como la creaci�n de un plan de ense�anza p�blica general y la formaci�n
de un �rgano estatal que centralizara y organizara las actividades en
este ramo. Esto se explica en tanto que esas tareas estaban encaminadas
a dar cohesi�n y sentido a la nueva naci�n y con ello a legitimar su permanencia.
En
el mundo hisp�nico la educaci�n encontr� su raz�n de ser en la tradici�n
cat�lica, lo que le imprimi� su car�cter de unidad ideol�gica y cultural.
En el M�xico independiente, si bien el proceso de secularizaci�n
hab�a conducido a que el Estado asumiera casi toda la responsabilidad
educativa, no con ello se pens� en relevar por completo a la Iglesia de
sus funciones docentes. Bajo la vigilancia de los �rganos estatales, se
insisti� que deber�a continuar desarrollando tareas educativas para cubrir
la demanda de las escuelas de primeras letras. Entre 1786 y 1817 se hab�an
expedido decretos que exig�an a la Iglesia que cumpliera con su obligaci�n
de abrir escuelas gratuitas de primeras letras, (llamadas desde tiempo
atr�s "escuelas p�as"), no s�lo en los conventos, sino en cada parroquia.
El inter�s del Ayuntamiento era obvio, pues a trav�s de esta instancia,
la Iglesia ofrec�a educaci�n gratuita a los ni�os sin recursos.
La
exigencia de que la Iglesia participara en la educaci�n como parte del
proyecto de instrucci�n p�blica fue una idea permanente en los inicios
del siglo XIX, que se dej� ver en los planes y reglamentos de la �poca.
Se especificaron los l�mites de la educaci�n particular en el "Reglamento
General de Instrucci�n P�blica" expedido por las Cortes Espa�olas el 29
de junio de 1821, el cual tuvo gran influencia sobre los planes educativos
del M�xico independiente. Las escuelas particulares gozaron de una libertad
condicionada, ya que desde un principio se les fijaron ciertas restricciones.
En el proyecto del reglamento general de instrucci�n p�blica de 1823 se
dec�a que "todo ciudadano tiene facultad de formar establecimientos particulares
de instrucci�n en todas las artes y ciencias, y para todas las profesiones,
pero el Estado se reservaba la autoridad de supervisar y asegurarse de
que los maestros de estas escuelas tuvieran las aptitudes y preparaci�n
necesarias para la ense�anza".
Efectivamente
la libertad educativa consist�a entonces en que los maestros de las escuelas
particulares no tuvieran que ser examinados, lo que s� suced�a con los
maestros del Ayuntamiento, aunque el Estado se encargaba de que los maestros
particulares observaran "las reglas de la buena polic�a " pusieran "la
mayor vigilancia para que las m�ximas y doctrinas que ense�en sean conformes
a la Constituci�n Pol�tica de la Naci�n, a la sana moral". Desde entonces
no hubo duda de que el Estado velar�a porque la educaci�n se ajustara
a lo que �ste consideraba "buena polic�a", y a los principios emanados
de la Constituci�n y calificar�a la pertinencia de los maestros seg�n
los l�mites fijados en la ley. Las reformas llevadas a cabo por Valent�n
G�mez Far�as en 1833 reiteraban la obligaci�n que ten�a la Iglesia para
abrir escuelas de primeras letras en parroquias y casas de religiosos
haciendo hincapi� en que ten�an que ser gratuitas, raz�n por la cual formaban
parte del sistema p�blico de educaci�n.
El
concepto de educaci�n particular empieza a adquirir sentido m�s por razones
de pertenencia a un estrato social determinado que s�lo por cuestiones
ideol�gicas. Los maestros particulares, que daban clases de baile, m�sica
o dibujo a domicilio - y que siempre hab�an existido- as� como los ayos,
dedicados a la educaci�n de ni�os de la aristocracia dentro de sus propios
hogares, hacia 1830 empiezan a abrir escuelas reforzadas con la llegada
de maestros franceses para un alumnado capaz de sostenerlas, sin recibir
ning�n subsidio del gobierno. Estos establecimientos se consideraron entonces
como escuelas privadas, en tanto que las de la Compa��a Lancasteriana
y las de los conventos y parroquias eran gratuitas y por lo tanto p�blicas.
Esta distinci�n econ�mica no las exclu�a de la vigilancia del Estado,
en el sentido de que no pod�an ense�ar nada contrario a la moral ni a
las reglas del gobierno.
En
las primeras leyes de instrucci�n p�blica, tanto de liberales como de
conservadores, se insisti� en la libertad de ense�anza entendida en formas
distintas. En los debates constitucionales de 1857 se percibi� ya la conciencia
de que el medio para romper el poder ideol�gico de la Iglesia no era mediante
el fomento a la ense�anza privada, sino al contrario, con el fortalecimiento
de la instrucci�n p�blica.
