Dra.
María Bertely Busquets CIESAS
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
Panorama
histórico de la educación para los indígenas en México
Existen
distintas rutas para presentar un panorama histórico de la educación.
Tratándose de la historia de la educación para los indígenas en México
se presenta una revisión que, sin romper con los cortes cronológicos más
conocidos por un público amplio, articula una historia general del lugar
asignado a los indígenas en las políticas educativas impulsadas en nuestro
país, con anécdotas locales en entidades con alta composición indígena
--como Oaxaca-- y datos diversos que ayudan a comprender cómo este sector
de la población mexicana se vio afectado o beneficiado por la implantación
de dichas políticas a lo largo de la historia.
Este capítulo
incluye cuatro apartados. El primero caracteriza la educación para los
indígenas durante la colonia como referente para identificar tanto el
impase experimentado a lo largo del siglo XIX, como las grandes transformaciones
que se dieron en la materia en el siglo XX. El segundo apartado documenta
lo acontecido de la Guerra de Reforma al Porfiriato, cuando el objetivo
de construir un Estado nacional fuerte y soberano se impuso a la definición
de un proyecto educativo donde los indígenas ocuparan un lugar específico.
Hasta la revolución mexicana, la mayoría de las escuelas a las que asistían
los indígenas que radicaban en las regiones periféricas y alejadas no
estaban organizadas y se caracterizaban por su precariedad material, deficiencias
en el perfil y condiciones de trabajo de los preceptores, además de las
simplificaciones y reducciones a los contenidos, métodos, materiales y
tiempos dedicados a la enseñanza.
El tercer
apartado muestra las grandes transformaciones en la educación para los
indígenas en el siglo XX, cuando los proyectos transitaron por los senderos
teóricos del positivismo, la antropología aplicada, el pragmatismo anglosajón,
el estructuralismo antropológico y el socialismo populista. Derrotero
que culminó con el indigenismo institucionalizado y provocó, a finales
del siglo XX, fuertes críticas entre quienes definieron los nuevos enfoques
interculturales y denunciaron el impacto negativo y costo social del indigenismo
en nuestro país. En las postrimerías del siglo XX se fortalecieron categorías
de nuevo cuño que implicaron un cambio sin precedentes en el modo de entender
la relación entre los pueblos indígenas, el Estado nacional y la sociedad
envolvente, asunto que se trata en el cuarto y último apartado.
Si bien
el siglo XX sentó las bases para el ejercicio de la ciudadanía y la emergencia
de una sociedad civil fuerte --aunque dependiente de un Estado corporativo--,
la no ciudadanía a la que se vieron sometidos los indígenas fue también
producto de las políticas educativas posrevolucionarias. Para el siglo
XXI, los mexicanos requerimos de nuevas rutas para promover el tránsito
de una sociedad nacional fundada en la exclusión de amplios sectores de
nuestra sociedad, exclusión que ha implicado la negación de la ciudadanía
a los indígenas, a otra de carácter incluyente, apuntalada en un Estado
fundado en el respeto a la distinción y a la pluralidad lingüística y
cultural en nuestro país.
1. La
educación para los indígenas en la Colonia
No obstante
en la cultura mesoamericana se crearon espacios educativos formales donde
los guerreros, los astrónomos y los dirigentes adquirían los conocimientos
para hacer funcionar las estructuras teocráticas y garantizar la expansión
de los grandes imperios caracterizados, en parte, por la vigencia de un
sistema vertical, jerárquico, autoritario y violento como el mexica
y la existencia de un vínculo tributario entre las ciudades receptoras
y las pequeñas aldeas, la educación para los indígenas, propiamente dicha
y sistemática, se inició en la Nueva España durante el período colonial.
En los siglos
XVI y XVII coexistieron dos visiones paradójicas pero complementarias
en torno a la población india en nuestro país. Por una parte, en muchos
lugares del actual territorio mexicano, la administración colonial desplegó
una política de segregación social fundada en estigmas racistas y sistemas
jerárquicos que relacionaban determinados atributos biológicos, somáticos
y genéticos con las características morales, estéticas e intelectuales
de razas específicas
; los colonizadores, en su mayoría, se identificaban con la raza superior
y percibían a los indios colonizados como inferiores. Por otra, los misioneros
católicos se esforzaron en difundir el catolicismo y la castellanización
entre la población aborigen, convencidos de la capacidad de esta raza
para adquirir nuevos valores culturales acerca de la propiedad, el trabajo,
el uso de la riqueza y el buen comportamiento moral. Las órdenes religiosas
desplegaron, en consecuencia, acciones educativas sistemáticas a través
de las escuelas eclesiásticas, los seminarios y las tareas de evangelización
y castellanización dirigidas a los indios, interviniendo, más que en su
eliminación, en la conformación de nuevas identidades locales y regionales
.
