En sus relaciones con el mundo, a lo largo del siglo de su construcción nacional, México primero tuvo que luchar por consolidar su independencia, defendiéndose de los tratados ruinosos que le querían imponer a cambio de su reconocimiento como nación independiente, y después debió enfrentar la agresión de las grandes potencias que querían apoderarse de su territorio, de sus riquezas y de su soberanía.
Ante la falta de un gobierno estable debido a las constantes guerras internas y la bancarrota permanente, durante la primera mitad del siglo XIX México fue considerado por la comunidad internacional como un Estado incapaz de gobernarse con mano propia. El doctor Reynaldo Sordo Cedeño nos da cuenta detallada de la situación imperante en el país en el capítulo primero de la presente obra.
Consumada la Independencia en 1821, ésta fue reconocida por España hasta 1836. La riqueza del territorio mexicano se había convertido en leyenda desde la difusión de obras como el Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España del barón Alejandro de Humboldt1, que la describían en toda su magnitud.
Las potencias de la época vieron a México como un rico botín con forma de cuerno de la abundancia.2 El país fue objeto de un intento de reconquista por parte de España en 1829 y en 1838 de un primer intento de intervención por parte de Francia con la llamada Guerra de los Pasteles. La separación de Texas en 1836 fue el antecedente de la invasión y de la guerra contra Estados Unidos en 1847, que ocasionaría la pérdida de más de la mitad del territorio nacional.
Una vez consumada su independencia, Estados Unidos inició su proyecto expansionista. Inicialmente esta acción se fue concretando a costa de sus vecinos. Compraron a los franceses la Louisiana y a los españoles las Floridas, avanzaron sobre el territorio indio lanzando a su población al sur y, finalmente, pusieron su mira en el territorio mexicano.3 En el ensayo del doctor José Luis Orozco, capítulo segundo de la presente obra, puede hacerse el seguimiento detallado del pensamiento norteamericano.
Desde finales de la época virreinal entraron a Texas colonos norteamericanos y prosiguieron su entrada durante las primeras décadas del México independiente, violándose las leyes que establecían que los colonos fueran católicos y que no tuvieran esclavos.
El 22 de febrero de 1819 los gobiernos de España y Estados Unidos firmaron el Tratado Transcontinental, que modificó los límites de la frontera norte. El Tratado Adams-Onís marcó el inicio del modelo que seguiría la Unión americana en su carrera expansionista: "tomar territorio por la fuerza, y después negociar su cesión"4, como bien ha afirmado Josefina Zoraida Vázquez, autora del capítulo tercero de la presente obra.
La ratificación del Tratado Adams-Onís tuvo lugar apenas unos días antes del Plan de Iguala, con el que se lograría consumar la independencia de México. O sea que, aun antes de ser independiente, el país tuvo ya la presión de su vecino del norte.
Pueblo y gobierno de Estados Unidos estaban persuadidos de que todo el territorio vecino que México no pudiera gobernar debía ser norteamericano.5
El primer embajador de Estados Unidos en México, Joel R. Poinsett, ofreció cinco millones por el territorio de Texas el 25 de agosto de 1829. La propuesta fue rechazada y, al año siguiente, se decretó una ley de colonización que prohibía la entrada de colonos norteamericanos. No obstante, el avance continuó con el apoyo del gobierno norteamericano hasta lograr la independencia de Texas y, posteriormente, su incorporación.
Al establecerse en México la Constitución centralista de 1836, los colonos establecidos en Texas argumentaron que con ello se rompía el pacto federal de la Constitución de 1824, por lo que consideraron tener el derecho de formar un Estado libre y soberano. El general Samuel Houston, con armas que obtenía del gobierno norteamericano presidido por Andrew Jackson, organizó la sublevación.
El 1º de marzo de 1836 Texas proclamó su independencia definitiva de México y nombró Presidente a David G. Burnett y vicepresidente a Lorenzo de Zavala. El caudillo militar que fungía como árbitro de la política nacional, Antonio López de Santa Anna, se puso al mando de las fuerzas que harían frente a los rebeldes.
