Engracia
Loyo B.
Colegió
de México
La creaci�n
de la escuela secundaria como un ciclo intermedio entre la primaria y
la preparatoria fue un proyecto largamente acariciado desde fines del
siglo XIX que no se vio realizado sino varias d�cadas m�s tarde, despu�s
de un largo y azaroso proceso. En 1925 se dividi� la Escuela Nacional
Preparatoria en dos ciclos independientes, uno que complementar�a la ense�anza
primaria superior y que realizaba el prop�sito de Justo Sierra de formar
al estudiante "para vivir �tilmente entre el grupo ilustrado de la naci�n".
El otro ciclo deber�a preparar al alumno para ingresar a la Universidad.
El establecimiento
de la secundaria obedeci� principalmente a la inquietud de los gobiernos
emanados de la Revoluci�n Mexicana por extender la educaci�n escolar y
darle un car�cter popular. Sin embargo, y aun cuando la escuela secundaria
se fragu� durante a�os, en su creaci�n influyeron tambi�n factores poco
acad�micos y vio la luz en medio de conflictos estudiantiles y pol�ticos
que condicionaron su orientaci�n inicial.
ANTECEDENTES.
A finales
del Porfiriato la educaci�n primaria estaba dividida en elemental, de
tres o cuatro a�os seg�n la entidad, y superior de dos a�os. Las autoridades
empleaban el t�rmino instrucci�n "secundaria" para referirse a cualquier
estudio posprimario ya fuera educaci�n t�cnica, normal, profesional o
la ense�anza impartida en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP).
La escuela
secundaria se desprendi� de la Preparatoria muy lentamente y despu�s de
que �sta sufri� innumerables cambios.
La ENP, creada en 1867 por Gabino Barreda con una orientaci�n netamente
positivista, ten�a como meta principal preparar al alumno para el ingreso
a las carreras profesionales. Educadores del Porfiriato, preocupados por
que el car�cter elitista de la instituci�n cerraba la puerta a muchos
estudiantes y les imped�a continuar sus estudios m�s all� de la primaria,
intentaron, en el Segundo Congreso de Instrucci�n en 1891, redefinir la
naturaleza y los objetivos de la ENP y buscar otra opci�n de educaci�n
posprimaria. Los congresistas no llegaron m�s lejos que reiterar el car�cter
educativo e integral de los estudios preparatorios y reconocerles un valor
propio que se certificar�an con un diploma, sin ligarlos necesariamente
a los profesionales. A partir del Congreso se extendi� el curriculum a
seis a�os y se determin� su uniformidad para todas las carreras y en toda
la Rep�blica, lo que en la pr�ctica no pas� de ser un mero deseo.
La definici�n
del car�cter de la Escuela Nacional Preparatoria continu� inquietando
por a�os a varios educadores. De ah� en adelante la instituci�n fue objeto
de varias reformas: su programa se hac�a m�s breve o se enriquec�a de
acuerdo con el criterio de las autoridades en turno o por la fuerza de
acontecimientos que sacud�an al pa�s y hac�an necesarios dichos cambios.
Durante el huertismo fue organizada como una escuela militar y adem�s
se intent� despojarla de su car�cter positivista y hacer su curriculum
m�s flexible, disminuyendo las ciencias naturales y las matem�ticas y
aumentando las materias human�sticas.
Jos� Vasconcelos
como director de la Preparatoria en el gobierno de Carranza de inmediato
restituy� a la instituci�n su car�cter civil. La Preparatoria continu�
con tendencias antipositivistas y sujeta a los cambios pol�ticos. Vasconcelos
fue destitu�do por sus simpat�as con el gobierno de la Convenci�n y Carranza
decidi� dejar a la instituci�n sin director. Sin embargo el secretario
de Instrucci�n, F�lix Palavicini, personalmente intent� modificar el curriculum
de la Preparatoria estableciendo materias electivas de acuerdo con el
destino profesional de los j�venes. Estos cambios no pasaron de ser meros
proyectos.
A principios
de 1916, Carranza logr� desligar la Preparatoria de la Universidad, con
la idea de que las universidades deber�an contar s�lo con escuelas universitarias.
Otro de
los cambios que trajo consigo el r�gimen carrancista fue la supresi�n
de la Secretar�a de Instrucci�n P�blica y Bellas Artes en 1917 que puso
a la Escuela Nacional Preparatoria en manos del gobierno municipal y despu�s
bajo la Direcci�n General de Educaci�n.
David Osuna,
a la cabeza de dicha Direcci�n, y un grupo de colaboradores, entre ellos
un destacado educador, Mois�s S�enz, emprendieron un minucioso estudio
comparativo de la ense�anza secundaria de M�xico con la de otros paises.
Osuna, (a cuya labor no se le ha prestado suficiente atenci�n), se�al�
sus debilidades: el abismo que la separaba del ciclo primario, su limitado
car�cter educativo y las deficiencias de sus contenidos y metodolog�a
que hac�an los estudios inapropiados para los adolescentes y eran causa
de alarmantes �ndices de deserci�n y reprobaci�n.
Osuna suger�a que "haciendo una transacci�n deber�a dejarse el t�rmino
preparatoria para distinguir la preparaci�n para las carreras, y la secundaria,
que comprendiera los primeros a�os, como preparaci�n general para la vida".
Osuna y
sus colegas intentaron establecer escuelas secundarias con un curriculum
de tres a�os para evitar que la ense�anza media se concentrara �nicamente
en la Escuela Nacional Preparatoria. El proyecto no se realiz� pero Mois�s
S�enz, al frente de la instituci�n en 1918, trat� de hacerla accesible
a un mayor n�mero de estudiantes por medio de cursos optativos y salidas
laterales. Aument� las materias de car�cter pr�ctico, introdujo innovaciones
pedag�gicas y busc� incrementar la participaci�n de los alumnos. Seg�n
sus cr�ticos la escuela "qued� afligida de normalismo".
El rechazo de los preparatorianos y en general de la comunidad universitaria
a estas medidas ocasion� un conflicto que se prolong� hasta finales del
r�gimen carrancista. La
Escuela Nacional Preparatoria tambi�n fue escenario de varios disturbios
por la inconformidad de los estudiantes con la supresi�n de la matr�cula
gratuita y el anuncio de que se adelantar�an las vacaciones de verano.
La Escuela, sita en el viejo San Ildefonso, se iba convirtiendo en un
polvor�n. Ante la creciente rebeld�a de los estudiantes y como respuesta
a lo que se consideraba la imposici�n del pragmatismo proyanqui de S�enz
y Osuna, la Universidad Nacional cre� su propia preparatoria libre con
sede en la Escuela de Altos Estudios.
LOS PRIMEROS
PASOS
En 1920
M�xico parec�a entrar en un per�odo de paz. Los sonorenses que se sucedieron
en la presidencia durante casi diez a�os compartieron metas y estrategias.
Consideraban a la educaci�n popular como uno de los elementos indispensables
para reconstruir al pa�s, integrar una naci�n, disminuir desigualdades
y fortalecer al Estado. Si bien su objetivo era la extensi�n de la educaci�n
primaria, en especial en las areas rurales, las autoridades tambi�n se
preocuparon por que las opciones educativas fueran m�s all� de la ense�anza
b�sica. La reforma de la Preparatoria continuaba siendo inminente.
