Arranque
de un proceso.
Mtra.
Ma. de Lourdes Alvarado.(CESU-UNAM)
Con la colaboraci�n de Elizabeth Becerril Guzm�n.
Los proleg�menos
La
integraci�n de las mujeres al estudio y ejercicio de las carreras
liberales
en México no fue tarea f�cil. Como en otras partes del mundo, este
proceso implic� largo tiempo y, sobre todo, el pujante esfuerzo de una
minor�a para enfrentar la serie de prejuicios que durante siglos impidieron
el avance intelectual y profesional de este sexo. En nuestro pa�s fue
hasta bien avanzado este siglo cuando las mexicanas irrumpieron de manera
significativa en las aulas universitarias. Sin embargo, los antecedentes
de esta especie de conquista de las profesiones "masculinas" se remontan
a las postrimer�as del XIX, cuando un reducido grupo de mujeres, "contra
viento y marea" logr� abrirse paso en las escuelas superiores
de aquella �poca. Con ello, no s�lo dieron la primera batalla contra quienes
tem�an que su entrada al mundo cultural y laboral masculino rompiera el
"equilibrio" existente, sino que su ejemplo contribuy� a abrir la brecha
por la que habr�an de transitar las nuevas generaciones. Tales fueron
los casos de Matilde Montoya, Columba Rivera, Guadalupe S�nchez, Soledad
R�gules, Ma. Asunci�n Sandoval de Zarco y Dolores Rubio �vila, cuyas dif�ciles
trayectorias acad�micas
representan un hito en las historia cultural del pa�s.
El
retraso con que se inici� y desarroll� dicho proceso no se debi� a circunstancias
casuales o aisladas; fue consecuencia directa de la concepci�n socio-cultural
vigente que, bajo reglas m�s impl�citas que expl�citas, impidi� el acceso
de las mujeres a la educaci�n superior formal. Un ejemplo representativo
de esta corriente de pensamiento es JOS� D�AZ COVARRUBIAS, a cargo del
Ministerio de Justicia e Instrucci�n P�blica
hacia mediados de los setenta de la pasada centuria y franco partidario
de la modernizaci�n del sistema educativo. Desde su punto de vista, la
educaci�n femenina no deb�a orientarse hacia las carreras profesionales,
pues consideraba que a�n no exist�an las condiciones necesarias para compartir
con ese sexo "la alta direcci�n de la inteligencia y de la actividad".
Prueba de ello, dec�a, era la naturalidad con que ellas mismas asum�an
dicha situaci�n, al abstenerse de tomar parte en "las funciones sociales
de los hombres, no obstante que con excepci�n de las costumbres, nada
les prohibir�a hacerlo en muchas de las esferas de la actividad varonil".
Por tanto, conclu�a el pol�tico y escritor de manera por dem�s simplista,
dos eran las razones del retraimiento profesional del "bello sexo": su
"organizaci�n fisiol�gica" y su tradicional "lugar en sociedad",
juicio muy a tono con su tiempo y con el que se justificaba la continuidad
del statu quo.
Y
en efecto, de acuerdo con las leyes de Instrucci�n P�blica de 1867 y 1869,
no exist�an impedimentos formales que prohibieran a las mexicanas matricularse
en la Escuela Nacional Preparatoria y, una vez acreditados dichos estudios,
optar por alguna de las escuelas profesionales
existentes. Aquel plantel nunca se defini� como exclusivamente masculino
y si en sus primeros a�os de vida funcion� como tal, fue debido a la presi�n
social y al peso de la tradici�n, abiertamente en contra de la presencia
femenina en dominios varoniles. Ello explica la posici�n de D�az Covarrubias,
pues cuando public� su obra sobre la instrucci�n p�blica en M�xico (1875),
las mujeres continuaban excluidas de las aulas preparatorianas. No ser�a
sino hasta las siguientes d�cadas cuando ese sexo se atrevi� a franquear
las trincheras de la instrucci�n superior.