El camino hacia el norte fue largo y penoso. Los soldados, mal armados, sin experiencia, muchos de ellos descalzos y prácticamente desnudos, iban acompañados de mujeres y niños y de otros hombres que eran reclutados conforme se acercaban a San Antonio.
Después de recorrer más de 1,500 kilómetros, se encontraron frente al Álamo, lugar donde estaban pertrechados los texanos. El 4 de marzo de 1836 la plaza fue tomada a sangre y fuego y los sublevados fueron derrotados y ejecutados por órdenes de Santa Anna, lo mismo que los hombres de las fuerzas de James W. Fannin capturados por órdenes de Santa Anna.
Tras estos triunfos Santa Anna fue detrás de Samuel Houston; sin embargo, la fatiga que dominaba a los soldados mexicanos precipitó su derrota: las fuerzas estadounidenses los sorprendieron cuando descansaban sobre las márgenes del río San Jacinto. Santa Anna trató de huir, pero fue hecho prisionero.
En Galveston fue obligado a firmar dos tratados, uno de ellos "secreto", sin validez oficial, ya que Santa Anna no era Presidente en ese momento y, por lo tanto, no tenía facultades para llegar a ningún acuerdo oficial. Según este tratado, el militar mexicano se comprometía a no volver a levantarse en armas contra Texas, mientras que por el otro se obligaba a intentar influir en su gobierno para que se reconociera la independencia texana.
Prisionero durante siete meses, Santa Anna fue llevado a Washington ante el Presidente Jackson. En los compromisos que contrajo con el gobierno norteamericano a cambio de su libertad en este episodio y en sus acciones posteriores durante la propia guerra, se fundamenta la acusación de traición a la Patria, ya que muchos autores concluyen que él fue responsable de la derrota de México al ayudar directamente al triunfo del enemigo.6
En la carta reservada del almirante Alex Slidell McKenzie a James Buchanan, jefe del Departamento de Estado, contenida en el Diario del Presidente Polk, el almirante narra el encuentro que tuvo con Santa Anna en La Habana, donde le manifestó el deseo de Estados Unidos de adquirir mediante un tratado "algunas porciones del territorio norte de México consistentes en tierras baldías o escasamente pobladas, y en parte pobladas ya por nativos de Estados Unidos (...) a cambio de una amplia compensación de dinero en efectivo que serviría para restaurar sus finanzas, consolidar su gobierno e instituciones y cimentar su poder y prosperidad con tendencias a protegerlo contra futuras usurpaciones y asegurarle la posición entre las repúblicas del nuevo mundo que el Presidente de Estados Unidos desearía verlo ocupar"7. Si habían comprado territorio a Francia y a España, por qué no hacerlo a su vecino mexicano que andaba en apuros económicos.
Según Slidell, Santa Anna redactó una nota como respuesta al Presidente estadounidense, cuyo original fue destruido por él mismo. En este documento, asegura que Santa Anna "no vacilaría en hacer concesiones antes que consentir que México estuviera gobernado por un príncipe extranjero que los monarquistas están tratando de elevar [al trono]" y que prefería "un arreglo amistoso a los estragos de la guerra que pueden ser calamitosos para su país (...) que si el gobierno de los EE. UU. estimula sus patrióticos deseos, ofrece responder con una paz tal como se ha descrito".
Asimismo, Slidell sostiene que Santa Anna sugería que el general Taylor avanzara "a la ciudad de Saltillo, que es una buena posición, obligando al general Paredes a luchar, puesto que considera fácil su derrocamiento, y hecho esto el general Taylor puede avanzar hacia San Luis Potosí, cuyo movimiento obligará a los mexicanos de todos los partidos a llamar a Santa Anna". Más adelante refiere que le sugiere atacar San Juan de Ulúa y ocupar Tampico, lo cual resultaría muy fácil para el Ejército estadounidense.
Slidell señala que Santa Anna pedía que se guardara el mayor secreto sobre esta conversación, "puesto que sus compatriotas, sin apreciar sus benévolas intenciones de librarlos de la guerra y de otros males, podrían formarse una opinión dudosa de su patriotismo".