Cuando Jos�
Vasconcelos asumi� la rector�a de la Universidad Nacional en 1920, durante
el gobierno interino de Adolfo de la Huerta, encontr� una preparatoria
debilitada por la indefinici�n y las continuas alteraciones a los programas.
En octubre de ese a�o el rector puso en marcha un nuevo plan de estudios
"para vincular vida intelectual y trabajo, dar flexibilidad a la instituci�n
y promover el desarrollo arm�nico del individuo".
Pese a
estas medidas, los disturbios, que Vasconcelos atribu�a a la indisciplina,
eran frecuentes. Seg�n Claude Fell, el intelectual cerraba los ojos a
causas como
el
reclutamiento an�rquico, la falta de preparaci�n de los profesores, la
afluencia de alumnos provenientes de las clases medias y populares que
buscan m�s una capacitaci�n profesional que una formaci�n enciclop�dica
y cl�sica y la inconformidad de los estudiantes con un curriculum que
los alejaba de la realidad social.
La
elecci�n de Vicente Lombardo Toledano como director calm� los �nimos temporalmente
ya que era maestro de la Preparatoria, de la Universidad, de la Escuela
de Altos Estudios y ten�a estrechos nexos con intelectuales y obreros.
Lombardo buscaba unificar la ense�anza preparatoria y continuar la obra
de apertura de Vasconcelos. Anhelaba, en sus propias palabras, "dar a
los educandos el conocimiento de actividades que los unan con los obreros...
borrando el concepto de jerarqu�a en las distintas labores sociales".
Pero el director tom� su propio camino, convoc� un Congreso de Escuelas
Preparatorias una vez que Vasconcelos asumi� el cargo de secretario de
la reci�n creada Secretar�a de Educaci�n, y formul� un nuevo plan de estudios.
S�lo unos
meses despu�s, el subsecretario Bernardo Gast�lum present� al Consejo
Universitario un plan que divid�a a la Preparatoria en ense�anza secundaria
como ampliaci�n de la primaria y que se desarrollar�a en tres a�os, y
preparatoria, que deber�a capacitar para el estudio de las carreras universitarias.
Los directores de ambos ciclos depender�an de la Universidad Nacional.
La escuela secundaria ocupar�a los edificios de San Pedro y San Pablo
y el de San Gregorio, y la Nacional Preparatoria seguir�a alojada en el
viejo edificio de San Ildefonso. Estas disposiciones deber�an entrar en
vigor en 1924.
La opini�n
p�blica se manifest� en contra de lo que llam� "man�a" de "reorganizar"
continuamente la Preparatoria sin dar oportunidad de poner en pr�ctica
los planes.
Un motivo
insignificante, detonante de la tensi�n en que viv�an la Secretar�a de
Educaci�n P�blica y la Preparatoria, desencaden� un conflicto de graves
consecuencias y pospuso las reformas. La reacci�n desmesurada y autoritaria
de Vasconcelos frente a un acto intrascendente de desobediencia estudiantil
cobr� proporciones alarmantes. El cese de Lombardo de la direcci�n de
la Preparatoria y otras acciones represivas trajeron renuncias y despidos
en serie, que a su vez provocaron des�rdenes, huelgas, pleitos y enfrentamientos
y dejaron como saldo varios heridos. La opini�n p�blica y hasta las mismas
autoridades interpretaron estos esc�ndalos como desahogos de "pasiones
pol�ticas o partidistas" y aseguraron que los j�venes preparatorianos
eran manipulados por los enemigos de la Secretar�a de Educaci�n para "originar
estos acontecimientos y esconderse las manos".
El desafortunado
episodio gan� a Vasconcelos la enemistad de los preparatorianos. Con la
designaci�n de nuevas autoridades en la Preparatoria y en la Universidad,
el conflicto estuvo a punto de adquirir dimensiones catastr�ficas e hizo
necesaria la intervenci�n del presidente Alvaro Obreg�n.
Como resultado,
se cancelaron las matr�culas de la Preparatoria y se abrieron nuevas inscripciones
para quienes desearan sujetarse "a las disposiciones disciplinarias dictadas
por la superioridad". La solicitud de inscripci�n deber�a ir firmada por
los padres o tutores.
La Preparatoria volvi� a abrir sus puertas "protegida" por fuerzas de
la gendarmer�a "para hacer guardar el orden".
Vasconcelos
public� un nuevo plan que reafirmaba la divisi�n de la Preparatoria en
dos ciclos: La secundaria para todos los alumnos y la preparatoria para
quienes desearan ingresar a la universidad. Su renuncia unos meses despu�s
dej� el proyecto en manos del gobierno sucesor.
Uno de los
resultados de este conflicto fueron las r�gidas medidas impuestas a la
escuela secundaria desde su nacimiento, que obligaron a los estudiantes
a educarse en un ambiente hostil, sometidos y tratados como enemigos potenciales
del r�gimen.
LA REALIZACI�N
DEL PROYECTO.
El siguiente
gobierno, el de Plutarco El�as Calles, (1924-1928) separ� definitivamente
la secundaria de la Preparatoria y de la Universidad. El sistema de escuelas
secundarias comenz� a funcionar mediante dos decretos presidenciales,
uno en agosto y otro en diciembre de 1925. Con el primero se crearon dos
planteles federales uno para varones y otro mixto, y en diciembre se puso
en marcha el ciclo "secundario" en la antigua Escuela Nacional Preparatoria.
Unos a�os despu�s, a principios de 1928, se estableci� una secundaria
especial para se�oritas, la n�mero seis, dentro de la Escuela Nacional
de Maestros, por la renuencia de los padres a mandar a sus hijas a escuelas
mixtas.
El nuevo
ciclo qued� bajo la vigilancia de un centro coordinador y t�cnico, la
Direcci�n de Ense�anza Secundaria creada en 1926, dependiente a su vez
de la Secretar�a de Educaci�n. Esta Direcci�n ten�a la responsabilidad
de fomentar la educaci�n secundaria federal, formular las normas de trabajo,
democratizar las escuelas, nacionalizar los programas de estudio y, fundamentalmente,
aumentar las oportunidades educativas para "todos los hijos del pa�s".
Un a�o
antes, durante el invierno de 1925 varios maestros, entre ellos Rafael
Ram�rez, hab�an asistido a un curso sobre ense�anza secundaria organizado
por el Instituto Internacional de Educaci�n del Teachers College de la
Universidad de Columbia. A su regreso emprendieron la reorganizaci�n de
la educaci�n secundaria. Ram�rez, un poco m�s adelante, agradeci� al rector
de la Universidad la contribuci�n de la educaci�n estadounidense al proyecto
educativo de M�xico, aunque aclaraba que el sistema de educaci�n secundaria
no era id�ntico al de Estados Unidos, pero s� se inspiraba en sus objetivos
y filosof�a.
Las autoridades
no ocultaron el doble prop�sito que los llev� a dividir la Escuela Nacional
Preparatoria: por un lado democratizar la ense�anza y, por otro, debilitar
a la instituci�n que provocaba dificultades y problemas muy serios de
control y de gobierno. Tambi�n argumentaban que la Nacional Preparatoria,
a pesar de los cambios, segu�a apegada al viejo molde positivista y no
respond�a ya "ni a la nueva situaci�n ni al nuevo concepto de equilibrio
social emanado de la Revoluci�n". Afirmaban que "hab�a terminado su misi�n
como centro instaurador de aspiraciones sociales y como reflejo del pensamiento
colectivo contempor�neo".