En
contraste, desde las esferas oficial y privada, se impuls� el acceso femenino
a la carrera magisterial, al punto que, hacia finales de siglo, la matr�cula
de la Escuela Normal de Profesoras era bastante superior a la registrada
en la Normal de Profesores, no obstante los diversos incentivos ofrecidos
a los varones para que se sumaran a las filas del magisterio. Entre los
argumentos esgrimidos para justificar tal pol�tica destaca la convicci�n
de esta generaci�n en la supuesta capacidad innata de las mujeres para
las tareas educativas, para el cuidado moral y material de la ni�ez; "a
todo prefieren esto, afirmaba Sierra, para nada son m�s aptas".
Tal
estereotipo ven�a como anillo al dedo a la clase dirigente, enfrentada
a la urgente necesidad de educar a un pueblo mayoritariamente analfabeta,
tarea para la que se requer�an mentores mejor preparados que los improvisados
de otros tiempos. Tambi�n, aunque con serias cortapisas, hab�a inter�s
por preparar a las mujeres de clase media, para que, en caso necesario,
pudieran ganarse la vida dignamente y para ello nada mejor que el magisterio,
actividad que encajaba a la perfecci�n con el esquema ideol�gico y simb�lico
de la sociedad porfirista.
En
el proceso de "feminizaci�n "
de la carrera magisterial tambi�n se observan intereses de orden econ�mico,
pues las profesoras recib�an sueldos m�s bajos que sus compa�eros varones,
lo que redundaba en un atractivo ahorro para las finanzas p�blicas. D�az
Covarrubias reconoc�a que las j�venes egresadas de las escuelas normales
resultaban "m�s baratas" y redituables que sus colegas del sexo opuesto,
ya que adem�s de recibir sueldos m�s bajos que �stos, por las cualidades
de su car�cter y por falta de otras opciones laborales, se entregaban
en forma m�s completa y prolongada al servicio de sus escuelas.
Si
bien esta fue la principal tendencia oficial en favor de la educaci�n
femenina, no todos las acciones gubernamentales se ajustaron fielmente
a dicho esquema. A ra�z de la promulgaci�n de la Ley de Instrucci�n P�blica
de 1867, en las esferas del poder se observa cierto inter�s por abrir
el abanico formativo de las mujeres. Expresi�n de esta preocupaci�n fue
el establecimiento de la Escuela Secundaria para personas del sexo femenino,
cuyas metas no se redujeron a formar profesoras de educaci�n elemental
o a capacitar a las alumnas para el desempe�o de alg�n oficio, como pretendi�
hacerse en la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres. La Secundaria femenina,
contempor�nea a la Nacional Preparatoria, tuvo intenciones m�s amplias.
Adem�s de moralizar a las alumnas y darles "ocupaci�n en sociedad", pretend�a
"proporcionarles los conocimientos generales que las pongan al tanto de
los adelantos de la �poca."
Como
la consabida falta de recursos impidi� que la fundaci�n de la escuela
normal, prometida por el c�digo del 67, se hiciera realidad, la Secundaria
y la Escuela Nacional Preparatoria debieron suplir tales funciones. Con
este fin incluyeron en sus respectivos planes de estudio la asignatura
de "m�todos de ense�anza comparados" para los alumnos o alumnas, seg�n
fuera el caso, que desearan dedicarse al magisterio. Pero las pretensiones
iniciales de sendas instituciones iban m�s all� de ese objetivo, de ah�
la denominaci�n de Secundaria de Ni�as y no el de Normal de Profesoras
con que pudo haberse identificado al plantel femenino si esta hubiera
sido su intenci�n vertebral. Al menos en teor�a, pues su inauguraci�n
tuvo que esperar dos a�os, la creaci�n de la Secundaria represent� el
primer intento oficial, a nivel nacional, de otorgar a las mexicanas una
cultura "superior", cuyo plan de estudios lleg� a incluir materias cient�ficas
inexistentes en alg�n otro establecimiento educativo para mujeres.