El proceso
de conversión religiosa no resultó, sin embargo, totalmente exitoso. A
pesar de que los frailes, los virreyes y las autoridades coloniales lucharon
contra la vigencia de los cultos antiguos y las que entonces denominaron
prácticas de idolatría, incluidas la superstición, la adivinación y el
degüello de criaturas y consumo de su carne ,
habiendo sugerido someter a los practicantes a la autoridad de la Inquisición
,
los indígenas de las regiones montañosas y alejadas simulaban su conversión
al catolicismo, manteniendo vivos sus cultos antiguos. Simular la conversión
religiosa, a través del sometimiento al bautizo en los nuevos templos
católicos, ayudó a los pueblos indios a negociar y a mantener el control
comunal sobre sus tierras en las Haciendas Coloniales, en los Repartimentos
y en las posteriores Intendencias .
La autonomía relativa de los pueblos indios se veía también favorecida
por la prohibición de la mezcla de castas
, reportándose concepciones culturales distintas a las de los colonizadores
acerca del uso y la distribución de la riqueza, o el significado atribuido
al trabajo, al ocio, la embriaguez, los bailes y las fiestas comunitarias
.
2. Los
indígenas olvidados en las escuelas de tercera clase del siglo XIX
En el siglo
XIX, la guerra de independencia se había traducido en la eliminación de
las Leyes de Indias que otorgaban derechos, obligaciones y un estatuto
legal a los pueblos lingüística y culturalmente distintivos, así como
a sus territorios. Los conflictos entre los sectores liberales y conservadores,
motivados por los primeros esfuerzos por consolidar el Estado nacional
en México, marcaron nuevas prioridades y un impase en la historia de la
educación para los indígenas. Los Institutos de Ciencias y Artes, las
escuelas primarias laicas y las escuelas normales lancasterianas propias
del proyecto liberal, de modo similar a las instituciones de enseñanza
religiosa a cargo de los conservadores, se dedicaban a difundir una variedad
de opciones educativas donde lo indio no ocupaba un lugar específico.
Triunfante,
el proyecto liberal se definió como asimilativo porque pretendió engullir
la diversidad lingüística y cultural en las entrañas de la ciudadanía
y la Ilustración, haciendo desaparecer el término indio de los documentos
oficiales de 1824 a 1917.
Este siglo se caracterizó por la promoción de la propiedad privada, la
desamortización de los bienes eclesiásticos y comunales, así como la emergencia
de conflictos no sólo culturales, sino ideológicos, que explicaban por
qué muchas localidades rurales se oponían a los incipientes y desarticulados
esfuerzos de castellanización y expansión de la instrucción popular en
los pueblos.
A finales
del siglo, al interés por consolidar un Estado nacional fuerte y soberano
se sumó el de estimular la industrialización del país; objetivo que resultó
más importante que aumentar el número de escuelas. Durante su dictadura,
El General PORFIRIO DÍAZ--inspirado en el positivismo social de
AUGUSTO COMTE-- desarrolló y modernizó la red ferroviaria, la industria
minera, el comercio de manufacturas y las haciendas maiceras y cafetaleras,
a fin de favorecer el mercado de inversiones extranjeras e interno. Aunque
la intensificación de las relaciones económicas supuso la emergencia de
nuevas actividades especializadas y el desarrollo de mecanismos de acumulación
diferencial al interior de los pueblos, sus habitantes continuaron utilizando
el arado egipcio para sembrar el maíz suficiente para cubrir sus necesidades
alimenticias inmediatas, mantuvieron pequeñas pastorías de ganado y, en
consecuencia, conservaron sus patrones tradicionales de vida, de consumo
y de mercadería; reportándose mayor estabilidad política en los pueblos
indígenas en comparación con el período de la Reforma .
Además de
que la industrialización porfiriana no modificó de manera radical los
mecanismos económicos de autorreproducción de las sociedades rurales tradicionales,
en algunas entidades de la república se consideró que para que el pueblo
accediera al progreso y elevara su nivel intelectual, moral y estético
resultaba necesario jerarquizar y diferenciar las escuelas en clases.
Como ejemplo, en una entidad con alta composición indígena como Oaxaca,
los planteles de párvulos y las primarias de primera clase, al igual que
las superiores, las anexas a las escuelas normales y el Instituto de Ciencias
y Artes, se fundaron en la capital del estado, mientras las primarias
de segunda y tercera clase se abrieron en las regiones alejadas y periféricas
.