La
paulatina pero creciente secularizaci�n que se fue operando en consonancia
con las ideas liberales del siglo XIX min� el consenso cat�lico, es decir,
se redujeron los espacios del culto, y se ampli� el terreno de la vida
secular. A partir de ese momento, existi� de parte de quienes defend�an
ideas distintas, la necesidad de crear generaciones nuevas que reprodujeran
y defendieran los diferentes puntos de vista. Desde tiempos de la Rep�blica
Restaurada, la escuela cat�lica se traduce como escuela privada, en oposici�n
fort�sima a la de gobierno y a las pol�ticas apoyadas por el positivismo
y la indiferencia religiosa del Ayuntamiento. Estas escuelas estaban inmersas
dentro de una cultura que privilegiaba el conocimiento de la doctrina
cristiana como �nico medio de asegurar la sobrevivencia moral de la sociedad,
y como �nico medio de normar las relaciones dentro de la familia. La escuela
particular en M�xico adquiri� desde entonces el sentido que tiene actualmente,
de ser una opci�n a la escuela estatal, donde las pol�ticas oficiales
pueden ser cuestionadas y a�n combatidas. La escuela cat�lica surgi� como
un lugar donde se rechazaron las leyes de Reforma, donde se criticaron
violentamente las pol�ticas anticlericales del gobierno, pero sobre todo
como un espacio donde podr�an reproducirse los valores y las tradiciones
cat�licas.
En
los a�os del porfiriato la Iglesia y el Estado mantuvieron la confrontaci�n
iniciada en el siglo XIX por el poder sobre la orientaci�n y la direcci�n
de la educaci�n. Sin embargo, D�az no pretend�a tener al clero por enemigo;
por el contrario, busc� su alianza, aunque sin modificar las leyes de
Reforma; al triunfo de los liberales, decidi� seguir una pol�tica de condescendencia
y tolerancia con la Iglesia que le permiti� alcanzar la "paz'. Gracias
a esta postura del dictador, la Iglesia se reorganiz� y obtuvo los espacios
suficientes para intervenir en la educaci�n.
La
ideolog�a educativa oficial no logr� ocultar las continuas concesiones
a la escuela confesional, como lo demuestra la creaci�n de nuevas di�cesis,
de nuevos conventos para hombres y para mujeres, el gran n�mero de �rdenes
religiosas que llegaron a M�xico a fundar sus escuelas, que con las ya
establecidas, funcionaron sin ning�n problema por parte del Estado. Los
ataques desde el seno de la Iglesia contra el r�gimen no descalificaban
la dictadura, sino la filosof�a positivista, atea, que la perme�. Los
liberales continuaron sus esfuerzos para evitar que la educaci�n siguiera
en manos de la Iglesia, pero la tolerancia de don Porfirio le concedi�
una posici�n de privilegio.
Gran
parte de las primarias particulares depend�an de las parroquias o de maestros
muy acreditados en las localidades, escuelas peque�as pero con prestigio
social. Las preparatorias (que inclu�an tanto a la secundaria como a la
preparatoria propiamente dicha), depend�an en su mayor�a de los Seminarios
Diocesanos.
El
crecimiento de la educaci�n confesional fue considerable en la �poca porfirista;
sin embargo, la pol�tica planificadora del Secretario Joaqu�n Baranda
mantuvo el predominio del Estado y sus escuelas sobre la iniciativa privada;
en l888 se promulg� la Ley de Ense�anza Obligatoria, aunque s�lo el 33%
de los ni�os acud�an a la escuela primaria. Los datos sobre las escuelas
son contradictorios, aunque todos coinciden en se�alar un predominio de
las oficiales. Mois�s Gonz�lez Navarro, bas�ndose en un informe de la
�poca, afirma que las escuelas del Estado representaban el 77% del total,
dejando el restante 33% a las escuelas particulares.
Vera
Esta�ol consideraba que en l910 acud�an a las escuelas oficiales 733 247
ni�os en tanto que a las particulares iban 167 756, un 22.8%. Otros datos
se�alan que las escuelas particulares eran entonces 2,230, (el l8.7% del
total); en tanto las oficiales eran 9,710, (el 81.3%) .
Para el Distrito Federal se habla del funcionamiento de 238 escuelas privadas
con una asistencia de 12 287 alumnos, en tanto que las oficiales eran
390, con 51 555 alumnos.
La
sociedad porfiriana se encontraba polarizada; por un lado la inmensa mayor�a
de la poblaci�n, de extracci�n rural viv�a en condiciones de supervivencia,
y por otro, un peque�o sector era due�o de un gran poder econ�mico que
buscaba en la educaci�n algo m�s de lo que ofrec�a la escuela oficial.
Como se�ala Pani "las familias ricas ten�an repulsi�n por las escuelas
oficiales".
, y por ello buscaron la creaci�n de las escuelas del clero, o de las
escuelas para grupos de extranjeros que tambi�n anhelaban una educaci�n
diferente.
La
paz porf�rica permiti�, en los inicios del siglo XX, el advenimiento de
muchos grupos de religiosos y religiosas que abrir�an las puertas de sus
escuelas para convertirse en las escuelas particulares de mayor prestigio
en el pa�s. Lasallistas, jesuitas, maristas, salesianos, Religiosas de
la Ense�anza, josefinas, Religiosas del Sagrado Coraz�n, Hermanas de la
Caridad del Verbo Encarnado, teresianas, ursulinas, Salesas, Esclavas
del Divino Pastor, entre otras. Un n�mero muy considerable de escuelas
confesionales se abrieron en muy poco tiempo. No existen datos precisos
sobre este punto ya que las escuelas no ten�an que manifestarse como religiosas
o no, y tampoco se hac�an encuestas peri�dicas y confiables. Sin embargo
se puede afirmar que hubo un aumento de la educaci�n privada a finales
del porfiriato de escuelas que demostraron tener un gran arraigo en la
poblaci�n.
