Dr.
Antonio Padilla Arroyo Universidad
Aut�noma del Estado de Morelos
Introducci�n
Las
vicisitudes, las tensiones y los conflictos que afrontaron las instituciones
educativas en M�xico durante el siglo XIX fueron una de las marcas dominantes
de su existencia. La inestabilidad constante fue un rasgo fundamental,
el cual no puede explicarse sino como parte de un largo proceso de invenci�n,
desarrollo y consolidaci�n de sus estructuras internas. Por ello, fue
muy dif�cil construir un espacio social, sobre todo en los primeros a�os
del siglo, que garantizara su permanencia y, por lo tanto, permitiera
vislumbrar un futuro de certidumbre. Las ideas, los proyectos, los trayectos
espec�ficos de las m�ltiples instituciones educativas que se configuraron
en este largo trecho de tiempo pueden comprenderse a la luz de la vida
cotidiana, donde hombres y mujeres pudieron dar forma a sus sue�os y aspiraciones,
a sus formas de apropiaci�n y resistencia en torno a una instituci�n que
a�n no formaba parte de su imaginario, de sus necesidades espirituales
y materiales.
Ello
conllev� a un ardua labor para la toma de conciencia acerca de la importancia
de una instituci�n que se encargar�a de garantizar parte de los procesos
de socializaci�n y, que en la pr�ctica, represent� una profunda reforma
en las formas de entender y percibir la cultura. La reconstrucci�n de
la vida cotidiana escolar
en gran medida da cuenta de c�mo y porqu� una sociedad edifica un nuevo
espacio de convivencia social, con reglas, normas, comportamientos, usos,
h�bitos y disposiciones mentales y f�sicas. Tambi�n permite comprender
y explicar las circunstancias en que se produce y reproduce un orden y
una disciplina que si bien se percib�an como extra�os y ajenos a sus estilos
de vida, con el paso del tiempo fueron percibidos como naturales porque
resultaron �tiles para la creaci�n de un orden mayor.
De
esta manera, la invenci�n de la escuela moderna en particular y de las
instituciones educativas en general fueron parte primordial del nuevo
orden social, cultural, econ�mico y pol�tico que se conform� a lo largo
del siglo XIX.
Conviene
se�alar que los tiempos y los ritmos de construcci�n de la escuela no
corresponden necesariamente a los tiempos cronol�gicos del nuevo orden
pol�tico, lo es tambi�n que las unos y otros se entremezclan en el tiempo
hist�rico. Aqu� se sostiene que el siglo XIX comprende el periodo de las
reformas borb�nicas que colocaron las bases de la educaci�n y de la escuela
modernas mediante un conjunto de acciones y disposiciones jur�dicas en
materia educativa. Unas y otras configuraron una pol�tica educativa que
despleg� una iniciativa nueva y ambiciosa que, entre otros aspectos, transform�
profundamente las ideas y los objetivos sociales de la educaci�n y que
alcanz� su m�ximo desarrollo y consolidaci�n en el periodo considerado
como el porfiriato, con la creaci�n de un complejo entramado de instituciones
escolares que iba desde escuelas de p�rvulos hasta establecimientos de
educaci�n superior y profesionales, as� como un cuerpo de normas y disposiciones
en materia educativa dirigidas a implantar en todo el pa�s un sistema
educativo homog�neo y �nico. En suma, en t�rminos cronol�gicos cubre el
�ltimo tercio del siglo XVIII y concluye en la primera d�cada del siglo
XX.
As�,
el nuevo orden pol�tico, en medio de las confrontaciones pol�ticas y sociales
que se suscitaron en el transcurso del periodo o de los periodos en que
puede dividirse la historia pol�tica del pa�s, exigi� la promoci�n de
nuevas instituciones o la adaptaci�n de las existentes a las nuevas realidades
que se desprendieron del M�xico independiente.
En
el caso de las instituciones educativas surgidas desde antes de la independencia
pol�tica de M�xico, esto es que se fundaron en el antiguo r�gimen en el
marco de una pol�tica y cuya finalidad era promover la difusi�n del pensamiento
ilustrado entre el mayor n�mero de la poblaci�n, fueron una pieza fundamental
para la legitimar y afianzar el nuevo r�gimen, En este nuevo contexto,
reorientaron sus fines por lo que fue preciso reformar y, en algunos casos,
sustituir las viejas formas de pensar y difundir los saberes y los conocimientos.
Al mismo tiempo se fundaron otras con la misi�n de sembrar nuevos valores,
costumbres, conductas y comportamientos de acuerdo con los deseos y los
proyectos educativos in�ditos, reformadores o francamente revolucionarios.
Unas
y otras tuvieron que acometer la tarea de su conformaci�n interna, es
decir, de madurar y reflexionar acerca de sus �xitos y fracasos y que
s�lo pod�an apreciar con base en sus experiencias acumuladas, confront�ndose
con la necesidad de conservar o innovar sus pr�cticas e ideas. Esto no
pod�a lograrse sino mediante el examen de la vida escolar. De este modo,
uno de los rasgos definitorios de las instituciones educativas en este
periodo fue el impulso a las reformas educativas de distintiva profundidad
y nivel que pretend�an instaurar un nuevo orden educativo. Estas implicaban
necesariamente modificar e introducir nuevos valores, ideas, sentimientos,
comportamientos, actitudes, lo cual conllevaba transformar la vida educativa
en general y la vida escolar en particular. Hombres y mujeres fueron art�fices
y testigos de la fundaci�n y aceptaci�n de nuevas instituciones educativas
como una realidad al mismo tiempo impuesta y apropiada. La formaci�n de
esos espacios transform� aspectos fundamentales del quehacer educativo
que se hab�a iniciado con las reformas borb�nicas.
Desde
luego, esos cambios e innovaciones dependieron del tipo de establecimiento
educativo que se trataba: no era lo mismo un colegio de estudios superiores
que hab�a vivido un largo proceso de integraci�n y maduraci�n que un plantel
escolar de primeras letras. La urgencia de modificaciones mayores se sent�a
m�s en aquellos establecimientos que tradicionalmente hab�an sido centros
de reclutamiento de las elites culturales ,
los cuales sufrieron una presi�n constante para recuperar el prestigio
y el papel que hab�an jugado en el antiguo r�gimen. Las cr�ticas permanentes
que reca�an sobre ellas iban dirigidas a sus viejos moldes de ense�anza,
a los contenidos de sus cursos, as� como tambi�n a sus pr�cticas pedag�gicas,
a las ideas mismas que lo soportaban.
De
la misma manera, fueron puestos en tela de juicio sus fines y objetivos,
las relaciones entre las autoridades y los alumnos, as� como entre la
instituci�n y el conjunto de la sociedad, es decir, su vida cotidiana.
Por eso, las iniciativas de transformaci�n de las instituciones educativas
heredadas del anterior orden educativo autoridades pol�ticas .
Los
esfuerzos por impulsar esas transformaciones quedaron plasmadas en leyes,
normas, reglamentos, decretos y documentos oficiales, unas y otros pretend�an
regular los espacios de la vida escolar. Tal vez esta circunstancia explique
porque esas iniciativas provendr�an fundamentalmente de las autoridades
pol�ticas, las cuales contaron con el respaldo de antiguos estudiantes
en su car�cter de hombres prominentes o particulares. De este modo, durante
el siglo XIX, en particular en la primera mitad, se pretendi� animar y
vitalizar la vida educativa, as� como fundar establecimientos que representaran
el nuevo quehacer educativo. En ese empe�o, las autoridades estatales,
en su af�n por debilitar o suprimir planteles escolares a los que consideraban
obsoletos o que no encajaban en el naciente orden social, pol�tico y cultural,
promovieron y alentaron la circulaci�n de ideas, saberes y conocimientos
que consideraban deseables en sus entidades.
El
signo de las instituciones educativas en este periodo fue el esfuerzo
por garantizar una estabilidad en su vida interna, lo cual s�lo pod�a
alcanzarse mediante la asimilaci�n, la creaci�n y reproducci�n de viejos
y nuevos actores educativos ,
quienes al producir y apropiarse de tradiciones, normas y pr�cticas escolares,
en sus intercambios e interacciones constantes, modelaron las relaciones
sociales dentro del espacio educativo. As�, tanto para las instituciones
de ense�anza superior como para las dedicadas a la instrucci�n y la educaci�n
de primeras letras, la tarea de repensar sus propias formas de convivencia
cobr� un impulso que buscaba no s�lo responder a su permanencia m�s o
menos prolongada sino afianzar uno de los proyectos m�s ambiciosos de
la elite pol�tica, esto es, ampliar la esfera de influencia entre el mayor
n�mero de hombres y mujeres por medio del acceso a la instrucci�n elemental.
La
riqueza que brinda el examen de la vida escolar de los grandes y peque�os
establecimientos educativos reside entonces en rescatar y reunir esos
fragmentos que una idea, una iniciativa, un gesto, un reglamento o una
disposici�n acerca de tal o cual aspecto de la escuela, el instituto o
el colegio revela y lograr con ellos una visi�n coherente e inteligible
del pasado educativo. Quiz� por ello, conviene insistir en que las instituciones
educativas, la idea de escuela moderna
o de instrucci�n elemental
y de instrucci�n superior, configuraron un sistema educativo ,
que se conform� en un proceso de larga duraci�n, tanto como la vida cotidiana
escolar misma, sobre todo porque fue se trat� de una transformaci�n al
mismo tiempo impuesta y construida por la sociedad mexicana. Desde luego,
ese largo proceso se sujeto a vaivenes, a tiempos y ritmos diversos seg�n
las regiones, las localidades, las condiciones econ�micas, sociales, pol�ticas
y culturales de cada una de ellas. De este modo, el retroceso, el avance,
las rupturas y las continuidades son dimensiones centrales que el historiador
esta obligado a realizar en su esfuerzo comprensivo e interpretativo del
pasado educativo.