En casos
como este las autoridades, los jefes políticos, los miembros de las juntas
corresponsales y los maestros coincidían en que las escuelas debían clasificarse,
en orden de importancia, como lo sostenía ENRIQUE RÉBSAMEN: del
centro a la periferia. Se consideraba que a baja demanda pocos maestros
y a pocos maestros, escuelas unitarias y de medio tiempo. Una demanda
escolar alta, al contrario, equivalía a muchos maestros que, además, debían
ofrecer una educación de carácter perfecto, en la modalidad de tiempo
completo. La educación diferencial se asociaba con el carácter urbano
o periférico de los planteles, distribuyéndose de modo desigual los escasos
presupuestos dedicados a la educación del pueblo.
Los contrastes
entre las escuelas de primera, segunda y tercera clase --en cuanto a la
calidad de los edificios, la amplitud y el número de habitaciones, la
orientación, la ventilación, la iluminación y el ornato, el estatuto de
propiedad municipal o particular, el monto dedicado al pago de rentas
y las condiciones higiénicas--, se relacionaban con el espacio geográfico
que ocupaban. Las escuelas de las capitales y las ubicadas en las cabeceras
distritales cercanas a ella contaban con las mejores condiciones materiales
para la enseñanza .
Las escuelas
de tercera clase, en contraste, tenían patios de tierra, clima malsano,
pésimas condiciones higiénicas e insalubridady, en algunos casos, la única
pieza se utilizaba para las prácticas de instrucción escolar y como dormitorio
de los jóvenes solteros o del párroco del pueblo; el detrimento de la
periferia a favor del centro se comprueba al contrastar los planos arquitectónicos
de los planteles educativos en esa época.
El escaso
atractivo que representaban las escuelas para los indígenas, calificadas
por algunas autoridades escolares como mazmorras
, parecía intervenir en la escasa participación escolar de los alumnos
radicados en las regiones periféricas del país El
carácter municipal de muchas escuelas de segunda clase, y todas las de
tercera, se traducía en problemas relacionados con el pago a los preceptores,
tanto en relación a sus sueldos, como a los gastos derivados de sus traslados
a las comunidades, los cuales eran sufragados por ellos mismos, por los
pobladores o por las autoridades locales. Las diferencias entre la situación
del maestro municipal y el financiado por el gobierno estatal consistían
más que en el pago recibido, en la seguridad y periodicidad salarial,
pues los montos destinados a las tareas de enseñanza eran llamativamente
distintos einequitativos en ambos casos.
Los
frecuentes cambios y renuncias de los maestros que dependían de los municipios
se relacionaban con problemas económicos y de salud . La hostilidad climática
de los lugares alejados y serranos, así como la inexistencia de servicios
médicos en los pueblos, parecía agregarse a las condiciones difíciles
enfrentadas por los preceptores. Los constantes permisos, los cambios
y las renuncias, ya fuera por problemas de pago o salud,
parecía indicar el poco arraigo de los mentores en las comunidades que
trabajaban. Se trataba de personas ajenas a las localidades, que permanecían
durante períodos cortos en los pueblos y eran asignadas de acuerdo a un
patrón ocupacional inestable, caracterizado por la constante movilidad
geográfica. A estos problemas se sumaban los distintos niveles de calificación
profesional de los docentes pues, a pesar de que las disposiciones oficiales
les exigían cumplir con los requisitos básicos para su ejercicio --someterse
a exámenes periódicos-- los lugares alejados no contaban con maestros
titulados y los jefes políticos amenazaban con clausurar las escuelas
o tenían que hacerlo ;
contrastes que se expresaban también en el número de libros con que contaban
los maestros para apoyar sus enseñanzas.
Las concepciones
docentes que prevalecían acerca de los indígenas, sumadas al número reducido
de maestros que atendían las escuelas periféricas, motivaban que los contenidos,
los métodos y los tiempos escolares fueran reducidos y adaptados. Algunos
de los preceptores de las escuelas de segunda y tercera clase --unitarias
e imperfectas-- proponían recortar el programa y optar por el método antiguo,
basado en la enseñanza mutua, porque consideraban imposible que un sólo
maestro atendiera a más de dossecciones de niños indígenas siguiendo el
método simultáneo. Por otro, las reducciones se justificaban a partir
de las características lingüísticas del alumnado y el objetivo de unificar
el idioma nacional. Aunque gran parte de las adaptaciones curriculares
se asociaban al escaso número de maestros, las dificultades en la enseñanza
del español a los indígenas eran también utilizadas para justificar las
adaptaciones .