Los propulsores
del nuevo ciclo reiteraban que �ste ofrecer�a una opci�n "democr�tica"
a quienes, por alguna raz�n, no pod�an ingresar de inmediato a una carrera,
y diversas posibilidades y salidas flexibles hacia diferentes actividades.
Expresaban su confianza en que la secundaria fomentar�a la convivencia
entre j�venes de distintas clases sociales con intereses, h�bitos y capacidades
diferentes, lo que adem�s de beneficiar la formaci�n de su car�cter, redundar�a
en un acercamiento entre ellos.
Sin hacer
menci�n de los nuevos anexos de San Pedro y San Pablo, las autoridades
se�alaban que el antiguo plantel de San Ildefonso resultaba insuficiente
para los numerosos alumnos que se aglomeraban en un �nico local. Expresaban
la urgencia de separar a los estudiantes de los cursos secundarios, que
por su edad presentaban problemas relacionados con la adolescencia, y
proporcionar a todos suficientes salones, bibliotecas, campos de juego
y laboratorios.
El nuevo
ciclo deber�a ampliar y perfeccionar la ense�anza primaria superior, encauzar
la vocaci�n de los estudiantes, formarles un car�cter �tico y prepararlos
para cumplir sus deberes de ciudadanos y participar en la producci�n y
la distribuci�n de la riqueza.
Tambi�n inclu�a entre sus metas capacitar a los alumnos para el descanso
y la recreaci�n espirituales y f�sicas "tan necesarias para cultivar personalidades
independientes y libres".
Sin
embargo, los m�todos que se proyectaban contradec�an estos objetivos.
Las autoridades reiteradamente hicieron ver que la disciplina era una
meta prioritaria y que la secundaria ten�a como finalidad "desterrar los
graves vicios disciplinarios de la Escuela Nacional Preparatoria" y encontrar
f�rmulas para encauzar las energ�as juveniles "por senderos de orden y
trabajo". Los creadores del nuevo ciclo, alarmados por "los notorios desmanes
que aquellos alumnos comet�an tanto dentro de la escuela como fuera de
ella", confiaban que las actividades extraescolares y "el buen empleo
del tiempo libre" disminuir�an los des�rdenes. Los estudiantes deber�an
dedicar las ma�anas a las clases acad�micas y las tardes a trabajos de
taller o de �ndole vocacional. Para mantenerlos continuamente ocupados,
se les recetar�an como en los "high schools" del pa�s vecino, buenas dosis
de deportes, excursiones, y "clubes" literarios, musicales, de arte dram�tico,
de acci�n c�vica, social y escolar. (Como veremos m�s adelante, la pobreza
de los locales hizo que esto no fuera m�s que un deseo).
Esta constante
actividad organizada y vigilada deber�a impedir cualquier "asociaci�n
independiente" provocadora de "brotes indisciplinarios". Reforzada con
numerosas medidas represoras, daba como resultado un r�gimen casi policiaco:
supresi�n de alumnos irregulares; mecanismos administrativos y de control
que permitir�an localizar, "r�pida y seguramente", a todos los j�venes
en cualquier momento para "puntualizar responsabilidades y se�alar en
caso necesario las sanciones correspondientes"; registros actualizados
de notas de conducta, puntualidad y aplicaci�n; excesivas tareas diarias,
uso de la biblioteca como "un factor disciplinario". Las autoridades esperaban
as� evitar la contravenci�n a los reglamentos. Un sistema de puntos negativos
o positivos ser�a, a su manera de ver, una especie de capital moral y
aliciente para que los alumnos abandonaran malos h�bitos.
Si nada
de esto funcionaba, se recurrir�a a medidas dr�sticas como la expulsi�n.
Para no dejar dudas sobre la seriedad de estas disposiciones, diariamente
se enviaban a los hogares notas con los retardos, las faltas de asistencia
y dem�s detalles que seg�n el criterio oficial mantendr�an a los padres
informados y en contacto con la direcci�n de las escuelas. Este
estricto control contrastaba fuertemente con las normas de respeto a la
libertad, individualidad y creatividad del ni�o que deber�an orientar
a la escuela primaria, as� como con los m�todos de los pedagogos del porfiriato,
contrarios a la coerci�n, los castigos, los premios o listas de honor
y cualquier acto que pudiera exaltar demasiado o disminuir la autoestima
de los alumnos.
Sin embargo,
las escuelas estaban lejos de contar con buenas instalaciones que permitieran
las actividades complementaria. Las autoridades reconoc�an el p�simo estado
de los locales. Por ejemplo, admit�an que hubo que establecer las secundarias
n�meros uno y cinco en el edificio colonial de San Pedro y San Pablo,
antiguo alojamiento de fuerzas militares, y que por los desperfectos del
sitio tuvieron que cambiar a los estudiantes al viejo Seminario Conciliar.
Aceptaban que
salta
a la vista que el edificio de Regina es inadecuado para una escuela moderna
en la que son indispensables aulas amplias y bien acondicionadas salones
para talleres, laboratorios y bibliotecas, para dibujo y modelado: estanque
de nataci�n, campos deportivos, buenos servicios sanitarios.
Los otros
planteles no estaban en mejores condiciones y se alojaban tambi�n en vetustos
edificios. El estado de la escuela de Mascarones era calificado por la
Secretar�a de Educaci�n de "poco menos que ruinoso" y su ubicaci�n de
"inconveniente". La secundaria n�mero cinco nocturna, para obreros y empleados,
se aloj� en el local de la ENP y trabaj� con equipo y �tiles de la Secundaria
n�mero uno.
Seg�n informes
oficiales, el mobiliario de todas las escuelas era insuficiente y defectuoso,
no hab�a mesabancos apropiados, pocas pose�an bibliotecas, talleres o
laboratorios. Los educadores tambi�n lamentaban que a pesar del aspecto
"relativamente halagador" que presentaba la educaci�n f�sica, los locales
carec�an de gimnasios, campos de deporte apropiados, albercas y ba�os.
La �nica excepci�n era la escuela de San Jacinto, en Tacuba, que ten�a
un edificio constru�do exprofeso, adem�s de otro adaptado para albergar
a 1584 alumnos (mujeres y varones). Esta escuela estaba rodeada de varios
patios y jardines, contaba con anexos, museo, campos deportivos y hasta
un tanque de nataci�n, aunque s�lo ten�a 3 regaderas.
No obstante
las carencias de la mayor�a de las escuelas, las voces oficiales con gran
optimismo afirmaban que, a pesar de todo, la ense�anza secundaria se hab�a
"abierto paso de una vez por todas en el coraz�n del pueblo".
Conseguir
maestros capacitados para ense�ar en el nuevo ciclo fue otro problema.
En un principio las secundarias uno y dos fueron atendidas por profesores
de la ENP y la Escuela Nacional de Maestros, mientras que la tres y la
cuatro contaron con profesorado propio reclutado entre maestros normalistas
y profesionistas. Las autoridades se ufanaban de que la planta de maestros
de las secundarias estaba formada por profesionistas diversos (83) adem�s
de m�dicos(24), abogados(18),ingenieros (81) y maestros normalistas "distinguidos"
(123). Pero al mismo tiempo confesaban que 102 de los 431 profesores carec�an
de t�tulo profesional. Seg�n informes oficiales, se exig�a a los maestros
que llevaran cursos especiales sobre educaci�n, sobre t�cnica de ense�anza
y sobre su materia. Aunque se intentaba que fueran profesores de tiempo
completo y no de asignatura, para 1928 s�lo 28 eran de planta.
