Jesús
Márquez Carrillo
Centro de Estudios Universitarios
Facultad de Filosofía y Letras
Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla
PRESENTACION
A principios
de los años setenta, los historiadores de México que pensaban
acercarse a la historia de la educación con una lente innovadora
tenían en su haber dos legados, uno que provenía del erudito
historiador Joaquín García Icazbalceta y se remontaba a
finales del siglo XIX y otro de los años cuarenta, proveniente
de 1) etnólogos y antropólogos (Boas, Redfield, Gamio, Mendizábal)
que buscaron aplicar conceptos sociológicos a los datos históricos,
y 2) la filosofía historicista que se había dedicado a explorar
la historia de las ideas y la vida de las instituciones coloniales desde
un doble punto de vista, su especificidad jurídica y su funcionalidad
social, política y económica.
Sin
embargo, fue en el campo de la sociología y las ciencias políticas
donde comenzó a emerger la historiografía crítica
de la educación, mientras -por otra parte- la universidad pública
mexicana experimentaba un importante aumento demográfico, que condujo
al surgimiento de la profesión académica.
Una década más tarde, en los ochenta, la historia de la
educación se convirtió en un campo de trabajo cultivado
por un grupo heterogéneo de profesionales (filósofos, analistas
políticos, pedagogos, químicos, antropólogos, abogados,
sociólogos, economistas, psicólogos sociales, contadores
públicos, etc.), influido de manera muy diversa por los desarrollos
disciplinares de Europa y los Estados Unidos, a más de las inquietudes
que manifestará la historiografía crítica de la educación.
En esta medida, la historiografía tradicional de la educación
centrada en la historia de: 1) las ideas y los pensadores preocupados
por la educación; 2) las instituciones y los sistemas educativos
en cuyo marco se habían puesto en práctica o desviado ciertos
principios y, 3) la legislación y las políticas públicas
que habían favorecido o mermado el desarrollo de las acciones -fundamentalmente
estatales- en materia educativa, experimentó un lento tránsito
hacia nuevos temas, problemas y enfoques. Las cuestiones de quienes accedieron
a la educación, cómo enseñaron los maestros y qué
aprendieron los alumnos o cómo la institución escolar se
relacionó con las estructuras más profundas y permanentes
de la sociedad y la cultura -entre otras preguntas- le dieron sentido
a una nueva forma de hacer historia, denominada, para diferenciarla de
la anterior, historia social de la educación.
Hoy en nuestro país hay más de 25 instituciones que investigan
o enseñan historia de la educación. Esto nos muestra su
importancia, aunque quienes se dediquen a ella conformen un contingente
con distintas trayectorias personales y posiciones desiguales en el establishment
académico.
La vitalidad del campo, sin embargo, no nos remite a la educación
superior; la mayoría del cuerpo académico se ocupa de investigar
o enseñar historia de la educación básica. Con excepción
del Centro de Estudios sobre la Universidad, en ninguna otra
parte del país hay un equipo de trabajo para impulsar la realización
de investigaciones sobre la Universidad en todas las "facetas y elementos
que constituyen su experiencia, su situación actual y su perspectiva."
A lo más, existen esfuerzos individuales que en cierto modo son
apoyados institucionalmente, sobre todo cuando se avecina algún
aniversario digno de memoria, hay el interés de respaldar la hechura
de una tesis o surge algún proyecto temporal de investigación .
De hecho, varios de los trabajos que han profundizado en el acontecer
de la educación superior mexicana son tesis de grado.
Frente a una visión uniforme del desarrollo de la educación
superior -que suponía la permanente influencia del centro del país
en los destinos educativos estatales-, ha comenzado a surgir un mundo
mucho más complejo; el problema es que hoy sabemos más de
ciertos procesos e instituciones, pero ignoramos la mayor parte del acontecer
educativo mexicano; cuestiones como los de la periodización, el
estudio de nuevos actores, el uso de nuevas fuentes o la historia de la
vida cotidiana en los establecimientos apenas empiezan a tocarse.
El presente artículo se propone mostrar de manera sucinta la idea
de educación superior que privó en México durante
el siglo XIX y los niveles educativos en que ésta fue dividida.
Su base es la producción bibliográfica regional a que tuve
acceso. Me hubiera gustado salir del ámbito descriptivo y proponer
un trabajo analítico de las instituciones, sus saberes y sus culturas.
Pero, falto de información, tiempo, dinero y fuerzas, recojo mis
velas para ocasiones más benignas.
EL CONCEPTO
DE EDUCACION SUPERIOR
Durante la época colonial los estudios menores o de "primeras
letras" se impartieron en la casa del alumno con algún maestro
contratado ex profeso o en escuelas de diversa índole (particulares,
del clero secular y regular, del ayuntamiento o de sociedades filantrópicas
en el último tercio del siglo XVIII), supervisadas en su mayoría
por el cabildo civil, mediante el control que ejercía sobre el
gremio de maestros.
Pero, fuese en la casa o en la escuela, los niños aprendían
-además de la doctrina cristiana- los rudimentos para hablar, leer
y escribir en latín, entre los cuatro y diez o doce años.
Al dominar estos principios podían ingresar a los colegios, instituciones
donde vivían y a veces se impartían los estudios mayores
o de educación superior, comenzando por los cursos de gramática,
cuyo propósito era mejorar y enriquecer los conocimientos adquiridos
de latín.
A
partir de entonces, los cursos y los exámenes se ganaban con certificados
de asistencia; actos públicos en los que el estudiante sustentaba
una tesis y respondía a las objeciones que le formularan y, en
el caso de la licenciatura, con disertaciones preparadas en veinticuatro
horas sobre puntos sacados a suerte de los textos clásicos. Las
disputas públicas eran los ejercicios más frecuentes. En
éstas los alumnos tenían que acreditar sus conocimientos
y el manejo fluido del latín; su ingenio para imaginar y defender
unas tesis con frecuencia originales o paradójicas, y en fin la
agudeza mental necesaria para contradecir los argumentos de los profesores,
condiscípulos y coopositores. Incluso, para estimular la continua
intervención de catedráticos y alumnos en los actos públicos,
la Universidad pagaba una propina a los debatientes .