Los preceptores
solían asumir que los programas oficiales estatales, en el caso de las
escuelas elementales que contaban con alumnos indígenas, resultaban sobrecargados
en los dos primeros años, según la organización europea. Sugerían, en
consecuencia, que las enseñanzas se concentraran en el área de lenguaje
como fundamento de la enseñanza elemental. En la mayoría de los casos,
la reducción de los programas a la enseñanza del castellano no consideraba
la lengua nativa de los alumnos como base para el aprendizaje escolar;
práctica recurrente aún cuando se contara con alguna gramática en lengua
indígena. Los maestros parecían compartir la idea de que el monolingüismo
de los alumnos en lengua indígena demandaba postergar la atención al resto
de las materias, centrándose en la enseñanza directa de la lengua nacional.
Los preceptores
también sugerían reducir los contenidos aritméticos a la enseñanza del
cálculo elemental, verbal y objetivo, y restringir los aprendizajes a
las unidades, las decenas y las centenas, ilustradas a partir de problemas
fáciles de casos comunes en la vida doméstica ;
reducción que resulta evidente al comparar los contenidos y las materias
tratados en las escuelas elementales de las ciudades y las cabeceras municipales,
con los impartidos en las escuelas foráneas.
También
eran distintos los tiempos dedicados a la enseñanza en las escuelas de
tiempo completo y unitarias. En las primeras, las clases en primer año
debían durar quince minutos, trabajando dos y media horas en la mañana
y dos en la tarde; mientras que las impartidas en segundo deberían durar
veinte minutos, cubriendo tres horas en la mañana y dos en la tarde. Se
esperaba que las clases de tercer año ocuparan treinta minutos, acumulando
cinco y media horas al día y, en cuanto a las cursadas en cuarto año,
se dedicaran treinta minutos, trabajando seis horas por jornada. Dos preceptores
podían estar con los alumnos de tercero y cuarto, mientras dos ayudantes
tenían a su cargo el primero y el segundo grado. En la mañana se impartían
lengua nacional, aritmética, enseñanza intuitiva, ciencias naturales,
agricultura, historia y geografía, y en las tardes caligrafía, dibujo,
instrucción cívica, moral, canto y labores de mano para las niñas.
En las escuelas
unitarias, en contraste, cuando los niños y las niñas asistían mañana
y tarde, el maestro impartía clases simultáneas a grados escolares distintos,
fragmentando los tiempos en segmentos extremadamente breves. En estos
casos, el recreo sólo se justificaba cuando se advertían fatigadas las
facultades de los alumnos.
3. La
educación para los indígenas en el siglo XX
Del olvido
al reconocimiento de la diversidad lingüística y cultural en nuestro país,
entre los siglos XIX y XX, se experimentó una profunda revolución política
y paradigmática. Aunque durante el período posrevolucionario el carácter
sistemático de las políticas educativas dirigidas a las poblaciones indígenas
fue similar al colonial --en tanto se diseñaron estrategias educativas
específicas para este sector de la población--, los proyectos fueron radicalmente
distintos porque el del siglo XX se fundó en la necesidad de consolidar
el poder y el control federal del Estado ,
así como una nación moderna homogénea. Lejos de configurar un discurso
coherente, las políticas educativas para los indígenas durante el siglo
XX se definieron al interior de un campo lleno de fisuras, contrastes,
continuidades, traslapes y rupturas.
3.1 Del
intelectualismo latino a la antropología aplicada
En una primera
época, JOSÉ VASCONCELOS --inspirado en el intelectualismo latino
que llevó a la creación de la Secretaría de Educación Pública en 1921--
intentó recuperar a los indígenas de su estado de barbarie y fusionar
las herencias india y española en la Raza Cósmica. Las primeras Escuelas
Normales Rurales, las Escuelas Rurales o Casas del Pueblo, y las Misiones
Culturales, asumieron un rostro fuertemente influido por el humanismo
literario.
MANUEL GAMIO,
al frente del Departamento de Educación y Cultura Indígena, alteró este
rostro y, como alumno del antropólogo norteamericano FRANZ BOAS,
pensó en el cambio cultural como una síntesis irrepetible que implicaba,
más que la fusión de culturas en una raza universal, la gestación de procesos
de adaptación, difusión y creación cultural únicos y particulares. Considerando
que el México mestizo e indígena debían reconocerse en su especificidad,
Gamio propuso acciones legislativas que aseguraran la autonomía de los
pueblos, el respeto y la vigencia del derecho tradicional, la restitución
de las tierras comunales, y la preservación y cultivo de las lenguas propias
.