Los programas
de estudio eran semejantes a los del ciclo secundario de la Escuela Nacional
Preparatoria y las materias estaban graduadas de menor a mayor dificultad
y, en lenguaje oficial,"de precedencia l�gica de una materia a otra".
La vida escolar era muy activa: las organizaciones estudiantiles (la secundaria
n�mero uno ten�a 20) y los "teams" deportivos (la n�mero 3 ten�a 73),
realizaban frecuentes asambleas y juegos de concurso (la secundaria n�mero
2 organiz� 302 en 1928). Las visitas a museos y a f�bricas, las excursiones,
las fiestas, y las reuniones sociales de alumnos y profesores eran parte
importante del quehacer cotidiano.
Otras actividades importantes dentro de las escuelas eran los reconocimientos
m�dicos y f�sicos de los j�venes.
Los alumnos
de la secundaria deber�an de pagar la misma cuota que reg�a en la ENP,
$ 30 anuales, que estaba destinada a la adquisici�n de material para las
instituciones, pero las autoridades aseguraban que de los 5521 alumnos
inscritos en 1928, 2258 estaban exentos de pago.
A�n cuando
la inscripci�n en las secundarias aument� con rapidez, �stas fueron insuficientes
para responder a la demanda. La Secretar�a de Educaci�n informaba que
en 1925 se hab�a recibido al 35% de los egresados de las escuelas primarias
del DF y en 1928 el porcentaje hab�a aumentado a 46% Sin embargo el siguiente
a�o 3,478 alumnos quedaron fuera de las secundarias de la capital.
En 1928
exist�an en el DF seis escuelas secundarias: la n�mero 1, ubicada en el
exSeminario, en la calle de Regina; la n�mero 2, en el edificio de Santo
Tom�s, anexa a la Escuela Nacional de Maestros; la n�mero tres, en la
calle de Marsella; la n�mero cuatro en el antiguo edificio de Mascarones;
la n�mero cinco, nocturna, en el edificio de la antigua Escuela Nacional
Preparatoria y la n�mero seis, especial para se�oritas.
Hab�a, adem�s, 3 escuelas secundarias en los estados y 15 escuelas privadas,
diez en la capital y cinco en las entidades. La matr�cula en todas ellas
hab�a crecido de 800 a 5521 alumnos, de los cuales 1492 eran mujeres y
menos de la mitad (2381) eran alumnos regulares, es decir, cursaban todas
las materias del mismo a�o. De estos, 1904 estaban en primer a�o, 771
en segundo a�o, y 706 en tercero. Las autoridades no explicaban estos
�ndices que mostraban un alto grado de deserci�n despu�s del primer a�o.
Por el contrario, se dec�an satisfechas de los resultados pues afirmaban
que s�lo el 1.5% de la poblaci�n escolar, hab�a sido reprobada.
Asimismo
los propulsores de la secundaria se enorgullec�an de haber podido organizar
para la nueva generaci�n "sociedades de cooperaci�n, de orden, de trabajo,
que son sin duda alguna la m�s bella conquista en el orden disciplinario
y la caracter�stica m�s saliente de las nuevas y progresistas instituciones".
Voceros oficiales informaban que si bien los estudiantes de San Ildefonso
atados
a tradiciones de indisciplina e irresponsabilidad trataron de soliviantar
a sus compa�eros de otras escuelas para que se declararan en huelga, este
incidente marc� el fin de una larga etapa de trastornos disciplinarios
que partiendo de la Antigua Escuela de San Ildefonso se propagaban r�pidamente
a las dem�s escuelas y que en ocasiones, como sucedi� en 1923 llegaron
a asumir proporciones alarmantes.
A
finales del gobierno callista se convoc� una junta mixta de maestros universitarios
y de secundaria para estudiar el problema de articular dicho ciclo con la
Escuela Nacional Preparatoria. Seg�n los asistentes, los m�todos y procedimientos
de la secundaria estaban de acuerdo con los m�s avanzados y hab�an resuelto
el antiguo problema disciplinario de la Preparatoria, que en los a�os anteriores
a 1926 daba lugar a una huelga cada dos meses. Aseguraban que desde la separaci�n
de la secundaria no se hab�a presentado ning�n incidente desagradable "que
pudiera tener siquiera remota semejanza con los que eran cosa com�n y corriente
en el edificio de San Ildefonso".
Sin embargo,
contradiciendo los optimistas informes oficiales, las escuelas secundarias
no dejaron de dar dolores de cabeza a los sucesores de Calles. Durante
el gobierno de Emilio Portes Gil los funcionarios de la SEP, obsesionados
con la disciplina, mantuvieron una estrecha vigilancia sobre los alumnos
e impusieron un excesivo n�mero de actividades extraescolares. A�n as�
en 1929 los estudiantes se adhirieron al movimiento universitario que
ped�a la derogaci�n de un nuevo plan, con un a�o m�s de estudios, con
lo que no s�lo se perdieron 47 d�as de clase, sino que sg�n informes oficiales
se hab�an relajado "los buenos h�bitos mentales, morales y sociales que
con tanto esfuerzo se hab�a logrado despertar en los educandos".
Los problemas de disciplina se atribu�an a los estudiantes que rebasaban
el l�mite de edad (m�s del 10% ten�an m�s de veinte a�os), por lo que
se concluy� que no era conveniente admitir alumnos de edades tan diversas,
aduciendo que los mayores de 15 a�os:"por haber salido del per�odo de
la adolescencia, por sus malos y arraigados h�bitos, por su retardo mental,
o por anomal�as y deficiencias dom�sticas" constitu�an un "serio estorbo
para la atenci�n racional del gran n�mero de los preadolecentes y adolescentes
que por ser alumnos normales son los m�s perjudicados en su educaci�n".
Se determin�
que los alumnos mayores tendr�an salidas hacia escuelas t�cnicas o "si
se empe�aban en hacer estudios secundarios" podr�an acudir a la nocturna
donde ten�an prohibido tener contacto con los preparatorianos. Los actos
de indisciplina eran severamente castigados.
Otro de
los problemas que enfrent� la SEP fue la fricci�n que se gener� entre
la federaci�n y los estados a causa de la ense�anza secundaria. La Secretar�a
de Educaci�n se quejaba de que los estados se negaban a acatar sus disposiciones.
Las autoridades locales no s�lo se resist�an a cumplir los lineamientos
oficiales, sino que tambi�n aceptaban estudiantes que no llenaban los
requisitos que exig�a la Secretar�a para las escuelas incorporadas, conced�an
ex�menes a t�tulo de suficiencia a quienes no hab�an cursado sus estudios
en escuelas oficiales, revalidaban los estudios de escuelas extranjeras
sin conocer sus planes y se negaban a reconocer los cursados en secundarias
federales.
