Siglo XIX

Arranque de un proceso. [MCT 371]

Mtra. Ma. de Lourdes Alvarado.(CESU-UNAM)
Con la colaboraci�n de Elizabeth Becerril Guzm�n.

Los proleg�menos

 La integraci�n de las mujeres al estudio y ejercicio de las carreras liberales en México no fue tarea f�cil. Como en otras partes del mundo, este proceso implic� largo tiempo y, sobre todo, el pujante esfuerzo de una minor�a para enfrentar la serie de prejuicios que durante siglos impidieron el avance intelectual y profesional de este sexo. En nuestro pa�s fue hasta bien avanzado este siglo cuando las mexicanas irrumpieron de manera significativa en las aulas universitarias. Sin embargo, los antecedentes de esta especie de conquista de las profesiones "masculinas" se remontan a las postrimer�as del XIX, cuando un reducido grupo de mujeres, "contra viento y marea" logr� abrirse paso en las escuelas superiores de aquella �poca. Con ello, no s�lo dieron la primera batalla contra quienes tem�an que su entrada al mundo cultural y laboral masculino rompiera el "equilibrio" existente, sino que su ejemplo contribuy� a abrir la brecha por la que habr�an de transitar las nuevas generaciones. Tales fueron los casos de Matilde Montoya, Columba Rivera, Guadalupe S�nchez, Soledad R�gules, Ma. Asunci�n Sandoval de Zarco y Dolores Rubio �vila, cuyas dif�ciles trayectorias acad�micas representan un hito en las historia cultural del pa�s.

 El retraso con que se inici� y desarroll� dicho proceso no se debi� a circunstancias casuales o aisladas; fue consecuencia directa de la concepci�n socio-cultural vigente que, bajo reglas m�s impl�citas que expl�citas, impidi� el acceso de las mujeres a la educaci�n superior formal. Un ejemplo representativo de esta corriente de pensamiento es JOS� D�AZ COVARRUBIAS, a cargo del Ministerio de Justicia e Instrucci�n P�blica hacia mediados de los setenta de la pasada centuria y franco partidario de la modernizaci�n del sistema educativo. Desde su punto de vista, la educaci�n femenina no deb�a orientarse hacia las carreras profesionales, pues consideraba que a�n no exist�an las condiciones necesarias para compartir con ese sexo "la alta direcci�n de la inteligencia y de la actividad". Prueba de ello, dec�a, era la naturalidad con que ellas mismas asum�an dicha situaci�n, al abstenerse de tomar parte en "las funciones sociales de los hombres, no obstante que con excepci�n de las costumbres, nada les prohibir�a hacerlo en muchas de las esferas de la actividad varonil". Por tanto, conclu�a el pol�tico y escritor de manera por dem�s simplista, dos eran las razones del retraimiento profesional del "bello sexo": su "organizaci�n fisiol�gica" y su tradicional "lugar en sociedad",[MCT 372] juicio muy a tono con su tiempo y con el que se justificaba la continuidad del statu quo.

 Y en efecto, de acuerdo con las leyes de Instrucci�n P�blica de 1867 y 1869, no exist�an impedimentos formales que prohibieran a las mexicanas matricularse en la Escuela Nacional Preparatoria y, una vez acreditados dichos estudios, optar por alguna de las escuelas profesionales existentes. Aquel plantel nunca se defini� como exclusivamente masculino y si en sus primeros a�os de vida funcion� como tal, fue debido a la presi�n social y al peso de la tradici�n, abiertamente en contra de la presencia femenina en dominios varoniles. Ello explica la posici�n de D�az Covarrubias, pues cuando public� su obra sobre la instrucci�n p�blica en M�xico (1875), las mujeres continuaban excluidas de las aulas preparatorianas. No ser�a sino hasta las siguientes d�cadas cuando ese sexo se atrevi� a franquear las trincheras de la instrucci�n superior.