Su experiencia en el proyecto regional del Valle de Teotihuacán --cuyo
mayor éxito se dio en el plano educativo--, así como su convicción acerca
del valor político que tenía la antropología aplicada para México, lo
llevó a insistir en la importancia de reconocer la cultura indígena en
la construcción del Estado nacional posrevolucionario. Aplicada a la acción
gubernamental, la antropología intervendría en el cambio integral de las
relaciones sociales, de los sistemas culturales y de la relación entre
los pueblos indígenas y la sociedad nacional; tesis que coincidía con
los objetivos del populismo naciente, de corte agrarista, heredero del
pensamiento revolucionario de RICARDO FLORES MAGÓN y EMILIANO ZAPATA.
3.2 La
escuela de la acción como dispositivo pedagógico
Durante
la presidencia de PLUTARCO ELÍAS CALLES, con JOSÉ M. PUIG CASAURANC
al frente de la Secretaría de EducaciónPública, el subsecretario MOISÉS
SÁENZ dejó atrás el intelectualismo latino de JOSÉ VASCONCELOS
y la antropología aplicada de MANUEL GAMIO, aunque también buscó
rutas viables para hacer realidad el proyecto agrarista posrevolucionario.
A partir de un discurso inspirado en el pragmatismo e integralismo, Sáenz
diseñó un dispositivo pedagógico que, sustentado en acciones escolares
prácticas --como el trabajo en los gallineros, los huertos, las hortalizas
y las parcelas escolares--, intervendría al lado de las comunicaciones
y el trabajo social y comunitario en la consolidación del espíritu rural,
del reparto agrario y del arraigo local de nuevas formas de producción
. En el discurso de Sáenz, tal dispositivo influiría integralmente en
los campos económico, de la salud, educativo y recreativo, subordinando
al indio, su lengua y su cultura a una comunidad nacional imaginada
e integrada por la nueva clase rural; de ahí que Sáenz negara la existencia
del indio en México .
En un país
cuya industria se encontraba en manos extranjeras y el poder se concentraba
en los curas católicos, los caciques locales y los terratenientes, el
pragmatismo social norteamericano se convertía en garantía de un desarrollo
nacional tipo farmer. Para JOHN DEWEY --fuente de inspiración de
Sáenz-- las distinciones culturales debían subsumirse al concepto de clase
social y al ideario democrático del pragmatismo, el cual intervino en
el diseño de los modelos educativos rurales. Las Misiones Culturales,
las Escuelas Centrales Agrícolas, las Normales Campesinas y las Escuelas
Rurales, se identificaron con la escuela de la acción, fundada en la motivación,
el respeto a la personalidad, la autoexpresión, la vitalización del trabajo,
el método por proyectos, el aprender haciendo y, sobre todo, la promoción
de la democracia comunitaria por medio de la educación.
La Casa
del Estudiante Indígena, catalogada como el "experimento" desarrollado
por Sáenz en la capital de la república, mostró cómo los indios --no obstante
sus diferencias raciales con los europeos-- podían superar la distancia
evolutiva que los separaba de la civilización occidental, vía su tránsito
y experiencia al interior de un dispositivo de tipo pedagógico. Los pocos
internos que soportaron las precarias condiciones institucionales y superaron
el conflicto que les implicó asistir a escuelas destinadas a la población
criolla y mestiza, terminaron por integrarse a la vida citadina, optaron
por actividades laborales relacionadas con la industria naciente y solicitaron
su ingreso a las escuelas preparatorias, secundarias y técnicas de la
capital .
Bajo ese
paradigma, la Escuela Rural consideraba la objetivación del indio como
la materia etnográfica de los propósitos integralistas y populistas de
la época. Documentar la cultura, las prácticas económicas y las tradiciones
nativas, permitiría a la escuela sustituir estos rasgos. Las actividades
agrícolas, las artes populares, la música patriótica, las danzas regionales
y las artes marciales, entre otras formas de intervención pedagógica,
se realizaban para reinterpretar las culturas locales
y, en congruencia, castellanizar y alfabetizar a los indígenas se asumían,
sin preámbulo pedagógico alguno, como tareas escolares de sustitución
lingüística inmediata .
Para Sáenz, el acceso a la ciudadanía entre los indígenas dependía, en
pocas palabras, de su transformación en campesinos emprendedores.
