Siglo XIX

Arranque de un proceso. [MCT 371]

Mtra. Ma. de Lourdes Alvarado.(CESU-UNAM)
Con la colaboración de Elizabeth Becerril Guzmán.

Los prolegómenos

 La integración de las mujeres al estudio y ejercicio de las carreras liberales en México no fue tarea fácil. Como en otras partes del mundo, este proceso implicó largo tiempo y, sobre todo, el pujante esfuerzo de una minoría para enfrentar la serie de prejuicios que durante siglos impidieron el avance intelectual y profesional de este sexo. En nuestro país fue hasta bien avanzado este siglo cuando las mexicanas irrumpieron de manera significativa en las aulas universitarias. Sin embargo, los antecedentes de esta especie de conquista de las profesiones "masculinas" se remontan a las postrimerías del XIX, cuando un reducido grupo de mujeres, "contra viento y marea" logró abrirse paso en las escuelas superiores de aquella época. Con ello, no sólo dieron la primera batalla contra quienes temían que su entrada al mundo cultural y laboral masculino rompiera el "equilibrio" existente, sino que su ejemplo contribuyó a abrir la brecha por la que habrían de transitar las nuevas generaciones. Tales fueron los casos de Matilde Montoya, Columba Rivera, Guadalupe Sánchez, Soledad Régules, Ma. Asunción Sandoval de Zarco y Dolores Rubio Ávila, cuyas difíciles trayectorias académicas representan un hito en las historia cultural del país.

 El retraso con que se inició y desarrolló dicho proceso no se debió a circunstancias casuales o aisladas; fue consecuencia directa de la concepción socio-cultural vigente que, bajo reglas más implícitas que explícitas, impidió el acceso de las mujeres a la educación superior formal. Un ejemplo representativo de esta corriente de pensamiento es JOSÉ DÍAZ COVARRUBIAS, a cargo del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública hacia mediados de los setenta de la pasada centuria y franco partidario de la modernización del sistema educativo. Desde su punto de vista, la educación femenina no debía orientarse hacia las carreras profesionales, pues consideraba que aún no existían las condiciones necesarias para compartir con ese sexo "la alta dirección de la inteligencia y de la actividad". Prueba de ello, decía, era la naturalidad con que ellas mismas asumían dicha situación, al abstenerse de tomar parte en "las funciones sociales de los hombres, no obstante que con excepción de las costumbres, nada les prohibiría hacerlo en muchas de las esferas de la actividad varonil". Por tanto, concluía el político y escritor de manera por demás simplista, dos eran las razones del retraimiento profesional del "bello sexo": su "organización fisiológica" y su tradicional "lugar en sociedad",[MCT 372] juicio muy a tono con su tiempo y con el que se justificaba la continuidad del statu quo.

 Y en efecto, de acuerdo con las leyes de Instrucción Pública de 1867 y 1869, no existían impedimentos formales que prohibieran a las mexicanas matricularse en la Escuela Nacional Preparatoria y, una vez acreditados dichos estudios, optar por alguna de las escuelas profesionales existentes. Aquel plantel nunca se definió como exclusivamente masculino y si en sus primeros años de vida funcionó como tal, fue debido a la presión social y al peso de la tradición, abiertamente en contra de la presencia femenina en dominios varoniles. Ello explica la posición de Díaz Covarrubias, pues cuando publicó su obra sobre la instrucción pública en México (1875), las mujeres continuaban excluidas de las aulas preparatorianas. No sería sino hasta las siguientes décadas cuando ese sexo se atrevió a franquear las trincheras de la instrucción superior.

 En contraste, desde las esferas oficial y privada, se impulsó el acceso femenino a la carrera magisterial, al punto que, hacia finales de siglo, la matrícula de la Escuela Normal de Profesoras era bastante superior a la registrada en la Normal de Profesores, no obstante los diversos incentivos ofrecidos a los varones para que se sumaran a las filas del magisterio. Entre los argumentos esgrimidos para justificar tal política destaca la convicción de esta generación en la supuesta capacidad innata de las mujeres para las tareas educativas, para el cuidado moral y material de la niñez; "a todo prefieren esto, afirmaba Sierra, para nada son más aptas".[MCT 373]

 Tal estereotipo venía como anillo al dedo a la clase dirigente, enfrentada a la urgente necesidad de educar a un pueblo mayoritariamente analfabeta, tarea para la que se requerían mentores mejor preparados que los improvisados de otros tiempos. También, aunque con serias cortapisas, había interés por preparar a las mujeres de clase media, para que, en caso necesario, pudieran ganarse la vida dignamente y para ello nada mejor que el magisterio, actividad que encajaba a la perfección con el esquema ideológico y simbólico de la sociedad porfirista.