 En contraste, desde las esferas oficial y privada, se impuls� el acceso femenino a la carrera magisterial, al punto que, hacia finales de siglo, la matr�cula de la Escuela Normal de Profesoras era bastante superior a la registrada en la Normal de Profesores, no obstante los diversos incentivos ofrecidos a los varones para que se sumaran a las filas del magisterio. Entre los argumentos esgrimidos para justificar tal pol�tica destaca la convicci�n de esta generaci�n en la supuesta capacidad innata de las mujeres para las tareas educativas, para el cuidado moral y material de la ni�ez; "a todo prefieren esto, afirmaba Sierra, para nada son m�s aptas".[MCT 373]

 Tal estereotipo ven�a como anillo al dedo a la clase dirigente, enfrentada a la urgente necesidad de educar a un pueblo mayoritariamente analfabeta, tarea para la que se requer�an mentores mejor preparados que los improvisados de otros tiempos. Tambi�n, aunque con serias cortapisas, hab�a inter�s por preparar a las mujeres de clase media, para que, en caso necesario, pudieran ganarse la vida dignamente y para ello nada mejor que el magisterio, actividad que encajaba a la perfecci�n con el esquema ideol�gico y simb�lico de la sociedad porfirista.

 En el proceso de "feminizaci�n" de la carrera magisterial tambi�n se observan intereses de orden econ�mico, pues las profesoras recib�an sueldos m�s bajos que sus compa�eros varones, lo que redundaba en un atractivo ahorro para las finanzas p�blicas. D�az Covarrubias reconoc�a que las j�venes egresadas de las escuelas normales resultaban "m�s baratas" y redituables que sus colegas del sexo opuesto, ya que adem�s de recibir sueldos m�s bajos que �stos, por las cualidades de su car�cter y por falta de otras opciones laborales, se entregaban en forma m�s completa y prolongada al servicio de sus escuelas. [MCT 374]

 Si bien esta fue la principal tendencia oficial en favor de la educaci�n femenina, no todos las acciones gubernamentales se ajustaron fielmente a dicho esquema. A ra�z de la promulgaci�n de la Ley de Instrucci�n P�blica de 1867, en las esferas del poder se observa cierto inter�s por abrir el abanico formativo de las mujeres. Expresi�n de esta preocupaci�n fue el establecimiento de la Escuela Secundaria para personas del sexo femenino, cuyas metas no se redujeron a formar profesoras de educaci�n elemental o a capacitar a las alumnas para el desempe�o de alg�n oficio, como pretendi� hacerse en la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres. La Secundaria femenina, contempor�nea a la Nacional Preparatoria, tuvo intenciones m�s amplias. Adem�s de moralizar a las alumnas y darles "ocupaci�n en sociedad", pretend�a "proporcionarles los conocimientos generales que las pongan al tanto de los adelantos de la �poca." [MCT 375]

 Como la consabida falta de recursos impidi� que la fundaci�n de la escuela normal, prometida por el c�digo del 67, se hiciera realidad, la Secundaria y la Escuela Nacional Preparatoria debieron suplir tales funciones. Con este fin incluyeron en sus respectivos planes de estudio la asignatura de "m�todos de ense�anza comparados" para los alumnos o alumnas, seg�n fuera el caso, que desearan dedicarse al magisterio. Pero las pretensiones iniciales de sendas instituciones iban m�s all� de ese objetivo, de ah� la denominaci�n de Secundaria de Ni�as y no el de Normal de Profesoras con que pudo haberse identificado al plantel femenino si esta hubiera sido su intenci�n vertebral. Al menos en teor�a, pues su inauguraci�n tuvo que esperar dos a�os, la creaci�n de la Secundaria represent� el primer intento oficial, a nivel nacional, de otorgar a las mexicanas una cultura "superior", cuyo plan de estudios lleg� a incluir materias cient�ficas inexistentes en alg�n otro establecimiento educativo para mujeres.