En aquella época las instituciones de educación superior
comprendían tres niveles no siempre diferenciados: la universidad,
que otorgaba grados académicos de bachiller, licenciado, maestro
y doctor; los colegios mayores, que tenían facultad de impartir
cátedras para el otorgamiento de grados, y los colegios menores
que preparaban a los estudiantes para el ingreso a los colegios mayores
o a la universidad .
En la Nueva España, la Universidad de México, los colegios
jesuitas y los seminarios conciliares se ocuparon en primer lugar como
colegios menores y excepcionalmente fueron colegios mayores.
La Real y Pontificia Universidad de México
retuvo para sí durante casi todo el dominio colonial el monopolio
en el otorgamiento de los grados académicos; los estudios que se
realizaban en los colegios mayores novohispanos sólo tenían
validez si los alumnos presentaban exámenes en ella y en ella se
graduaban .
Esto no significa que la Universidad determinara lo que se debía
estudiar. "Cada institución educativa contaba con sus propios
métodos, reglas y planes de enseñanza, los cuales dependían
de la ideología y de las finalidades de cada uno de los establecimientos;
la corporación universitaria... sólo otorgaba los grados
previo examen de suficiencia" .
Por eso, la relación de la universidad con los colegios novohispanos
fue bastante libre.
Si quisiéramos reconstruir la trayectoria escolar de un alumno
desde su ingreso al colegio menor hasta su salida de la universidad, tendríamos
que su carrera se iniciaba entre los diez y los doce años. En los
cursos de gramática, retórica y humanidades invertía
de cuatro a cinco. Destinaba otros tres o cuatro para obtener el grado
de bachiller en artes (grado menor) -que no sólo lo habilitaba
para cierto ejercicio profesional, sino también era un prerrequisito
para inscribirse en las facultades mayores- y, entre cuatro y cinco para
conseguir el de licenciado (grado mayor), si podía pagar los 600
pesos para propinas que exigía la investidura o conseguía
un padrino poderoso, pues al igual que el grado de doctor no necesitaba
de cursos, sino de un tiempo de pasantía después de haber
adquirido el grado de bachiller y, por supuesto, la realización
continua de actos públicos .
Es de mencionar que conforme a los estatutos de la Real y Pontificia
Universidad de México ,
negros, mulatos y chinos no podían ser matriculados ni, de este
modo, optar por grados académicos: en opinión común
de la época, la mezcla de razas aceleraba la descomposición
del orden político vigente.
Tanto las instituciones de educación superior que se establecieron
durante el siglo XIX en las diversas entidades del país como las
provenientes de la época colonial, no modificaron la edad y el
nivel de estudios para recibir a sus alumnos; en el transcurso, si heredaron
o se hicieron de una estructura escolar completa -como el Colegio del
Estado de Puebla o el Instituto Literario de Zacatecas-,
conjugaron en un solo espacio los antiguos colegios y la idea universidad,
si por tal entendemos la enseñanza de una profesión y el
otorgamiento permisos (grados académicos), para su ejercicio, patente
ésta que en el trayecto del siglo pasó a ser una facultad
exclusiva del Estado. Los discípulos siguieron llegando a las instituciones
de estructura escolar completa sólo con la primaria terminada.
Tampoco fue extraño que en sus orígenes los institutos literarios
de Oaxaca, el Estado de México y Jalisco tuviesen a su cargo escuelas
de primeras letras .

En Chihuahua, conforme a un decreto de 1828, era requisito indispensable
para inscribirse en la cátedra de latinidad (antecedente del Instituto
Literario) presentar el certificado de primeras letras y el consentimiento
de los padres .
En la década de los treinta, el Colegio Guadalupano Josefino (1826-1853)
de San Luis Potosí, iniciaba su plan de estudios con las cátedras
de mínimos y menores, como en la época colonial .
En el Colegio del Estado de Puebla, el gobierno de la entidad decidió
en 1829 unir las cátedras de mínimos y menores, con el propósito
de economizar fondos y mantener a flote la vida académica de la
institución .
También el Colegio de San Nicolás (Michoacán), al
reabrirse en 1847, recibió a niños recién salidos
de las escuelas de primeras letras .
En 1851, el gobernador del estado de Guanajuato, Octaviano Muñoz
Ledo, aprovechando el certamen público de las escuelas primarias
en la capital, estableció que el primer premio al mérito
de los alumnos consistiría en una pensión o en pensiones
para todos aquellos quisieran ir al Colegio de la Purísima Concepción,
nombre del que después sería Colegio del Estado de Guanajuato .
En 1867, el Instituto Literario de Yucatán imponía como
requisitos de ingreso: saber leer y escribir y tener instrucción
en aritmética, gramática castellana y religión; mas
tarde, en 1870 se añadirían al mismo los estudios de primaria
inferior (cuatro años) y superior (dos años) .
Igual sucedía por 1888 en el Instituto Literario del Estado de
Tamaulipas, donde el requisito para ser admitido en calidad de alumno
era tener al menos diez años cumplidos y haber cursado las materias
de lectura correcta, escritura ejercitada en copia de modelos y al dictado,
aritmética en las operaciones de números enteros, quebrados,
mixtos, denominados y decimales, y gramática castellana en sus
dos primeras partes, analogía y sintaxis .
En el Colegio Rosales de Culiacán, Sinaloa, los profesores tuvieron
que impartir, de 1874 a 1882, materias de primaria (lectura, escritura,
aritmética) a los alumnos de preparatoria .
Caso similar ocurrió en el Instituto Veracruzano, cuyo plan de
estudios de 1870 comprendía en su primer año la enseñanza
de gramática castellana (analogía y sintaxis), aritmética
(quebrados mixtos, decimales y denominados), geografía (física
y política) y nociones de moral. Esto con el propósito de
uniformar los conocimientos básicos de los estudiantes, ya que,
"procedentes de muy diversas escuelas primarias, en las que no se
seguía un plan uniforme, los alumnos llegaban al Instituto con
distinto bagaje cultural" .
El hecho de aceptar en las instituciones estatales de educación
superior a estudiantes recién egresados de las escuelas de primeras
letras se prolongó hasta el siglo XX, pues apenas en 1926 se creó
la Escuela Secundaria, con el propósito de extender las oportunidades
de estudio y al mismo tiempo disminuir el acceso directo de los alumnos
a la educación superior .