Uno
de los hechos m�s notables dentro de la vida escolar durante el siglo
XIX fue el proceso de la secularizaci�n
que sufri� la sociedad mexicana en todos sus niveles y expresiones. Por
lo tanto, las instituciones educativas, en especial la escuela, no fueron
ajenas a esta tendencia. A la luz de este proceso se plantearon nuevos
fines, objetivos y medios educativos. De hecho, fue tal la magnitud de
las transformaciones que acompa�aron a la secularizaci�n de la vida social
que las instituciones educativas y la definici�n misma de la educaci�n
tuvo que precisar sus contornos y sus alcances.
Un
rasgo de �sta fue precisamente su car�cter laico, definido por su orientaci�n
pr�ctica, �til y graduada. Otra expresi�n fue la diferenciaci�n entre
la ense�anza religiosa y la educaci�n ciudadana, est� �ltima deb�a ser
recibida por todos los individuos. La naturaleza laica de la educaci�n
y del espacio escolar correspondi� con una modificaci�n de las conductas
y valores sociales que adoptaron importantes sectores de la educaci�n,
lo que se demostr� con la aceptaci�n y asimilaci�n por parte de la sociedad.
Ambos aspectos son claves para comprender las caracter�sticas que adopt�
la vida escolar en el periodo, lo que se vio reflejado de m�ltiples formas,
y que guiaron la conformaci�n de la instituci�n educativa.
La
vida escolar, campo de estudio para la historia de la educación
.
Puede
sostenerse que el concepto de vida cotidiana escolar, su utilizaci�n y
sus usos es reciente e inspira la reflexi�n de los historiadores de la
educaci�n a partir de las contribuciones que han hecho a este campo la
sociolog�a y la antropolog�a. Las diversas dimensiones que contiene lo
convierten en una parte central en los an�lisis historiogr�ficos contempor�neos.
Desde las herramientas metodol�gicas y te�ricas que proporcionan la sociolog�a
y la antropolog�a es posible fijar la mirada en diferentes planos que,
en conjunto, integran la vida cotidiana escolar. El registro escrupuloso
de la vida cotidiana de la instituci�n escolar, en general y del sal�n
de clases, en particular, el cual es el espacio privilegiado para la aprehensi�n
de �sta, adquiere coherencia el rompecabezas de las pr�cticas pedag�gicas
al desplegarse el caudal de experiencias individuales y colectivas de
los actores educativos. La observaci�n y el an�lisis de la distribuci�n
y el empleo de los diferentes segmentos en que se divide la instituci�n
escolar, los tiempos que se destinan a cada una de las ocupaciones escolares,
los ritmos que se aplican y se desenvuelven las actividades de cada uno
de los actores educativos, la producci�n y las funciones que desempe�an
cada uno de �stos, las interacciones que establecen. Las ideas que subyacen
a los m�todos de ense�anza, las actitudes, los gestos, las trayectorias
personales y colectivas que convergen en un lugar determinado, las formas
en que se utilizan los recursos did�cticos, as� como el proceso que sedimenta
los proyectos, las propuestas y los programas educativos son otras tantas
dimensiones de la vida escolar.
De
igual manera, este concepto facilita una lectura y una aproximaci�n al
estudio de las normas formales e informales que moldean los establecimientos
educativos, la significaci�n y el significado que los actores involucrados
le confieren al quehacer educativo, la resistencia y la apropiaci�n que
hacen no s�lo de ellas, sino de los saberes y conocimientos que adquieren
en la dial�ctica de la relaci�n ense�anza-aprendizaje. Los mecanismos
y los procedimientos que se instrumentan para hacer m�s eficaz la asimilaci�n
de habilidades y disposiciones culturales que los individuos tienen que
obtener para comportarse socialmente. En suma, el dispositivo cultural
que configura a la instituci�n escolar puede examinarse a la luz del concepto
de vida escolar.
Con
base en estos aspectos se ensaya un esfuerzo de interpretaci�n alrededor
de la importancia y pertinencia del concepto. Ello es posible al sumergirse
en la amplia y cada vez m�s importante historiograf�a de la educaci�n
del siglo XIX en M�xico. Para tal prop�sito se establecen dos niveles
de an�lisis acerca del empleo, de la utilidad y de las potencialidades
que ofrece a los historiadores este concepto. Un primer nivel, la definici�n
del concepto mismo a partir de las aportaciones que hacen los estudios
antropol�gicos y sociol�gicos de la vida cotidiana en general y de la
vida cotidiana escolar en particular a los estudios hist�ricos de la educaci�n,
es decir, construir o poner a prueba su pertinencia desde el punto de
vista hist�rico, as� como la riqueza explicativa que guardan. El segundo
nivel, pretende recuperar las dimensiones que ha examinado la historiograf�a
de la educaci�n, ilustrar las coordenadas con las que puede elaborarse
el concepto y su utilizaci�n en los estudios hist�ricos.
En
el caso del primer nivel se parte de una definici�n en torno a un nivel
de abstracci�n que permite establecer y comprender diversas facetas que
involucra la vida cotidiana escolar y, por tanto, distintas dimensiones
de observaci�n y referentes emp�ricos a partir de un concepto m�s general.
Dicho nivel hace referencia a la noci�n de proceso escolar, tal y como
lo define una de las estudiosas m�s notables en el campo de los estudios
etnogr�ficos y antropol�gicos de la vida cotidiana en la escuela, Elsie
Rockwell. Para la autora, el proceso escolar es "un conjunto de relaciones
y pr�cticas institucionalizadas hist�ricamente, dentro del cual el curr�culum
oficial constituye s�lo un nivel normativo. Lo que conforma finalmente
a dicho proceso es una trama compleja en la que interact�an tradiciones
hist�ricas, variaciones regionales, numerosas decisiones pol�ticas, administrativas
y burocr�ticas, consecuencias imprevistas en la planeaci�n t�cnica e interpretaciones
particulares que hacen maestros y alumnos de los materiales en torno a
los cuales se organiza la ense�anza. Las pol�ticas gubernamentales y las
normas educativas influyen en el proceso, pero no lo determinan en su
conjunto. La realidad escolar resultante no es inmutable o resistente
al cambio.
Estas
facetas del proceso escolar tienen su materializaci�n en la vida cotidiana,
es decir, en las formas espec�ficas en que los actores educativos viven
la experiencia escolar, la reflexionan, la resisten, la apropian, la asimilan
y se orientan en el espacio y el tiempo institucionales. Se trata de establecer
las relaciones sociales que hacen posible comprender los mecanismos que
se organizan y se fijan para la reproducci�n del orden institucional.
Es decir, esos instrumentos hacen inteligibles los fragmentos, los trazos
que conforman la vida escolar y que en apariencia est�n desarticulados
no s�lo a los ojos del historiador sino de los directamente involucrados.
El
historiador de la educaci�n tiene entonces a su disposici�n un conjunto
de referentes te�ricos y metodol�gicos desde los cuales este en condiciones
de registrar los hechos, los datos, la informaci�n emp�rica para comprender,
explicar e interpretar la l�gica que articula la vida escolar. De este
modo, se abre la alternativa para que el historiador de la educaci�n configure
un campo de investigaci�n espec�fico, la vida cotidiana escolar. La historicidad
y la posibilidad de historizar la vida escolar esta en funci�n de contar
y tener acceso a las fuentes adecuadas para registrar elementos primordiales
del mundo escolar: proyectos, fines educativos, valores, sentimientos,
intenciones, m�todos de ense�anza, planes de estudio, contenidos curriculares,
libros de texto.
Tambi�n
espacios f�sicos, disciplinas, rutinas, horarios de trabajo, calendarios
escolares, habilidades y destrezas inculcadas y aprendidas, materiales
did�cticos que introdujeron cambios profundos en las disposiciones mentales
y f�sicas de los actores, las ceremonias, rituales religiosos y c�vicos,
inauguraciones de cursos, celebraci�n de ex�menes, clausura de actividades,
apertura de planteles educativos, entre otros. Quiz� una operaci�n hist�rica
de mayor envergadura es demostrar que esos factores fueron transformados
en pr�cticas culturales por parte de los actores educativos y que no revelaban
�nicamente el orden escolar, sino un orden mayor que es la sociedad.
El
significado que los actores le otorgan al conjunto de actividades que
se despliegan en la vida escolar tienen un contexto y momento determinado
como parte del movimiento hist�rico general. La vida cotidiana como categor�a
anal�tica permite visualizar en su particularidad ese "mundo de diversidad",
en el cual se expresan una multiplicidad de realidades que identifican
a la instituci�n escolar.