 Sin embargo, en la pr�ctica las cosas fueron muy distintas y pese a las expectativas de sus fundadores, las metas iniciales de la Secundaria cedieron ante la demanda social. Desde sus primeros a�os de vida, �sta se perfil� como un "semillero" de maestras, hasta que, por decreto del 4 de junio de 1888, qued� definitivamente convertida en la Escuela Normal de Profesoras. [MCT 376] Como expresara Ezequiel A. Ch�vez al referirse a la Secundaria, su car�cter h�brido, la heterogeneidad de los conocimientos que impart�a, "ten�an que dispersar las energ�as, evitando se concentrara en la formaci�n del profesorado todo el esfuerzo material, intelectual y pecuniario". Estas deficiencias explican su transformaci�n en normal y el abandono de su car�cter inicial como escuela de estudios secundarios o "superiores".

 Sin embargo, la importancia que la Secundaria de Ni�as lleg� a tener fue tal que, cuando en abril de 1881, Justo Sierra present� ante la C�mara su "Proyecto de creaci�n de una universidad", la incluy� entre las escuelas constitutivas de dicha instituci�n, otorg�ndole igual jerarqu�a que al resto de los planteles nacionales y de los que habr�an de crearse para dicho efecto. [MCT 377] Para evitar cualquier duda al respecto, el pol�tico precisaba que las mujeres tendr�an derecho a cursar "todas las clases de las escuelas profesionales, obteniendo al fin de la carrera diplomas especiales de la escuela Normal y de Altos Estudios". A�ad�a que en esta �ltimo plantel, considerado por el futuro secretario de Instrucci�n P�blica como pin�culo de los estudios universitarios, las mexicanas podr�an obtener los mismos t�tulos que los varones, lo que equival�a a un inusitado reconocimiento de la capacidad intelectual y profesional del sexo opuesto. Si bien este primer proyecto universitario no tuvo eco en los medios pol�ticos e intelectuales, muestra la disposici�n de un sector por promover la superaci�n educativa de las mexicanas.

 Pero la transformaci�n de la Secundaria de Ni�as en Normal de Profesoras no liquid� las posibilidades femeninas de cursar otro tipo de estudios superiores e incluso alguna carrera profesional, como empez� a suceder hacia mediados de los ochenta. Paulatinamente, las mujeres fueron reivindicando su derecho a estudiar en la Nacional Preparatoria. Un acercamiento a la "Secci�n Inscripciones" del Fondo Escuela Nacional Preparatoria arroja datos de inter�s al respecto. Hasta donde tenemos noticias, fue a partir de los ochenta cuando arribaron las primeras alumnas a dicho plantel. Matilde Montoya encabeza el listado de preparatorianas en 1882, [MCT 378]seguida un a�o despu�s (1883) por Luz Bonequi, [MCT 379] Concepci�n Morales y Dolores Morales (1883), aunque de estas �ltimas, probablemente hermanas, �nicamente se conocen los certificados de instrucci�n primaria y de buena conducta que presentaron a la direcci�n de la escuela, pero no consta que fueran aceptadas. [MCT 380] Del 84 y por una nota hemerogr�fica se conoce el nombre de Guadalupe Casta�ares, a quien sigui� un peque�o grupo, conformado por Herlinda e Ignacia Garc�a, Paz G�mez y Carmen Sastr�, cuyos nombres aparecen a partir del 85, [MCT 381] mientras que Francisca Parra, Yn�s V�zquez, Mar�a Sandoval, Mar�a N�jera y Herlinda Rangel fueron inscritas entre 87 y 89. Con excepci�n de Luz Bonequi, matriculada en telegraf�a, Paz G�mez, cuyo destino profesional no fue anotado con claridad, Guadalupe Casta�ares citada por El Tiempo debido a su activismo pol�tico y las hermanas Morales, el resto de las alumnas -9 en total- coinciden en su inter�s por la medicina. [MCT 382]