La
Revoluci�n trajo consigo infinidad de cambios en las instituciones y en
la vida general del pa�s. Las escuelas particulares sufrieron pocos trastornos
en los primeros tres a�os del movimiento, ya que el r�gimen maderista
fue moderado en su trato con las instituciones educativas y no intervino
en el funcionamiento de las escuelas confesionales.
El
a�o de l9l4 marc� una fecha definitiva en cuanto a la vida de los colegios
particulares, fundamentalmente los cat�licos. Fue sin duda su a�o m�s
dif�cil durante la etapa revolucionaria. Diferentes facciones, algunas
anticlericales, acusaron a los religiosos, no sin raz�n, de apoyar al
r�gimen de Victoriano Huerta, por lo que intensificaron la persecuci�n
de sacerdotes y montaron una campa�a en contra de las escuelas que �stos
dirig�an; la lucha fue enconada, por lo que muchos planteles cerraron
durante algunos a�os o desaparecieron definitivamente. Hay quienes aseguran
que en ese a�o "todos los colegios sufrieron la clausura de sus actividades
a mano militar".
Cuando
la revoluci�n armada lleg� a su fin, el pa�s entr� en un per�odo de reconstrucci�n
que no ser�a f�cil. Al quedar Venustiano Carranza como jefe supremo de
la naci�n convoc� el l4 de septiembre de 1916 al Congreso Constituyente
donde present� un proyecto de Constituci�n que manten�a muchos de los
principios liberales de la anterior Carta Magna de 1857. El proyecto,
de tendencia conservadora, no agrad� a la mayor�a parlamentaria, a la
que pertenec�a el nuevo sector liberal triunfante en la lucha revolucionaria,
el cual m�s que un cambio en el aspecto de organizaci�n pol�tica, buscaba
una transformaci�n econ�mica y social.
En
materia de educaci�n, el proyecto carrancista proclamaba que la ense�anza
ser�a laica en establecimientos oficiales, y gratuita la primaria elemental
y superior impartida en ellos. Este
art�culo sosten�a el laicismo s�lo para las escuelas dependientes del
gobierno; las instituciones particulares quedaban en entera libertad de
acci�n y el Estado no ten�a derecho de intervenir en las pol�ticas educativas
de �stas. La redacci�n del art�culo educativo, tal y como lo propon�a
Carranza, favorec�a sin duda a los cat�licos y a sus escuelas, pues les
permit�a buenos espacios para su funcionamiento. Este era el texto de
dicho art�culo:
Habr� plena libertad de ense�anza, pero ser� laica la que se d� en
los establecimientos oficiales de educaci�n y gratuita la ense�anza
primaria y elemental que se imparta en los mismos establecimientos.
![[MCT 863]](../../imagenes/mcommnt.gif)
Sin
embargo, la iniciativa no fue aceptada por el Constituyente, que buscaba
un cambio sustancial sobre todo en lo relativo a cuestiones religiosas;
por consiguiente, opt� por el proyecto de la comisi�n encargada de la
redacci�n del art�culo tercero. Esta propuso extender el laicismo a las
escuelas particulares de educaci�n primaria, as� como prohibir a miembros
de asociaciones religiosas establecer, dirigir o impartir ense�anza en
los colegios. La nueva reglamentaci�n propuesta recog�a algunas de las
disposiciones ya puestas en pr�ctica en art�culos constitucionales previos
y en decretos estatales anteriores; con ella el Estado adquirir�a control
pol�tico e ideol�gico sobre la educaci�n al tiempo que limitaba la acci�n
del clero en la materia.
La
Constituci�n afect� jur�dica y pol�ticamente el destino de la Iglesia
al adjudicar al Estado el control educativo y de otras instancias tales
como el manejo del estado civil de las personas, la reglamentaci�n del
culto p�blico y la secularizaci�n de los hospitales y cementerios. El
Estado trataba a la Iglesia como una instituci�n pol�tica, y no daba validez
a su funci�n religiosa, lo que esta �ltima no estaba dispuesta a aceptar.
Ante el menoscabo de su acci�n participativa, la Iglesia como contendiente
por el poder se ali� a un grupo social integrado por cat�licos militantes,
pertenecientes a las esferas de profesionistas e intelectuales de las
clases media y alta y juntos lucharon por recuperar el poder y los privilegios
perdidos.
La
libertad de ense�anza entendida a la manera constitucionalista (educaci�n
laica), en torno de la cual se dieron las mayores disputas, fue la manera
como el Estado ejerci� "democr�ticamente" un fuerte control ideol�gico,
aniquilando a uno de los contendientes por el poder educativo. La orientaci�n
revolucionaria de la educaci�n deber�a impedir la penetraci�n de las ideas
religiosas. Los constituyentes pensaban que con el art�culo tercero destruir�an
a la escuela cat�lica, ese elemento tan importante para mantener vivo
el esp�ritu de la Iglesia. El texto que se vot� "se orient� hacia la destrucci�n
de aquello que los revolucionarios consideraron el instrumento privilegiado
de la Iglesia para el mantenimiento de su empresa sobre los esp�ritus:
la escuela cat�lica".
En estos t�rminos, el texto del art�culo educativo impedir�a al clero
tomar de nuevo la avanzada. El art�culo propuesto por los revolucionarios
qued� en los siguientes t�rminos:
La ense�anza es libre: pero ser� laica la que se de en los
establecimientos
oficiales de educaci�n, lo mismo que
la ense�anza primaria, elemental y superior, que
se imparta en establecimientos particulares.