En
realidad, uno de los problemas primordiales que enfrenta la historia de
la educaci�n para analizar la vida cotidiana escolar reside en el tipo
de fuentes y materiales con los que puede nutrir su investigaci�n. Desde
luego, los instrumentos conceptuales y metodol�gicos est�n a su disposici�n,
lo cual no quiere decir que por s� mismos resuelvan el problema, pero
s� lo preparan para tener una mirada atenta hacia los detalles o los indicios
que pueden parecer intrascendentes en la investigaci�n. El problema, sin
embargo, sigue sin resolverse. Por ejemplo, la sociolog�a cuenta con herramientas
confiables para levantar informaci�n in situ, es decir, levantar una encuesta
o aplicar una entrevista, tiene la posibilidad de acceder directamente
a los actores educativos, realizar observaciones de campo en torno a preguntas
concretas o aspectos de su inter�s. De igual modo, sucede con la etnograf�a
que puede efectuar registros escrupulosos y detallados de �ndole cualitativa
acerca de lo que sucede cotidianamente en el espacio escolar.
Evidentemente,
el historiador no tiene ni la oportunidad ni la posibilidad de entrar
de manera inmediata a la realidad escolar, por m�s que las operaciones
que involucra el an�lisis y la explicaci�n de lo que se registra y observa
pase por un largo proceso reflexivo, tal y como ocurre con la sociolog�a
o la etnograf�a. El material con el que fabrica los hechos hist�ricos
son de distinta naturaleza a la de esas disciplinas. �Pero entonces como
realizar una investigaci�n de la vida cotidiana escolar, sobre todo cuando
el historiador realiza gran parte de su labor mediante documentaci�n oficial?
�Qu� pasa en el momento en el que decide, por ejemplo, emprender un estudio
de la cotidianidad escolar en el siglo XIX, donde la certeza de localizar
a los protagonistas es evidente? Y a�n s� ello fuera posible, la condici�n
de combinar y emplear fuentes oficiales le imponen dificultades no s�lo
porque el historiador con frecuencia se encuentra con documentos de �ndole
normativa, sino porque muchos de ellos no hacen referencia a algunas dimensiones
fundamentales para inferir la vida cotidiana. El historiador debe entonces
buscar y producir nuevos materiales para convertirlas en fuentes hist�ricas.
De
este modo, parte de la respuesta se encuentra en la formulaci�n de los
problemas que el historiador pretenda resolver porque �stos orientan la
b�squeda y la pertinencia de las herramientas y de los materiales hist�ricos
de los que dispone en el proceso de construcci�n del objeto de estudio.
Preguntarse acerca de las dimensiones que involucra la vida escolar y
con base en ellas realizar una lectura y una interpretaci�n adecuada de
la documentaci�n oficial, esto es, reglamentos, decretos, leyes, circulares,
calendarios y horarios escolares, as� como las ideas educativas, permite
disponer de documentaci�n valiosa para el estudio de la vida cotidiana.
Por su fuerte carga normativa, estos materiales son significativos para
dilucidar aspectos que de otra manera pod�an parecer incomprensibles como
parte de la vida cotidiana escolar. Por ejemplo, �qu� sentido tiene la
prescripci�n de un m�todo pedag�gico o la disposici�n y el orden que debe
tener un sal�n de clases? �Cu�l el prop�sito de que los profesores se
dirijan a sus alumnos con cierta modulaci�n de la voz y de los gestos?
El hecho es que no son �nicamente disposiciones escolares, sino proyectos
educativos que se intentan implantar entre los actores educativos y que
a su vez �stos tratan de ajustarse. Hasta aqu� su naturaleza normativa.
El siguiente problema que se presenta son las limitaciones propias de
la fuente y de las respuestas que nos puede proporcionar.
El
problema siguiente, de orden metodol�gico, es: �hasta d�nde el contenido
prescrito y normativo, el deber ser, tienen una materializaci�n transform�ndose
en pr�cticas, valores, ideas, comportamientos, actitudes y h�bitos? El
historiador �c�mo puede dar cuenta de este mundo escolar sin tener un
registro pormenorizado de lo que sucede al interior de la instituci�n
educativa? Conviene apuntar que esta limitaci�n es propia del trabajo
hist�rico, es decir, el historiador s�lo puede iluminar una parte del
pasado, aproximarse a �l en una sucesi�n de interpretaciones y an�lisis
para hacerlo inteligible. Busca entonces procurarse otros materiales,
al mismo tiempo que nutre su objeto de estudio con otras perspectivas
hist�ricas que ayuden a complementar la informaci�n de las dimensiones
que, desde un punto de vista conceptual y metodol�gico, conforman la vida
cotidiana.
En
este sentido, la historia de la educaci�n, se ha desplazado del simple
examen de las instituciones escolares, las ideas pedag�gicas y las leyes
educativas a establecer las relaciones entre los procesos educativos y
las de orden pol�tico, econ�mico y cultural. Esto ha obligado a enriquecer
no s�lo los enfoques de la vida escolar con nuevas preguntas, sino tambi�n
a diversificar sus fuentes hist�ricas.
Lasaportaciones
de los estudios hist�ricos de las mentalidades, de la mujer, del trabajo,
del libro, de la vidaintelectual, de la conformaci�n de las �lites y de
las iglesias, entre otros, han proporcionado nuevas ideas acerca de c�mo
analizar la vida cotidiana.
La recuperaci�n y la valoraci�n de nuevos materiales hist�ricos, especialmente
los archivos, tanto nacionales, estatales como municipales y que contienen
una riqueza enorme, han permitido documentar y ampliar la mirada de la
vida cotidiana. La diversidad de informaci�n que proporcionan en torno
a �sta guarda relaci�n directa con la configuraci�n de la instituci�n
escolar y del sistema educativo a lo largo del siglo XIX. As�, en la medida
en que la escuela fue convirti�ndose en una realidad irrefutable, tambi�n
fue gener�ndose mejor y mayor cantidad de noticias en torno suyo.
La
construcci�n de la vida cotidiana encuentra en los archivos una variedad
de materiales dispuestos para que el historiador enriquezca sus ideas,
formule sugerencias, encuentre orientaciones y que con imaginaci�n respalde
su labor. Inquirir en los documentos, buscar indicios, localizar huellas
y, sobre todo, unir cada uno de los fragmentos que van apareciendo arman
el entramado de la vida cotidiana escolar. Hombres, mujeres, ni�os y ni�as,
preceptores, preceptoras, autoridades, instituciones y estructuras revelan
sue�os, inquietudes, deseos, sentimientos, ideas, valores, actitudes,
conductas, h�bitos y comportamientos. En fin, gran parte de los elementos
y de las dimensiones que dan vida y movimiento a la escuela en su actuar
cotidiano se localizan en millones de documentos.
De
igual manera, la prensa en general y la pedag�gica en particular, es un
instrumento primordial para el historiador. En ella se conserva una memoria
inagotable de experiencias educativas, individuales y colectivas, se registran
las vivencias de los diversos actores que participaron en �stas. Se da
voz tanto a los iniciativas gubernamentales como a las sociales. Tambi�n
se describen momentos de la vida escolar que sirvieron para la reflexionar,
sistematizar y formular nuevas propuestas educativas.
En
el mismo sentido, los libros de texto son una fuente para el examen de
la vida escolar. No s�lo porque se transform� en un instrumento privilegiado
para la difusi�n de una concepci�n del mundo, de la representaci�n del
mundo que se deseaba, sino adem�s porque convirti� en el recurso did�ctico
fundamental para la pr�ctica de la escritura y la lectura. Fue un veh�culo
que por sus caracter�sticas f�sicas y de dise�o transform� el espacio
f�sico de la escuela, en particular el sal�n de clases, los ritmos y la
disciplina escolar marcando los tiempos de la lectura para transitar de
una lectura en voz alta hacia una lectura en voz baja, as� como de una
lectura colectiva basada en la memorizaci�n a una individual y reflexiva.
La
cultura material sin duda constituye una herramienta privilegiada para
la reconstrucci�n de la vida escolar. Como se�alan Quintanilla y Galv�n,
la historia de la educaci�n ha recurrido poco al uso de esta fuente. Pero
sus potencialidades son enormes porque gabinetes, laboratorios, museos,
bibliotecas, bancos, sillas, mesas, pizarrones, relojes, juguetes y edificios
escolares ilustran una parte de los procesos educativos, de las transformaciones
que se suscitaron en el interior de la instituci�n educativa, de la lenta
y paulatina construcci�n de la escuela como espacio privilegiado de socializaci�n.
Por
�ltimo, un material rico y variado para examinar la vida cotidiana lo
proporciona la literatura. Por medio de ella puede rastrearse valores,
ideas, actitudes, sentimientos, usos y comportamientos, las interacciones
diarias y regulares de los actores en sus actividades escolares. Adem�s
proporciona informaci�n de las formas de comunicaci�n, de aprehender el
lenguaje y las percepciones en torno a la vida escolar, los ritmos con
que se configuro la vida educativa.
Ficción
e historia de la vida escolar
Para
hacer m�s comprensible el examen de la producci�n historiogr�fica y de
los estudios hist�ricos se destacan las aportaciones de un material que
el historiador puede utilizar para reconstruir la vida escolar. Se examinan
una serie de trabajos que ofrecen fragmentos de ella y tienen la virtud
tanto de ser fuentes primarias como contribuciones historiogr�ficas, al
menos aqu� se le reconoce esta calidad. Estos trabajos son obras literarias
y memorias fundamentalmente. Conviene aclarar que no se trata de un recorrido
exhaustivo de cada uno de los estudios hist�ricos que se han producido,
en especial en las �ltimas tres d�cadas, sino de ilustrar con algunos
ejemplos c�mo y quienes han examinado distintas facetas de la vida escolar
durante el siglo XIX.