 En el proceso de "feminización" de la carrera magisterial también se observan intereses de orden económico, pues las profesoras recibían sueldos más bajos que sus compañeros varones, lo que redundaba en un atractivo ahorro para las finanzas públicas. Díaz Covarrubias reconocía que las jóvenes egresadas de las escuelas normales resultaban "más baratas" y redituables que sus colegas del sexo opuesto, ya que además de recibir sueldos más bajos que éstos, por las cualidades de su carácter y por falta de otras opciones laborales, se entregaban en forma más completa y prolongada al servicio de sus escuelas. [MCT 374]

 Si bien esta fue la principal tendencia oficial en favor de la educación femenina, no todos las acciones gubernamentales se ajustaron fielmente a dicho esquema. A raíz de la promulgación de la Ley de Instrucción Pública de 1867, en las esferas del poder se observa cierto interés por abrir el abanico formativo de las mujeres. Expresión de esta preocupación fue el establecimiento de la Escuela Secundaria para personas del sexo femenino, cuyas metas no se redujeron a formar profesoras de educación elemental o a capacitar a las alumnas para el desempeño de algún oficio, como pretendió hacerse en la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres. La Secundaria femenina, contemporánea a la Nacional Preparatoria, tuvo intenciones más amplias. Además de moralizar a las alumnas y darles "ocupación en sociedad", pretendía "proporcionarles los conocimientos generales que las pongan al tanto de los adelantos de la época." [MCT 375]

 Como la consabida falta de recursos impidió que la fundación de la escuela normal, prometida por el código del 67, se hiciera realidad, la Secundaria y la Escuela Nacional Preparatoria debieron suplir tales funciones. Con este fin incluyeron en sus respectivos planes de estudio la asignatura de "métodos de enseñanza comparados" para los alumnos o alumnas, según fuera el caso, que desearan dedicarse al magisterio. Pero las pretensiones iniciales de sendas instituciones iban más allá de ese objetivo, de ahí la denominación de Secundaria de Niñas y no el de Normal de Profesoras con que pudo haberse identificado al plantel femenino si esta hubiera sido su intención vertebral. Al menos en teoría, pues su inauguración tuvo que esperar dos años, la creación de la Secundaria representó el primer intento oficial, a nivel nacional, de otorgar a las mexicanas una cultura "superior", cuyo plan de estudios llegó a incluir materias científicas inexistentes en algún otro establecimiento educativo para mujeres.

 Sin embargo, en la práctica las cosas fueron muy distintas y pese a las expectativas de sus fundadores, las metas iniciales de la Secundaria cedieron ante la demanda social. Desde sus primeros años de vida, ésta se perfiló como un "semillero" de maestras, hasta que, por decreto del 4 de junio de 1888, quedó definitivamente convertida en la Escuela Normal de Profesoras. [MCT 376] Como expresara Ezequiel A. Chávez al referirse a la Secundaria, su carácter híbrido, la heterogeneidad de los conocimientos que impartía, "tenían que dispersar las energías, evitando se concentrara en la formación del profesorado todo el esfuerzo material, intelectual y pecuniario". Estas deficiencias explican su transformación en normal y el abandono de su carácter inicial como escuela de estudios secundarios o "superiores".