Al no existir el documento original de la nota redactada por Santa Anna, no es posible cotejar si realmente el ex Presidente mexicano planeó la derrota del propio ejército que él comandaría.8
Sin embargo, Luis G. Zorrilla señala que al regreso de Santa Anna a México, sobre todo a partir de que llegó a la Ciudad de México el 14 de septiembre de 1846, corría el rumor de sus "arreglos secretos" con el gobierno de Estados Unidos. Afirma que en Londres el periódico The Observer publicó el 4 de octubre un artículo en el que destacaba que el arreglo "consistía en la restauración del federalismo con garantía norteamericana, frontera en el Bravo, y la California como territorio separado bajo la protección de Estados Unidos. El Presidente Polk había consultado con varios miembros prominentes del Congreso acerca del pago inmediato de medio millón de dólares a López de Santa Anna al firmarse el tratado de paz, y después del informe de Slidell McKenzie urgió en un mensaje confidencial al Senado, fechado el 4 de agosto, para que estudiara la proposición de soborno, pues deberían tener fondos disponibles al firmarse el tratado de paz; el Senado aprobó en lo general el plan. El 8 de octubre Polk envió a ambas Cámaras el proyecto por dos millones, pero por ir junto con el Wilmont Proviso, [plan] que abogaba por la no aceptación de la esclavitud en los territorios que obtuvieran en México, no fue aprobado antes de que el Senado entrara en receso"9.
Por su parte, Carlos María de Bustamante ataca con vehemencia a Santa Anna, a quien acusa de ser "el verdadero insuflador por los Estados Unidos para que nos destruyésemos y quedásemos sometidos a su oprobiosa dominación". Asimismo, habla sobre los tratados secretos y un pago de tres millones de pesos que "se asignaron para el que sojuzgase a México"10.
A continuación, Bustamante cita el referido artículo de The Observer, tomado del diario de un amigo suyo: "Evidente es que Santa Anna retornó a México en una completa inteligencia (á full undes tan dign) con el gobierno de Washington (…) Los términos del arreglo son: la restauración del gobierno federal mexicano de 1824 bajo la garantía de los Estados Unidos cuya nación acepta para frontera el Río Grande. La California será organizada en territorio separado (distine territuri) bajo la protección de Estados Unidos"11. (sic)
El hecho es que pasada la derrota de San Jacinto, México no emprendió ninguna otra campaña para recuperar Texas, que fue reconocida como nación independiente por Estados Unidos en 1837, por Francia en 1839 y por Inglaterra en 1840. Finalmente, durante la Presidencia de James Knox Polk, Texas se anexó a Estados Unidos el 29 de diciembre de 1845, cuando el Congreso lo aceptó como estado de la Unión, "primera forma del imperialismo actual", según escribiera don Justo Sierra.
Por lo anterior, México rompió las relaciones diplomáticas con el país del norte. La guerra era deseada por Estados Unidos y aceptada en México por la opinión pública. En diciembre de 1846, Carlos María de Bustamante presentaba un proyecto para fortificar al país y repeler una posible invasión estadounidense.12 En esta ocasión, Bustamante proponía que nuestro país se fortificara con depósitos y fábricas de pólvora y cañones, "y todo cuanto pueda necesitarse para continuar una guerra de montaña con qué destruir los más numerosos ejércitos". Más adelante, pedía que se combatiera a los estadounidenses con la misma entrega que durante la Guerra de Independencia: "(…) que hoy se haga a los angloamericanos una guerra como la que se hizo en la República desde 1810 hasta 1821, aunque fue de hermanos a hermanos".
Mientras, las acciones expansionistas de Estados Unidos continuaban. El Presidente Polk quería que México aceptara como límite de Texas el río Bravo y no el Nueces, que era el límite real reconocido por los propios norteamericanos en el Tratado Adams-Onís con España en 1819. Quería además comprar Nuevo México por cinco millones de pesos y la Alta California por veinticinco. Las propuestas presentadas por los agentes diplomáticos John Parrot y John Slidell fueron rechazadas por el gobierno mexicano.