Quiz�
uno de los autores m�s prol�ficos en presentar cuadros cotidianos acerca
de la vida escolar fue JOAQU�N FERN�NDEZ DE LIZARDI, quien adem�s
de describir la vida cotidiana de la sociedad mexicana, ofreci� m�ltiples
y v�vidos bocetos de la educaci�n que se inculcaba a finales de la �poca
colonial y principios de la vida independiente. Es posible imaginar mediante
ellos la transici�n mental y social que represent� el paso de una educaci�n
privada, que se impart�a en la familia y en el hogar con preceptores contratados
por los padres o los tutores, a una educaci�n p�blica, la cual se empez�
a proporcionar en locales separados de esos �mbitos privados, es decir,
en espacios p�blicos con maestros contratados y regulados por autoridades
civiles o a�n religiosas. Esos fragmentos son algunas de las primeras
se�ales de la secularizaci�n en el terreno educativo.
Fern�ndez
de Lizardi no solamente describe sus recuerdos y experiencias personales,
sino tambi�n presenta reflexiones en torno a la funci�n y la importancia
que la educaci�n fue adquiriendo tanto en el �mbito privado como p�blico,
los fines y las metas que pretend�an alcanzarse con ella, as� como los
m�todos pedag�gicos mas adecuados para cumplir con los prop�sitos encomendados.
En su obra, El Periquillo Sarniento, Fern�ndez muestra el recorrido
escolar de su personaje principal durante su infancia. Mediante �ste se
revelan algunas dimensiones de la vida escolar y de sus principales actores.
Con
el tono moralizador que imprime a sus obras, destaca en primer lugar a
uno de los protagonistas primordiales de la vida escolar, el preceptor.
Para fines comparativos presenta a tres preceptores que con sus virtudes
y defectos van configurando el "tipo ideal" de maestro, cuya misi�n era
garantizar la formaci�n moral y social de los infantes. Un dato revelador
es que gran parte de las iniciativas educativas provinieron inicialmente
de individuos que, por diversas circunstancias y motivaciones, abrieron
establecimientos educativos en sus casas, acondicionando un local para
ofrecer sus servicios a padres y tutores que deseaban educar a sus ni�os
y ni�as fuera del espacio estrictamente familiar. Esto hecho resulta de
suma importancia para comprender los procesos de construcci�n de la escuela
y de la vida escolar tanto f�sica como socialmente.
En
esta obra Fern�ndez de Lizardi proporciona indicios para comprender y
explicar los modos en que la escuela cumpli� con una de sus funciones
primordiales, la de la socializaci�n, en una doble direcci�n: no s�lo
porque en �l se reun�an varios infantes con trayectorias sociales y culturales
diversas, lo que har�a presumir en sus comienzos el papel de movilidad
social ten�a, sino porque al convertirse en un recinto donde se compart�an
disciplinas, �rdenes, pr�cticas pedag�gicas, contenidos formales e informales
de conocimientos, formas espec�ficas para transmitirlos, produc�a los
actores educativos que al apropiarse de ese mundo, inventaban y reproduc�an
la vida y, por a�adidura, la instituci�n escolar. As�, un m�rito del autor
fue su sensibilidad para captar a algunas de las facetas de la vida cotidiana
escolar.
De
igual modo, Fern�ndez de Lizardi en su obra La Quijotita y su prima,
presenta con mayor detalle aspectos de la vida escolar. Entre los objetivos
que de su novela est� mostrar de forma expl�cita los problemas, los defectos
y los fines que persegu�a la educaci�n colonial y la necesidad de sustituirla
por una educaci�n ilustrada, pr�ctica y �til con el prop�sito de formar
un nuevo tipo de individuo. Con este af�n, presenta una diversidad y riqueza
de pasajes cotidianos de la escuela y de sus actores. Tambi�n ilustra
la continua tensi�n entre la educaci�n familiar, privada, y la educaci�n
"p�blica", ofrecida en espacios distintos al hogar. Hace, por lo tanto,
una defensa de la educaci�n como mecanismo primordial de socializaci�n
de la infancia, especialmente de las ni�as.
En
este sentido, no puede pasar desapercibida la idea misma de la escuela
como casas de ense�anza, represent�ndose a la primera como una continuaci�n
del hogar. Este era el lugar donde se inculcaban las primeras impresiones
morales, mientras que aquella reforzaba valores, creencias, actitudes
e ideas y se aprend�an conocimientos �tiles para la vida. Al parecer,
la intenci�n de Fern�ndez fue resaltar, por una parte, las tensiones y
las resistencias que provocaba la aparici�n de un nuevo espacio de convivencia
social y, por la otra, las posibilidades de complementariedad entre la
escuela y la familia. Sin embargo, no deja de presentar sus dudas y sus
cr�ticas a la escuela, sobre todo, en cuanto a la orden y la disciplina
interna que imperaban en esta.
Por
ejemplo, dio cuenta de la jornada escolar, la cual ten�a una duraci�n
de cuatro horas en la ma�ana y tres en la tarde. La extensi�n de la jornada
estaba determinada "por costumbre o por necesidad o por ignorancia" de
los maestros y maestras. Fern�ndez de Lizardi, en voz de uno de sus personajes,
la juzgaba imprudente porque provocaba da�os en la salud de los menores,
seg�n lo hab�an demostrado los m�dicos y los "documentistas sensatos".
De esta manera, sugiere que las condiciones f�sicas de los establecimientos
educativos no eran las deseables al se�alar que �stos no s�lo eran lugares
para la formaci�n moral sino tambi�n para el fortalecimiento del cuerpo
porque con ello se manten�a el "esp�ritu tranquilo". Especialmente dirigi�
sus cr�ticas contra los castigos corporales por estimarlos ineficaces
como medio de correcci�n, produciendo, en cambio, seres embrutecidos y
envilecidos. Los castigos que se aplicaban a los y las menores se hac�an
bajo el principio de que "la letra con sangre entra".
Al
describir los resquicios de la vida escolar, destac� los tipos de planteles
educativos, entre ellas las escuelas de las amigas y las escuelas particulares,
compar�ndolas para precisar las ventajas que se obten�an de una escuela
bien organizada y con un preceptor o preceptora bien preparados. Con ello,
posibilit� conocer parte del mobiliario y del material que se utilizaba
en las actividades escolares. Por ejemplo, el uso de la palmeta para castigar
a quien observaba mala conducta o no demostraba aplicaci�n, o el empleo
de las agujas o el dedal para las clases de bordado, que en ocasiones
serv�a para corregir la falta de talento de las menores. O los m�todos
pedag�gicos que se basaban en la memorizaci�n y no en la comprensi�n,
as� como el manejo del texto escolar, en este caso del Catecismo del
Padre Ripalda, eje de la educaci�n moral y religiosa durante gran
parte del siglo XIX.
Sin
duda alguna, un factor esencial en la instituci�n educativa lo configur�
la demostraci�n de los conocimientos y las habilidades adquiridas. Los
ex�menes y los rituales que los acompa�aban eran puentes de uni�n entre
el espacio familiar y el espacio escolar, porque garantizaban la participaci�n
de los padres de familia en el acto educativo y contribu�an a eliminar
las resistencias ante la escuela. Fern�ndez de Lizardi era consciente
de la importancia que ten�an unos y otros y as� lo hizo notar en su obra.
Tampoco pas� por alto la importancia de los juegos escolares y los tiempos
para el descanso que, aunque todav�a no estaban plenamente regulados porque
depend�an de la voluntad del preceptor otorg�ndose como un premio y a
condici�n de que concluyeran sus actividades acad�micas, aparec�an como
elemento constitutivo de la vida escolar.
En
cuanto a la importancia de la ense�anza formal, el aprendizaje de la lectura
y la escritura estaban en primer orden. Seg�n resaltaba uno de los personajes,
aprender a leer y escribir no s�lo ten�a el prop�sito de "cultivar los
talentos naturales" y "los sanos principios", sino servir de instrumento
para asimilar los ritmos y los tiempos regulares que implicaba una buena
lectura y una adecuada redacci�n, as� como la disciplina que requer�a
el uso de la pluma y el cuaderno.
Otro
aspecto que llam� la atenci�n de Fern�ndez de Lizardi fue la necesidad
de contar con un orden dentro de la escuela, sobre todo en relaci�n con
quienes asist�an a ella. Si bien reconoc�a la utilidad de que los ni�os
y las ni�as concurrieran, por separado y en locales diferentes, a los
planteles escolares no dejaba de advertir la necesidad de establecer una
vigilancia y un control adecuado porque reunir a ni�os o ni�as de diversos
or�genes sociales pod�a ser pernicioso dada la influencia nociva que pod�an
ejercer los viciosos y de malas pasiones sobre el resto de sus compa�eros,
lo cual era una muestra de que en las instituciones educativas, en especial
de primeras letras, se hab�an convertido en una espacio de socializaci�n
fundamental. Sosten�a que las escuelas no pod�an atender a un numeroso
grupo de ni�os y ni�as sin provocar efectos indeseables en su mente y
en su cuerpo, particularmente en esa etapa donde la emulaci�n era un factor
primordial para la formaci�n del car�cter moral e intelectual de unos
y otras. Esto explica porque sus dudas acerca de la ense�anza que se impart�a
en las escuelas de amigas y en algunas de las escuelas particulares, establecidas
por preceptoras y preceptores en sus propios domicilios.