En la Asamblea
Nacional de Educaci�n Secundaria, realizada en 1929, las autoridades coincidieron
en la urgencia de expedir la Ley Org�nica de Ense�anza Secundaria Federal
para definir objetivos y orientaciones, unificar los criterios de su organizaci�n
y funcionamiento, pero sobre todo, aunque no lo dec�an expl�citamente,
para garantizar el control de la Secretaria de Educaci�n sobre las secundarias
de todo el pa�s. En espera de esta ley org�nica, continuaron dict�ndose
severas disposiciones para conservar el orden y la disciplina en las secundarias
y preparatorias, as� como en las nocturnas. Por ejemplo, a los alumnos
de la secundaria se les prohibi� asociarse con los de la Preparatoria
e incluso pasar al patio de la escuela, o viceversa, bajo amenaza de expulsi�n.
UNA NUEVA
ETAPA
En
1931 la labor revisionista del secretario de Educaci�n, Narciso Bassols
para modernizar la dependencia incluy� tambi�n a la escuela secundaria.
Una de las principales reformas de Bassols fue la del escalaf�n, plan
de promoci�n y salarios de maestros que operaba en la Secretar�a de Educaci�n.
Como parte de esta reforma el 31 de agosto de 1932 fue promulgada la ley
de Inamovilidad del profesorado de Escuelas Secundarias que estipulaba
que un maestro requer�a 7 a�os de servicios en escuelas secundarias, normales
o universitarias para asegurar una plaza. Conforme esa ley, 126 profesores
deber�an adquirir el t�tulo de maestro en ciencias de la educaci�n especializado
como profesor de ense�anza secundaria. Mientras tanto, el secretario de
Educaci�n dict� un acuerdo por el cual en primer a�o podr�an ense�ar profesores
normalistas de reconocida competencia y con una larga experiencia docente.
En segundo y tercero se dar�a preferencia a licenciados en derecho o econom�a.
Para apoyar
la titulaci�n de maestros, la Universidad, a petici�n de la Secretaria
de Educaci�n, imparti� 39 cursos, 22 en la facultad de Filosof�a y Letras
y 17 en la Normal Superior, a los que se inscribieron 106 profesores de
las escuelas secundarias del DF. En el periodo de vacaciones el departamento
de Ense�anza Secundaria organiz� otros cursos sobre ciencias biol�gicas,
espa�ol, geograf�a, matem�ticas, f�sica, qu�mica, historia patria, civismo
para 42 profesores.
Hasta entonces
las escuelas secundarias hab�an funcionado mediante disposiciones que
el departamento daba seg�n el caso, por lo que las autoridades emitieron
un reglamento que entrar�a en vigor el 1� de enero de 1933. Seg�n �ste,
la ense�anza secundaria se desarrollar�a en tres cursos anuales y la poblaci�n
escolar estar�a dividida en grupos que no excediera los 50 alumnos, (aunque
fue frecuente que contaran con 60 y 70). En una misma escuela no podr�a
haber, simult�neamente, alumnos menores y mayores de 16 a�os. Los varones
deber�an tener m�s de 13 a�os y menos de 16 para ingresar a escuelas de
menores y 16 cumplidos para las diurnas de mayores; para las nocturnas,
tener m�s de 13 y comprobar que durante el d�a desempe�aban alg�n trabajo
remunerado.
Tambi�n
se hizo un intento de unificar los planes de estudios, ya que hab�a cinco
programas en matem�ticas, tres en anatom�a, fisiolog�a e higiene, dos
en historia patria, dos en literatura. En civismo, materia en la que cada
maestro ense�aba lo que pod�a, se hizo un cambio esencial, reflejo sin
duda de la ideolog�a marxista del secretario y de la ola de radicalismo
que afectaba al mundo occidental y que hab�a despertado inter�s en la
suerte de los trabajadores. En el tercer a�o, por ejemplo, se impart�a
la materia "conceptos fundamentales de la econom�a", cuyo contenido era:
los factores de la producci�n, el trabajo, el capital, la circulaci�n,
la distribuci�n, el consumo. Se estudiaban asimismo las doctrinas econ�micas:
liberalismo, catolicismo social, socialismo de Estado, cooperativismo,
marxismo, las ideas econ�micas de la revoluci�n mexicana.
Las pr�cticas c�vicas inclu�an visitas a f�bricas, a sindicatos de obreros,
a escuelas t�cnicas, a la Secretar�a de Agricultura y al Departamento
de Trabajo. Contemplaban tambi�n la organizaci�n de cooperativas de producci�n
y trabajo y actividades como la lectura de algunos contratos colectivos.
En las escuelas
para se�oritas el curso de civismo deber�a "hacer sentir a las alumnas
la importancia de su papel" y marcar "muy claramente" la diferencia de
las funciones femeninas y masculinas. Se inclu�a en el programa el estudio
del feminismo en M�xico y en otros pa�ses, pero "teniendo cuidado de encauzar
las tendencias de la mujer a fin de que no descuide su actuaci�n en el
hogar". A pesar de que las materias del curso estudiaban las diversas
funciones de la mujer como ama de casa, como "factor econ�mico" o como
luchadora social, las actividades sugeridas para las alumnas eran muy
diferentes de las de sus compa�eros. Las
mujeres deber�an cooperar en la conservaci�n del mobiliario y en la limpieza
y embellecimiento de la escuela; organizar un costurero escolar, confeccionar
ropa, juguetes, dulces y otras golosinas para ni�os pobres. Adem�s de
repartir donativos, ten�an la obligaci�n de visitar exposiciones donde
se exhibieran principalmente obras hechas por mujeres, formar una bibliograf�a
con lecturas de inter�s para la mujer y coleccionar art�culos sobre asuntos
femeninos.
La disciplina
ocup� tambi�n un lugar preponderante en el nuevo reglamento. Esta vez
se hablaba de una disciplina "org�nica" basada en la conciencia del deber
y resultado de la actuaci�n conjunta de maestros y alumnos. Las sanciones
a la indisciplina iban de la amonestaci�n privada a la expulsi�n definitiva.
Los alumnos eran conminados a "guardar dentro y fuera del establecimiento,
en su porte y modales, la urbanidad, la decencia y el decoro dignos de
personas cultas" y estaban bajo la constante amenaza de las autoridades
por sus des�rdenes en la via p�blica y en los tranvias. El
reglamento tambi�n defin�a las actividades de las sociedades de la alumnos
y de las agrupaciones de padres y maestros.
Otro
problema que preocupaba a las autoridades era el de las familias de clase
media en zonas fronterizas que con grandes sacrificios enviaban a sus
hijos a escuelas secundarias al vecino pa�s por falta de escuelas mexicanas.
Los educadores consideraban urgente aliviar a los padres de esta carga
econ�mica y contrarrestar "la influencia de la educaci�n extra�a afirmando
la conciencia de nuestra nacionalidad y el sentimiento de la patria".
Por lo tanto, la SEP decidi� aprovechar las instalaciones de las primarias
fronterizas para fundar las de ense�anza secundaria, no obstante que esta
soluci�n dej� un vac�o en la educaci�n primaria. Las escuelas de Nogales,
Sonora, Ciudad Ju�rez, Chihuahua, y Nuevo Laredo, Tamaulipas fueron transformadas
en secundarias. S�lo qued� en pie la primaria de Matamoros.
No obstante
los esfuerzos por multiplicar las escuelas secundarias, y abrirlas a un
mayor n�mero, en m�s de una ocasi�n los funcionarios revelaron que "a
pesar de todo" la secundaria era un privilegio y s�lo llegaban a ella
los hijos de la clase rica o media. Esto se debi�, en parte, a que las
secundarias no se edificaron ni en barrios populares, ni en el medio rural
sino en el centro de la capital o en colonias residenciales. En 1933 se
crearon tres secundarias para mujeres, una en San Jacinto, otra en Artes
y otra en San Cosme, que pas� despu�s al antiguo edificio de Corregidora.