Sin
embargo, en la pr�ctica las cosas fueron muy distintas y pese a las expectativas
de sus fundadores, las metas iniciales de la Secundaria cedieron ante
la demanda social. Desde sus primeros a�os de vida, �sta se perfil� como
un "semillero" de maestras, hasta que, por decreto del 4 de junio de 1888,
qued� definitivamente convertida en la Escuela Normal de Profesoras.
Como expresara Ezequiel A. Ch�vez al referirse a la Secundaria, su car�cter
h�brido, la heterogeneidad de los conocimientos que impart�a, "ten�an
que dispersar las energ�as, evitando se concentrara en la formaci�n del
profesorado todo el esfuerzo material, intelectual y pecuniario". Estas
deficiencias explican su transformaci�n en normal y el abandono de su
car�cter inicial como escuela de estudios secundarios o "superiores".
Sin
embargo, la importancia que la Secundaria de Ni�as lleg� a tener fue tal
que, cuando en abril de 1881, Justo Sierra present� ante la C�mara su
"Proyecto de creaci�n de una universidad", la incluy� entre las escuelas
constitutivas de dicha instituci�n, otorg�ndole igual jerarqu�a que al
resto de los planteles nacionales y de los que habr�an de crearse para
dicho efecto.
Para evitar cualquier duda al respecto, el pol�tico precisaba que las
mujeres tendr�an derecho a cursar "todas las clases de las escuelas profesionales,
obteniendo al fin de la carrera diplomas especiales de la escuela Normal
y de Altos Estudios". A�ad�a que en esta �ltimo plantel, considerado por
el futuro secretario de Instrucci�n P�blica como pin�culo de los estudios
universitarios, las mexicanas podr�an obtener los mismos t�tulos que los
varones, lo que equival�a a un inusitado reconocimiento de la capacidad
intelectual y profesional del sexo opuesto. Si bien este primer proyecto
universitario no tuvo eco en los medios pol�ticos e intelectuales, muestra
la disposici�n de un sector por promover la superaci�n educativa de las
mexicanas.
Pero
la transformaci�n de la Secundaria de Ni�as en Normal de Profesoras no
liquid� las posibilidades femeninas de cursar otro tipo de estudios superiores
e incluso alguna carrera profesional, como empez� a suceder hacia mediados
de los ochenta.
Paulatinamente, las mujeres fueron reivindicando su derecho a estudiar
en la Nacional Preparatoria. Un acercamiento a la "Secci�n Inscripciones"
del Fondo Escuela Nacional Preparatoria arroja datos de inter�s al respecto.
Hasta donde tenemos noticias, fue a partir de los ochenta cuando arribaron
las primeras alumnas a dicho plantel. Matilde Montoya encabeza el listado
de preparatorianas en 1882, seguida
un a�o despu�s (1883) por Luz Bonequi,
Concepci�n Morales y Dolores Morales (1883), aunque de estas �ltimas,
probablemente hermanas, �nicamente se conocen los certificados de instrucci�n
primaria y de buena conducta que presentaron a la direcci�n de la escuela,
pero no consta que fueran aceptadas.
Del 84 y por una nota hemerogr�fica se conoce el nombre de Guadalupe Casta�ares,
a quien sigui� un peque�o grupo, conformado por Herlinda e Ignacia Garc�a,
Paz G�mez y Carmen Sastr�, cuyos nombres aparecen a partir del 85,
mientras que Francisca Parra, Yn�s V�zquez, Mar�a Sandoval, Mar�a N�jera
y Herlinda Rangel fueron inscritas entre 87 y 89. Con excepci�n de Luz
Bonequi, matriculada en telegraf�a, Paz G�mez, cuyo destino profesional
no fue anotado con claridad, Guadalupe Casta�ares citada por El Tiempo
debido a su activismo pol�tico y las hermanas Morales, el resto de las
alumnas -9 en total- coinciden en su inter�s por la medicina.