 Entre 1891 y 1900 el n�mero de preparatorianas aument� considerablemente. Hasta el momento hemos localizado un total de 58 j�venes inscritas, originarias de distintas regiones de la rep�blica m�s dos extranjeras, una cubana (Sara de la Rosa V�zquez) y otra norteamericana (Irene Ollendorf). Ten�an car�cter "numerario" aquellas que hab�an aprobado todas las materias del curso anterior, "supernumerario" las que adeudaban alguna asignatura o no hab�an presentado completa la documentaci�n requerida por la direcci�n del plantel, y "oyentes", las que simult�neamente estaban inscritas en alguna otra escuela oficial y completaban su formaci�n asistiendo a alguna c�tedra en San Ildefonso. Tales fueron los casos de Candelaria Manzano, de la Escuela Nacional de Bellas Artes[MCT 383] y Ma. de Jes�s Mart�nez o Etelvina R. Osorio del Conservatorio Nacional. [MCT 384] Sorprendente para la �poca fue la presencia de una viuda de 32 a�os de edad, quien solicitaba inscripci�n para el primer curso semestral de estudios preparatorios,[MCT 385] seguramente convencida de la necesidad de mejorar su preparaci�n, as� como la de Mar�a Jim�nez de Mu�oz, bastante m�s joven (22 a�os) y casada. [MCT 386]

 De acuerdo con la informaci�n disponible, la mayor parte de las alumnas s�lo permaneci� uno o dos a�os en la escuela, pero hubo otras m�s perseverantes como Mar�a �lvarez (1892-1896),[MCT 387] Ana Ma. Barrera, (1891-94), [MCT 388] Elena Carrera (1895-1900),[MCT 389] Juana D�valos (1891-1895),[MCT 390] Luz Coyro (1894-97), [MCT 391] Juana D�az (1896-1903), [MCT 392] Asunci�n Walker (1896-1901)[MCT 393] y Gudelia Fern�ndez (1897-1900), quien al terminar sus estudios, obtuvo el "certificado general para medicina",[MCT 394] o tambi�n quienes, al completar el ciclo preparatorio, lograron matricularse en una de las escuelas superiores y cursar una carrera profesional. Entre estas �ltimas destacan Mar�a Sandoval, alumna de la Preparatoria de 1887 a 1891; [MCT 395] Eloisa Santoyo de 1890 a 1895,[MCT 396] Guadalupe S�nchez, de 1890 a 94 [MCT 397] y Soledad de R�gules de 1896 a 1899, [MCT 398] la primera inscrita posteriormente en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y las tres �ltimas en la de Medicina.

 Aunque no en todos los casos, la documentaci�n consultada refleja las preferencias profesionales de estas primeras preparatorianas. De un total de 72 alumnas localizadas en las ultimas dos d�cadas del siglo pasado, 33 se inclinaban por la medicina, siete por farmacia, dos pretend�an llegar a ser abogadas, una m�s notaria, otra de ellas manifestaba particular inter�s por la ingenier�a y s�lo dos por la telegraf�a. [MCT 399]Del resto, 20 no precisan alguna preferencia disciplinaria, la vocaci�n de una m�s es ilegible, 3 eran oyentes adscritas a otra instituci�n y dos m�s s�lo se conocen por sus estudios previos.

 No obstante que tanto estas j�venes como sus familiares representaban al grupo m�s progresista de la comunidad, reproduc�an los patrones culturales predominantes y precisamente era el �rea de la salud la que garantizaba mayor aceptaci�n social, tanto por la larga tradici�n femenina en este campo (enfermeras y parteras), como por la identificaci�n entre el estereotipo femenino vigente y las aptitudes que se adjudicaban al desempe�o profesional de la medicina. [MCT 400]