Ninguna
corporaci�n religiosa, ni ministro de alg�n culto
podr�
establecer o dirigir escuelas de instrucci�n primaria.
Las
escuelas primarias particulares s�lo podr�n establecerse sujet�ndose
a la vigilancia
oficial.
En los establecimientos oficiales se impartir� gratuitamente la ense�anza
primaria. ![[MCT 865]](../../imagenes/mcommnt.gif)
La
Iglesia, jur�dicamente incapacitada para evitar esta decisi�n amparada
en conceptos supuestamente democr�ticos y legales, se encontr� ante una
situaci�n de subordinaci�n y desventaja a la que tuvo que enfrentar para
mantenerse vigente en el terreno educativo. Afortunadamente para la Iglesia,
el Estado dej� un reducto por donde pudo continuar su obra educativa.
El art�culo tercero no limit� la participaci�n de los miembros de sociedades
religiosas en su calidad de maestros. La �nica prohibici�n consisti� en
que corporaciones o ministros religiosos dirigieran o establecieran instituciones
educativas. Sin embargo, esto �ltimo pod�a ser solucionado mediante ingeniosas
maniobras, tales como crear sociedades de car�cter civil para acreditar
la procedencia de las �rdenes.
En
la Constituci�n de 1917 el Estado ratific� el compromiso de otorgar educaci�n
primaria a todos los ni�os mexicanos, y de esta forma refrend� su papel
como rector absoluto y proveedor de la educaci�n. Sin embargo, continuaba
abierta la posibilidad negociada de la existencia de escuelas particulares.
Las
protestas en contra del art�culo tercero fueron inmediatas. Se formaron
asociaciones y organismos que tuvieron como fin luchar por conseguir un
control ideol�gico que contrarrestara al del Estado. La literatura de
la �poca en contra del art�culo tercero es muy abundante. Intelectuales
cat�licos y conservadores se abocaron a la publicaci�n de numerosos ensayos,
art�culos y todo tipo de impresos para refutar la ilicitud del ordenamiento.
Con este fin se esgrimieron varios argumentos, desde los de car�cter legal
hasta los religiosos. Obviamente, los primeros en protestar fueron los
miembros del clero. 19 d�as despu�s de promulgada la Constituci�n, desde
el exilio, y a trav�s del arzobispo de M�xico, Jos� Mora y del R�o, y
de los obispos de Michoac�n, Durango, Sinaloa, Tulancingo, Campeche, Chiapas,
Yucat�n, Tamaulipas, Aguascalientes, Saltillo, Quer�taro, y Sonora manifestaron
su protesta "ante los pueblos civilizados de la tierra" y exhortaron a
la lucha por la libertad de la ense�anza primaria, secundaria y profesional.
Rechazaron la autoridad ilimitada del Estado en la educaci�n y consideraron
que su participaci�n deb�a restringirse a comprobar la suficiencia y eficiencia
de los maestros, sin atacar las creencias religiosas.
La
organizaci�n m�s importante que se constituy� con el fin de impugnar el
art�culo 3�. fue la Uni�n Nacional de Padres de Familia, que reconoc�a
"obediencia absoluta a las autoridades eclesi�sticas", con quienes mantuvo
ligas muy estrechas aunque no manifiestas; posteriormente defender�a una
postura mucho m�s radical que aqu�llas. La Uni�n se convertir�a entonces
en la abanderada de la defensa de los "derechos" de los colegios particulares,
sobre todo de los cat�licos.
El
�nico medio con que contaban los cat�licos para mantener su lugar dentro
de la educaci�n nacional y para luchar en contra del laicismo oficial
eran las escuelas particulares, donde pod�an continuar con un proselitismo
constante en materia religiosa; por ello no cedieron en sus demandas,
aun a pesar de los constantes embates que recibieron.
En
la pr�ctica el art�culo tercero no se aplic� a la letra, ya que hubo tolerancia
hacia las escuelas confesionales, tanto en el gobierno de Venustiano Carranza
como en el de Adolfo de la Huerta y a�n con Alvaro Obreg�n. No obstante
era sabido que en cualquier momento pod�a ponerse en pr�ctica.
Por
ello, continuaron las protestas y las organizaciones reivindicadoras de
la "libertad de ense�anza" fueron haci�ndose cada d�a m�s fuertes . Una
de las m�s constantes fue la Liga de Estudiantes Cat�licos (fundada en
l9ll), y que posteriormente ser�a parte de la Asociaci�n Cat�lica de la
Juventud Mexicana (ACJM). Esta organizaci�n surgi� como reacci�n al "estado
de relajamiento social resultante de la exclusi�n de Dios de las leyes",
que hab�a propiciado el positivismo; el fin de la asociaci�n "no es otro
que la coordinaci�n de las fuerzas vivas de la juventud cat�lica mexicana,
para restaurar el orden social cristiano en M�xico".
Para l9l9 la ACJM asumi� la tarea de organizar a todos los habitantes
del pa�s "para que protestaran hasta alcanzar la derogaci�n de los art�culos
3o. y l30 de la Constituci�n".
Los
gobiernos postrevolucionarios fueron condescendientes con el funcionamiento
de las escuelas particulares, aun con las confesionales. Jos� Vasconcelos,
secretario de Educaci�n del presidente Alvaro Obreg�n, apoy� la creaci�n
de todo tipo de colegios sin importar su credo. Para el Secretario, la
competencia entre las escuelas p�blicas y privadas deb�a establecerse
en el terreno de la calidad y no en el contenido ideol�gico; consideraba
que, debido a las precarias condiciones econ�micas del pa�s, no se pod�an
despreciar los pocos recursos disponibles.