Por
�ltimo, las numerosas observaciones que realiz� el autor acerca de la
infancia y de la educaci�n que deb�a recibir constituyen un conjunto de
reflexiones valiosas para dilucidar las relaciones que se fueron entretejiendo
entre el imaginario social de los infantes y la construcci�n de la escuela.
Fueron consideraciones con un referente en observaciones y experiencias
directas que el historiador puede emplear como indicios de las representaciones
y de la vida escolar de la �poca.
GUILLERMO
PRIETO forma parte de los escritores del siglo XIX que ofrecen cuadros
de la vida cotidiana escolar. Sus evocaciones de la infancia, as� como
del su paso por distintos establecimientos educativos son una excelente
fuente para la comprensi�n e interpretaci�n de la vida escolar. Su obra
Memorias de mis tiempos es, de m�ltiples maneras, un puente entre los
a�os finales del periodo colonial y el M�xico del siglo XIX. En este sentido,
su texto posibilita reconocer las rupturas y las l�neas de continuidad
de los procesos educativos entre una y otra �poca, en especial de la conformaci�n
de la vida cotidiana escolar.
La
percepci�n que ofrece Prieto de las escuelas es el pleno reconocimiento
que �stas hab�an adquirido dentro del imaginario social. Sus referencias
a ellas, convertidas en espacios p�blicos porque a ellas concurr�an diferentes
grupos sociales, los cuales son representados en este caso por �l, su
hermano, sus primos y un "competente n�mero de criados, a�n cuando predominaran
las establecidas en lugares privados y por profesores particulares, dan
cuenta de la funci�n que desempe�aban dentro del mundo urbano.
La
percepci�n de Prieto acerca de las escuelas es el pleno reconocimiento
que �stas hab�an adquirido dentro del imaginario social. Las referencias
a ellas fueron en funci�n de haberse convertido en espacios p�blicos a
los que concurr�an diferentes grupos sociales, representados en este caso
por �l, su hermano, sus primos y un "competente n�mero de criados, a�n
cuando predominaran las establecidas en lugares privados y por profesores
particulares y dan cuenta de la funci�n que desempe�aban dentro del mundo
urbano. No discute ya su utilidad ni los posibles vicios o defectos que
pudieran tener al reunir contingentes de ni�os y ni�as, sino la posibilidad
de elegir entre unas y otras en relaci�n con la calidad de los conocimientos
que se impart�an, as� como de los preceptores que las dirig�an.
El
grado de organizaci�n interna logrado son otra manifestaci�n de implantaci�n
social que hab�a alcanzado la instituci�n educativa.
Prieto
insin�a que en un gran n�mero de escuelas el plan de estudios era pr�cticamente
el mismo. Se ense�aba a leer, escribir, las cuatro reglas de cuentas "y
un poco m�s", as� como la doctrina cristiana y, en algunas de ellas, se
agregaban clases de dibujo. El empleo del sistema de castigos y premios
era pieza central del orden y la disciplina que requer�a la instituci�n
escolar. La palmeta, el cepo y el encierro eran las sanciones m�s comunes.
Tambi�n refiere las caracter�sticas, la distribuci�n de los espacios y
los usos de la escuela a la que asist�a.
Esta
se divid�a en dos secciones, la sala de lectura y el sal�n de escritura
y explicaciones. La descripci�n de ambas secciones son una excelente muestra
del orden f�sico y simb�lico de los espacios, de las funciones espec�ficas
que se les asignaban, de las interacciones que pretend�an inducir la din�mica
de trabajo y de los m�todos de ense�anza. Por ejemplo, en la primera secci�n,
exist�an gradas desde los cuales los alumnos recib�an la clase que impart�a
un maestro especializado en ella. Esta distribuci�n ten�a el prop�sito
de facilitar la vigilancia y la observaci�n de cada uno de los alumnos,
pero al mismo tiempo era un desaf�o para los alumnos, porque estos desarrollaban
una estrategia para evitar la supervisi�n del maestro y con ello tener
tiempo para sus juegos infantiles. Tambi�n la sala de escritura proyectaba
un orden y una disciplina con fines espec�ficos. Se adornaba con "buenas
pinturas al fresco" y contaba con papeleras corridas con grabados y encima
de ellas se colocaban tinteros fijos. Antes de ingresar, hab�a una peque�a
antesala donde se localizaba un pizarr�n para los ejercicios de aritm�tica
y en el fondo del sal�n destacaba una mesa desde la cual el profesor impart�a
su clase. Encima de ella sobresal�a un "u�a de plomo" para "tajar las
plumas de ave, porque entonces no se conoc�an las de acero". Para la conservaci�n
del orden, el profesor se auxiliaba de otros alumnos y ayudantes. Una
caracter�stica de este espacio era la imagen de orden perfecto. El equilibrio
interior era una condici�n imprescindible de la vida escolar. El silencio
en la sala de escritura se prolongaba en cada objeto, en cada elemento
f�sico que configuraba el lugar y el tiempo educativo. El mobiliario escolar
ten�a una funci�n y un momento para usarse: pautas y plumas de palo, botellones
de tinta en mesas, estantes para el repuesto de papel, plumas y gises.
La
distribuci�n del tiempo, de los espacios, de las tareas se dibujan dentro
de la vida escolar. Por ejemplo, a las "once de la ma�ana en punto", al
terminar las sesiones de actividades pr�cticas todo se dispon�a para "escuchar
las explicaciones" del profesor y para esto, era preciso redistribuir
las tareas de cada uno de los encargados de la vigilancia: el profesor
en su asiento, mientras que sus auxiliares al centro y en la retaguardia.
La exposici�n verbal entonces se convert�a en el eje de las pr�cticas
pedag�gicas haciendo referencia a temas de moral, urbanidad y de buenas
maneras. Era un aspecto fundamental en la transmisi�n de valores, ideas,
creencias y comportamientos que se rescataban de la vida social mediante
"reminiscencias de los cuentos, el atractivo de los juegos, los usos y
costumbres dominantes".
Las
otras dimensiones se hacen m�s n�tidas a la luz de la comprensi�n de la
importancia del tiempo escolar. Despu�s de esta actividad se enlazaba
con naturalidad, tal como suced�a con el tiempo del catecismo y del recogimiento,
el recreo apropi�ndose de los juegos infantiles para transformarlos en
elementos socializadores de la escuela: la pelota, los huesos de chabacano,
el trompo, el diablo y la monja. Despu�s, el retorno al espacio educativo
por excelencia, el sal�n de clases y, finalmente, el anuncio de la terminaci�n
de la jornada escolar hacia las cinco de la tarde. En este sentido, Prieto
no desestim� la vida y la ense�anza familiares como parte fundamental
de la educaci�n, pero delimit� el espacio privado y el espacio p�blico,
el �mbito de la conciencia individual y de la cosa p�blica. Los �mbitos
de la escuela y de la familia est�n trazados: �sta se encargaba esencialmente
de la vida en el hogar, bajo la direcci�n de los gobernantes de la conciencia,
es decir, los padres.
Un
aspecto central en el proceso de construcci�n de la escuela y que, al
mismo tiempo, marcaba el grado de secularizaci�n de la vida social fue
la apropiaci�n por parte de la escuela del mundo simb�lico que significaban
los rituales y los fiestas religiosas, de su conversi�n en rituales escolares
y de la presencia p�blica de la instituci�n educativa. Tambi�n representaban
el afianzamiento no s�lo de la vida escolar y de su consolidaci�n en la
sociedad. Por eso, la importancia de la participaci�n de la escuela en
los actos p�blicos. Prieto hace referencia a la presencia de las escuelas
municipales y gratuitas a una de las celebraciones m�s representativas
del calendario religioso en el M�xico decimon�nico, las fiestas del Corpus.
Unas y otras ocupaban un lugar sobresaliente al lado de las parroquias,
las cofrad�as, "recuerdos de los antiguos gremios", los hospicianos, los
Padres Franciscanos, los Dominicos, etc�tera, "todo bajo los estandartes,
con sus velas de arandela encendidas, sus mosqueteros los m�s y algunos
sus flores".
De
igual manera ANTONIO GARC�A CUBAS, en sus memorias destac� la trascendencia
y la solemnidad que revest�an tales celebraciones para la vida social.
Garc�a Cubas se�ala que esa festividad alcanz� su pleno apogeo a mediados
del siglo y en ellas pr�cticamente participaba todo el vecindario de la
ciudad de M�xico, as� como de los pueblos vecino. En particular, hac�a
notar que "Los escolares abandonaban las aulas llenos de alborozo como
que s�lo so�aban en los goces que la pr�xima festividad les promet�a,...".
El orden mismo con el que se organizaba en la procesi�n marcaba la jerarqu�a
social de cada una de las instituciones sociales y educativas: educandas
de la Hermanas de la Caridad, los bedeles de la Universidad, los colegios
nacionales, los Rectores de �stos, el Claustro de Doctores y las escuelas
municipales.