En el Colegio del Estado de Puebla, este tipo de instrucción perduró
hasta diciembre de 1937, cuando el gobernador del estado decretó
que en lo porvenir las escuelas de igual categoría y nivel pasarían
a depender del poder ejecutivo, por conducto de la Dirección General
de Educación Pública .
En Zacatecas, la Universidad Autónoma todavía ofrece estudios
de secundaria,
una inequívoca señal de que el proceso de cambio tuvo sus
bemoles. Hoy, desde hace años existe la propuesta académica
e institucional de separar a las preparatorias de las universidades públicas
del país, y por razones de orden político tampoco se ha
procedido.
Mas en el caso de la ciudad de México y algunas otras entidades,
cuyos institutos se convirtieron en preparatorias -Chihuahua, Aguascalientes,
Yucatán, Sonora- o emularon las leyes educativas aplicables al
Distrito Federal -Nuevo León, Michoacán, Morelos-, la idea
de lo que debía ser un establecimiento de educación superior
se modificó entre 1870 y 1900, a raíz de haberse aprobado
y puesto en vigor las leyes orgánicas de instrucción de
1867 y 1869 .
Esto llegó a los responsables de la política educativa a
concebir un sitio intermedio entre la instrucción primaria y la
profesional: la escuela secundaria o preparatoria.
Hacia 1867, para ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria bastaba con
que el aspirante presentara examen o mostrara la carta de un maestro público
de primeras letras, certificando que el candidato contaba con aptitudes
en lectura, escritura, elementos de gramática castellana, estilo
epistolar, aritmética, sistema métrico decimal, moral, urbanidad,
nociones de derecho constitucional, y rudimentos de historia y geografía .
Fundamentalmente, el egresado de este establecimiento se prepararía
después para cursar en una carrera profesional.
Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, en las instituciones
mexicanas de educación superior con una estructura escolar completa,
se mantuvo el requisito de haber concluido la primaria para formar parte
de ellas; por sus orígenes sociales, destrezas académicas
y capital cultural, era casi seguro que el estudiante que llegaba a esos
establecimientos terminara una carrera o un oficio, si se limitaba a especializarse
para el trabajo sin haber cursado previamente la preparatoria. La Ley
que dio origen al Instituto Literario del Estado de Morelos (1871) precisó
que no era indispensable ésta para ingresar a las escuelas profesionales
de instrucción primaria, comercio y administración, artes
y oficios; pero sí se requería para las restantes .
En esta perspectiva, hablar de las instituciones de educación superior
en el siglo antepasado es hablar de los establecimientos postprimarios,
y caben bajo esta denominación desde las escuelas universitarias
-que impartían clases para el ejercicio posterior de una profesión-
hasta las de artes y oficios -que habilitaban para el desempeño
de un oficio o capacitaban para el trabajo-, pasando por las normales
-formadoras de profesores y profesoras- y las de bellas artes -semillero
de artistas: pintores, arquitectos, etc.- Habría que reconocer,
por lo tanto, que estas instituciones fueron un verdadero eje del desarrollo
educativo a nivel regional y que en consecuencia estuvieron ligadas a
la economía, la sociedad, la política y la cultura de su
tiempo. Sólo a título de ejemplo:
El Instituto Literario de Toluca estableció en 1870 una escuela
de artes y oficios, luego clases taquigrafía y telegrafía
(1876) y posteriormente, en 1881, una academia para artesanos -suprimida
en 1889-; igual como en 1851 abrió talleres de litografía,
tipografía, herrería, cantería y carpintería .
En 1869, por su parte, el gobernador de Durango facultó al director
del Colegio Civil del Estado para que pudiese establecer y reglamentar
talleres de carpintería, herrería, zapatería, sastrería
e imprenta.
En Hidalgo, el Instituto Literario no se abrió solo, sino con una
escuela de artes y oficios, que conservó de 1869 a 1890. Las carreras
que ofreció en dicha escuela fueron las de: agrimensor, mecánico,
agricultor, veterinario, farmacéutico, comerciante, maestro de
obras y diversos oficios, como el de carpintero y sastre. El Instituto
se propuso impartir
los cursos preparatorios para las carreras de medicina y abogacía.
En 1890 se transformó en Instituto Científico y Literario
del Estado de Hidalgo .
Finalmente, el Instituto Literario de Oaxaca, comenzó a ofrecer
en 1862 talleres de tipografía y litografía. Muchos años
más tarde, en 1914 ofrecería las carreras de taquígrafos
y mecánicos electricistas .
Con el fin de abundar en el concepto de educación superior, tal
como se la concebía en 1900 el médico y pedagogo Luis E.
Ruiz señaló:
"En cuanto a la enseñanza profesional se ha subdividido en
dos partes, según que el objeto se alcance precisamente con amplísima
preparación científica, o bien que los conocimientos sean
tan limitados que se concreten a lo indispensable, dando a la actividad
práctica la mayor amplitud.
A las primeras profesiones se les llama científicas y a las segundas
artísticas. Son del primer carácter, el magisterio, la abogacía,
el ejercicio de la medicina, etc., etc., y de la segunda las artes y oficios,
en sus múltiples subdivisiones" .
Así, adentrarnos en las instituciones y la educación superior
-si equiparamos ésta con la enseñanza profesional- del siglo
XIX es viajar hacia un mundo muy distinto al de hoy. Pero ¿cómo
se fue organizando y bajo qué supuestos?
LOS
NIVELES
A diferencia de España y Francia, en México no hubo -con
honrosas excepciones en el último tercio del siglo XIX- individuos
dedicados ex profeso a pensar el problema educativo y su reforma. La mayor
parte de las referencias en este sentido proceden de la legislación,
las memorias e informes oficiales y los textos de políticos e ideólogos
preocupados por resolver los álgidos problemas del momento. Ello,
desde luego, no quiere decir que en la toma de decisiones estuviesen ausentes
las influencias europeas, en especial la francesa y española .