 Sin embargo, la importancia que la Secundaria de Niñas llegó a tener fue tal que, cuando en abril de 1881, Justo Sierra presentó ante la Cámara su "Proyecto de creación de una universidad", la incluyó entre las escuelas constitutivas de dicha institución, otorgándole igual jerarquía que al resto de los planteles nacionales y de los que habrían de crearse para dicho efecto. [MCT 377] Para evitar cualquier duda al respecto, el político precisaba que las mujeres tendrían derecho a cursar "todas las clases de las escuelas profesionales, obteniendo al fin de la carrera diplomas especiales de la escuela Normal y de Altos Estudios". Añadía que en esta último plantel, considerado por el futuro secretario de Instrucción Pública como pináculo de los estudios universitarios, las mexicanas podrían obtener los mismos títulos que los varones, lo que equivalía a un inusitado reconocimiento de la capacidad intelectual y profesional del sexo opuesto. Si bien este primer proyecto universitario no tuvo eco en los medios políticos e intelectuales, muestra la disposición de un sector por promover la superación educativa de las mexicanas.

 Pero la transformación de la Secundaria de Niñas en Normal de Profesoras no liquidó las posibilidades femeninas de cursar otro tipo de estudios superiores e incluso alguna carrera profesional, como empezó a suceder hacia mediados de los ochenta. Paulatinamente, las mujeres fueron reivindicando su derecho a estudiar en la Nacional Preparatoria. Un acercamiento a la "Sección Inscripciones" del Fondo Escuela Nacional Preparatoria arroja datos de interés al respecto. Hasta donde tenemos noticias, fue a partir de los ochenta cuando arribaron las primeras alumnas a dicho plantel. Matilde Montoya encabeza el listado de preparatorianas en 1882, [MCT 378]seguida un año después (1883) por Luz Bonequi, [MCT 379] Concepción Morales y Dolores Morales (1883), aunque de estas últimas, probablemente hermanas, únicamente se conocen los certificados de instrucción primaria y de buena conducta que presentaron a la dirección de la escuela, pero no consta que fueran aceptadas. [MCT 380] Del 84 y por una nota hemerográfica se conoce el nombre de Guadalupe Castañares, a quien siguió un pequeño grupo, conformado por Herlinda e Ignacia García, Paz Gómez y Carmen Sastré, cuyos nombres aparecen a partir del 85, [MCT 381] mientras que Francisca Parra, Ynés Vázquez, María Sandoval, María Nájera y Herlinda Rangel fueron inscritas entre 87 y 89. Con excepción de Luz Bonequi, matriculada en telegrafía, Paz Gómez, cuyo destino profesional no fue anotado con claridad, Guadalupe Castañares citada por El Tiempo debido a su activismo político y las hermanas Morales, el resto de las alumnas -9 en total- coinciden en su interés por la medicina. [MCT 382]

 Entre 1891 y 1900 el número de preparatorianas aumentó considerablemente. Hasta el momento hemos localizado un total de 58 jóvenes inscritas, originarias de distintas regiones de la república más dos extranjeras, una cubana (Sara de la Rosa Vázquez) y otra norteamericana (Irene Ollendorf). Tenían carácter "numerario" aquellas que habían aprobado todas las materias del curso anterior, "supernumerario" las que adeudaban alguna asignatura o no habían presentado completa la documentación requerida por la dirección del plantel, y "oyentes", las que simultáneamente estaban inscritas en alguna otra escuela oficial y completaban su formación asistiendo a alguna cátedra en San Ildefonso. Tales fueron los casos de Candelaria Manzano, de la Escuela Nacional de Bellas Artes[MCT 383] y Ma. de Jesús Martínez o Etelvina R. Osorio del Conservatorio Nacional. [MCT 384] Sorprendente para la época fue la presencia de una viuda de 32 años de edad, quien solicitaba inscripción para el primer curso semestral de estudios preparatorios,[MCT 385] seguramente convencida de la necesidad de mejorar su preparación, así como la de María Jiménez de Muñoz, bastante más joven (22 años) y casada. [MCT 386]

 De acuerdo con la información disponible, la mayor parte de las alumnas sólo permaneció uno o dos años en la escuela, pero hubo otras más perseverantes como María Álvarez (1892-1896),[MCT 387] Ana Ma. Barrera, (1891-94), [MCT 388] Elena Carrera (1895-1900),[MCT 389] Juana Dávalos (1891-1895),[MCT 390] Luz Coyro (1894-97), [MCT 391] Juana Díaz (1896-1903), [MCT 392] Asunción Walker (1896-1901)[MCT 393] y Gudelia Fernández (1897-1900), quien al terminar sus estudios, obtuvo el "certificado general para medicina",[MCT 394] o también quienes, al completar el ciclo preparatorio, lograron matricularse en una de las escuelas superiores y cursar una carrera profesional. Entre estas últimas destacan María Sandoval, alumna de la Preparatoria de 1887 a 1891; [MCT 395] Eloisa Santoyo de 1890 a 1895,[MCT 396] Guadalupe Sánchez, de 1890 a 94 [MCT 397] y Soledad de Régules de 1896 a 1899, [MCT 398] la primera inscrita posteriormente en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y las tres últimas en la de Medicina.