De
igual manera, Jos� Mar�a Rivera narra, con fina iron�a para hacer comprensible
su moraleja, fragmentos de la vida escolar en su papel de pedagogo o escuelero,
como se les denomina a los maestros entre los sectores populares. Su relato
se refiere a una escuela de un pueblo con una poblaci�n ind�gena y los
usos particulares que se desarrollaban en torno a la escuela. En especial
destaca la participaci�n de la instituci�n educativa en los rituales escolares
y sociales, de fuerte inspiraci�n religiosa. Dos festividades destaca:
la primera de car�cter religioso como la era el primer viernes de cuaresma
y la segunda, de naturaleza c�vica, el 16 de septiembre.
En
el primer caso, indicaba que su escuela participaba en la procesi�n mediante
su "ej�rcito de alumnos" formado de setenta voces que "chillaban desaforadamente
las alabanzas a la santa cruz" y que atravesaban las principales calles
y la plaza, atrayendo la atenci�n de los vecinos y transe�ntes, a cuya
cabeza se colocaba el "santo madero de nuestra redenci�n". La participaci�n
de la escuela no se reduc�a a esta procesi�n, sino que antes de realizarla
ten�an que concurrir obligatoriamente a escuchar el serm�n en la parroquia
"con mi falange infantil". La influencia de la atm�sfera religiosa se
extend�a al interior de la escuela porque, seg�n refiere el ilustre pedagogo,
cada alumno llegaba con su ramo de flores y su vela respectiva para la
Sant�sima Virgen.
En
el segundo caso, en esta fecha se realizaban los ex�menes p�blicos, "balance
intelectual en que precisamente se iba a conocer mi quiebra". Seg�n Rivera
�stos se preparaban con, al menos, dos meses de anticipaci�n y se eleg�an
para tal prop�sito a los alumnos que deb�an ser examinados, "derecho m�o
y de todo pedagogo". Las materias en las que eran examinados eran en escritura,
lectura y doctrina fundamentalmente. Resulta curioso la idea que ten�a
de estos cert�menes, "las m�s veces es un sainete donde hay su director
que mueve las pitas; actores que representan lo que no son; una autoridad
que autorice lo bueno y lo que no lo es; y un p�blico que... �siempre
es p�blico!".
En
la pr�ctica, este ritual era fundamental en las posibilidades de aceptaci�n
y apropiaci�n de la escuela por parte de la sociedad. Precisamente, Rivera
describe que ante el fracaso de sus alumnos debido a que no fueron capaces
de contestar adecuadamente las preguntas planteadas por los integrantes
del jurado, los cuales representaban a la sociedad en su conjunto, el
maestro fue despedido y la escuela cerrada porque los vecinos no estaban
dispuestos a mantener un plantel escolar que no ten�a los resultados deseados.
Conviene hacer notar, como un argumento ficticio para ilustrar la importancia
de los cert�menes p�blicos dentro del imaginario social, la trayectoria
personal del maestro que recorri� varias escuelas de pueblos y comunidades
rurales hasta lograr la plena aceptaci�n y reconocimiento de los padres
de familia por los logros escolares obtenidos por sus hijos. Al final
de su itinerario y como fiel practicante de esa profesi�n digna y de "noble
ministerio", demostr� el valor que la poblaci�n le otorgaba a las exhibiciones
p�blicas de la instituci�n educativa. En suma, la trascendencia de hacer
presente y visible la escuela como parte de la vida social en su conjunto.
CONCEPCI�N
LOMBARDO DE MIRAM�N en su monumental obra, Memorias, traza
desde su experiencia personal distintas facetas de la vida escolar en
los a�os cuarenta del siglo XIX. Destaca las trayectorias escolares de
cada uno de sus hermanas, las cuales asistieron a un colegio particular,
mientras que ella fue inscrita en una escuela de amigas, "nombre que dan
en M�xico a las escuelas primarias" porque la posici�n social de su madre
y de "sus deberes de sociedad numerosos" le imped�an atender directamente
su instrucci�n,. Con candor, apunta que esa determinaci�n se tomo por
su car�cter travieso, decidiendo que "el rigor que empleaban aquellas
mujeres", es decir, sus preceptoras podr�an corregirla, bajo el principio
y el m�todo educativo de que "la letra con sangre entra".
Desde
sus primeros recuerdos, Lombardo expone algunos de los rasgos constitutivos
de la vida escolar: maestras en�rgicas, que ten�an la autoridad para imponer
la disciplina y el orden m�s severo con la autorizaci�n de los padres
o de los tutores, el local escolar ocupando parte de un espacio p�blico
como lo era el Hospital de Terceros. Un rasgo particular que destaca la
autora era la presencia y la severidad de la directora de la escuela.
Las percepciones de Lombardo acerca de ella no dejan duda de su conducta
y de sus valores: re�a o perdonaba, "ignorante en grado superlativo, no
era capaz de hacernos la m�s peque�a explicaci�n de aquello que nos ense�aba".
Al
contrario de las impresiones de Prieto, Concepci�n Lombardo, lamentaba
la poca instrucci�n que se les impart�a, la cual se reduc�a a la lectura,
el catecismo del Padre Ripalda y al Fleury, los cuales se aprend�an, como
ya lo hab�a hecho notar Fern�ndez de Lizardi, a la memorizaci�n sin que
fuera precedido de cualquier explicaci�n. En cambio, admit�a que las labores
manuales eran notables y de "gran m�rito". El empleo de los castigos era
com�n e iban desde los gritos y llamadas de atenci�n hasta castigos corporales,
"lluvia de dedalazos en nuestras pobres cabezas". Los castigos estaban
en relaci�n con el tipo de infracci�n. Por ejemplo, no aprender la lecci�n
significaba hacerse acreedor a las "orejas de burro", "especie de casquete
de fieltro color de chocolate, que nos cubr�a toda la cabeza hasta la
frente, a los lados dos grandes orejas que nos ca�an hasta los hombros
y por delante un par de ojos de pa�o negro y una lengua colorada que nos
tocaba las narices".
Ese
castigo se acompa�aba de una exhibici�n p�blica porque a quien se le impon�a
se le colocaba en una silla y las pon�an en el balc�n de casa en direcci�n
a una calle que "era muy frecuentada". O bien, cuando eran infracciones
m�s graves, como el robo de carretes de hilo y madejas de seda, material
indispensable para las labores manuales, entonces se decretaba el "castigo
de castigos" que consist�a en sentar a las infractoras en una silla muy
alta en medio del cuarto "y ponerles en la cabeza un tompeate cubierto
con grandes plumas de pollo y de otras vol�tiles que formaban una gran
pir�mide en la cabeza; pero lo m�s terrible de este castigo, era que amarraban
con una cinta el objeto robado en aquel rid�culo sombrero, y en la espalda
de la culpable, fijaban un cartel�n de papel adonde estaban escritas estas
palabras: 'Por ladrona'".
Otro
faceta de la vida en la escuela era la jornada escolar, la cual se iniciaba
a los ocho de la ma�ana y la primera actividad era arrodillarse y recitar
"el Bendito la oraci�n dominical, el Ave Mar�a y la Salve". El uso de
las sillas estaba prohibido porque se reservaban para las visitas y para
adornar el sal�n de clase. De esta manera, gran parte de su estancia en
la escuela era sobre el suelo, al menos tres horas, con intervalos cortos
para ponerse de pie. Una modalidad en esa escuela eran los almuerzos,
los cuales se serv�an a las once y medida de la ma�ana en "mesitas peque�as
y muy bajas, pues tambi�n com�amos en el suelo". Una vez concluida esta
actividad se daba tiempo para "las recreaciones" como un premio cuando
hab�an observado buena conducta y hab�an aprendido la lecci�n y consist�an
en formar una rueda sentadas en el suelo y "en jugar juegos de prendas".
A las cuatro de la tarde finalizaban las actividades escolares.
La
configuraci�n del espacio escolar fue un proceso paulatino. La articulaci�n
de los elementos esenciales est�n ya presentes tal como lo muestran los
autores antes citados. Sin embargo, un rasgo distintivo de la vida escolar
del siglo XIX ser� la diversidad de planteles escolares. Es cierto que
el mundo urbano es su entorno natural, pero el esfuerzo por extenderla
a otros �mbitos de la vida social fue una realidad permanente. As�, haciendas,
pueblos y comunidades tambi�n albergaban y se esforzaban por dar un lugar
en su vida cotidiana. Algunos ejemplos pueden ofrecerse a este respecto.
MADAME CALDER�N DE LA BARCA en sus memorias de su visita a M�xico
ofrece distintas facetas de la vida escolar en haciendas y pueblos.
En
un recorrido de los alrededores de la ciudad de M�xico, cerca de San Juan
Teotihuacan, uno de los motivos de orgullo de sus habitantes eran el mes�n,
la alameda y la escuela. Calder�n de la Barca llam� la atenci�n de las
condiciones f�sicas del establecimiento escolar y dej� constancia de lo
que ah� vio y percibi�. Reconoce que su inter�s por visitar la escuela
se origin� "por el ruido y tambi�n porque las puertas abiertas de par
en par, invitaban a hacerlo". Su primera impresi�n fue el aspecto que
presentaba el maestro, "un pobre joven y p�lido y en harapos, con aspecto
cansado y medio aturdido al parecer por aquel bullicio, pero muy dedicado
a su tarea". Tambi�n hizo notar la asistencia de ni�os que aprend�an a
deletrear "en el texto de unas viejas leyes del Congreso". A manera de
pizarr�n se utilizaban las paredes, en las cuales se ve�an escritas "algunas
m�ximas morales, (que) denunciaban una ortograf�a demasiado libre", lo
que fue advertido al profesor.