En
nuestro país, uno de los personajes que más peso tuvo en
el ánimo de lo que sería el ámbito organizativo de
la educación pública liberal durante las primeras décadas
del siglo XIX fue sin duda alguna Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811);
sus ideas educativas influyeron en las Cortes de Cádiz y se retomaron
en ordenamientos educativos posteriores. En líneas medulares -tal
como él lo propusiera en 1809, influido por el modelo francés
de Talleyrand-Perigord (1791) y de Condorcet (1792)-, el plan expresado
por Manuel José Quintana (1814) para normar el sistema de educación
pública establecido por las Cortes, partió de cuatro bases
generales: la universalidad, gratuidad, uniformidad y libertad de la enseñanza;
la división de la misma en tres clases; la existencia de escuelas
de primeras letras, la apertura de universidades de provincia para la
segunda enseñanza y universidades mayores; la creación de
una dirección general que supervisara los estudios y pusiera en
marcha una Academia Nacional que estaría dividida en tres clases,
según la división más general de los saberes: literatura
y artes; ciencias físicas y matemáticas; ciencias morales
y políticas .
Derogada la carta de Cádiz en 1814 y puesta en vigor hasta 1820,
el comité encargado de redactar El reglamento general de instrucción
pública para la metrópoli y sus dominios (decretado por
las Cortes el 29 de junio de 1821), ratificó y profundizó
en los mismos conceptos liberales vertidos por Manuel José Quintana:
La enseñanza impartida por el Estado debería ser gratuita,
pública y uniforme, emplear un sólo método de estudio,
iguales libros de texto y no propagar principios contrarios a la doctrina
cristiana y a la Constitución de Cádiz (1812); dividirse,
al mismo tiempo, en tres clases: la elemental, indispensable a todos los
niños de escuelas públicas; la secundaria o superior, dedicada
a cubrir los conocimientos preparatorios para estudios más profundos
(profesionales) y también los básicos -útiles- para
el desarrollo productivo de la nación (formación de artesanos)
y, la de estudios mayores o de facultades, destinada a instruir individuos
para el libre ejercicio de alguna profesión. También propuso
el establecimiento de una Dirección General de Estudios en Madrid
y para la Nueva España, la fundación de universidades de
provincia -de segunda enseñanza- y una universidad central, ambas
adscritas a una subdirección de instrucción pública,
residente en México .

La importancia de las Cortes de Cádiz para la política educativa
del México independiente radica en el hecho que a este ensayo asistieron
por la Nueva España más de 60 personas -Miguel Ramos Arizpe
(1775-1843), Lucas Alamán (1792-1853), Lorenzo de Zavala (1788-1853),
etc.- Incluso tres diputados novohispanos -Pablo de la Llave, José
Francisco Guerra y Antonio M. Uranga- participaron en la elaboración
del Reglamento general de instrucción pública (1821) y se
familiarizaron con dilemas que después tratarían de resolver
en México .
Así, no es raro que en 1823, después de la caída
de Agustín de Iturbide, varios individuos y grupos políticos
se propusieran aplicar a la realidad mexicana los ordenamientos educativos
de Cádiz. Incluso, retomando el reglamento español de 1821,
en diciembre de ese año se formuló en México el primer
Proyecto de Reglamento general de instrucción pública .
Quizá el mejor ejemplo del influjo gaditano sea el Plan general
de instrucción pública, hecho por el gobierno de Jalisco
en 1826, siendo gobernador de la entidad Prisciliano Sánchez. Este
Plan siguió al pie de la letra las ideas expresadas en los reglamentos
español y mexicano de 1821 y 1823 y asimismo la Constitución,
pero fundó cuatro clases de enseñanza o niveles. En el primer
nivel se daría la enseñanza elemental; en el segundo, dibujo
y geometría práctica; en el tercero, matemáticas
puras y el cuarto, enseñanza preparatoria, de Bellas Artes (dibujo,
geometría práctica, arquitectura, escultura y pintura) y
profesional .
Asimismo,
para impartir el último nivel clausuró la Universidad de
Guadalajara (1826) y estableció en ese sitio el Instituto de Ciencias
(1827), cuyo programa de cátedras fue el más completo de
cuantos institutos se fundaron durante la primera república federal
(1824-1835). Esto, desde luego, no es garantía de que efectivamente
así haya ocurrido, según lo muestra la experiencia de Chihuahua
y el informe que rindiera el gobernador de Jalisco en 1831: "...
el gobierno es de los primeros en ansiar que se fomente cuanto sea posible
la enseñanza de las ciencias, no sólo necesarias, sino meramente
agradables y de lujo; mas no duda... en darle preferencia a la que sea
más extensa en todo el Estado..."
Para el liberal republicano José María Luis Mora, el Instituto
de Jalisco fue "el ensayo más feliz y perfecto que por entonces
se hizo, no sólo para despojar de todos sus vicios a la educación
y la enseñanza, sino para introducir los nuevos métodos
que facilitan la una y la otra en los países adelantados en la
civilización..." Sin embargo, la tentativa sólo se
conservó hasta 1834, "en que la reacción de la oligarquía
militar y sacerdotal... dio en tierra con este establecimiento..."
En Zacatecas, donde se llevó a la práctica el espíritu
liberal y tuvo una participación activa Valentín Gómez
Farías como legislador, el Plan general de instrucción pública
(1831) consideró, así mismo, tres niveles, pese a que sólo
estableció las bases generales para su desarrollo y normó
la primera enseñanza, sin que hasta ahora haya noticia que se hubiesen
elaborado las partes correspondientes a la segunda y tercera .
Zacatecas y Jalisco fueron los pioneros en promulgar leyes de avanzada
con miras al fomento educativo, inspirados en los acuerdos, reglamentos
y discusiones de las Cortes, tal vez debido a la directa influencia intelectual
del profesor y periodista Francisco Severo Maldonado, quien asimismo difundió,
entre otras, las ideas de Gaspar Melchor de Jovellanos .

Pero no únicamente se percibe la influencia liberal de Cádiz
y Jovellanos en estas entidades. En marzo de 1824, el congreso de Yucatán
decretó que el seminario conciliar de San Ildefonso, en Mérida,
se convirtiera en universidad de segunda y tercera enseñanza y
en ella se dieran las cátedras de gramática castellana y
latina, física, teología escolástica y moral y derecho
civil y canónico; desde antes de la independencia, el obispo había
hecho gestiones para abrir una institución de estudios superiores .
Por su parte, el gobierno de Guanajuato estableció en 1828 tres
niveles de enseñanza: primeras letras, secundaria y profesional .