Entre
1891 y 1900 el n�mero de preparatorianas aument� considerablemente. Hasta
el momento hemos localizado un total de 58 j�venes inscritas, originarias
de distintas regiones de la rep�blica m�s dos extranjeras, una cubana
(Sara de la Rosa V�zquez) y otra norteamericana (Irene Ollendorf). Ten�an
car�cter "numerario" aquellas que hab�an aprobado todas las materias del
curso anterior, "supernumerario" las que adeudaban alguna asignatura o
no hab�an presentado completa la documentaci�n requerida por la direcci�n
del plantel, y "oyentes", las que simult�neamente estaban inscritas en
alguna otra escuela oficial y completaban su formaci�n asistiendo a alguna
c�tedra en San Ildefonso. Tales fueron los casos de Candelaria Manzano,
de la Escuela Nacional de Bellas Artes
y Ma. de Jes�s Mart�nez o Etelvina R. Osorio del Conservatorio Nacional.
Sorprendente para la �poca fue la presencia de una viuda de 32 a�os de
edad, quien solicitaba inscripci�n para el primer curso semestral de estudios
preparatorios,
seguramente convencida de la necesidad de mejorar su preparaci�n, as�
como la de Mar�a Jim�nez de Mu�oz, bastante m�s joven (22 a�os) y casada.
De
acuerdo con la informaci�n disponible, la mayor parte de las alumnas s�lo
permaneci� uno o dos a�os en la escuela, pero hubo otras m�s perseverantes
como Mar�a �lvarez (1892-1896),
Ana Ma. Barrera, (1891-94),
Elena Carrera (1895-1900),
Juana D�valos (1891-1895),
Luz Coyro (1894-97),
Juana D�az (1896-1903),
Asunci�n Walker (1896-1901)
y Gudelia Fern�ndez (1897-1900), quien al terminar sus estudios, obtuvo
el "certificado general para medicina",
o tambi�n quienes, al completar el ciclo preparatorio, lograron matricularse
en una de las escuelas superiores y cursar una carrera profesional. Entre
estas �ltimas destacan Mar�a Sandoval, alumna de la Preparatoria de 1887
a 1891;
Eloisa Santoyo de 1890 a 1895,
Guadalupe S�nchez, de 1890 a 94
y Soledad de R�gules de 1896 a 1899,
la primera inscrita posteriormente en la Escuela Nacional de Jurisprudencia
y las tres �ltimas en la de Medicina.
Aunque
no en todos los casos, la documentaci�n consultada refleja las preferencias
profesionales de estas primeras preparatorianas.
De un total de 72 alumnas localizadas en las ultimas dos d�cadas del siglo
pasado, 33 se inclinaban por la medicina, siete por farmacia, dos pretend�an
llegar a ser abogadas, una m�s notaria, otra de ellas manifestaba particular
inter�s por la ingenier�a y s�lo dos por la telegraf�a. Del
resto, 20 no precisan alguna preferencia disciplinaria, la vocaci�n de
una m�s es ilegible, 3 eran oyentes adscritas a otra instituci�n y dos
m�s s�lo se conocen por sus estudios previos.
No
obstante que tanto estas j�venes como sus familiares representaban al
grupo m�s progresista de la comunidad, reproduc�an los patrones culturales
predominantes y precisamente era el �rea de la salud la que garantizaba
mayor aceptaci�n social, tanto por la larga tradici�n femenina en este
campo (enfermeras y parteras), como por la identificaci�n entre el estereotipo
femenino vigente y las aptitudes que se adjudicaban al desempe�o profesional
de la medicina.
Prueba
de ello son algunos escritos de la prensa liberal que colaboraban a "airear"
el tema y a flexibilizar la r�gida posici�n de la ciudadan�a. Desde inicios
de los setenta y en tono cr�tico, El Monitor Republicano se refer�a
a la reacci�n de los estudiantes de medicina "de algunos lugares de Inglaterra"
ante la creciente presencia femenina en sus respectivos establecimientos.