Polk decidió seguir entonces el camino de la provocación para conseguir sus propósitos. Envió a Zachary Taylor para que incursionara en el territorio en disputa al sur del río Nueces y propiciara un encuentro armado con el Ejército Mexicano. Los primeros enfrentamientos causaron las derrotas de Pedro Ampudia en Palo Alto y de Mariano Arista en Resaca de Guerrero. El armamento de las fuerzas invasoras fue en todo momento superior al de las mexicanas.
En defensa de su soberanía, el 7 de julio de 1846 México declaró la guerra a Estados Unidos. En el decreto por el que Bustamante daba a conocer el estado de guerra, el gobierno aseguraba que se informaría "a las naciones amigas y a toda la República, las causas justificativas que la obligan a defender sus derechos, sin otro recurso que el de repeler la fuerza con la fuerza, en la violenta agresión que le hacen dichos Estados"13. Meses más tarde rechazó una propuesta de James Buchanan, quien pretendía la firma de un tratado de paz a cambio de cesiones territoriales.
Luego de tres días de combate, Taylor tomó la plaza de Monterrey. Santa Anna partió hacia el norte al mando de un ejército de más de veinte mil soldados, que durante el recorrido fue diezmado por las bajas temperaturas y las marchas forzadas. El 23 de febrero de 1847 se libró en la Angostura una de las batallas más importantes de la guerra. La lucha se desató cuerpo a cuerpo y el arrojo de los improvisados soldados mexicanos por momentos rechazó a las fuerzas invasoras. Finalmente se impuso la disciplina del Ejército estadounidense y la superioridad de su armamento. En marzo desembarcaron otras tropas invasoras en Veracruz al mando del general Scott.
En Churubusco y Molino del Rey se libraron algunas de las batallas definitivas antes de la toma del Castillo de Chapultepec. En ambos casos, nuestras fuerzas se batieron con heroísmo, a pesar de encontrarse en desventaja ante la artillería del invasor.
Al narrar los pormenores de la Batalla de Churubusco, el general Manuel Rincón destaca que el desempeño del Ejército Mexicano llamó la atención del enemigo: "235 conciudadanos nuestros han derramado su sangre en defensa de la patria; el campo enemigo quedó sembrado de cadáveres, entre los que se cuentan jefes de mucho valor y gradaciones, oficiales y tropa, cuya pérdida les es muy sensible; y sin duda por eso el enemigo elogia y admira nuestra resistencia"14.
Tras las derrotas del Ejército Mexicano en Sacramento, Veracruz, Padierna y Churubusco, se solicitó un armisticio. El gobierno mexicano rechazó entonces un proyecto de tratado mediante el cual se hubiera cedido a Estados Unidos no sólo Texas, sino también las Californias, Nuevo México y una franja territorial que correspondía a los estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas.
Roto el armisticio, se sucedieron nuevas derrotas ante las fuerzas del general Taylor, quien tomó Molino del Rey, donde de acuerdo con José Lino Alcorta, ministro de Guerra y Marina, las fuerzas nacionales se batieron "con toda la decisión que inspira el honor, la justicia de la causa que se sostiene y el deseo de reparar pasadas desgracias"15.
Los norteamericanos procedieron entonces a bombardear el Castillo de Chapultepec, el cual era defendido solamente por los generales Nicolás Bravo y Felipe Xicoténcatl, al mando del Batallón de San Blas y de jóvenes alumnos del Colegio Militar. La batalla se llevó a cabo el 13 de septiembre de 1847 con un intenso bombardeo que comenzó desde las cinco de la mañana y concluyó a las siete de la noche.
Es preciso recordar que el Castillo no era una fortaleza en sentido estricto, ya que había sido construido exclusivamente como casa de recreo de los virreyes. En su parte militar, el general Bravo hizo hincapié precisamente en que el Castillo no era una fortificación que pudiera resistir el embate del Ejército estadounidense, además de que las fuerzas nacionales eran inferiores en número y armamento: "El edificio principal carecía de solidez necesaria para resistir ni unas cuantas horas el bombardeo; faltaban las piezas de sitio indispensables para contrarrestar el fuego; y con todas sus defensas bajas y exteriores, quedaba al asaltante abierta la espalda de la posición, sólo protegida naturalmente por los edificios de Molino del Rey, abandonados al invasor"16.