En Chihuahua, a principios de los años treinta, los alumnos podían
estudiar, después de las primeras letras, dos años de latinidad
y luego tres de filosofía, pero desde 1834 se iniciaron los estudios
profesionales con las cátedras de teología escolástica
y dogmática, si bien no se matriculó nadie en ellas. Un
año más tarde, abrió sus puertas el Instituto Literario
de Chihuahua, que reunió las cátedras de latinidad y filosofía,
las dos de teología y tres prospectas: dos de cánones y
leyes y una de medicina. Los cursos planeados no pudieron abrirse o no
concluyeron, o ningún alumno presentó examen, pues el primer
registro en derecho público es de 1850 y el de medicina aparece
hasta 1906 .
Lo importante a percibir es el establecimiento de cuatro niveles de enseñanza,
uno correspondiente a las primeras letras y el resto a la educación
superior.
En Tabasco, el gobernador propuso en 1826 instalar escuelas de primeras
letras en cada cabecera de partido, y en la capital un colegio -el de
San Juan Bautista- para la enseñanza de latinidad, filosofía
y teología. El proyecto, sin embargo, no se llevó a cabo
hasta 1831, luego de tres frustrados intentos, y pese a que la idea arrancara
desde las Cortes españolas. No se necesitan -señaló
un informe de 1831- hacer profundos raciocinios para averiguar la causa
por la que en otras ocasiones no funcionó el colegio: el estado
"no está completamente provisto de escuelas de primeras letras,
elemento que debió ponerse en acción al proyectar esa clase
de enseñanza" .

En Veracruz, el Reglamento general de instrucción pública
(1821), dispuso que se fundase en la villa de Orizaba una universidad
de provincia, donde se impartirían cátedras de segunda y
tercera enseñanza, pero el acuerdo no se llevó a cabo por
la situación política del país, habiéndose
consumado la Independencia .
En 1824, el congreso local aprobó crear en ese sitio un colegio
nacional; éste, con el nombre de Colegio del Estado Veracruzano,
abrió sus puertas un año después. Más realista
que otros, acordó empezar por las cátedras de gramática
castellana y latina, y conforme fueran avanzando los alumnos se ofrecerían
los siguientes niveles .
En suma, durante la primera década del México independiente,
debido a la influencia de las Cortes de Cádiz y al reglamento de
instrucción pública -sin descartar la lectura directa o
mediada de Jovellanos y algunos otros autores franceses-, se instituyeron
en la educación superior mexicana tres y hasta cuatro niveles de
enseñanza, gracias, sobre todo, al trabajo político de los
grupos liberales, republicanos y monárquicos .
Invariablemente -además- se creo en los estados una Dirección
General de estudios o Junta Directiva, con el propósito de vertebrar
un sistema educativo, según ya se había previsto en la constitución
de Cádiz y el reglamento español de 1821 .
El problema es que después de 1823 se inició un debate sobre
qué camino debía seguir el país, mientras prosperaba
por todos lados un movimiento autonomista que desembocó en el nacimiento
de la primera República federal (1824-1835) y la presencia cada
vez más activa de los grupos de poder regionales, nacidos en el
último tercio del siglo XVIII .
La Constitución federal de 1824 decretó que sin perjudicar
el derecho de las legislaturas para el arreglo de la educación
pública, era obligación exclusiva del Congreso general promover
"la ilustración... estableciendo colegios de marina, artillería
e ingenieros, exigiendo uno o más establecimientos en que se enseñen
las ciencias naturales y exactas, políticas y morales, nobles artes
y lenguas" .
Así, se mantenía a salvo la soberanía de los estados,
mientras la federación podía intervenir en la apertura de
instituciones educativas; pero también integraba una propuesta
tanto del reglamento español de 1821 como del mexicano primer Proyecto
de Reglamento general de instrucción pública (1823) .
En
la primera década del México independiente, el congreso
no hizo uso de sus prerrogativas; jamás estableció siquiera
alguna escuela: las instituciones educativas de la época colonial
continuaron con vida y sin arreglo alguno, en relación, incluso,
con lo que había previsto el proyecto de reglamento de
1823 .
Según José María Luis Mora, en 1830 la decadencia
de los colegios y la Universidad era tan obvia que el ministro de Relaciones
Interiores y Exteriores, Lucas Alamán, propuso a las Cámaras
un plan de reformas, consistente en: la división y clasificación
de la enseñanza, repartida en tantas escuelas cuantos eran los
ramos que debían constituirla; el establecimiento de la enseñanza
en ramos antes desconocidos y sin objeto en el sistema colonial; la supresión
de una multitud exorbitante de cátedras de teología; y,
la dedicación exclusiva de cada colegio a un sólo ramo de
enseñanza o a los que con él tuviesen alguna relación.
Mas ni los principales involucrados -la Universidad y los colegios- ni
las Cámaras se dieron por aludidos: todos, de común acuerdo,
acabaron por abandonar el proyecto, y aun la discusión del punto .
En 1832 -como resultado de una alianza entre una fracción del ejército
y las milicias cívicas federalistas de Zacatecas-, llegaron al
poder los liberales republicanos; Manuel Gómez Pedraza se hizo
cargo de la presidencia. Con un ministerio ayuno de unidad -Gómez
Farías, González Angulo, Ramos Arizpe, Parrés-, el
ejercicio del poder trastrabilló y tomaron el mando los liberales
republicanos radicales, en alianza con otra fracción del ejército,
encabezada por Antonio López de Santa Anna, quien llegó
a la presidencia y llevó como vicepresidente a Valentín
Gómez Farías, secretario de hacienda en la administración
anterior .
"Cancelar inveterados privilegios -especialmente del clero-, dominar
a los grupos armados disidentes y reorganizar la educación fueron
las tareas que con mayor vehemencia emprendió el nuevo gobierno" .

El vicepresidente, aprovechando la ausencia temporal de Antonio López
de Santa Anna recibió del Congreso facultades extraordinarias para
arreglar todos los ramos de la enseñanza, en el distrito y los
territorios federales .
Una Junta de Instrucción Pública, formada de políticos
e ideólogos, señalados por su radicalismo, planteó
destruir cuanto de inútil o perjudicial tenían la educación
y la enseñanza; establecer una y otra en relación con "las
necesidades determinadas por el nuevo estado social"; y, difundir
"entre las masas los medios más precisos e indispensables
de aprender" .
Y fue a partir de estas directrices que se emprendió la "reforma
de la enseñanza y el modo de distribuirla".
Tradicionalmente se concebía a la universidad como un espacio en
el que se enseñaban varias facultades y se otorgaban grados académicos.