En
otro momento, refiere que en el pueblo de San Angel tuvo la oportunidad
de conocer una escuela de ni�os, la cual ocupaba una pieza de la casa
de un prominente miembro de la sociedad mexicana y que era atendida por
una maestra. El registro de Calder�n de la Barca ten�a el prop�sito de
destacar los rasgos personales de la maestra, quien se encontraba "pase�ndose
de arriba abajo silabario en mano, con un deshabill� no muy elegante,
y arrastrando por el piso su larga y suelta cabellera que recog�a cada
vez que daba vuelta, a la manera de un traje de Corte...".
Por
su parte, Garc�a Cubas dedic� un apartado completo de su obra a examinar
la instrucci�n p�blica en la ciudad de M�xico. Uno de los aspectos m�s
atractivos de la informaci�n que el autor proporciona es la elaboraci�n
y consolidaci�n de los rituales como parte de la vida y la cultura escolares
en la educaci�n profesional y que con el tiempo se difundir�an en todos
los niveles educativos. Apuntaba que, por ejemplo, se hab�an suprimido
algunos "usos escolares", tales como los vej�menes, "actos que preced�an
a la toma de posesi�n de alg�n grado o prebenda" y que serv�an para ridiculizar
o humillar a los estudiantes. En su lugar se hab�an introducido otros,
como la distribuci�n de premios, en cuyo acto compet�an todos los colegios
y la Universidad. La dotaci�n de �stos iban acompa�ados de signos de distinci�n
de acuerdo a los m�ritos que se hab�an alcanzado, as� como a las trayectorias
escolares de los estudiantes, todo lo cual permit�a unificar e identificar
a cada una de las profesiones.
Asimismo,
brinda importantes noticias de los reg�menes internos que reg�an a las
instituciones de ense�anza superior, de las jerarqu�as acad�micas y de
los engranajes que hac�an funcionar el orden y la disciplina escolar.
Esto permite visualizar algunos de los dispositivos mentales y sociales
que se pon�an en operaci�n para articular las normas y las disposiciones
legales con las pr�cticas cotidianas de los actores educativos, es decir,
las modos en que �stos asimilan a aquella en el mundo cotidiano de la
instituci�n educativa. De igual manera, se muestra en toda su extensi�n
el papel de los espacios al interior de la escuela, la importancia de
la distribuci�n de los horarios, del calendario escolar, de los ex�menes,
en suma, de la organizaci�n interna. El mobiliario escolar y toda su carga
de representaciones y s�mbolos toma su lugar dentro de la construcci�n
del imaginario educativo.
Pero
Garc�a Cubas no s�lo se refiri� a estas instituciones de la alta cultura,
sino tambi�n a aquellas que estaban en proceso de consolidaci�n. Las escuelas
de instrucci�n elemental o de primeras letras: las escuelas de amiga,
las escuelas primarias y las escuelas particulares. De la primera se�alaba,
haciendo un esfuerzo "para reconstruir escenas reales", que �l hab�a asistido
a una escuela de amiga, situada en una casa de vecindad, "en la m�s rec�ndita
vivienda de esa casa", en compa��a de su hermana. Una de las descripciones
m�s constantes no s�lo de Garc�a Cubas, sino de todos los autores aqu�
citados, fueron sus impresiones sobre su maestra o maestro, seg�n el caso.
Enseguida relata algunos elementos que conformaban el espacio f�sico,
tales como una estampa de la Pur�sima Concepci�n y una pantallas de cristal
que adornaban las paredes de "aquella sala". El mobiliario escolar se
reduc�a a dos rinconeras de cubierta sobre los cuales se colocaban "nichos
de vidrio con im�genes de santos y una butaca de cuero y cuarenta o cincuenta
sillas de variadas formas y abigarrados colores".
En
cuanto al m�todo de ense�anza, se�alaba que era individual, absolutamente
sint�tico e iba del conocimiento de las letras a la formaci�n de las s�labas,
palabras y oraciones. Cada uno de los alumnos era llamado por la maestra,
quienes pon�an sobre las rodillas de �sta el silabario del "Ni�o Jes�s".
Posteriormente, nombraban los caracteres y los iban se�alando con un puntero
de popote o de vidrio que era rematado con un "monito negro".
El
aprendizaje y la culminaci�n del silabario era la se�al para la presentaci�n
p�blica de los alumnos, del maestro y de la escuela, esto es, el momento
de los ex�menes. Para ello se establec�a un ritual escolar, el Vitor,
que reproduc�a en gran medida los rituales religiosos. Por ejemplo, s�
se trataba de un alumno acomodado, adem�s del traje para lo ocasi�n, se
preparaban bocadillos que se repart�an entre los ni�os y las ni�as, en
una bandeja, mientras que en otra se depositaba "muy enflorado y cubierto
de listones de raso el silabario usado por el victorioso". Se adornaba
el local escolar con arcos formados de pa�uelos y farolillos colgados
de los dinteles y ventanas. El acto se revest�a de car�cter p�blico y
de solemnidad su inspiraci�n religiosa:
Como a las cuatro de la tarde se organizaba el v�tor con la muchacher�a,
presidido por el agasajado ni�o, a cuyo lado iba la maestra y el portador
del estandarte que por escudo ten�a el enflorado silabario. El v�tor
recorr�a los patios de la cada de vecindad, cuyos improvisados adornos
no bastaban para destruir su mal aspecto, y en todo el tiempo que duraba
el paseo, presenciado por los vecinos, no cesaba la turba infantil de
aclamar a su feliz compa�ero con los gritos de �viva! �viva! que acab�
la cartilla. Terminada la procesi�n y ya reunidos todos los ni�os en
la sala de la Amiga, ech�base por alto, como en la Nochebuena, la colaci�n...
Los rodeos, puchas y soletas, los polvorones y peripitas,.., todos se
adornaban con banderillas de papel picado, y se distribu�an a mano,
sin excluirse a los vecinos que a bien ten�an presenciar el acto.
Un
dato interesante de la escuela de amiga a la que concurri� Garc�a Cubas
fue que era mixta, lo que creaba situaciones indeseables para la maestra.
La convivencia que esta circunstancia produc�a, obligaba a diferenciar
ciertos saberes para ni�os y ni�as, enfatizando para �stas �ltimas para
las labores manuales. Los �tiles que empleaban para esas tareas eran peque�os
pedazos de ca�amazo y bastidores, sobre los cuales se bordada, con estambre
o seda, "los caracteres del abecedario y algunas figurillas".
Otro
tipo de escuela a la que asisti� este autor fue una escuela primaria,
"la Escuela del Padre Zapata quien gozaba fama de ser estrictamente severo".
Ah� la los elementos de la escuela estaban presentes con una organizaci�n
m�s formal. Por principio de cuentas el m�todo de ense�anza era el sistema
Lancaster o de ense�anza mutua, "con sus a�adiduras, a las que somos tan
inclinados los mexicanos". La jornada escolar se iniciaba a las ocho de
la ma�ana. Antes de ingresar a la sala de clases, los alumnos se formaban
"en un largo y estrecho corredor", donde eran supervisados por un "inspector
general", quien pasaba revista de aseo, armado de una campanilla "a cuyos
toques eran ejecutados los diversos actos de la escuela". La disciplina
era un condici�n y un elemento primordial de la vida escolar. Se impon�a
mediante la campanilla que regulaba los tiempos y los ritmos de las actividades
a desarrollar. La estructura casi militar era un signo distintivo de ese
plantel escolar por lo que los castigos f�sicos eran una pieza central.
La distribuci�n espacial en el sal�n de clases estaba determinada por
clases o grados de escolares.
La
primera actividad era arrodillarse para elevar "sus preces al Ser Supremo".
Una muestra de la trascendencia que ten�a el orden y la disciplina era
que, al sonido de la campana, los menores pasaban la pierna derecha entre
la banca y la mesa, luego la izquierda y, finalmente, pon�an las manos,
primero en las rodillas y luego en las mesas. Enseguida se iniciaban las
clases de escritura, a las que segu�an las de lectura, las cuales requer�an
de una distribuci�n del espacio particular. Esto es, se separaba a los
ni�os por grupos en los pasillos, se formaban en semic�rculos y en cuyo
centro se colocaban los monitores o decuriones, "quienes con un puntero
se�alaban las s�labas, las palabras u oraciones. Al concluir los ejercicios,
se impart�an las clases de aritm�tica, "pizarr�n los principiantes y en
pizarra los adelantados". Adem�s se dispon�a de un cuarto de hora para
dedicarlo a la Doctrina cristiana "o sea del Catecismo del Padre Ripalda".
Hacia las cinco de la tarde culminaban las actividades escolares. En este
orden no pod�an faltar los castigos m�s severos, los cuales estaban en
correspondencia con la gravedad de la falta cometida.