 Prueba de ello son algunos escritos de la prensa liberal que colaboraban a "airear" el tema y a flexibilizar la r�gida posici�n de la ciudadan�a. Desde inicios de los setenta y en tono cr�tico, El Monitor Republicano se refer�a a la reacci�n de los estudiantes de medicina "de algunos lugares de Inglaterra" ante la creciente presencia femenina en sus respectivos establecimientos. Para el articulista, el motivo de fondo que animaba a los inconformes era el temor a perder parte de su clientela potencial,[MCT 401] denuncia que adem�s de informar sobre el hecho, invitaba a la reflexi�n pero desde el entorno mexicano. El mismo cotidiano, s�lo que varios a�os despu�s, publicaba algunas cifras interesantes sobre la afici�n femenina por los estudios m�dicos; de un total de 114 alumnas inscritas en la Escuela de Medicina de Par�s, 12 eran francesas, 1 americana, 8 inglesas, 1 austr�aca, 1 griega, 1 turca y 90 rusas. [MCT 402] Un rotativo m�s mencionaba que de los 139 estudiantes de medicina de la Universidad de Zurich, el 70% eran mujeres, las que no dejaban duda alguna de su empe�o y capacidad. Pero, seg�n el escrito, era en Jap�n donde "el feminismo" hac�a mayores progresos; gracias al movimiento encabezado por la se�ora Hayotamo, mujer de un antiguo ministro, se hab�an formado cuatro importantes sociedades "para la elevaci�n y cultura de la mujer desde el punto de vista moral, intelectual, f�sico y social". [MCT 403]

 Fue tambi�n a trav�s de la prensa como la sociedad porfirista se enter� de las vicisitudes que Matilde Montoya tuvo que enfrentar para acreditar, mediante ex�menes extraordinarios, los estudios preparatorios y continuar con los de medicina hasta convertirse en la primera m�dica t�tulada. Asimismo, se ocup� de difundir las conquistas acad�micas de algunas mexicanas en el extranjero, como Laura Mantec�n de Gonz�lez, esposa del expresidente de la Rep�blica, Manuel Gonz�lez, quien obtuvo el t�tulo de doctora en medicina en una universidad norteamericana[MCT 404] o el de la "Srita. Toral", quien una vez terminados los estudios m�dicos en Cincinatti, se propon�a retornar a su pa�s para ejercer la profesi�n.[MCT 405] Aunque se trataba de casos aislados, este tipo de informaci�n contribu�a a la discusi�n p�blica del tema y, aunque lentamente, a modificar los arraigados patrones culturales de las sociedad mexicana.

  Paulatinamente surg�an nuevas voces en favor de la incorporaci�n femenina a la Preparatoria. El Correo de las Doce, por ejemplo, tomaba partido en favor de Matilde Montoya, quien -opinaba- hab�a sido injustamente evaluada por Francisco Rivas, profesor de l�gica, no obstante que la alumna hab�a dado suficientes muestras de "ilustraci�n y talento". [MCT 406]El Diario del Hogar invitaba a la poblaci�n femenina que deseara alcanzar "mayor honra y provecho" a seguir el ejemplo de la primera m�dica, opini�n a la que se sumaba El Correo de las Doce, el que responsabilizaba a algunos empleados y funcionarios del gobierno de la escasa presencia femenina en las instituciones de educaci�n media y superior. Eran ellos -acusaba el articulista-, los que "prevalidos de su posici�n social en los establecimientos de ense�anza secundaria procuran estorbar el ingreso [de] las j�venes", tal y como recientemente hab�a acontecido al neg�rseles inscripci�n en el plantel a "varias j�venes de intachable reputaci�n y notorias aptitudes intelectuales". Prejuicios tales, conclu�a el escrito, representaban una verdadera aberraci�n. [MCT 407]

 Conforme pasaba el tiempo, la mujeres se atrevieron a incursionar en las disciplinas tradicionalmente masculinas; de ah� las tres candidatas a seguir estudios de Derecho y la primera aspirante a la carrera de Ingenier�a. A esta toma simb�lica de las aulas prepratorianas seguir�a la conquista de las profesiones liberales, mucho m�s dif�cil quiz�s por la carga de intereses que, desde diversas posiciones y niveles, se opon�a a redefinir las �reas de acci�n femeninas y masculinas. Pese a ello, fue en las postrimer�as del siglo XIX y en la primera d�cada del XX cuando surgieron las pioneras de este nivel educativo en M�xico.