Luego de 1821, los colegios de la ciudad de México y de los estados
en donde se brindaban estudios superiores desde la época colonial
(Puebla, Michoacán, Oaxaca, Nuevo León, Durango), se transformaron
en instituciones universitarias que -en la perspectiva de los liberales-
impartían conocimientos poco útiles y prácticos.
Si estos recintos podían representar, además, focos de oposición
política, era obvia su clausura o cuando menos su reforma.
Aun cuando las medidas de la vicepresidencia sólo serían
aplicables en el distrito y los territorios de la federación, era
seguro que los grupos políticos de liberales lucharían por
hacerlas extensivas en sus dominios, habida cuenta que contaban con el
apoyo del Congreso. La vicepresidencia acordó, entre otras cosas,
suprimir las universidades y formar escuelas de cada ramo en donde fuesen
examinados los alumnos que "aspiran a obtener los grados académicos
o a ejercer alguna de las profesiones", según ya lo había
propuesto en 1830 el ministro Lucas Alamán .
El mismo decreto que suprimió a la Universidad de México
(octubre 19 de 1833) estableció una dirección general de
instrucción pública para el Distrito y Territorios de la
Federación, cuyo propósito era no sólo acabar con
el monopolio de la Universidad en cuanto al otorgamiento de los grados
académicos -que todavía pesaba en los colegios-, sino instituir
una dependencia encargada de los aspectos académicos, técnicos,
administrativos y financieros de la instrucción pública
en todos sus tipos y modalidades; o sea, formar un sistema educativo organizado
de manera jerárquica y centralizada, rector -dirían los
políticos liberales de aquella época- de la educación
y la enseñanza públicas .
En
palabras de Mora, una Dirección general de "donde partan todas
las medidas relativas a la conservación, fomento y difusión
de la educación y enseñanza; un fondo público formado
de los antigua y nuevamente consignados al objeto, administrado, conservado
e invertido bajo la autoridad de la expresada Dirección; para cada
uno de los ramos principales de la educación científica
y literaria y para los preparatorios, un colegio, escuela o establecimiento;
una inspección general para las escuelas de primeras letras, normales,
de adultos y niños de ambos sexos, de las cuales debía haber
por lo menos una en cada parroquia; un establecimiento o escuela de bellas
artes, un museo nacional y una biblioteca pública" .
Propuesta administrativa poco novedosa si recordamos que esta Dirección
ya había sido creada con funciones parecidas en varios estados
y que respondía a los planteamientos de Cádiz y por supuesto
al primer Proyecto de Reglamento general de 1823. Antes que en el distrito
y los territorios federales, las reformas a la educación se habían
sucedido con mayor éxito en las entidades gobernadas o influidas
por liberales republicanos .
Porque, desde las cortes de Cádiz había no sólo una
continuidad de ideas, sino también de personas preocupadas por
resolver los grandes problemas heredados de la colonia, ya fuese mediante
la forma republicana o centralista .
Entonces, ¿cuál fue la novedad de 1833?
Fruto del poder central y obra de liberales republicanos que saldrían
avantes e impondrían su proyecto de país -negando las contribuciones
de sus adversarios políticos-, son de mencionar entre sus logros:
el haber diseñado una nueva organización de los estudios;
el propósito de impartir los conocimientos científicos y
sociales de su tiempo y, también el haber instituido una nueva
concepción de los niveles educativos, porque a pesar de que en
varias entidades, durante la primera década del México independiente
-con apoyo en los documentos de Cádiz- se había planteado
dividir la educación en tres y hasta cuatro clases o niveles, aún
no era clara su idea de ruptura con el pasado .
En armonía con la idea de "sistemar la enseñanza",
por decreto de octubre 23 de 1833 se formaron seis escuelas, "la
primera de estudios preparatorios, la segunda de estudios ideológicos
y humanidades, la tercera de estudios físicos y matemáticos,
la cuarta de estudios médicos, la quinta de estudios de jurisprudencia
y la sexta de estudios sagrados; a todas estas escuelas se dio el nombre
de establecimientos, excluyendo el intento de colegios, para que no sirviera
de precedente a efecto de reclamar el uso o abuso de las rutinas establecidas
en ellos" .

El valor de esta medida reside en que por primera vez apareció,
para el distrito y los territorios de la federación, un ciclo de
estudios como soporte de los profesionales -la escuela preparatoria-.
La idea fue reunir en este establecimiento la "enseñanza de
todos los conductores de las ciencias, o más claro, de todos los
medios de aprender; así, pues, se fijó en el estudio de
las lenguas sabias, antiguas y modernas, el del idioma patrio y los más
notables de las antiguas naciones indianas, más por instrucción
que por el uso que se haga de ellos en un país donde la lengua
castellana es común a todos los miembros de la sociedad" .
Según el reglamento, los estudios preparatorios tendrían
"por ahora" (sic) las cátedras siguientes: 1ª y 2ª de
latinidad; una de idioma mexicano; una de otomí; una de francés;
una de inglés; una de alemán; una de griego; una de principios
de lógica, aritmética, álgebra y geometría
y, una de teología natural, neumatología y fundamentos filosóficos
de la religión .
La constitución de un nivel con el propósito de servir de
puente entre las primeras letras y los estudios profesionales de carrera
influyó en el ánimo de las legislaturas. En 1834, por ejemplo,
la de Jalisco dictó un nuevo Plan. Según éste, la
enseñanza media o de segunda clase se daría exclusivamente
en Guadalajara, en el Liceo de Jalisco
y en el Instituto del Estado. El Liceo de Jalisco, acotó, "será
una casa de educación preparatoria que proporcionará a los
jóvenes aquellos estudios sin los que no podrán ser admitidos
en las respectivas secciones del Instituto
conforme lo disponga el reglamento" .
De esta manera se estableció con mayor precisión que en
el reglamento federal, un nivel de estudios indispensable para proseguir
una carrera profesional. En tiempos de la República restaurada,
esta providencia se fue haciendo extensiva en el país.