3.3 La
escuela socialista como dispositivo corporativo
Durante
el gobierno de PASCUAL ORTÍZ RUBIO, el abogado socialista NARCISO
BASSOLS, secretario de educación pública entre 1931 y 1932, revolucionó
el pensamiento educativo por medio de un enfoque no únicamente enfocado
a la modernización del campesinado, sino a la integración política y socioeconómica
del país vía la inclusión corporativa de los distintos sectores sociales.
Las Escuelas Regionales Campesinas --que fusionaron las Escuelas Centrales
Agrícolas, las Normales Rurales y las Misiones Culturales--, los Internados
Indígenas Regionales --inspirados en la Casa del Estudiante Indígena clausurada
en 1932-- y el resto del aparato escolar, dejaron de ser únicamente dispositivos
pedagógicos para convertirse en dispositivos corporativos. El lento proceso
de federalización de los planteles dependientes de los estados y municipios,
derivó en beneficios no sólo financieros sino políticos para las élites
indígenas locales, interesadas en participar al interior del nuevo Estado
interventor .
La integración
socioeconómica impactó los preceptos constitucionales en materia educativa
y Bassols, ratificado como secretario del ramo por ABELARDO L. RODRÍGUEZ,
propuso modificar el artículo tercero imprimiendo a la educación que impartiera
el Estado el carácter socialista. Después de la muerte de Sáenz, durante
la presidencia del General LÁZARO CÁRDENAS, aunque aquel le había
sugerido crear un Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas inspirado
en la Estación Experimental de Incorporación del Indio de Carapan Michoacán
,
el proyecto quedó en manos de los ideólogos socialistas.
La Escuela
Socialista, aprobada al inicio de la presidencia cardenista, instauró
un discurso político donde el Estado aparecía como la única instancia
de control del proyecto educativo
; proyecto que, opuesto a la influencia del clero, alteró la vida cotidiana
de muchas comunidades, agudizando los conflictos religiosos provocados
antes por las políticas callistas
. La inclusión corporativa implicó la creación de nuevos departamentos,
instancias de organización e instituciones oficiales, que actuaron como
los órganos de representación de los sectores obrero, campesino y popular
frente al Estado y partido oficial institucionalizado .
Se creó, de este modo, una nueva comunidad nacional imaginada
, construida a partir de las instituciones de Estado.
El socialismo
mexicano, representado entre otros por GENARO VÁZQUEZ y VICENTE
LOMBARDO TOLEDANO, imaginó a los indígenas como ejidatarios dependientes
de las Ligas Campesinas y los Comités Agrarios, integrados a la Central
Nacional Campesina y al Partido Nacional Revolucionario. Se partía de
la necesidad de mexicanizar a los indígenas a través de la Reforma Agraria,
el acceso a las nuevas tecnologías y, sobre todo, el control que sobre
ellos tendrían los aparatos de Estado recién creados. Incorporación a
la sociedad nacional que, sin menospreciar la cultura indígena, los imaginó
como actores potenciales del desarrollo capitalista, asimilados por la
subordinación de la superestructura ideológica a la estructura económica,
a la conciencia de clase. La especificidad lingüística y cultural de los
pueblos indígenas, sometida al paradigma positivista comtiano en los años
20 y al pragmatismo social en la época de Sáenz, mantuvo tal estado al
interior del etapismo marxista promovido por el General Cárdenas.
Muchas escuelas
tuvieron que asumir el ideario socialista y revolucionario; discurso representado
por los nuevos aparatos políticos y administrativos articulados a la Reforma
Agraria y al principio de la soberanía nacional, asociado con la expropiación
petrolera. El control ideológico sobre los directores y maestros de escuela
para entonces federalizados, algunos de ellos originarios de los mismos
pueblos indígenas, era férreo. La Secretaría de Educación Pública les
exigía apegarse al Plan de Acción de la Escuela Socialista, leer la revista
El Maestro Rural y renunciar a sus tradiciones, creencias y fanatismos
pues, de lo contrario, los agentes del control político e ideológico adscritos
a las Uniones de Maestros Socialistas los denunciaban
. La vida cotidiana de las comunidades se vio así afectada ya no sólo
por asuntos jurisdiccionales relacionadas con las acciones emprendidas
al interior del dispositivo pedagógico sino, sobre todo, por la introducción
de nuevas formas de organización administrativa (regiones escolares),
social
(uniones, comités y campañas) y productiva (cooperativas, clubes y cajas
de ahorro)
; impacto político que distinguió al proyecto educativo socialista del
fundado en la escuela de la acción.