Entre
los m�s comunes, seg�n anota Garc�a Cubas, se hallaban el arrodillar a
los alumnos y ponerlos en cruz oblig�ndolos a hincarse sobre el borde
de una regla y a sostener en las manos en las manos piedras pesadas. Cuando
se impon�a el castigo p�blico se hincaba al infractor, coloc�ndole en
el pecho una planchuela de madera en la que se inscrib�an frases como:
por modorro, por pleitista, por desaseado, etc�tera. Tambi�n se castigaba
con el encierro en el calabozo, el saco, "castigo marcado para las faltas
graves, y que "consist�a en meter en aqu�l al delincuente y suspenderlo
por medio de unos cordeles del techo de la escuela" o el de la caravana,
"aplicado a varios ni�os que juntos hab�an cometido la misma falta, y
al efecto poni�seles un yugo de madera, del que tiraban todos los de la
escuela", entre otros. Garc�a Cubas se�alaba que los castigos m�s severos
fueron quedando en desuso.
El
mobiliario escolar se compon�a de largas y estrechas mesas, "con sus bancas
adheridas y sim�tricamente colocadas, una detr�s de otra", dejando entre
sus extremidades y las respectivas paredes de la sala, un espacio de una
vara". Seg�n las edades o las clases, las mesas eran bajas o altas, ten�an
cubiertas inclinadas u horizontales, las cuales seg�n fuera el caso, formaban
estrechas y largas cajillas de uno a otro extremo, cubiertas de arena
fina, que se emparejaban con un instrumento de madera, papel , cartones
que ten�an inscrito muestras de letras que deb�an copiar, embutidos de
tinteros de plomo, llenos de tinta de huizache y caparrosa, pizarras,
mesa para el de maestro que se colocaba encima de una "elevada plataforma",
carpeta de bayeta, libros de texto, hojas de papel, manojos de plumas
de ave y la imprescindible palmeta, "s�mbolo de la autoridad escolar".
Los libros de texto "generalmente admitidos" eran El Amigo de los Ni�os,
traducido por Escolquis, el Libro Segundo de la Academia, el Sim�n
de Nantua o el Mercader Forastero, el Catecismo hist�rico
del Abate Fleury, Las f�bulas de Samaniego o las de Iriarte.
En
resumen, Garc�a Cubas muestra m�ltiples facetas de la vida escolar durante
gran parte del siglo XIX. Sus cuadros cotidianos sin duda constituyen
una fuente primaria insustituible.
A
finales del siglo XIX, la implantaci�n de la escuela era una realidad,
sobre todo en el mundo urbano. Las cr�nicas de la vida escolar continuaron
registr�ndose en la literatura de la �poca, as� como en art�culos period�sticos
que trazaban diversos aspectos de �sta. Entre ellas se encuentran los
cuentos y cr�nicas de uno de los m�s influyentes escritores de la �poca,
ANGEL DE CAMPO, Micr�s, quien mediante estos recursos detalla fragmentos
reveladores de la vida escolar.
En
varios de sus cuentos m�s notables, Angel de Campo hace referencia al
ambiente escolar que privaba en su �poca, es decir, entre 1885 y 1908.
Uno de ellos fue !Pobre Viejo!, donde narra parte de su vida escolar infantil,
sus experiencias y su percepci�n de la escuela. El principal protagonista
del cuento destaca la figura y la presencia del maestro, quien, seg�n
explicaba, se hab�a esforzado durante muchos a�os por formar las futuras
generaciones. El abandono y la soledad al final de la vida del maestro
la contrasta con la vocaci�n y la perseverancia que lo distinguieron como
director de su Colegio de ni�os y nos introduce por el mundo escolar en
que vivi�. Describe las condiciones f�sicas del local, los m�todos de
ense�anza, las pr�cticas pedag�gicas, los saberes que se impart�an o de
los que ven�an precedidos los alumnos, los textos escolares y el mobiliario
escolar.
Al
parecer pocas transformaciones hab�a sufrido el espacio f�sico, si las
juzgamos a luz de los cuadros que convid� Fern�ndez de Lizardi, pero que
tantas y especialmente hab�an ocurrido como espacio simb�lico y social
para configurar la escuela moderna. Aqu� se esbozan algunas.
Sin
duda la escuela de Angel de Campo era un establecimiento particular que,
como muchos otros, ocupaba un peque�o sitio de la vivienda del profesor.
Notable era que el techo estaba lleno de pelotas de papel mascado. Las
paredes segu�an conservando su utilidad did�ctica, con letreros y manchas
de tinta morada, negra y roja, pero ahora tambi�n se agregaban mapas polvorientos,
muestras de dibujo, el sistema m�trico decimal y la insustituible imagen
religiosa, el Coraz�n de Jes�s acompa�ado de un reloj, s�mbolo de los
nuevos tiempos educativos. En un lugar de la pieza, un plataforma pintada
de negro, sobre la cual resaltaban la mesa del maestro, el tintero, la
regla, las planas y los libros formando pilas. Frente a ella, dos filas
de bancas y mesas, con sus tinteros de plomo, con sus respectivos candados
en las tapas de las papeleras y "tantas letras grabadas con navaja de
madera en la madera de los muebles.
El
sal�n de clases convertido en un aut�ntico laboratorio educativo, con
una actividad febril que lo mismo registraba los golpes de regla sobre
la mesa, se�al inequ�voca del orden y la disciplina escolar, en tanto
que alguien se empe�aba en rayar "concienzudamente el papel", otro se
esforzaba en borrar cifras aritm�ticas del pizarr�n y otro m�s, "tras
el antifaz de los catecismos", entablaban una pl�tica a tiempo que no
faltaba quien ensayara la lectura en voz alta. Pero la actividad escolar
se extend�a a un mayor n�mero de facetas del mundo y de la cultura escolar.
Fuera del sal�n de clases, otros espacios se incorporaban al esfuerzo
pedag�gico con el fin de fijar otros tiempos y otras rutinas. La solicitud
para atender funciones fisiol�gicas por parte de los alumnos pretend�a,
en realidad, modificar la din�mica que impon�a el sal�n de clases.
El
tiempo del juego infantil se intentaba sobreponer al tiempo escolar. La
mordida de un pedazo de pan, contar las canicas o jugar con los huesos
de chabacano, eran los recovecos que los ni�os impon�an para salir de
"aquella pieza estrecha, de aquellas dur�simas bancas, donde colgaban
los pies". La infancia estaba en el trasfondo del ambicioso proyecto educativo.
La
amplitud del mundo infantil y sus manifestaciones pueden ilustrarse mediante
un ejemplo:
�Cu�ntas cosas habr�a en el bufete del se�or Quiroz? Dicen que ah� guardaba
todo lo que les quitaba a los ni�os; muchas canicas, membrillos mordidos,
pedazos de charamusca, soldados de plomo, juguetes de madera, pinturas,
caramelos, baleros, trompos; la teja de plomo que serv�a para jugar
al piso, pliegos de papel de colores, para forrar libros y tapizar los
cajones, armellas, �qu� se yo! Era un tesoro.
En
efecto, la construcci�n de la escuela, cuya funci�n principal era transformarse
en parte de un engranaje de un proyecto civilizador m�s amplio, fue dilucidando
sus instrumentos, sus propuestas y pr�cticas pedag�gicas y produciendo
los actores educativos que fueron molde�ndola. A estas dimensiones de
la vida escolar se refer�a Angel de Campo cuando describi� y sintetiz�
la labor que encarnaba el maestro, pilar fundamental de ese proyecto de
metamorfosis social: amigo de la infancia, que descifra "el jerogl�fico
encerrado en las p�ginas del silabario", int�rprete de la clave y de la
frase que abr�a los horizontes de la vida y arrancaba al libro su riqueza,
responsable de hacer germinar la semilla que habr�a de distinguir "al
est�pido del hombre social, y sin embargo, es para todos un pobre viejo
retr�grado a fuerza de ense�ar ya nada puede aprender, ...".
Reflexiones
finales
En
los �ltimos veinte a�os, la historiograf�a de la educaci�n ha diversificado
sus l�neas de investigaci�n. Al mismo tiempo, se han enriquecido con novedosas
fuentes que nutrido los enfoques, los m�todos y las hip�tesis de trabajo
para abordarlas. El estudio de la vida escolar si bien no se ha constituido
en un campo de investigaci�n espec�fico, s� se ha incorporado a las nuevas
tem�ticas. Las preocupaciones surgidas del presente acerca de las realidades
que d�a a d�a se construyen y reproducen son las que motivan nuevas preguntas
y la necesidad de abrir un conjunto de preguntas sobre los procesos reales
y concretos que configuran la vida escolar. Sus expresiones son m�ltiples
y complejas y no resulta f�cil situarlas o menos a�n documentarlas.
En
este sentido, considero que la literatura entendida en sentido amplio,
esto es, la novela, la cr�nica, el cuento, las memorias, el art�culo period�stico
son material hist�rico de primera mano que evidentemente no suple sino
complementa otras fuentes documentales. Es cierto que su empleo requiere
de una cr�tica y un tratamiento riguroso, pero ser�a injusto su desd�n
cuando ofrece informaci�n acerca de los imaginarios sociales y educativos,
de las pr�cticas pedag�gicas, de los m�todos de ense�anza, de los actores
educativos, pero sobre todo de aspectos que otro tipo de fuentes no proporcionan
en torno a lo cotidiano de la vida escolar. Aqu� s�lo se presentaron algunos
ejemplos tanto de la informaci�n que ofrecen, as� como de la utilidad
para iluminar zonas oscuras acerca de la vida escolar.
Bobliografía
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Jos�
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Jos�
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Guillermo
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