La importancia de este decreto, con su bando y respectivo reglamento,
estriba también en que por vez primera se configuraron los estudios
no a la usanza de los colegios y las universidades -por cátedras
y facultades-, sino a partir de una ordenación por cátedras
y profesiones. Cada institución ofrecería su savia intelectual,
organizada y programada en cursos simultáneos y progresivos, siguiendo
el modelo de impartir saberes graduados y específicos. El establecimiento
de estudios médicos, por ejemplo, tendría nueve cátedras,
pero durante el primer año, en un semestre lectivo el alumno cursaría
sólo anatomía y fisiología y en otro, anatomía
e higiene y, de esta suerte, el resto de las cátedras .
Una novedad más de la reforma fue el orden sucesivo de los estudios,
su duración y los requisitos académicos para acceder a cada
escuela y, en general, adquirir un título .
Para ingresar a jurisprudencia, el alumno debería haber hecho y
aprobado dos cursos de latinidad, uno de francés, uno de inglés,
uno de ideología en todos sus ramos y uno de moral natural; para
medicina, dos de latinidad, uno de francés, uno de ideología
en todos sus ramos, uno de matemáticas puras, uno de historia natural,
uno de botánica y uno de química .

Mientras que en primer caso el alumno debía aprobar cursos que
se impartían en los establecimientos de estudios preparatorios
y de estudios ideológicos y humanidades, en el segundo, era requisito
indispensable aprobar algunos otros, dictados en la escuela de estudios
físicos y matemáticos .
Esto nos muestra la profundidad con que fue pensado el plan de reforma,
también apunta hacia la importancia de los estudios previos al
aprendizaje de una carrera. De hecho los establecimientos mencionados
se consideraron el punto medular para las profesiones de medicina, jurisprudencia
y estudios sagrados, pero con excepción de los estudios preparatorios,
en el resto de las escuelas se pensaba en preparar profesionistas; en
el de estudios físicos y matemáticos se pretendía
formar a los técnicos ensayadores y beneficiadores de metales,
también a los estudiantes de ingeniería civil o de minas.
Para el título de ingeniero civil se requerían: dos cursos
de latinidad, uno de francés, el primero y el segundo de matemáticas
puras, uno de física, uno de química, uno de mineralogía,
uno de dibujo de paisaje, uno de arquitectura, uno de inglés, y
un año de práctica con un profesoraprobado .
Por último -a diferencia de la estructura universitaria anterior
en donde los grados se ganaban luego de un tiempo de pasantía-,
en las nuevas disposiciones del decreto, el bando y su reglamento, además
de los exámenes que en cada curso deberían aprobar los estudiantes,
ellos no podrían solicitar el título de profesor, ni el
grado de doctor sin haber aprobado todos los cursos de su profesión
en el establecimiento respectivo .
En Puebla, el Plan de estudios para el Colegio del Estado (1834), también
de corta vida, precisó que "para ser admitidos los alumnos
de la primera en la segunda clase, y los de ésta en la tercera
o la cuarta, presentarán certificaciones de haber cursado en ellas
todo el tiempo prevenido, o sufrirán examen de sus materias" .
Si bien las reformas no se llevaron a cabo porque el Congreso decretó
el cese de las facultades extraordinarias concedidas al vicepresidente
(23/IV/1834) y unos meses más tarde -en junio de 1834- Santa Anna
las derogó, en lo fundamental sentaron las bases institucionales
sobre las que gravitaría la educación pública mexicana
en el transcurso del siglo XIX. Porque, por encima de las pugnas de por
el poder, los liberales monárquicos y republicanos compartían
proyectos en común sobre el problema educativo y su visión
del mundo. Y es que, más allá de la discontinuidad del conflicto
político, se escondía "una legalidad del dominio oligárquico,
lo suficientemente sólida para fraternizar a todos los grupos por
encima de las diferencias de intereses e ideologías" .
Sobre esta base, las aperturas y cierres que a manos "liberales"
y "conservadores" experimentaron las instituciones de educación
superior entre 1833 y 1867, no reflejan sólo conflictos de orden
político, sino también las precarias condiciones económicas
por las que atravesó la educación superior mexicana durante
ese periodo, amén de otros problemas .
"Parece que los desengaños, la repetida ausencia de fondos
aun para los gastos más indispensables y la inestabilidad política
iban matando, poco a poco, el entusiasmo por la enseñanza superior.
Con pocas excepciones, todos los centros sucumbieron durante el segundo
imperio y destinaron sus locales a otros propósitos. El de San
Luis Potosí se convirtió, por enésima vez, en cuartel.
El de Yucatán se transformó en comisariato; otros ya no
pudieron mantener a sus becarios y los devolvieron a sus lugares de origen.
El declive no terminó hasta la restauración de la república
en 1867 .
En este sentido, los dos ensayos "conservadores" para reorganizar
la educación -el de 1843 y el de 1854-, si bien retomaron las ideas
generales enunciadas por el intento liberal reformista y republicano de
1833, jamás pudieron enraizar a porfía debido al permanente
clima de inestabilidad política.
La reforma de 1843 planteó, entre otras cosas, actualizar la enseñanza
media y universitaria; dar mayor uniformidad a los estudios preparatorios
en las cuatro carreras (foro, eclesiástica, de medicina y de ciencias
naturales); extender por el país el modelo de los colegios de la
capital, con el objeto de uniformar la enseñanza; fundar una Junta
directiva general de estudios, formada por el ministro de instrucción
pública, el rector de la Universidad y un cuerpo de directores
de colegios, con tareas y obligaciones específicas en el campo
administrativo, financiero y académico .
Pero, pese a que de 1843 a 1851 se crearon las escuelas de agricultura
y de artes y oficios (1843), se infundió una vida más vigorosa
a la academia de las tres nobles artes, se especializaron carreras en
el Colegio de Minería, se efectuaron cambios importantes en los
estudios médicos y se declararon nacionales todos los establecimientos
de educación oficial, los avances fueron mínimos .
El siguiente ensayo conservador (1854) distribuyó a la instrucción
pública en primaria, secundaria o preparatoria, superior y especial
y propuso también una Dirección de instrucción pública,
a cargo inmediato y económico de la Universidad. Los institutos
o colegios nacionales se dedicarían a la segunda enseñanza,
que dividida en dos periodos de tres años cada uno duraría
seis años y serviría de base a los estudios superiores.
Estos rasgos de la reforma "planteaban una completa centralización
educativa y una división cada vez más definida de los estudios" .