3.4 El
indigenismo institucional
Con la creación
del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (DAAI), la antropología
adquirió el status de ciencia oficial ,
inaugurándose también el indigenismo oficial .
La inclusión corporativa de los indios al sector campesino convertía al
DAAI, a cargo de MIGUEL OTHÓN DE MENDIZÁBAL, en una instancia de
verificación y seguimiento de las políticas socialistas hacia esta población,
sin injerencia en la definición de las mismas. Las primeras discusiones
sistemáticas en torno a la enseñanza bilingüe, asociadas con la presencia
del Instituto Lingüístico de Verano y las conclusiones derivadas de la
Asamblea de Filólogos y Lingüistas que se realizó en 1939, concluyeron
en la aprobación del proyecto tarasco de MAURICIO SWADESH, cuyo
objetivo estribó en alfabetizar a los indígenas en lengua nativa para
garantizar tanto su desarrollo cultural, como su castellanización.
A pesar
de la influencia de diversas organizaciones étnicas en las acciones coordinadas
por MIGUEL OTHÓN DE MENDIZÁBAL --como la que ejercieron los maestros
tarahumaras para realizar en 1940 el Primer Congreso Indigenista Interamericano
en Pátzcuaro, Michoacán --
las especificidades lingüísticas, culturales y étnicas de los pueblos
indígenas, así como su necesaria inclusión ciudadana en el proyecto nacional,
se diluyeron a favor de la búsqueda de alternativas que modificaran las
relaciones de explotación impuestas a la llamada "clase indígena".
En consecuencia
y dos años más tarde, durante la presidencia de MANUEL ÁVILA CAMACHO
y estando al frente del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas GONZALO
AGUIRRE BELTRÁN, el indigenismo institucionalizado dirigió su atención
a las regiones de refugio. La configuración regional, para Aguirre Beltrán,
relacionaba a indios y ladinos, a la vez que reproducía el colonialismo
y las relaciones de trabajo precapitalistas. Se rompía, en este sentido,
con la concepción atomística y folk de la aculturación que sostenían la
antropología funcional británica de BRONISLAW MALINOWSKI y la antropología
social estructuralista de JULES HENRY, ROBERT REDFIELD y ELSIE PARSONS
,
generándose una interesante teoría política acerca del cambio cultural
en las regiones interculturales de México.
JULIO
DE LA FUENTE, con preocupaciones más enfocadas a la acción educativa
que al diseño de políticas públicas, aprovechó la
experiencia antropológica que tuvo en Oaxaca al lado de BRONISLAW MALINOWSKI
para
profundizar en los cambios y conflictos comunitarios provocados por los
desequilibrios sociales y económicos que estructuraban, al interior de
una misma región, las redes indio-ladinas. Aunque coincidió con Aguirre
Beltrán en el predominio de relaciones interétnicas de carácter dominical
en estas regiones, así como en su crítica a las idealizaciones comunitarias
que emanaban de los trabajos de Redfield y Parsons ,
De la Fuente insistió en que la liberación de los indígenas como clase
explotada dependía no sólo de la creación de un aparato institucional,
sino de acciones educativas y culturales de alcance regional que dependían
de la acción de los maestros rurales.
A las acciones
educativas que inició en 1944 el Instituto para la Alfabetización en Lenguas
Indígenas, las cuales recuperaron los aportes de MAURICIO SWADESH,
se agregaron las del Instituto Nacional Indigenista (INI) fundado en 1948
bajo la dirección de ALFONSO CASO .
La propuesta del presidente MIGUEL ALEMÁN de crear el INI contó
con el apoyo directo de GONZALO AGUIRRE BELTRÁN y, tres años más
tarde, JULIO DE LA FUENTE se hizo cargo de la Comisión Técnica
del Instituto. Creada la Dirección General de Asuntos Indígenas, los internados
se convirtieron en Centros de Capacitación Económica y Técnica .
Durante
las dos décadas que siguieron a la creación del INI, Mientras GONZALO
AGUIRRE BELTRÁN sistematizó las tesis políticas del indigenismo institucionalizado
,
De la Fuente profundizó en el indigenismo aplicado a la educación, sosteniendo
que la aculturación escolar espontánea debía sustituirse por acciones
sistemáticas que revirtieran las altas tasas de analfabetismo y rompieran
con el monopolio de la comunicación intercultural en manos de los indígenas
letrados o intermediarios bilingües
. Retornando a las preocupaciones de Sáenz en torno al dispositivo pedagógico,
De la Fuente supuso que la escuela podía funcionar como espacio de transición
inducida de las culturas indígenas a la mexicanidad, a la civilización
y a la modernidad. La alfabetización, la preparación técnica y el desarrollo
profesional entre los indígenas conducirían a su transformación cultural
e integración nacional. Bajo esos supuestos, la escuela bloquearía el
desarrollo de mecanismos contra-aculturativos, estimularía la movilidad
social de los actores y facilitaría la transformación de las castas tradicionales
en clases sociales estructuradas; retorno al ideario político de Aguirre
Beltrán y al interés en la escuela como dispositivo corporativo.