En un enfrentamiento a todas luces desigual, puesto que Santa Anna se había negado a enviar refuerzos al Castillo, los estragos sobre la construcción fueron cuantiosos. En la batalla murieron los jóvenes estudiantes del Colegio Militar quienes, de acuerdo con los testigos, fueron los últimos soldados que sostuvieron la defensa del Castillo. Ello simboliza la defensa heroica de la Patria.
El 14 de septiembre de 1847 ondeó en Palacio Nacional la bandera de las barras y las estrellas. Dos días después Santa Anna renunciaba a la Presidencia de la República y su lugar era ocupado por Manuel de la Peña y Peña. La resistencia de los habitantes de la capital fue valiente, pero de hecho la guerra estaba terminada.
Ignacio Manuel Altamirano culpó de la derrota a la falta de preparación de nuestros mandos militares, así como a la carencia de patriotismo de las clases privilegiadas. "En esta campaña se pusieron de manifiesto, más que nunca[,] la impericia de los antiguos generales salidos del núcleo iturbidista de 1821, su falta de energía y de arrojo que sólo sabían emplear en las guerras intestinas, cuando no tenían que combatir más que las huestes improvisadas en el motín o reclutadas en los campos de labranza, sino también la indiferencia y la falta de patriotismo de las otras clases llamadas privilegiadas, de lo que constituía la aristocracia partidaria del centralismo, que no supo hacer el sacrificio de sus intereses en aras de la patria"17.
En este sentido, Manuel Balbontín señala que nuestro Ejército era "desarreglado e incompetente por su número", además de que el material de guerra escaseaba y no había un manejo racional de éste. Por ello, concluye que "no era absolutamente posible que [México] pudiera sostener una guerra con expectativas de buen éxito"18.
La derrota fue el resultado no sólo del proceder de un hombre, sino de la conjunción de muchos factores adversos que impidieron que nuestro país pudiera triunfar sobre el enemigo invasor.
Después de tener ocupada la capital de la República diez meses, obligado por la fuerza de las armas, el gobierno nacional firmó el Tratado de Paz, amistad y límites entre México y Estados Unidos en Guadalupe Hidalgo. México perdió Texas, la porción territorial de Tamaulipas situada entre los ríos Nueces y Bravo y los estados de la Alta California y Nuevo México y recibió quince millones de pesos como indemnización de guerra. El Tratado fue firmado por Bernardo Couto, Miguel Atristáin y Luis G. Cuevas, por la parte mexicana, y por Nicholas Philip Trist, por parte del gobierno norteamericano, el 2 de febrero de 1848.
Couto, Gonzaga Cuevas y Atristáin, encargados de las negociaciones, señalaron que el gobierno los había comisionado "en sustancia a recoger los restos del naufragio". Sabían que la pérdida del territorio era inevitable, ya que "los convenios de esta clase realmente se van formando en el discurso de la campaña según se ganen o se pierdan las batallas", y "no hacen sino reducir a formas escritas el resultado final de la guerra"19.
Ante las circunstancias, para nuestros diplomáticos lo más importante en esos momentos era conservar la independencia nacional. "La desgracia de México no provendrá de falta de territorio", afirmaban los miembros de la comisión negociadora. En el mismo sentido se pronunciaba el ministro de Relaciones Exteriores, Luis de la Rosa, quien consideraba que nuestro país se encontraba en peligro de "perder la independencia y nacionalidad, por la imposibilidad de sostener la guerra"20.