En cuanto a su enseñanza, el currículo hizo hincapié
en las disciplinas filosóficas y religiosas, lo mismo que en las
humanidades. El "contenido de los cursos de matemáticas: aritmética,
álgebra, geometría y trigonometría, geometría
analítica, cálculo, física, química e historia
natural nada tendrán que perdirle al plan de 1867 de Barreda" .
Pero la revolución de Ayutla que puso fin a la dictadura santanista
impidió siquiera su puesta en marcha.
En julio de 1867 entró Juárez en la ciudad de México
y poco tiempo después se constituyó un grupo encargado de
discutir una nueva ley de instrucción, la cual estableció
las siguientes escuelas: secundaria para personas del sexo femenino; de
estudios preparatorios; de jurisprudencia; de medicina, cirugía
y farmacia; de agricultura y veterinaria; de ingenieros; de naturalistas;
de bellas artes; de música y declamación; de comercio; de
normal; de artes y oficios, y para la enseñanza de sordomudos,
un observatorio astronómico; una academia nacional de ciencias
y literatura, y un jardín botánico .
Esta nueva ley sería el coronamiento de un liberalismo triunfante.
Mucho se ha insistido en que la reforma de Gabino Barreda, su principal
artífice, descansó en el positivismo, pero una lectura atenta
de Auguste Comte echa por tierra esa pretensión. Nuestro personaje
necesitaba del liberalismo sin cuya alianza "el positivismo no habría
pasado de ser una doctrina más y los liberales necesitaban aliarse
a una doctrina al servicio del orden material; por ello fue posible hacer
ajustes. Lo que sí era imposible era postular al positivismo en
su verdadera dimensión, como doctrina total, y a pesar de las precauciones
del creador de la preparatoria,
tarde o temprano habría de provocarse el rompimiento y empezarían
los ataques liberales" .
En esta época se concibió a la escuela preparatoria como
la columna vertebral de la nueva ley. La enseñanza en ella se dividió
en cuatro áreas: abogacía, medicina y farmacia, agricultura
y veterinaria e, ingeniería, arquitectura y metalurgia. Las tres
primeras a realizarse en cinco años; la última en cuatro .
En 1869 se hizo un ajuste: se suprimieron la metafísica y el derecho
eclesiástico y se uniformaron con ligerísimas variantes
los estudios preparatorios para todas las carreras, convirtiéndose
así a la Escuela en "un plantel donde podía adquirirse
una ilustración superior completa y bien organizada con finalidad
propia, y no sólo como preparación de estudios superiores .
En 1875 José Díaz Covarrubias, ministro de Justicia e Instrucción
Pública durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada,
escribió:
"El error de considerar la instrucción secundaria como encaminada
únicamente a preparar una carrera profesional, produce la lamentable
anarquía que se observa en los países donde las ideas de
instrucción están poco avanzadas cuando se presenta el problema
de fijar los estudios preparatorios para las diversas profesiones [...].
Lo diremos por última vez; no se trata de hacer sabios y especialistas
a todos los ciudadanos; se trata solamente de difundir entre el mayor
número posible, los conocimientos fundamentales, ya para que sean
útiles directamente a todo el que los adquiere, ya para basar firmemente
sobre ellos las profesiones y las aplicaciones científicas trascendentes" .
De esta suerte, en la medida que se concibió a la preparatoria,
no sólo como lugar de paso entre la educación primaria y
la profesional, sino como un nivel con fines propios, la organización
educativa en las entidades se diversificó. Durante el régimen
porfirista, los institutos o colegios de Toluca, Yucatán, Sonora,
Chihuahua, Aguascalientes, Tabasco, Guerrero y Tamaulipas, por ejemplo,
se convirtieron en preparatorias; los de San Luis, Guanajuato, Michoacán
Durango, Zacatecas, Hidalgo, Querétaro y Puebla adecuaron sus marcos
de funcionamiento a la ley, y unos más, como Nuevo León,
separaron preparatorias y escuelas .
Hasta podríamos decir que durante el régimen porfirista,
la educación en México fue positivista, si nos atenemos
al modelo que se inició en tiempos de la República restaurada.
Pero según lo muestran los estudios de Sinaloa y Puebla, este positivismo
fue de nombre, una fachada que cobijó haberes y quehaceres muy
diversos .
Nadie sabe la profundidad de las aguas hasta que se sumerge en ellas.
EPILOGO
Aun cuando
la historiografía mexicana de las últimas décadas
subraya que puede y debe establecerse una línea de continuidad
entre los procesos económicos, sociales y culturales de mediados
del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, pocos son los estudios o balances
al respecto. Quizá el predominio de una periodización, que
es copia de la historiografía política tradicional, ha impedido
profundizar en esta línea y establecer los cortes históricos
pertinentes para la individuación de cada proceso, pues el hecho
de plantear que existe una línea de continuidad, no implica reconocer
que permanecen sin cambios la economía, la sociedad y la cultura.
El problema
señalado para la historiografía mexicana en general se hace
todavía más obvio en el caso de la historiografía
de la educación. Aunque este campo disciplinar tiene una larga
e ininterrumpida trayectoria y pese a que desde 1981 Anne Staples puntualizó
que la "sorprendente continuidad de metas y métodos desde
la reforma borbónica hasta por lo menos mediados del siglo XIX
habla de una sociedad poco influenciada por los cambios políticos
en cuanto a la educación de sus hijos", los historiadores
-salvo raras excepciones- siguen trabajando conforme a la periodización
política tradicional .
Como si la guerra de Independencia o la Revolución mexicana hubiesen
significado automáticamente, un corte histórico decisivo,
un cambio estructural en su objeto de estudio.
En el presente artículo sólo hemos tratado de seguir dos
líneas de continuidad, la idea de educación superior y sus
niveles. Hay sin duda muchas preguntas qué resolver ¿Cómo
se organizó desde el punto de vista académico? ¿Qué
concepciones y fines la animaron? ¿Qué papel tuvo el Estado
y otros actores en su desarrollo? ¿Qué lugar tuvo en ellas
la vida cotidiana? Universidades, seminarios, colegios e institutos ¿fueron
fundaciones iguales en su administración, propósitos y financiamiento?
¿Cómo se generó o inhibió en las instituciones
de educación superior una cultura liberal y, finalmente ¿Qué
elementos teóricos y metodológicos podemos considerar para
ofrecer una visión de conjunto? Esto ha sido únicamente
un ensayo, una mirada frágil sobre el acontecer que siempre se
evapora.
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