Obreg�n,
m�s radical, se apeg� a los principios constitucionales; sin embargo,
no deseaba crear un conflicto directo con la Iglesia, por lo que no ejerci�
ninguna presi�n efectiva para que la Constituci�n fuera obedecida en este
respecto; as� evit� reavivar los problemas apenas superados. Uno de los
pasos de Obreg�n hacia la consecuci�n de la unidad educativa, fue su asentimiento
para la creaci�n de la Secretar�a de Educaci�n P�blica en 1921, con la
cual la educaci�n cristalizar�a algunos de los ideales revolucionarios
y se convertir�a, con suerte, en v�nculo de unidad nacional, la cual,
en las condiciones en que se encontraba el pa�s, era pr�cticamente imposible.
De ah� que se permitiera la coexistencia de un sistema escolar p�blico
y otro privado. Obreg�n
afirmaba no ignorar la existencia de la escuela cat�lica, "cuya misi�n
es inculcar ideolog�as anti-gobiernistas y anti-revolucionarias", pero
a su vez coincid�a con Vasconcelos en considerar la incapacidad econ�mica
del Estado para dar soluci�n a toda la demanda educativa, "por lo que
era mejor proporcionar alguna educaci�n - aunque sectaria -, que ninguna".
Los
establecimientos confesionales no estaban dispuestos a claudicar en sus
esfuerzos catequizadores, por lo que �nicamente modificaron su apariencia
externa. Para ello, la mayor�a tom� precauciones con el fin de evitar
molestias por las autoridades; eliminaron de las aulas im�genes, catecismos,
libros y medallas; los religiosos cambiaron el aspecto exterior de su
vestimenta, y el nombre de sus establecimientos.
En
la actuaci�n de las autoridades educativas se observ� en general, un esp�ritu
de moderaci�n y objetividad frente al problema, lo que hizo posible una
coexistencia pac�fica de �stas con los colegios que, a�n contraviniendo
la ley, siguieron funcionando. En general, las escuelas confesionales
reabrieron sus puertas y pudieron crecer, aunque no siempre en sus mismos
locales.
La
postura pasiva del Estado no satisfizo las ambiciones de la Iglesia, que
no se resign� a ver limitada su influencia en el campo educativo; su posici�n
se hizo m�s beligerante d�a a d�a, con lo que demostraba que estaba dispuesta
a recuperar el terreno perdido ante el Estado.
La
Iglesia sum� sus fuerzas y fortaleci� sus agrupaciones. Entre las m�s
interesadas por obtener reivindicaciones educativas destac� la Uni�n Popular
de Jalisco (1924), con su objetivo principal de luchar contra el laicismo.
En l926 el padre Bernardo Bergoend, de origen franc�s y fundador de la
Asociaci�n Cat�lica de la Juventud Mexicana, propuso la creaci�n de la
Liga C�vica de la Defensa Religiosa, grupo que incorpor� en sus filas
a un gran n�mero de organizaciones cat�licas durante la guerra cristera.
Esta organizaci�n, que no tendr�a las caracter�sticas de un partido pol�tico,
defender�a "los derechos reconocidos universalmente a la Iglesia y la
libertad de ense�anza negada en el art�culo 3o. Constitucional". El discurso
constante de las organizaciones cat�licas hizo ver a la educaci�n p�blica
como una instituci�n intr�nsecamente perversa, cuyo objetivo no era otro
que deformar las conciencias de la ni�ez.
El
conflicto educativo entre Iglesia y Estado durante el periodo del presidente
Plutarco El�as Calles de hecho se fragment� en tiempos y demandas distintas,
aunque la Iglesia lo define como uno solo. Durante m�s de una d�cada se
habl� de persecuci�n, se palp� el endurecimiento en la exigencia del cumplimiento
constitucional de educaci�n laica, y se legisl� abundantemente en torno
a la reglamentaci�n del art�culo educativo.
Sin
duda, este enfrentamiento se vincul� tambi�n a una crisis pol�tica. Una
forma de obtener mayor control era a trav�s de la escuela. La educaci�n
en el proyecto callista ten�a un objetivo bien definido: coadyuvar al
progreso y desarrollo econ�mico. La idea que subyac�a a todo este entramado
se cimentaba en la modernizaci�n que no era compatible con las ideas tradicionalistas
de la Iglesia. Por ello, la educaci�n p�blica intent� violentamente trasmitir
a los ni�os lealtades nuevas o simplemente distintas de las que alimentaba
la religi�n cat�lica. La guerra cristera y las m�ltiples trabas impuestas
a la educaci�n particular crearon un clima de persecuci�n que dur� por
varios a�os. Fue la etapa de clandestinidad para las escuelas particulares.
Las
nuevas leyes callistas que limitaron a�n m�s la acci�n de las escuelas
particulares y amenazaba con hacer, ahora s�, efectiva la ley. Los efectos
de estas leyes en el �mbito escolar fueron serios. La jerarqu�a impuso
prohibiciones a los padres de familia para que enviaran a sus hijos a
establecimientos laicos. Muchas escuelas cerraron, sobre todo en regiones
donde el problema fue m�s agudo como en Jalisco, Michoac�n y Guanajuato.