La firma del Tratado tuvo muchos opositores, sobre todo entre quienes querían seguir luchando hasta el último hombre y aquellos que rechazaban la idea de que se sancionara con la firma de un tratado semejante despojo. En este sentido, Valentín Gómez Farías, como representante de "26 diputados más del partido puro", se pronunciaba en el Congreso por la defensa del territorio: "Tanta debilidad sin haber dado hasta ahora a nuestro implacable enemigo prueba alguna de vitalidad de nuestra parte (…) nos presentaría a la faz del mundo como un pueblo indigno de figurar en la gran familia de las naciones, y alentaría a nuestro conquistador para volver dentro de pocos años, ya no por otra fracción de nuestros terrenos fronterizos, sino por lo demás de nuestro territorio, tratándonos en lo sucesivo, como a las tribus bárbaras que han logrado exterminar". Consideraba que a pesar de la pérdida de sangre que nos costaría mantener el conflicto armado, "proclamamos solemnemente la continuación de la guerra, porque es el único arbitrio que nos queda"21.
En el mismo sentido se pronunciaba el gobierno del estado de Jalisco, cuando presentó un acta de protesta contra la firma de un tratado que nos llevaría a una "paz llena de oprobio y de vergüenza. La paz es un bien cuando se establece con ventajas, con dignidad y espontáneamente; pero ella es el mayor de los males cuando es ignominiosa y arrancada por la violencia y por la traición; el resultado en este caso es la esclavitud, es el desprecio universal, es la vergüenza eterna"22.
Pero las condiciones en las que se encontraba el país reclamaban la paz. Justo Sierra señala cómo ésta era una necesidad, inclusive desde antes de la anexión de Texas. "La guerra nos había desarmado; ni teníamos soldados (nueve mil hombres diseminados en el país), ni artillería, ni fusiles (menos de 150 en los depósitos). Sólo quien ignore cuál era la situación de anarquía del país, las tendencias al desmembramiento ya claras en diversos estados, la facilidad con que gran parte de la sociedad aceptaba la tutela americana por cansancio de desorden y ruina, las ideas de anexión que surgían en grupos compuestos de gente ilustrada, la actitud de la gente indígena, fácilmente explotable por los invasores; sólo quien esto ignore o lo ponga en olvido, puede condenar la obra de Peña y Peña y sus insignes colaboradores: un combate más, que habría sido un nuevo desastre y una humillación nueva, y una parte de Chihuahua, Sonora y Coahuila se habrían perdido (…) Bajo el imperio de una necesidad suprema, puede y debe una nación ceder parte de su territorio para salvar el resto."23
La indemnización que recibió México por concepto de la guerra, decía el ministro De la Rosa, no equivalía a una compra de los territorios. "No se ha vendido una parte del territorio nacional por quince ni por veinte millones de pesos a que equivale la indemnización, sino que cediendo esa parte del territorio, se recobra con la paz cuanto la nación había perdido por el mal éxito de la guerra; se recobran nuestros puertos, nuestras ciudades, nuestras fortalezas; nuestra artillería y un inmenso material de guerra; se recobra y redime la capital de la nación, que ha sido víctima de tantas calamidades, y cuya población ha hecho tan grandes sacrificios en defensa de toda la República."24
El Tratado de Paz, amistad y límites de Guadalupe Hidalgo todavía está vigente. Por él, México se vio desposeído de más de la mitad de su territorio.
Los pocos artículos que en algo favorecían a nuestro país fueron pronto derogados, como aquel en el que los estadounidenses se comprometían a respetar a los ciudadanos mexicanos que quedaran en el lado ahora norteamericano y que, según si les hacía falta mano de obra, se les obligaría a adoptar la nacionalidad estadounidense -como en el caso de Nuevo México- o si, por el contrario, les eran útiles sus tierras, se les obligaría a abandonarlas, como en el caso de California ante el hallazgo de vetas auríferas. También se derogó el artículo en que se comprometían a no lanzar a los indios salvajes al sur, cosa que continuaron haciendo.
La historia de los conflictos entre países fronterizos siempre ha sido azarosa; además, en este caso, México es también la frontera de Iberoamérica, de toda una cultura con raíces distintas frente a la norteamericana, anglosajona y protestante. Los ensayos que contiene la presente obra, En defensa de la Patria, dan cuenta de este proceso.
En defensa de nuestra Patria, hombres y mujeres empeñaron sus vidas. Corresponde a los mexicanos de cada generación conservarla y engrandecerla.