Todas las escuelas ocupaban edificios del gobierno, m�s o menos adaptados
y reparados. El a�o siguiente la demanda hizo que se abrieran m�s escuelas:
una en Mixcoac, la n�mero 10, para j�venes de San �ngel, Coyoac�n y colonia
del Valle y la n�mero 9 para trabajadoras. En 1934 las diez secundarias
federales del DF. dieron cabida a 8, 145 alumnos. Las escuelas fronterizas
contaron con 900 estudiantes, las incorporadas for�neas con 699 y las
secundarias particulares incorporadas con 4, 021.
Como contraparte
de esta pol�tica se trat� de hacer las secundarias m�s accesibles disminuyendo
las cuotas ligeramente: $10 por derecho de inscripci�n y $10 como colegiatura
en julio, con dispensas del 20 % para los estudiantes "pobres y estudiosos".
LAS ESCUELAS
PRIVADAS
Las escuelas
secundarias particulares se multiplicaron con m�s rapidez que las oficiales
a pesar de las restricciones que impon�a el gobierno. Entre otras, s�lo
se conced�a su incorporaci�n por un a�o. En 1929 hab�a 19 escuelas privadas
incorporadas aunque su matr�cula era inferior a la de las p�blicas.
Seg�n el investigador John Britton, los requisitos para el funcionamiento
de las secundarias privadas no eran muy estrictos y eran principlamente
acad�micos. En efecto, durante el callismo las �nicas condiciones para
incorporar las secundarias privadas eran que no estuvieran destinadas
a la formaci�n de ministros de culto, que los directores se comprometieran
a guardar lealtad al gobierno de la Rep�blica y a obedecer las leyes vigentes
y, sobre todo, a dar atenci�n primordial a la obra educativa. Las autoridades
dejaban claro que esto no implicaba el laicismo y que incluso se hab�an
incorporado escuelas en cuyos programas figuraban materias con car�cter
religioso. El mismo autor afirma que la Iglesia tuvo gran ingerencia en
ellas.
En diciembre 1931 el Decreto Revisado de Incorporaci�n dej� establecido
el laicismo en las escuelas
particulares y prohibi� la ense�anza religiosa y el que los ministros
de culto dirigieran escuelas o ense�aran en ellas.
Un a�o despu�s, en diciembre de 1932 un nuevo decreto prohibi� tambi�n
lugares dedicados al culto, inscripciones, decoraciones, estampas o esculturas
religiosas en los edificios escolares. Adem�s advert�a sobre materias
del plan de estudios en las que con un pretexto u otro pudiera hacerse
ense�anza confesional y se�alaba que los programas deber�an ser los mismos
que en las escuelas oficiales, a fin de que en materias como historia
patria y civismo, hubiera criterios iguales.
Para ser
incorporada, una escuela deber�a contar con locales e instalaciones adecuadas,
tener una planta de maestros de comprobada preparaci�n profesional y los
mismos m�todos de evaluaci�n y requisitos de admisi�n que las escuelas
secundarias de la federaci�n. Asimismo las secundarias privadas deber�an
guardar fiestas nacionales y celebrar las conmemoraciones c�vicas.
Estas eran condiciones indispensables para su reconocimiento oficial,
pero no hubo coerci�n para regular la educaci�n secundaria en los planteles
que no buscaban reconocimiento oficial.
La respuesta
de la Uni�n de Padres de Familia ante el nuevo decreto de incorporaci�n
fue muy negativa, sin embargo Bassols se mantuvo firme. Para fines de
su gesti�n, en 1934, hab�a 37 secundarias privadas bajo el control de
la Secretar�a: 33 en el DF y el resto en Guadalajara, Torre�n, Saltillo
y Tampico.
EL VIRAJE,
LA SECUNDARIA SOCIALISTA
Durante
el gobierno de L�zaro C�rdenas (1934-1940) se dio otra orientaci�n a la
escuela secundaria, como consecuencia de un plan de gobierno (Plan Sexenal)
que aspiraba a la creaci�n de una sociedad m�s equilibrada. Este proyecto
contemplaba varios cambios, entre ellos, poner la educaci�n escolar al
servicio de las clases trabajadoras y garantizar la continuidad de su
escolaridad desde la primaria hasta la profesional. Uno de los primeros
pasos fue la reforma constitucional de 1934 que instaur� la educaci�n
socialista.
El nuevo
gobierno dej� claro desde un principio que pretend�a controlar la educaci�n
secundaria y darle un sesgo eminentemente popular. Consideraba que el
n�mero de profesionistas liberales egresados de las universidades y centros
de cultura superior era exagerado para las exigencias sociales del pa�s.
En cambio, afirmaba, la agricultura se manten�a en un enorme atraso, la
industria era improductiva y los recursos naturales "no eran aprovechados
en una forma cient�fica". Por lo tanto, la segunda ense�anza deber�a orientarse
hacia la t�cnica y hacia otras profesiones �tiles a la sociedad.
Informes oficiales revelaban que s�lo 20% de los alumnos eran hijos de
obreros, mientras que 75% eran hijos de empleados p�blicos, profesionistas,
comerciantes e industriales y un 5% de capitalistas, lo que seg�n las
autoridades, era muestra del car�cter elitista de la secundaria.
En marzo
de 1935 un decreto presidencial concedi� al Estado la facultad exclusiva
de impartir educaci�n primaria, secundaria y normal y estipul� que :"Ninguna
instituci�n, ll�mese de cultura media o superior, podr� impartir educaci�n
secundaria, sin autorizaci�n expresa de la Secretar�a de Educaci�n P�blica".
El
nuevo r�gimen defin�a la ense�anza secundaria como un servicio que se
impart�a a los j�venes "tanto para explorar la vocaci�n como para ampliar
su cultura" y cuyo objetivo principal era: "constituir al adolescente
en factor de producci�n en cualesquiera de los tres grados de la ense�anza
para el caso de que no pudiera continuar sus estudios.
Para el
primer titular de la SEP, Ignacio Garc�a T�llez, la escuela secundaria
hab�a descuidado capacitar a los alumnos para la producci�n y "los dejaba
sin rumbo fijo en esta hora de crisis y de luchas sociales". Se�alaba
que hab�a que reorientar este ciclo hacia el socialismo y al mismo tiempo
encauzar a los j�venes hacia profesiones t�cnicas y "no para que congestionaran
las aulas universitarias y siguieran las carreras liberales". A su modo
de ver, los egresados de la secundaria deber�an continuar perfeccionando
sus conocimientos pr�cticos para dirigir posteriormente la producci�n
cooperativizada.
Para el
director del Departamento de Ense�anza Secundaria, Juan B Salazar, la
secundaria socialista deber�a combatir "uno de los m�s arraigados vicios
que heredamos de la Colonia, la inclinaci�n prematura de los j�venes a
seguir carreras liberales o profesionales lucrativas con prop�sitos de
hacer fortuna para obtener beneficios y ganancias que en nada favorecen
a la colectividad".
Salazar aseguraba que la secundaria socialista no era una escuela de privilegiados
y que su car�cter popular resid�a en que no opon�a dificultades ni de
orden econ�mico ni reglamentarias a quienes ingresaban a sus aulas.