Para el articulista, el motivo de fondo que animaba a los inconformes
era el temor a perder parte de su clientela potencial,
denuncia que adem�s de informar sobre el hecho, invitaba a la reflexi�n
pero desde el entorno mexicano. El mismo cotidiano, s�lo que varios a�os
despu�s, publicaba algunas cifras interesantes sobre la afici�n femenina
por los estudios m�dicos; de un total de 114 alumnas inscritas en la Escuela
de Medicina de Par�s, 12 eran francesas, 1 americana, 8 inglesas, 1 austr�aca,
1 griega, 1 turca y 90 rusas.
Un rotativo m�s mencionaba que de los 139 estudiantes de medicina de la
Universidad de Zurich, el 70% eran mujeres, las que no dejaban duda alguna
de su empe�o y capacidad. Pero, seg�n el escrito, era en Jap�n donde "el
feminismo" hac�a mayores progresos; gracias al movimiento encabezado por
la se�ora Hayotamo, mujer de un antiguo ministro, se hab�an formado cuatro
importantes sociedades "para la elevaci�n y cultura de la mujer desde
el punto de vista moral, intelectual, f�sico y social".
Fue
tambi�n a trav�s de la prensa como la sociedad porfirista se enter� de
las vicisitudes que Matilde Montoya tuvo que enfrentar para acreditar,
mediante ex�menes extraordinarios, los estudios preparatorios y continuar
con los de medicina hasta convertirse en la primera m�dica t�tulada. Asimismo,
se ocup� de difundir las conquistas acad�micas de algunas mexicanas en
el extranjero, como Laura Mantec�n de Gonz�lez, esposa del expresidente
de la Rep�blica, Manuel Gonz�lez, quien obtuvo el t�tulo de doctora en
medicina en una universidad norteamericana
o el de la "Srita. Toral", quien una vez terminados los estudios m�dicos
en Cincinatti, se propon�a retornar a su pa�s para ejercer la profesi�n.
Aunque se trataba de casos aislados, este tipo de informaci�n contribu�a
a la discusi�n p�blica del tema y, aunque lentamente, a modificar los
arraigados patrones
culturales de las sociedad mexicana.
Paulatinamente
surg�an nuevas voces en favor de la incorporaci�n femenina a la Preparatoria.
El Correo de las Doce, por ejemplo, tomaba partido en favor de
Matilde Montoya, quien -opinaba- hab�a sido injustamente evaluada por
Francisco Rivas, profesor de l�gica, no obstante que la alumna hab�a dado
suficientes muestras de "ilustraci�n y talento". El
Diario del Hogar invitaba a la poblaci�n femenina que deseara alcanzar
"mayor honra y provecho" a seguir el ejemplo de la primera m�dica, opini�n
a la que se sumaba El Correo de las Doce, el que responsabilizaba
a algunos empleados y funcionarios del gobierno de la escasa presencia
femenina en las instituciones de educaci�n media y superior. Eran ellos
-acusaba el articulista-, los que "prevalidos de su posici�n social en
los establecimientos de ense�anza secundaria procuran estorbar el ingreso
[de] las j�venes", tal y como recientemente hab�a acontecido al neg�rseles
inscripci�n en el plantel a "varias j�venes de intachable reputaci�n y
notorias aptitudes intelectuales". Prejuicios tales, conclu�a el escrito,
representaban una verdadera aberraci�n.
Conforme
pasaba el tiempo, la mujeres se atrevieron a incursionar en las disciplinas
tradicionalmente masculinas; de ah� las tres candidatas a seguir estudios
de Derecho y la primera aspirante a la carrera de Ingenier�a. A esta toma
simb�lica de las aulas prepratorianas seguir�a la conquista de las profesiones
liberales ,
mucho m�s dif�cil quiz�s por la carga de intereses que, desde diversas
posiciones y niveles, se opon�a a redefinir las �reas de acci�n femeninas
y masculinas. Pese a ello, fue en las postrimer�as del siglo XIX y en
la primera d�cada del XX cuando surgieron las pioneras de este nivel educativo
en M�xico.