II "Abriendo brecha"

 Hacia mediados de los ochenta del siglo pasado, se present� un hecho significativo en el �mbito cultural del pa�s. Los d�as 24 y 25 de agosto de 1887 tuvo lugar en la Escuela Nacional de Medicina el examen profesional de Matilde Montoya, quien tras enfrentar toda clase de obst�culos, logr� concluir los estudios superiores y responder con "entereza, sangre fr�a y aplomo" [MCT 408] a las preguntas de los sinodales. El hecho revest�a particular importancia pues romp�a una barrera de siglos y contribu�a a modificar las representaciones de g�nero tradicionales. No casualmente la escritora Laureana Wright describ�a a la m�dica como una aut�ntica hero�na, quien "a fuerza de constancia hab�a logrado vencer a la envidia y dominar a la ciencia", [MCT 409] mientras otra prestigiada autora -Concepci�n Gimeno de Flaquer- la defin�a como libertadora de su g�nero y conquistadora del progreso. [MCT 410]

 Por supuesto, Matilde Montoya no fue el �nico caso; aunque en n�mero reducido, otras j�venes seguir�an su ejemplo, conformando la primera generaci�n de profesionistas mexicanas. Si bien predominan las m�dicas, tambi�n hubo algunas odont�logas,[MCT 411] una abogada y una egresada de la Escuela Nacional de Ingenieros. Dentro del primer grupo, adem�s de Montoya, est�n Columba Rivera, quien present� el examen profesional de m�dica cirujana y obstetra en 1900, Guadalupe S�nchez en 1903, Soledad de R�gules Iglesias en 1907 y Antonia Urs�a en 1908. Rosario Mart�nez fue un caso especial, pues aunque termin� sus estudios en noviembre de 1906, no se recibi� sino varios a�os despu�s (1911). Pero el n�mero de alumnas debi� ser mayor, s�lo que, posiblemente, no todas pudieron concluir la carrera; seg�n M�lada Bazant, hacia 1900, la Escuela de Medicina contaba con 18 alumnas de un total de 356 estudiantes, [MCT 412] aunque es probable que en dicha cifra, la autora incluyera a las estudiantes de obstetricia, carrera que atra�a a mayor n�mero de mujeres, pues para obtener el t�tulo respectivo s�lo se exig�a haber cursado la primaria superior y dos a�os de estudios en la Escuela de Medicina. Basta recordar que �nicamente en 1903, se graduaron 7 nuevas parteras: Francisca Garc�a, Adela Vaca Vda. de Mata, Rosario Rojas, Natalia Lamadrid, Francisca Campos, Isabel Pereda de Ruiz y Mar�a E. Ram�rez. [MCT 413]

 Las primeras candidatas a la carrera de medicina contaron con la simpat�a y el apoyo econ�mico de las autoridades educativas y gubernamentales. Al decir del Hogar, Matilde Montoya hab�a arrancado sus estudios m�dicos en Puebla, pero el presidente D�az la invit� a finalizarlos en la capital de la rep�blica, pues consideraba que nada m�s justo ni mejor que la primera doctora mexicana se titulara en esta ciudad. [MCT 414] Con posterioridad y gracias a su trayectoria acad�mica, cont� con el auxilio de Joaqu�n Baranda, secretario de Justicia e Instrucci�n P�blica, a quien ella misma calificara como "mi bondadoso protector"[MCT 415] y que en todo momento la ayud� a "vencer las dificultades que encontraba". Por su parte, el gobierno federal le concedi� una mensualidad de $40 y los gobernadores de Morelos, Hidalgo, Puebla y Oaxaca hicieron lo propio, al se�alarle "peque�as pero util�simas pensiones". [MCT 416]