 Aunque no en todos los casos, la documentación consultada refleja las preferencias profesionales de estas primeras preparatorianas. De un total de 72 alumnas localizadas en las ultimas dos décadas del siglo pasado, 33 se inclinaban por la medicina, siete por farmacia, dos pretendían llegar a ser abogadas, una más notaria, otra de ellas manifestaba particular interés por la ingeniería y sólo dos por la telegrafía. [MCT 399]Del resto, 20 no precisan alguna preferencia disciplinaria, la vocación de una más es ilegible, 3 eran oyentes adscritas a otra institución y dos más sólo se conocen por sus estudios previos.

 No obstante que tanto estas jóvenes como sus familiares representaban al grupo más progresista de la comunidad, reproducían los patrones culturales predominantes y precisamente era el área de la salud la que garantizaba mayor aceptación social, tanto por la larga tradición femenina en este campo (enfermeras y parteras), como por la identificación entre el estereotipo femenino vigente y las aptitudes que se adjudicaban al desempeño profesional de la medicina. [MCT 400]

 Prueba de ello son algunos escritos de la prensa liberal que colaboraban a "airear" el tema y a flexibilizar la rígida posición de la ciudadanía. Desde inicios de los setenta y en tono crítico, El Monitor Republicano se refería a la reacción de los estudiantes de medicina "de algunos lugares de Inglaterra" ante la creciente presencia femenina en sus respectivos establecimientos. Para el articulista, el motivo de fondo que animaba a los inconformes era el temor a perder parte de su clientela potencial,[MCT 401] denuncia que además de informar sobre el hecho, invitaba a la reflexión pero desde el entorno mexicano. El mismo cotidiano, sólo que varios años después, publicaba algunas cifras interesantes sobre la afición femenina por los estudios médicos; de un total de 114 alumnas inscritas en la Escuela de Medicina de París, 12 eran francesas, 1 americana, 8 inglesas, 1 austríaca, 1 griega, 1 turca y 90 rusas. [MCT 402] Un rotativo más mencionaba que de los 139 estudiantes de medicina de la Universidad de Zurich, el 70% eran mujeres, las que no dejaban duda alguna de su empeño y capacidad. Pero, según el escrito, era en Japón donde "el feminismo" hacía mayores progresos; gracias al movimiento encabezado por la señora Hayotamo, mujer de un antiguo ministro, se habían formado cuatro importantes sociedades "para la elevación y cultura de la mujer desde el punto de vista moral, intelectual, físico y social". [MCT 403]

 Fue también a través de la prensa como la sociedad porfirista se enteró de las vicisitudes que Matilde Montoya tuvo que enfrentar para acreditar, mediante exámenes extraordinarios, los estudios preparatorios y continuar con los de medicina hasta convertirse en la primera médica títulada. Asimismo, se ocupó de difundir las conquistas académicas de algunas mexicanas en el extranjero, como Laura Mantecón de González, esposa del expresidente de la República, Manuel González, quien obtuvo el título de doctora en medicina en una universidad norteamericana[MCT 404] o el de la "Srita. Toral", quien una vez terminados los estudios médicos en Cincinatti, se proponía retornar a su país para ejercer la profesión.[MCT 405] Aunque se trataba de casos aislados, este tipo de información contribuía a la discusión pública del tema y, aunque lentamente, a modificar los arraigados patrones culturales de las sociedad mexicana.