II "Abriendo
brecha"
Hacia
mediados de los ochenta del siglo pasado, se present� un hecho significativo
en el �mbito cultural del pa�s. Los d�as 24 y 25 de agosto de 1887 tuvo
lugar en la Escuela Nacional de Medicina el examen profesional de Matilde
Montoya, quien tras enfrentar toda clase de obst�culos, logr� concluir
los estudios superiores y responder con "entereza, sangre fr�a y aplomo"
a las preguntas de los sinodales. El hecho revest�a particular importancia
pues romp�a una barrera de siglos y contribu�a a modificar las representaciones
de g�nero tradicionales. No casualmente la escritora Laureana Wright describ�a
a la m�dica como una aut�ntica hero�na, quien "a fuerza de constancia
hab�a logrado vencer a la envidia y dominar a la ciencia",
mientras otra prestigiada autora -Concepci�n Gimeno de Flaquer- la defin�a
como libertadora de su g�nero y conquistadora del progreso.
Por
supuesto, Matilde Montoya no fue el �nico caso; aunque en n�mero reducido,
otras j�venes seguir�an su ejemplo, conformando la primera generaci�n
de profesionistas mexicanas. Si bien predominan las m�dicas, tambi�n hubo
algunas odont�logas,
una abogada y una egresada de la Escuela Nacional de Ingenieros. Dentro
del primer grupo, adem�s de Montoya, est�n Columba Rivera, quien present�
el examen profesional de m�dica cirujana y obstetra en 1900, Guadalupe
S�nchez en 1903, Soledad de R�gules Iglesias en 1907 y Antonia Urs�a en
1908. Rosario Mart�nez fue un caso especial, pues aunque termin� sus estudios
en noviembre de 1906, no se recibi� sino varios a�os despu�s (1911). Pero
el n�mero de alumnas debi� ser mayor, s�lo que, posiblemente, no todas
pudieron concluir la carrera; seg�n M�lada Bazant, hacia 1900, la Escuela
de Medicina contaba con 18 alumnas de un total de 356 estudiantes,
aunque es probable que en dicha cifra, la autora incluyera a las estudiantes
de obstetricia, carrera que atra�a a mayor n�mero de mujeres, pues para
obtener el t�tulo respectivo s�lo se exig�a haber cursado la primaria
superior y dos a�os de estudios en la Escuela de Medicina. Basta recordar
que �nicamente en 1903, se graduaron 7 nuevas parteras: Francisca Garc�a,
Adela Vaca Vda. de Mata, Rosario Rojas, Natalia Lamadrid, Francisca Campos,
Isabel Pereda de Ruiz y Mar�a E. Ram�rez.
Las
primeras candidatas a la carrera de medicina contaron con la simpat�a
y el apoyo econ�mico de las autoridades educativas y gubernamentales.
Al decir del Hogar, Matilde Montoya hab�a arrancado sus estudios m�dicos
en Puebla, pero el presidente D�az la invit� a finalizarlos en la capital
de la rep�blica, pues consideraba que nada m�s justo ni mejor que la primera
doctora mexicana se titulara en esta ciudad.
Con posterioridad y gracias a su trayectoria acad�mica, cont� con el auxilio
de Joaqu�n Baranda, secretario de Justicia e Instrucci�n P�blica, a quien
ella misma calificara como "mi bondadoso protector"
y que en todo momento la ayud� a "vencer las dificultades que encontraba".
Por su parte, el gobierno federal le concedi� una mensualidad de $40 y
los gobernadores de Morelos, Hidalgo, Puebla y Oaxaca hicieron lo propio,
al se�alarle "peque�as pero util�simas pensiones".
Los
casos de Columba Rivera y Guadalupe S�nchez son semejantes; a la primera
se le asign� una subvenci�n mensual de $15 a lo largo de sus carrera (1894-1900),
mientras que esta �ltima obtuvo $20 durante sus estudios preparatorios
y $15 en los profesionales, siempre en atenci�n al resultado de sus evaluaciones.