Confiaba en que el trabajo manual y el aprendizaje pr�ctico de un oficio
llevar�an al alumno a estimar el esfuerzo del obrero y del campesino e
identificar�an a estudiantes de diferentes clases sociales con un mismo
ideal. Por lo tanto, dispuso que pedagogos "competentes y expertos" impartieran
por lo menos cinco horas semanales de ense�anza de alg�n oficio. Al mismo
tiempo, aument� el n�mero de laboratorios y talleres.
En �stos,
muchos de ellos organizados como cooperativas de trabajo y producci�n,
deber�an ponerse en pr�ctica los conocimientos adquiridos en las aulas
y realizar labores �tiles, tales como reconstruir o reparar objetos del
hogar y la comunidad.
A principios del cardenismo se contaba s�lo con dos talleres de carpinter�a,
tres de encuadernaci�n, tres de electricidad, tres de corte y confecci�n,
dos de cocina, y dos laboratorios de ciencias biol�gicas y tres de f�sica
y qu�mica.
Seis a�os despu�s el incremento de talleres y laboratorios era significativo,
aunque insuficiente. Si bien se hab�an planeado diez tipos diferentes
de talleres de "tipo econ�mico" para sombreros y art�culos de paja, cester�a,
sericultura, plomer�a, imprenta, curtidur�a, etc, los informes oficiales
daban cuenta de la creaci�n de nueve de carpinter�a, cinco de ellos equipados
con maquinaria el�ctrica de primera calidad, dos de imprenta, nueve de
encuadernaci�n, once de cocina, dos de electricidad, y uno de herrer�a.
Asimismo los gabinetes de f�sica y qu�mica hab�an aumentado a veinte y
los de ciencias biol�gicas a seis.
El plan
de estudios de la escuela secundaria conten�a las materias que, seg�n
las autoridades, tradicionalmente hab�an formado la base de la educaci�n
cient�fica, pero esta vez se le asignaban nuevos objetivos y una metodolog�a
diferente para responder a las metas de la educaci�n socialista: "formar
generaciones activas y justicieras que sepan siempre utilizar la ciencia
y la cultura en beneficio colectivo". Las materias estaban agrupadas en:
"instrumentales" (aritm�tica, algebra, geometr�a plana y del espacio,
trigonometr�a, espa�ol, ingl�s o franc�s); materias relativas al "conocimiento
de la Naturaleza", (f�sica, qu�mica, elementos de cosmograf�a, bot�nica,
anatom�a fisiolog�a e higiene) que deber�an formar una idea "clara acerca
del origen natural del Universo y de la Tierra y destruir en la mentalidad
del alumno las absurdas creencias que quieren dar al origen del Cosmos
un car�cter sobrenatural y anticient�fico";
materias referentes al "conocimiento de la sociedad": (geograf�a humana,
historia general, historia de M�xico, nociones sobre sociedad humanas,
evoluci�n de la sociedad mexicana, organizaci�n econ�mica y pol�tica de
M�xico, literatura espa�ola, iberoamericana y de M�xico). Estos conocimientos
se consideraban indispensables para la formaci�n revolucionaria del alumno.
Por
ejemplo, la ense�anza del civismo ten�a como finalidad crear conciencia
socialista en el joven, por lo que se dejaba claro que "en tal virtud,
las pr�cticas de urbanidad y las llamadas buenas maneras no formar�an
parte de esta materia".
Los estudios "complementarios" inclu�an m�sica y canto, oficios de taller
y pr�cticas agr�colas y por �ltimo, educaci�n art�stica, que deber�a propagar
la ideolog�a socialista organizando orfeones, conjuntos musicales y teatrales,
c�rculos literarios, etc.
Los programas
hac�an hincapi� en la ense�anza objetiva, desterrando la memor�stica y
verbalista. Todas las materias tendr�an un fin utilitario y se aprovechar�an
para dar a conocer problemas relacionados con la vida del proletariado
y buscar sus soluciones. Se dar�a preferencia a los trabajos en laboratorio,
visitas a los museos, excursiones al campo y todo lo que pusiera al educando
en contacto directo con la realidad.
Para que
estos prop�sitos no se quedaran en buenos deseos los estudiantes deber�an
formar parte de un Comit� Central Revolucionario y Socialista en el que
maestros y alumnos luchar�an juntos por difundir la cultura socialista
y combatir males como analfabetismo, bajo estandar de vida, alcoholismo,
mortalidad infantil, entre otros.
La disciplina,
que hab�a sido una de las prioridades de los gobiernos anteriores no parec�a
preocupar mucho a las autoridades cardenistas. Apenas un peque�o apartado
del programa se�alaba que en la secundaria socialista la disciplina se
conservar�a "a base de convencimiento, de trabajo sistematizado y por
la conciencia de la responsabilidad colectiva". Una Comisi�n de Honor,
integrada por un profesor, un compa�ero del acusado y un representante
de cada uno de los otros a�os escolares, resolver�a los casos de indisciplina.
Las escuelas
ser�an mixtas. Esta reforma deber�a ser objeto de un estudio cuidadoso
por comisiones especiales de maestros y padres de familia, "para evitar
torcidas interpretaciones " .
Los maestros
deber�an dedicar su tiempo �ntegro a la escuela ya que la edad de los
alumnos requer�a una atenci�n constante. Se les recomendaba orientar la
personalidad del alumno en funci�n de las necesidades colectivas. La responsabilidad
de los maestros de "preparar j�venes revolucionarios que combatieran la
explotaci�n y que lucharan por la transformaci�n de un sistema social
injusto", exig�a que declararan su fe en la educaci�n socialista y en
los ideales de la revoluci�n y su solidaridad con las clases trabajadoras.
Asimismo, la promoci�n del maestro depend�a de su ideolog�a socialista
y de su pertenencia al Comit� de Acci�n Revolucionaria y Socialista, aunque
se le reconoc�a el derecho a agruparse, a sugerir reformas y a manifestar
libremente sus iniciativas.
LA EDUCACI�N
DE LOS TRABAJADORES.
Para facilitar
a los trabajadores la continuidad de sus estudios, el 1� de enero de 1935
fue creado el Departamento de Educaci�n Obrera, con la consigna de que
sus programas deber�an estar guiados por la lucha de clases. Las escuelas
secundarias para obreros, sobre todo, deber�an capacitar a sus alumnos
para dirigir las industrias, la agricultura, la miner�a, y en general,
"todo trabajo colectivo y racionamente organizado". La ense�anza deber�a
ser suficientemente completa para responder a las necesidades econ�micas
y sociales del pa�s y deber�a relacionarse "�ntimamente con las organizaciones
obreras y campesinas para estar al corriente de la lucha de la clase laborante
y fincar sus ense�anzas en hechos reales".
Una de
las innovaciones del cardenismo fue la creaci�n de escuelas secundarias
nocturnas para adultos. Sus lineamientos eran diferentes de las secundarias
para adolescentes ya que antes que nada deber�an tomar en cuenta la edad
y condiciones de los alumnos adultos y en seguida las caracter�sticas
o necesidades del medio. Por lo tanto deber�an desaparecer en ellas los
rasgos que ten�an su raz�n de ser por estar dirigidos a adolescentes.(Por
ejemplo su car�cter vocacional). Los planes de estudio deber�an simplificarse
para dar una cultura general que capacitara mejor al alumno para la vida
cotidiana. Los programas de cada asignatura consideraban la experiencia
y madurez de los adultos.