  Paulatinamente surgían nuevas voces en favor de la incorporación femenina a la Preparatoria. El Correo de las Doce, por ejemplo, tomaba partido en favor de Matilde Montoya, quien -opinaba- había sido injustamente evaluada por Francisco Rivas, profesor de lógica, no obstante que la alumna había dado suficientes muestras de "ilustración y talento". [MCT 406]El Diario del Hogar invitaba a la población femenina que deseara alcanzar "mayor honra y provecho" a seguir el ejemplo de la primera médica, opinión a la que se sumaba El Correo de las Doce, el que responsabilizaba a algunos empleados y funcionarios del gobierno de la escasa presencia femenina en las instituciones de educación media y superior. Eran ellos -acusaba el articulista-, los que "prevalidos de su posición social en los establecimientos de enseñanza secundaria procuran estorbar el ingreso [de] las jóvenes", tal y como recientemente había acontecido al negárseles inscripción en el plantel a "varias jóvenes de intachable reputación y notorias aptitudes intelectuales". Prejuicios tales, concluía el escrito, representaban una verdadera aberración. [MCT 407]

 Conforme pasaba el tiempo, la mujeres se atrevieron a incursionar en las disciplinas tradicionalmente masculinas; de ahí las tres candidatas a seguir estudios de Derecho y la primera aspirante a la carrera de Ingeniería. A esta toma simbólica de las aulas prepratorianas seguiría la conquista de las profesiones liberales, mucho más difícil quizás por la carga de intereses que, desde diversas posiciones y niveles, se oponía a redefinir las áreas de acción femeninas y masculinas. Pese a ello, fue en las postrimerías del siglo XIX y en la primera década del XX cuando surgieron las pioneras de este nivel educativo en México.

II "Abriendo brecha"

 Hacia mediados de los ochenta del siglo pasado, se presentó un hecho significativo en el ámbito cultural del país. Los días 24 y 25 de agosto de 1887 tuvo lugar en la Escuela Nacional de Medicina el examen profesional de Matilde Montoya, quien tras enfrentar toda clase de obstáculos, logró concluir los estudios superiores y responder con "entereza, sangre fría y aplomo" [MCT 408] a las preguntas de los sinodales. El hecho revestía particular importancia pues rompía una barrera de siglos y contribuía a modificar las representaciones de género tradicionales. No casualmente la escritora Laureana Wright describía a la médica como una auténtica heroína, quien "a fuerza de constancia había logrado vencer a la envidia y dominar a la ciencia", [MCT 409] mientras otra prestigiada autora -Concepción Gimeno de Flaquer- la definía como libertadora de su género y conquistadora del progreso. [MCT 410]

 Por supuesto, Matilde Montoya no fue el único caso; aunque en número reducido, otras jóvenes seguirían su ejemplo, conformando la primera generación de profesionistas mexicanas. Si bien predominan las médicas, también hubo algunas odontólogas,[MCT 411] una abogada y una egresada de la Escuela Nacional de Ingenieros. Dentro del primer grupo, además de Montoya, están Columba Rivera, quien presentó el examen profesional de médica cirujana y obstetra en 1900, Guadalupe Sánchez en 1903, Soledad de Régules Iglesias en 1907 y Antonia Ursúa en 1908. Rosario Martínez fue un caso especial, pues aunque terminó sus estudios en noviembre de 1906, no se recibió sino varios años después (1911). Pero el número de alumnas debió ser mayor, sólo que, posiblemente, no todas pudieron concluir la carrera; según Mílada Bazant, hacia 1900, la Escuela de Medicina contaba con 18 alumnas de un total de 356 estudiantes, [MCT 412] aunque es probable que en dicha cifra, la autora incluyera a las estudiantes de obstetricia, carrera que atraía a mayor número de mujeres, pues para obtener el título respectivo sólo se exigía haber cursado la primaria superior y dos años de estudios en la Escuela de Medicina. Basta recordar que únicamente en 1903, se graduaron 7 nuevas parteras: Francisca García, Adela Vaca Vda. de Mata, Rosario Rojas, Natalia Lamadrid, Francisca Campos, Isabel Pereda de Ruiz y María E. Ramírez. [MCT 413]