Las estad�sticas de esos a�os se�alan una disminuci�n de planteles particulares
contra los cuales se desat� una verdadera persecuci�n, mismo que sufrieron
una gran deserci�n escolar. Los maestros religiosos vivieron a�os de constante
sobresalto, Las visitas de inspectores oficiales fueron cada vez m�s frecuentes
y efectivamente sufrieron arrestos y clausuras. Un cronista llega a decir
que en julio de 1926 se cerraron todos los colegios cat�licos en la ciudad
de M�xico, lo que da idea del impacto de estas medidas en la educaci�n
particular.
En
los a�os del maximato (1928 - 1934) las ideas socialistas cundieron entre
varios sectores. El tema educativo sigui� siendo motivo de gran efervescencia
ideol�gica y la idea de implantar un socialismo educativo se top� con
un grupo contestatario que luchar�a denodadamente en contra de esta disposici�n
que finalmente se formaliz� modificando el art�culo 3�. en 1934, mismo
que implant� la educaci�n socialista. . Otro problema de igual magnitud
fue la idea de ofrecer un curso de educaci�n sexual en las escuelas, idea
que enoj� sobre todo a padres de familia que la consideraban "innecesaria
y peligrosa", y cuestionaron la capacidad del Estado para impartirla.
El asunto lleg� a tales extremos que provoc� la renuncia del Secretario
de Educaci�n, Narciso Bassols. Tanto el socialismo educativo como la educaci�n
sexual se entendieron como acciones del gobierno para terminar con la
tradici�n, con la Iglesia cat�lica y con el derecho de educar de los padres
de familia. Este proceso tuvo implicaciones sociales y religiosas que
conmovieron profundamente la vida, tanto de las escuelas particulares,
como del �mbito cotidiano.
La
postura de los cat�licos fue la de no ceder ante las presiones del Estado,
por lo que aun en los a�os de la persecuci�n m�s terrible abrieron grupos
que trabajaron sin autorizaci�n legal. Estos grupos fueron c�lulas educativas
que continuaron con su tradici�n religiosa y se negaron a poner en pr�ctica
los programas y principios socialistas. Recibieron varios nombres como
"grupos escolares clandestinos", "escuelas hogar", "centros hogar" y "operaci�n
escuela". Seg�n un c�lculo de la �poca en 1935 unos 25 000 ni�os del Distrito
Federal recibieron educaci�n en estos grupos.
A
partir de 1938 - 40 se inici� una etapa de reconciliaci�n que favoreci�
al sistema privado de educaci�n; en estos a�os se inici� el per�odo que
se conoce como de "unidad nacional". La Iglesia prefiri� mantener buenas
relaciones y aceptar los logros que hasta entonces hab�a obtenido, en
lugar de sostener una lucha desgastante y est�ril. No as� la Uni�n Nacional
de Padres de Familia, m�s radical o menos pol�tica que la misma Iglesia,
quien mantuvo una posici�n combativa en todo momento y que enfoc� todas
sus bater�as para lograr la modificaci�n del art�culo 3�., misma que se
logr� en diciembre de 1946, y cuya redacci�n est� vigente hasta la fecha.
El
crecimiento de la poblaci�n escolar rebas� para entonces la posibilidad
estatal de cubrir la demanda educativa. Por ello, era l�gico que el Estado
impulsara el funcionamiento de las escuelas sostenidas por particulares,
las cuales proliferaron en las grandes ciudades. La iniciativa privada
accedi� a cooperar con la educaci�n siempre y cuando se llegara a un acuerdo
con los grupos religiosos y se respetara el derecho de los padres de familia
para elegir el tipo de educaci�n que recibir�an sus hijos.
Hacia
finales de la d�cada de los sesenta el Estado era ya la fuerza hegem�nica
en la educaci�n tras otro "pacto"no expl�cito con las instituciones educativas
y la Iglesia. El presidente Adolfo L�pez Mateos en 1958 anuncio la puesta
en marcha de una reforma escolar que culminar�a con lo que se conoce como
"Plan de once a�os", primer esfuerzo de planificaci�n educativa en M�xico
para incorporar a todos los ni�os mexicanos a la escuela. El punto culminante
de este Plan fue la idea de editar y distribuir libros de texto para todos
los ni�os de la primaria, con el objeto de hacerla m�s democr�tica y que
fuera efectivamente gratuita. El texto gratuito se convirti� en obligatorio,
y la discusi�n que esto provoc� alcanz� niveles alarmantes, sobre todo
en las escuelas particulares.
La
Uni�n Nacional de Padres de Familia encabez� la oposici�n a esta iniciativa,
a la que se unieron otros grupos afines. Los particulares no lograron
alterar las posturas y decisiones gubernamentales al respecto, ya que
el Estado mexicano logr� imponer su uso obligatorio, mediante una posici�n
de tolerancia con los particulares, de manera que fue posible el que se
le utilizara como texto complementario. en las escuelas particulares,
muchas de las cuales lo ten�an pero no lo utilizaban.
Los
cambios que se dieron en la Iglesia postconciliar tuvieron importantes
repercusiones en el campo de la educaci�n cat�lica, al abrirse a posiciones
m�s democr�ticas. La Iglesia reafirmaba su misi�n espec�fica de promover
la educaci�n cristiana entre todos sus fieles. Consideraba su "incuestionable
derecho de abrir escuelas precisamente en cuanto que es servidora de todos
los hombres".
En
efecto, algunos sectores de la Iglesia como los jesuitas, siguieron considerando
prioritaria a la escuela, pero no como hab�a funcionado hasta entonces.