Aunque Soledad R�gules parece haber disfrutado de una condici�n econ�mica
m�s c�moda, tambi�n goz� del apoyo oficial. Tras finalizar los cursos
de la Nacional Preparatoria en 1900 y de radicar un a�o en Europa, inici�
la carrera de medicina, en cuya �ltima parte recibi� $30 al mes; una vez
titulada, la Secretar�a de Instrucci�n P�blica le otorg� una beca para
realizar estudios de posgrado en el extranjero, posiblemente la primera
mexicana que lleg� a este nivel escolar:
La
Secretar�a de Instrucci�n P�blica y Bellas Artes, sabedora del aprovechamiento
y de la conducta intachable de la nueva doctora, acord� pensionarla para
que por espacio de dos a�os viva en Europa y se perfeccione all� en la
carrera cuyo t�tulo acaba de adquirir. La se�orita R�gules marchar� a
Par�s, probablemente dentro de poco tiempo, y all� concurrir� a las cl�nicas
de hospitales famosos o de m�dicos renombrados, pues no le faltar�n recomendaciones
eficaces para lograr aproximarse a las celebridades cient�ficas de aquel
centro universitario del saber.
A
la par que estas pioneras de la medicina, hubo algunas j�venes m�s decididas
que se atrevieron a incursionar en �reas del conocimiento consideradas
como exclusivamente masculinas. Egresada de la Nacional Preparatoria,
Mar�a Sandoval curs� la carrera de abogada entre 1892 y 1897, durante
lo cual disfrut� de una pensi�n mensual para "fomento de sus estudios",
no obstante que en alguna ocasi�n sus calificaciones fueron inferiores
a las exigidas a los y las alumnas becadas. Incluso, recibi� $45 para
"expensar los gastos de recepci�n en dicha escuela", lo que muestra la
disposici�n oficial favorable hacia las estudiantes. Sin embargo, esta
"simpat�a" no dio lugar a un trato de excepci�n; en t�rminos generales,
las futuras profesionistas se atuvieron a las mismas reglas que sus compa�eros
y, si ocasionalmente gozaron de alg�n beneficio, fue dentro de lo estipulado
por la legislaci�n y la pr�ctica escolar.
El
examen profesional de Mar�a Sandoval (julio de 1898) atrajo el inter�s
de la prensa. El Imparcial adem�s de referirse a su corta edad,
que "apenas ocultar� unos 22 a�os de edad" y a su agradable presencia,
subrayaba el acierto y precisi�n de sus respuestas, prueba -dec�a- de
los "profundos conocimientos que ha adquirido en derecho". De acuerdo
con algunos abogados asistentes al acto, la tesis profesional de la joven
era "una verdadera pieza jur�dica", reflejo del brillante papel que hab�a
hecho durante su pr�ctica como pasante, en la que destacaba particular
mente el juicio en que Sandoval logr� demostrar la inocencia de una mujer
acusada de asesinato.
El
Mundo aprovechaba el "inusitado acto" para atacar "la doctrina antifeminista",
partidaria de la divisi�n sexual del trabajo y apoyar el valor de estas
primeras profesionistas, cuyo empuje le resulta digno de ejemplo, pues
les permit�a emanciparse de la tutela masculina, bastarse a s� mismas
y procurarse, mediante el estudio y el trabajo, una posici�n digna y medios
para subsistir. En tono realista observaba que "la mujer come igual que
el hombre" y, como �l, deb�a de estar suficientemente preparada para enfrentarse
a la vida:
...
Por eso, cuando una Matilde Montoya o una Mar�a Asunci�n Sandoval se sobreponen
a esas preocupaciones, estudian, pasan ex�menes y conquistan un t�tulo
profesional, las aplaudimos, las felicitamos, y las consideramos como
los ap�stoles y las precursoras de la rehabilitaci�n de la mujer".
Otro
escritor atra�do por el tema fue "Juvenal", quien en el Monitor Republicano
comentaba la novedosa presencia de algunas alumnas en la Escuela de Jurisprudencia,
futuras abogadas que fungir�an como jueces, magistrados o representantes
del Ministerio P�blico y que por su capacidad intelectual y "sexto sentido"
atemorizaban a sus colegas del sexo opuesto. Lo importante, dec�a, es
que "en nuestra patria, la mujer ya ocupa la tribuna, ya diserta, ya perora;
�quien quita que andando el tiempo la veamos en los esca�os del Congreso
predicando en contra de la reelecci�n!"