 Las primeras candidatas a la carrera de medicina contaron con la simpatía y el apoyo económico de las autoridades educativas y gubernamentales. Al decir del Hogar, Matilde Montoya había arrancado sus estudios médicos en Puebla, pero el presidente Díaz la invitó a finalizarlos en la capital de la república, pues consideraba que nada más justo ni mejor que la primera doctora mexicana se titulara en esta ciudad. [MCT 414] Con posterioridad y gracias a su trayectoria académica, contó con el auxilio de Joaquín Baranda, secretario de Justicia e Instrucción Pública, a quien ella misma calificara como "mi bondadoso protector"[MCT 415] y que en todo momento la ayudó a "vencer las dificultades que encontraba". Por su parte, el gobierno federal le concedió una mensualidad de $40 y los gobernadores de Morelos, Hidalgo, Puebla y Oaxaca hicieron lo propio, al señalarle "pequeñas pero utilísimas pensiones". [MCT 416]

 Los casos de Columba Rivera y Guadalupe Sánchez son semejantes; a la primera se le asignó una subvención mensual de $15 a lo largo de sus carrera (1894-1900), mientras que esta última obtuvo $20 durante sus estudios preparatorios y $15 en los profesionales, siempre en atención al resultado de sus evaluaciones. Aunque Soledad Régules parece haber disfrutado de una condición económica más cómoda, también gozó del apoyo oficial. Tras finalizar los cursos de la Nacional Preparatoria en 1900 y de radicar un año en Europa, inició la carrera de medicina, en cuya última parte recibió $30 al mes; una vez titulada, la Secretaría de Instrucción Pública le otorgó una beca para realizar estudios de posgrado en el extranjero, posiblemente la primera mexicana que llegó a este nivel escolar:

La Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, sabedora del aprovechamiento y de la conducta intachable de la nueva doctora, acordó pensionarla para que por espacio de dos años viva en Europa y se perfeccione allí en la carrera cuyo título acaba de adquirir. La señorita Régules marchará a París, probablemente dentro de poco tiempo, y allí concurrirá a las clínicas de hospitales famosos o de médicos renombrados, pues no le faltarán recomendaciones eficaces para lograr aproximarse a las celebridades científicas de aquel centro universitario del saber. [MCT 417]

 A la par que estas pioneras de la medicina, hubo algunas jóvenes más decididas que se atrevieron a incursionar en áreas del conocimiento consideradas como exclusivamente masculinas. Egresada de la Nacional Preparatoria, María Sandoval cursó la carrera de abogada entre 1892 y 1897, durante lo cual disfrutó de una pensión mensual para "fomento de sus estudios", no obstante que en alguna ocasión sus calificaciones fueron inferiores a las exigidas a los y las alumnas becadas. Incluso, recibió $45 para "expensar los gastos de recepción en dicha escuela", lo que muestra la disposición oficial favorable hacia las estudiantes. Sin embargo, esta "simpatía" no dio lugar a un trato de excepción; en términos generales, las futuras profesionistas se atuvieron a las mismas reglas que sus compañeros y, si ocasionalmente gozaron de algún beneficio, fue dentro de lo estipulado por la legislación y la práctica escolar.

 El examen profesional de María Sandoval (julio de 1898) atrajo el interés de la prensa. El Imparcial además de referirse a su corta edad, que "apenas ocultará unos 22 años de edad" y a su agradable presencia, subrayaba el acierto y precisión de sus respuestas, prueba -decía- de los "profundos conocimientos que ha adquirido en derecho". De acuerdo con algunos abogados asistentes al acto, la tesis profesional de la joven era "una verdadera pieza jurídica", reflejo del brillante papel que había hecho durante su práctica como pasante, en la que destacaba particular mente el juicio en que Sandoval logró demostrar la inocencia de una mujer acusada de asesinato. [MCT 418]

 El Mundo aprovechaba el "inusitado acto" para atacar "la doctrina antifeminista", partidaria de la división sexual del trabajo y apoyar el valor de estas primeras profesionistas, cuyo empuje le resulta digno de ejemplo, pues les permitía emanciparse de la tutela masculina, bastarse a sí mismas y procurarse, mediante el estudio y el trabajo, una posición digna y medios para subsistir. En tono realista observaba que "la mujer come igual que el hombre" y, como él, debía de estar suficientemente preparada para enfrentarse a la vida:

... Por eso, cuando una Matilde Montoya o una María Asunción Sandoval se sobreponen a esas preocupaciones, estudian, pasan exámenes y conquistan un título profesional, las aplaudimos, las felicitamos, y las consideramos como los apóstoles y las precursoras de la rehabilitación de la mujer".[MCT 419]

 Otro escritor atraído por el tema fue "Juvenal", quien en el Monitor Republicano comentaba la novedosa presencia de algunas alumnas en la Escuela de Jurisprudencia, futuras abogadas que fungirían como jueces, magistrados o representantes del Ministerio Público y que por su capacidad intelectual y "sexto sentido" atemorizaban a sus colegas del sexo opuesto. Lo importante, decía, es que "en nuestra patria, la mujer ya ocupa la tribuna, ya diserta, ya perora; ¡quien quita que andando el tiempo la veamos en los escaños del Congreso predicando en contra de la reelección!"[MCT 420] Aunque no queda claro si en el escrito de Juvenal predomina el temor o gusto por el avance femenino, lo cierto es que, poco a poco, la opinión pública se iba acostumbrando a la creciente participación de las mexicanas en cuestiones de carácter público.

 La profesora Dolores Correa Zapata, representativa de la vanguardia intelectual y profesional que a través de la revista La Mujer Mexicana luchaba por la superación femenina, era bastante más crítica. Lejos de concretarse a celebrar los méritos de la primera abogada, cuestionaba a sus contemporáneos con una pregunta difícil de contestar: ¿por qué en un país de 12 millones de habitantes, de los cuales siete millones eran mujeres, sólo había una abogada? Correa Zapata aprovechaba la trayectoria académica de María Sandoval para denunciar las múltiples dificultades que impedían el desarrollo profesional de las mexicanas, pero -aclaraba-, no para perderse en "inútiles lamentaciones", sino para que su experiencia y ejemplo ampliaran los horizontes culturales y laborales femeninos, única forma de contribuir al futuro progreso de su género. [MCT 421]

Igualmente comentada fue la inscripción de Dolores Rubio Avila en la carrera de ingeniería en 1910, pues sólo había el precedente de otra joven atraída por los estudios de ensayador de metales, "pero que desertó [en] lo mejor de la carrera". [MCT 422]Nacida en Chihuahua, Dolores debió pertenecer a una familia de pocos recursos, pues para continuar sus estudios en la Nacional Preparatoria solicitó al ministro de Justicia e Instrucción Pública una pensión o una clase en alguna escuela primaria nocturna. A manera de justificación, la estudiante destacaba una conducta y calificaciones irreprochables a más de amplios conocimientos, certificados por varios profesores, sobre métodos pedagógicos. Finalizado el ciclo preparatorio en abril de 1910, Avila optó por la carrera de metalurgista y solicitó una de las cuatro becas otorgadas a los estudiantes de ingeniería de minas , pese a que no era su especialidad. Se desconoce el resultado de esta gestión, pero en cambio se sabe que, dos años después, la joven había cubierto el plan de estudios de la carrera de ensayador y únicamente adeudaba la parte práctica que, al parecer, realizó en la Casa de Moneda. [MCT 423]

 Tampoco se conoce la identidad de las otras estudiantes de Jurisprudencia que menciona "Juvenal", así como la trayectoria profesional, en caso de que hubieran ejercido, de María Sandoval y de Dolores Rubio. Habrá que esperar nuevos estudios sobre la matrícula femenina de las distintas escuelas nacionales para poder tener una idea más precisa de estas primeras generaciones de mujeres profesionistas. [MCT 424] La información recabada hasta el momento refleja que, a partir de la década de los ochenta del siglo pasado, se empezó a perfilar un cambio en el comportamiento educativo de las mexicanas, quienes por vez primera se atrevieron a pisar las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria y de las escuelas superiores. Gracias al apoyo que les brindaron algunas autoridades educativas, al espíritu progresista de sus familiares y al valor y perseverancia de las jóvenes, paulatinamente, ante la sorpresa y no pocas veces inconformidad de la sociedad porfirista, se empezaron a fracturar las estructuras ideológicas que por siglos impidieron a las mexicanas el acceso al estudio y ejercicio de las profesiones liberales. La brecha estaba abierta, lo demás sería cuestión de tiempo.

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