Seg�n disposiciones
oficiales, en estas escuelas se suprimir�a el tiempo dedicado al taller
o las actividades de campo, in�tiles para estudiantes que llegaban a la
escuela despu�s de un d�a de labores. En cambio se establecer�an cursos
de perfeccionamiento de algunos oficios o cultivos agr�colas de acuerdo
con las activides del medio, no obstante que estas escuelas s�lo se establecieron
en las ciudades.
En los primeros
a�os del r�gimen se crearon dos secundarias nocturnas, un centro matutino
y una secundaria vespertina con inscripci�n de 2177 alumnos, de los cuales
s�lo fueron promovidos 692. En 1940 vieron la luz cuatro escuelas m�s,
(dos de ellas, llamadas Vicente Lombardo Toledano y Luis de la Rosa) que
dieron cabida a 2583 alumnos.
Otra modalidad
educativa del r�gimen para impulsar la educaci�n de los trabajadores fueron
los centros nocturnos de nueve a�os que abarcaban o inclu�an los estudios
primarios y secundarios. Al finalizar el a�o de 1937 se crearon 22 pero
fueron concentrados en 13, que en 1940 alcanzaron un total de 1543 alumnos.
Los internados
mixtos de ense�anza secundaria fueron tambi�n creaci�n del cardenismo.
Dichas instituciones estaban destinadas exclusivamente al servicio de
los trabajadores organizados y ten�an como finalidad esencial preparar
a sus hijos como profesionistas t�cnicos "para hacerles �tiles a s� mismo
y a su clase".
Las becas que recib�an los alumnos hicieron que numerosas familias (1376)
apoyaran este tipo de instituciones. El programa era el mismo de la segunda
ense�anza pero se a�adieron algunas materias equivalentes a las de las
vocacionales t�cnicas para que los j�venes no encontraran dificultades
al ingresar al Instituto Polit�cnico Nacional.
En 1938
se integr� una comisi�n para estudiar el problema de la falta de unificaci�n
de las escuelas del sistema de ense�anza secundaria, lo que muestra que
el problema no hab�a sido solucionado. El Consejo Consultivo de Educaci�n
Secundaria hizo un minucioso estudio de los planes y programas de las
escuelas posprimarias: en unos se daba una importancia desmedida a las
matem�ticas en detrimento de la historia, en otros las materias de biol�gia
o las de cultura estaban en primer plano. Era necesario un plan de estudios
que conciliara los intereses creados por las variantes de escuelas secundarias
existentes: obreras, t�cnicas, y nocturnas. Una reforma introdujo una
nueva modalidad: materias electivas para el tercer a�o, lo que seg�n las
autoridades permitir�a facilitar la investigaci�n y conectar la secundaria
�nica con todas las escuelas profesionales y t�cnicas.
Frente al
temor a la orientaci�n eminentemente t�cnica de la secundaria que la alejaba
de los estudios profesionales, la Universidad cre� sus propias escuelas
secundarias que deber�an operar como escuelas de extensi�n y seguir un
programa que preparaba para continuar una educaci�n universitaria. Estas
medidas provocaron la airada respuesta del mismo C�rdenas quien conden�
lo que consider� "un mal uso de la autonom�a universitaria". Seg�n el
presidente, estas escuelas elud�an la intervenci�n oficial. Insisti� en
que los funcionarios no ten�an prejuicios contra la alta cultura y lament�
que la Universidad "patrocinara corrientes contrarias a los elementos
de la Revoluci�n" y fomentara la resistencia contra la aplicaci�n de leyes
que trataban de beneficiar al pueblo.
Sin embargo y no obstante la desconfianza de muchos maestros ante estas
escuelas, la SEP no se opuso a ellas. Seg�n Britton, tras la renuncia
del rector Fernando Ocaranza la Universidad se hizo a un lado de la ense�anza
secundaria.
Para finales
del r�gimen cardenista el aumento de escuelas secundarias controladas
por el gobierno federal era considerable. Al ponerse en marcha el Plan
Sexenal, en 1934, la SEP contaba con 10 escuelas secundarias federales
en el DF, 5 de varones y 5 de se�oritas. Hab�a escuelas federales for�neas
en Nogales, Sonora, Ciudad Ju�rez, Chihuahua, Piedras Negras, Coahuila,
Nuevo Laredo Tamaulipas, Matamoros, La Paz y Chilapa, Guerrero. En 1938
se crearon las secundarias por cooperaci�n en varios estados. En 1940
el n�mero de secundarias federales hab�a aumentado a 44: 14 en el DF,
18 en los estados, y 12 m�s por cooperaci�n. A esta cifra hab�a que a�adir
61 escuelas privadas incorporadas a la SEP. Sin embargo, el n�mero de
alumnos disminuy� sensiblemente a ra�z de la educaci�n socialista,( de
13 650 alumnos a 11, 255) sobre todo en las escuelas privadas. Las autoridades
de la SEP atribu�an este descenso a que se limit� a 50 el cupo en cada
grupo, pero la raz�n m�s importante fue la reacci�n adversa a la educaci�n
socialista, sobre todo en las escuelas particulares.
CONCLUSIONES
Aunque
fue un proyecto que se gest� lentamente, la escuela secundaria vio la
luz en medio de conflictos pol�ticos y estudiantiles que condicionaron
su funcionamiento inicial y le imprimieron un car�cter represivo. Asimismo,
a pesar de que su creaci�n obedeci� a la necesidad de ofrecer una opci�n
educativa democr�tica y popular, quiz�s en parte porque no se les destinaron
fondos suficientes, las secundarias estuvieron al servicio de las �lites
citadinas, fundamentalmente en la capital de la Rep�blica. Durante el
gobierno de L�zaro C�rdenas se intent� convertir la ense�anza secundaria
en una opci�n verdaderamente popular. Este r�gimen la deslig� totalmente
de los estudios profesionales y le asign� como objetivo constituir al
alumno en factor de producci�n. M�s que disciplinar a los j�venes como
hab�a sido el papel inicial de la escuela secundaria, se buscaba hacer
de ellos part�cipes de una cultura "capaz de preparar su liberaci�n econ�mica".
Asimismo, en concordancia con un proyecto de naci�n m�s igualitaria, se
crearon escuelas secundarias nocturnas para garantizar a los trabajadores
la preparaci�n t�cnica que les permitiera "asumir la direcci�n de los
medios de producci�n".
Sin embargo,
las secundarias dejaron fuera a una poblaci�n importante tanto de las
ciudades como del campo. Para finales del cardenismo funcionaban en el
pa�s 14, 384 primarias federales de las cuales 779 eran urbanas y semiurbanas.
Ni aun para para los egresados de estas pocas escuelas hab�a cabida en
las escuelas secundarias.
No obstante,
en estas dos d�cadas la escuela secundaria dio un giro completo. En sus
inicios su pr�posito eran dividir a los estudiantes en dos grupos: los
futuros preparatorianos y los que no pod�an realizar estudios posteriores.
Paulatinamente se convirti� en una instituci�n de car�cter popular que
intentaba crear un puente entre la ense�anza primaria y la educaci�n t�cnica
superior para responder as� a los reclamos de una sociedad en lucha por
restructurarse de una manera m�s justa.
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