Aunque no queda claro si en el escrito de Juvenal predomina el temor o
gusto por el avance femenino, lo cierto es que, poco a poco, la opini�n
p�blica se iba acostumbrando a la creciente participaci�n de las mexicanas
en cuestiones de car�cter p�blico.
La
profesora Dolores Correa Zapata, representativa de la vanguardia intelectual
y profesional que a trav�s de la revista La Mujer Mexicana luchaba por
la superaci�n femenina, era bastante m�s cr�tica. Lejos de concretarse
a celebrar los m�ritos de la primera abogada, cuestionaba a sus contempor�neos
con una pregunta dif�cil de contestar: �por qu� en un pa�s de 12 millones
de habitantes, de los cuales siete millones eran mujeres, s�lo hab�a una
abogada? Correa Zapata aprovechaba la trayectoria acad�mica de Mar�a Sandoval
para denunciar las m�ltiples dificultades que imped�an el desarrollo profesional
de las mexicanas, pero -aclaraba-, no para perderse en "in�tiles lamentaciones",
sino para que su experiencia y ejemplo ampliaran los horizontes culturales
y laborales femeninos, �nica forma de contribuir al futuro progreso de
su g�nero.
Igualmente
comentada fue la inscripci�n de Dolores Rubio Avila en la carrera de ingenier�a
en 1910, pues s�lo hab�a el precedente de otra joven atra�da por los estudios
de ensayador de metales, "pero que desert� [en] lo mejor de la carrera".
Nacida
en Chihuahua, Dolores debi� pertenecer a una familia de pocos recursos,
pues para continuar sus estudios en la Nacional Preparatoria solicit�
al ministro de Justicia e Instrucci�n P�blica una pensi�n o una clase
en alguna escuela primaria nocturna. A manera de justificaci�n, la estudiante
destacaba una conducta y calificaciones irreprochables a m�s de amplios
conocimientos, certificados por varios profesores, sobre m�todos pedag�gicos.
Finalizado el ciclo preparatorio en abril de 1910, Avila opt� por la carrera
de metalurgista y solicit� una de las cuatro becas otorgadas a los estudiantes
de ingenier�a de minas , pese a que no era su especialidad. Se desconoce
el resultado de esta gesti�n, pero en cambio se sabe que, dos a�os despu�s,
la joven hab�a cubierto el plan de estudios de la carrera de ensayador
y �nicamente adeudaba la parte pr�ctica que, al parecer, realiz� en la
Casa de Moneda.
Tampoco
se conoce la identidad de las otras estudiantes de Jurisprudencia que
menciona "Juvenal", as� como la trayectoria profesional, en caso de que
hubieran ejercido, de Mar�a Sandoval y de Dolores Rubio. Habr� que esperar
nuevos estudios sobre la matr�cula femenina de las distintas escuelas
nacionales para poder tener una idea m�s precisa de estas primeras generaciones
de mujeres profesionistas.
La informaci�n recabada hasta el momento refleja que, a partir de la d�cada
de los ochenta del siglo pasado, se empez� a perfilar un cambio en el
comportamiento educativo de las mexicanas, quienes por vez primera se
atrevieron a pisar las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria y de
las escuelas superiores. Gracias al apoyo que les brindaron algunas autoridades
educativas, al esp�ritu progresista de sus familiares y al valor y perseverancia
de las j�venes, paulatinamente, ante la sorpresa y no pocas veces inconformidad
de la sociedad porfirista, se empezaron a fracturar las estructuras ideol�gicas
que por siglos impidieron a las mexicanas el acceso al estudio y ejercicio
de las profesiones liberales. La brecha estaba abierta, lo dem�s ser�a
cuesti�n de tiempo.
|