Se manifest� la necesidad de una "renovaci�n total y profunda" para dejar
de "perpetuar y consolidar estructuras injustas". Se pretend�a por el
contrario, que la educaci�n cat�lica fuera uno de los mejores medios para
transformarlas. Esto llev� a un cuestionamiento muy serio sobre la funci�n
de las escuelas confesionales, y del papel que estas jugaban como reproductoras
de un sistema social injusto.
Los
a�os que van desde la parici�n de los libros de texto gratuito hasta su
reforma en 1973 coinciden con el periodo conocido como del "desarrollo
estabilizador" caracterizado por un acelerado crecimiento de la econom�a,
baja inflaci�n y una gran estabilidad econ�mica, bas�ndose en los sectores
agropecuario, industrial y tur�stico. El presidente Gustavo D�az Ordaz
enfrent� los problemas provocados por la pol�tica del "palo y la torta"
la cual ven�a ejerciendo la represi�n institucionalizada que desemboc�
en el penoso movimiento estudiantil del 68. El sistema educativo era uno
de los m�s deteriorados al final del movimiento. La reforma educativa
fue, una de las demandas que se hicieron al gobierno, misma que puso en
pr�ctica Luis Echeverr�a entre cuyas objetivos estaba el de trasformar
la econom�a, las artes y la cultura a trav�s de la modernizaci�n de las
mentalidades. En 1973 se expidi� la Ley Federal de Educaci�n que en su
art�culo quinto estipulaba que el Estado conservaba el derecho de autorizar
a los particulares la facultad de impartir educaci�n; para este momento
ya no hubo impugnaciones de la Iglesia, sino m�s bien alababa los esfuerzos
de las autoridades educativas de los �ltimos a�os. Aunque la Iglesia sigui�
considerando prioritaria a la escuela, manifest� la necesidad de una "renovaci�n
total y profunda" que hiciera posible una sociedad menos desigual.
Como
resultado de la reforma educativa, en l973 vieron la luz nuevas versiones
del libro de texto gratuito que volvieron a suscitar el debate. Esta vez
no se cuestion� su existencia. El tenor de la discusi�n se centr� en los
contenidos de algunos vol�menes de ciencias sociales y ciencias naturales.
Lo que preocup� en gran medida a la UNPF y a los padres de familia fueron
algunas posturas que conten�an "una ideolog�a tendenciosa, socializante...
tendiente a desembocar en un comunismo ateo". En cuanto a la educaci�n
sexual se manifestaron en contra de que el sexo se viera �nicamente a
trav�s del prisma biol�gico y no se considerara el aspecto moral.
En la praxis el Episcopado consider� m�s importante realizar una labor
callada m�s efectiva y realiz� dos jornadas de educaci�n sexual, que finalmente
no impactaron en los textos.
La
etapa que va hasta finales de los ochenta es una �poca de relativa calma
y consolidaci�n de otro tipo particular de escuelas. Desde fines del siglo
XIX se fundaron algunas escuelas para extranjeros como el Colegio Americano
en 1888, Colegio Alem�n en 1892 y hacia mediados del siglo XX otros como
el Liceo Franco Mexicano, El Colegio Israelita, los espa�oles fundados
a ra�z de la Guerra Civil Espa�ola como el Luis Vives, el colegio Madrid
y m�s recientemente el Liceo Mexicano Japon�s, y el Lancaster School.
Cada
una de estas instituciones tiene caracter�sticas propias y cada una de
ellas es digna de una historia. Ciertamente tienen en com�n caracter�sticas
similares: la mayor�a de estos colegios se crearon con la intenci�n de
perpetuar valores de la comunidad que representan, a la vez que de aglutinar
a la comunidad en torno de un grupo con una lengua y objetivos propios.
El contenido de cada colegio se apega estrictamente, y en ocasiones sobrepasa,
a las exigencias de las instituciones educativas mexicanas. La disciplina
tambi�n puede ser similar. No obstante, cada una transmite a sus alumnos
una concepci�n propia de la vida.
Algunos
de ellos como el Colegio Americano tuvo una influencia decisiva en la
educaci�n particular mexicana a partir de la d�cada de los treinta en
que se formaron un gran n�mero de escuelas "americanas" y biling�es en
el pa�s. Ante la demanda escolar de escuelas biling�es, egresados del
colegio o antiguos profesores decidieron abrir escuelas, haciendo hincapi�
en el idioma extranjero y poniendo en pr�ctica los programas de Estados
Unidos. Sus colegiaturas son de las m�s altas del pa�s y educan a sectores
privilegiados de la sociedad.
La
mayor�a de estas escuelas se declaran instituciones no lucrativas, laicas
y mixtas. En general, su metodolog�a tiene fundamentos similares. Siguen
los dos programas de estudios, el de espa�ol y el de ingl�s, utilizan
libros de texto en espa�ol complementarios de los libros de texto gratuitos,
y para el ingl�s emplean textos importados de Estados Unidos que son cambiados
peri�dicamente de acuerdo con la evoluci�n de los programas de ese pa�s
- entre tres y cinco a�os -. En algunos casos pertenecen a organizaciones
educativas estadounidenses que los gu�an, como el Departamento de la Escuelas
del Estado de Texas o tienen nexos con las escuelas p�blicas de Carmel,
California o la Universidad de Alabama.