 Los casos de Columba Rivera y Guadalupe S�nchez son semejantes; a la primera se le asign� una subvenci�n mensual de $15 a lo largo de sus carrera (1894-1900), mientras que esta �ltima obtuvo $20 durante sus estudios preparatorios y $15 en los profesionales, siempre en atenci�n al resultado de sus evaluaciones. Aunque Soledad R�gules parece haber disfrutado de una condici�n econ�mica m�s c�moda, tambi�n goz� del apoyo oficial. Tras finalizar los cursos de la Nacional Preparatoria en 1900 y de radicar un a�o en Europa, inici� la carrera de medicina, en cuya �ltima parte recibi� $30 al mes; una vez titulada, la Secretar�a de Instrucci�n P�blica le otorg� una beca para realizar estudios de posgrado en el extranjero, posiblemente la primera mexicana que lleg� a este nivel escolar:

La Secretar�a de Instrucci�n P�blica y Bellas Artes, sabedora del aprovechamiento y de la conducta intachable de la nueva doctora, acord� pensionarla para que por espacio de dos a�os viva en Europa y se perfeccione all� en la carrera cuyo t�tulo acaba de adquirir. La se�orita R�gules marchar� a Par�s, probablemente dentro de poco tiempo, y all� concurrir� a las cl�nicas de hospitales famosos o de m�dicos renombrados, pues no le faltar�n recomendaciones eficaces para lograr aproximarse a las celebridades cient�ficas de aquel centro universitario del saber. [MCT 417]

 A la par que estas pioneras de la medicina, hubo algunas j�venes m�s decididas que se atrevieron a incursionar en �reas del conocimiento consideradas como exclusivamente masculinas. Egresada de la Nacional Preparatoria, Mar�a Sandoval curs� la carrera de abogada entre 1892 y 1897, durante lo cual disfrut� de una pensi�n mensual para "fomento de sus estudios", no obstante que en alguna ocasi�n sus calificaciones fueron inferiores a las exigidas a los y las alumnas becadas. Incluso, recibi� $45 para "expensar los gastos de recepci�n en dicha escuela", lo que muestra la disposici�n oficial favorable hacia las estudiantes. Sin embargo, esta "simpat�a" no dio lugar a un trato de excepci�n; en t�rminos generales, las futuras profesionistas se atuvieron a las mismas reglas que sus compa�eros y, si ocasionalmente gozaron de alg�n beneficio, fue dentro de lo estipulado por la legislaci�n y la pr�ctica escolar.

 El examen profesional de Mar�a Sandoval (julio de 1898) atrajo el inter�s de la prensa. El Imparcial adem�s de referirse a su corta edad, que "apenas ocultar� unos 22 a�os de edad" y a su agradable presencia, subrayaba el acierto y precisi�n de sus respuestas, prueba -dec�a- de los "profundos conocimientos que ha adquirido en derecho". De acuerdo con algunos abogados asistentes al acto, la tesis profesional de la joven era "una verdadera pieza jur�dica", reflejo del brillante papel que hab�a hecho durante su pr�ctica como pasante, en la que destacaba particular mente el juicio en que Sandoval logr� demostrar la inocencia de una mujer acusada de asesinato. [MCT 418]

 El Mundo aprovechaba el "inusitado acto" para atacar "la doctrina antifeminista", partidaria de la divisi�n sexual del trabajo y apoyar el valor de estas primeras profesionistas, cuyo empuje le resulta digno de ejemplo, pues les permit�a emanciparse de la tutela masculina, bastarse a s� mismas y procurarse, mediante el estudio y el trabajo, una posici�n digna y medios para subsistir. En tono realista observaba que "la mujer come igual que el hombre" y, como �l, deb�a de estar suficientemente preparada para enfrentarse a la vida:

... Por eso, cuando una Matilde Montoya o una Mar�a Asunci�n Sandoval se sobreponen a esas preocupaciones, estudian, pasan ex�menes y conquistan un t�tulo profesional, las aplaudimos, las felicitamos, y las consideramos como los ap�stoles y las precursoras de la rehabilitaci�n de la mujer".[MCT 419]