Uno
de los primeros planteles creados por refugiados espa�oles fue el Instituto
Hispano-Mexicano, Juan Ruiz de Alarc�n (1939), que se cre� con fondos
mexicanos proporcionados por el gobierno de L�zaro C�rdenas y fue un caso
excepcional en que el Estado ayud� a un colegio particular. Otros colegios
espa�oles de larga vida son el Instituto Luis Vives, y el Colegio Madrid
en la ciudad de M�xico, pero tambi�n existieron otros en C�rdoba, Ver.,
Tampico, Tamps., Torre�n, Coah., que tambi�n abrieron gracias a la colaboraci�n
de diferentes organismos de ayuda a los refugiados. Los emigrados espa�oles
estuvieron orgullosos de sus instituciones educativas. Sin embargo, las
primera generaciones egresadas de esas escuelas entraron en conflictos
internos "la de estar y no estar, la de ser y no ser mexicanos: la de
ser y no ser espa�oles" . Con el paso de los a�os se fueron asimilando
sin problema, sobre todo al convivir con los mexicanos que tambi�n ingresaron
a esas escuelas atra�dos por su sistema liberal y su alto rango acad�mico.
En
1927 se fund� el Colegio Israelita de M�xico con un programa que hac�a
hincapi� en el idioma y la literatura idish, adem�s del de la SEP. Fue
la primera instituci�n educativa de la comunidad ashkenz� que impart�a
cursos en idish, hebreo e ingl�s. El Colegio Hebreo Tarbut fue fundado
en 1942 por la Organizaci�n Sionista de M�xico, que no comulgaba con las
ideas de los fundadores del Israelita. A ra�z de la Segunda Guerra Mundial
y del holocausto se fundaron otros colegios: la Escuela Israelita Yavn�,
el Colegio Hebreo Monte Sina�, el Instituto Albert Einstein, el Taller
Educativo Montessori Beit Hevaladin y el Centro Educativo Maguen David
que muestran la pluralidad de posturas de este pueblo. Debido a su cultura
y creencias religiosas hacia dentro de su comunidad es dif�cil creer que
sus alumnos se integren a la sociedad donde residen. En general la comunidad
jud�a env�a a sus hijos a realizar estudios superiores, a Israel, Europa
o los Estados Unidos.
Existen
tambi�n escuelas para sectas protestantes como los mormones y una gran
variedad de otras que muestran modelos particulares muy espec�ficos como
las Montessori, las activas, etc�tera.
La
educaci�n privada o particular es un conjunto heterog�neo de escuelas,
que comparadas con el total nacional, nunca m�s del 10% del total, han
ejercido una influencia considerable sobre todo en la formaci�n de ciertos
sectores sociales. Esto se hizo patente en la labor desempe�ada por la
escuela cat�lica que sin duda logr�, cuando menos hasta la d�cada de los
setenta, mantener a trav�s de sus colegio la cultura, la tradici�n y los
valores de la Iglesia cat�lica.
Enclavadas
en un sistema impuesto por el Estado, su gran diferencia fue la posibilidad
de desempe�arse con bastante autonom�a en sus principios, valores, m�todos
y funcionamiento, sobre todo en cuanto a la ense�anza de la religi�n a
pesar de la legislaci�n adversa y las constantes restricciones impuestas.
Encontramos en ellas caracter�sticas particulares motivadas por diversos
factores, sobre todo de �ndole econ�mica e ideol�gica que les adjudicaron
ciertas ventajas si las comparamos con los planteles pertenecientes al
sistema oficial. Las escuelas privadas se distinguieron, sobre todo las
dirigidas a los sectores econ�micos privilegiados, por desarrollar m�todos
educativos aut�nomos, en ocasiones comunes a un grupo de ellas, en otras
enteramente propios.
Si
bien la educaci�n particular, tal y como se entiende en la actualidad,
ha sido un fen�meno constante y de desarrollo sostenido, no se puede afirmar
que sus condiciones no hayan variado.
A
la fecha encontramos otros grupos que retomaron el inter�s por transmitir
los mismos valores cristianos, que han vuelto sus ojos hacia la m�s tradicional
de las posturas cat�licas, y que han ocupado el lugar dejado por los institutos
religiosos en la educaci�n: los principales son los Legionarios de Cristo
y los del Opus Dei que se identifican con las posturas mas radicales de
la derecha cat�lica. Estos grupos se han dedicado a la captaci�n de los
sectores econ�micamente m�s poderosos, ligados a las esferas del poder,
para dirigir la educaci�n de sus hijos.
Los
�ltimos a�os son testigos de cambios importantes en la legislaci�n concerniente
a las relaciones Iglesia y Estado, que implican necesariamente una correspondencia
con la educaci�n privada confesional. El art�culo 3� constitucional, fuente
de la mayor parte de las discusiones en el debate educativo en el siglo
XX, fue modificado en 1992, en t�rminos de limar las inquietudes de los
grupos conservadores dando fin a la disputa por la educaci�n.
La
lucha, entre una visi�n unitaria que se justificaba en aras de lograr
la unidad nacional, lleg� a carecer de sentido ante la realidad del M�xico
actual, fragmentada y efervescente. El resultado ha sido una apertura
hacia grupos religiosos y culturales en la escena educativa nacional que
ya no se percibe como amenaza para el Estado, sino como signo de la necesaria
modernizaci�n de la sociedad mexicana y del nuevo modelo educativo y en
la que sin duda, los particulares han sido los grandes vencedores.
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