 Otro escritor atra�do por el tema fue "Juvenal", quien en el Monitor Republicano comentaba la novedosa presencia de algunas alumnas en la Escuela de Jurisprudencia, futuras abogadas que fungir�an como jueces, magistrados o representantes del Ministerio P�blico y que por su capacidad intelectual y "sexto sentido" atemorizaban a sus colegas del sexo opuesto. Lo importante, dec�a, es que "en nuestra patria, la mujer ya ocupa la tribuna, ya diserta, ya perora; �quien quita que andando el tiempo la veamos en los esca�os del Congreso predicando en contra de la reelecci�n!"[MCT 420] Aunque no queda claro si en el escrito de Juvenal predomina el temor o gusto por el avance femenino, lo cierto es que, poco a poco, la opini�n p�blica se iba acostumbrando a la creciente participaci�n de las mexicanas en cuestiones de car�cter p�blico.

 La profesora Dolores Correa Zapata, representativa de la vanguardia intelectual y profesional que a trav�s de la revista La Mujer Mexicana luchaba por la superaci�n femenina, era bastante m�s cr�tica. Lejos de concretarse a celebrar los m�ritos de la primera abogada, cuestionaba a sus contempor�neos con una pregunta dif�cil de contestar: �por qu� en un pa�s de 12 millones de habitantes, de los cuales siete millones eran mujeres, s�lo hab�a una abogada? Correa Zapata aprovechaba la trayectoria acad�mica de Mar�a Sandoval para denunciar las m�ltiples dificultades que imped�an el desarrollo profesional de las mexicanas, pero -aclaraba-, no para perderse en "in�tiles lamentaciones", sino para que su experiencia y ejemplo ampliaran los horizontes culturales y laborales femeninos, �nica forma de contribuir al futuro progreso de su g�nero. [MCT 421]

Igualmente comentada fue la inscripci�n de Dolores Rubio Avila en la carrera de ingenier�a en 1910, pues s�lo hab�a el precedente de otra joven atra�da por los estudios de ensayador de metales, "pero que desert� [en] lo mejor de la carrera". [MCT 422]Nacida en Chihuahua, Dolores debi� pertenecer a una familia de pocos recursos, pues para continuar sus estudios en la Nacional Preparatoria solicit� al ministro de Justicia e Instrucci�n P�blica una pensi�n o una clase en alguna escuela primaria nocturna. A manera de justificaci�n, la estudiante destacaba una conducta y calificaciones irreprochables a m�s de amplios conocimientos, certificados por varios profesores, sobre m�todos pedag�gicos. Finalizado el ciclo preparatorio en abril de 1910, Avila opt� por la carrera de metalurgista y solicit� una de las cuatro becas otorgadas a los estudiantes de ingenier�a de minas , pese a que no era su especialidad. Se desconoce el resultado de esta gesti�n, pero en cambio se sabe que, dos a�os despu�s, la joven hab�a cubierto el plan de estudios de la carrera de ensayador y �nicamente adeudaba la parte pr�ctica que, al parecer, realiz� en la Casa de Moneda. [MCT 423]

 Tampoco se conoce la identidad de las otras estudiantes de Jurisprudencia que menciona "Juvenal", as� como la trayectoria profesional, en caso de que hubieran ejercido, de Mar�a Sandoval y de Dolores Rubio. Habr� que esperar nuevos estudios sobre la matr�cula femenina de las distintas escuelas nacionales para poder tener una idea m�s precisa de estas primeras generaciones de mujeres profesionistas. [MCT 424] La informaci�n recabada hasta el momento refleja que, a partir de la d�cada de los ochenta del siglo pasado, se empez� a perfilar un cambio en el comportamiento educativo de las mexicanas, quienes por vez primera se atrevieron a pisar las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria y de las escuelas superiores. Gracias al apoyo que les brindaron algunas autoridades educativas, al esp�ritu progresista de sus familiares y al valor y perseverancia de las j�venes, paulatinamente, ante la sorpresa y no pocas veces inconformidad de la sociedad porfirista, se empezaron a fracturar las estructuras ideol�gicas que por siglos impidieron a las mexicanas el acceso al estudio y ejercicio de las profesiones liberales. La brecha estaba abierta, lo dem�s ser�a cuesti�n de tiempo.

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