3.5 La
escuela indígena institucionalizada
Durante
el sexenio de LUIS ECHEVERRÍA ÁLVAREZ, la institucionalización
del indigenismo en materia educativa se inició con la creación de la Dirección
General de Educación Extraescolar en el Medio Indígena, la cual impulsó
el servicio nacional de promotores culturales y maestros bilingües extraídos
de las propias comunidades. Apoyados en una fuerte estructura administrativa,
los nuevos agentes culturales se multiplicaron y participaron en el Primer
Congreso Nacional de Pueblos Indígenas realizado en Pátzcuaro, Michoacán
en 1976; se integraron al Consejo Nacional de Pueblos Indígenas (CNPI)
e intervinieron en la redacción de la Carta de las Comunidades Indígenas.
El Instituto Nacional Indigenista, la Secretaría de la Reforma Agraria
y la Confederación Nacional Campesina, como aparatos de Estado, articularon
las demandas de los maestros bilingües a través de diversas acciones .
Echeverría
diseñó una política cultural de carácter mitológico que se tradujo en
la revitalización de las formas tradicionales de autoridad indígena (Consejos
Supremos, Consejos de Ancianos, Bastones de Mando, entre otras), de las
prácticas de ornamentación y rituales (apertura de los centros ceremoniales
mazahua y otomí) y de un proceso de indianización apuntalado sobre una
ingeniosa utilería .
No obstante el discurso educativo se manifestó a favor de una Educación
para Todos, la coyuntura resultó favorable a los maestros y promotores
bilingües en vías de institucionalización, integrados primero en la Asociación
de Profesionales Nahuas A. C. (OPINAC) y más tarde en la Asociación Nacional
de Profesionales Indígenas Bilingües (ANPIBAC). Los maestros y promotores
bilingües organizados argumentaron la necesidad de crear un sistema educativo
especial que proporcionara a los indígenas educación básica, normal y
aún universitaria
incidiendo en la construción de nuevas vías para la reproducción del cacicazgo
cultural en los pueblos indios .
El interés
gremial de los actores coincidía también con la emergencia de dos paradigmas
alternativos, la antropología crítica
y el esencialismo etnisista .
Con la creación de la Dirección General de Educación Indígena (DGEI) en
1978, como respuesta a las presiones que los maestros y promotores bilingües
ejercieron sobre el secretario de educación, se legitimó el modelo educativo
bilingüe bicultural .
3.6 La
educación para indígenas en su dimensión bilingüe
En las Bases
Generales de la Educación Indígena, la propuesta bilingüe destacó por
la justicia de sus objetivos y la coherencia en sus argumentos: estimular
un bilingüismo coordinado que igualara el valor de las lenguas nativas
y el castellano, además de promover el uso de las primeras para estimular
la horizontalidad y el intercambio cultural recíproco . Los
estudios lingüísticos y semióticos acerca de las transformaciones experimentadas
en las lenguas indígenas arrojaron hallazgos interesantes que permitían
pensar en formas alternativas de vitalizar y ampliar su espacio social
de circulación y uso comunicativo. Se diseñaron, en consecuencia, estrategias
de planeación ideomática que buscaban fortalecer tanto el sentimiento
de pertenencia étnica --revitalizando las lenguas nativas--, como la integración
geográfica y política del país vía el dominio general del castellano.
Además de
los estudios lingüísticos y semióticos, los psicogenéticos --específicamente
en lo relativo a la adquisición de la lectura y escritura en contextos
bilingües-- insistían en la necesidad de enseñar en lengua materna para
acceder después al castellano
Algunas investigaciones, iniciadas entre otros por GLORIA BRAVO AHUJA
,
se enfocaron al estudio de la enseñanza del castellano como segunda lengua,
mientras otras se realizaron en contextos sociolingüísticos específicos
para documentar el conflicto y la conciencia lingüística, así como otras
determinantes, en el marco del modelo implantado por la DGEI .
3.7 La
educación indígena en su dimensión bicultural
En contraste
con la educación para los indígenas en su dimensión bilingüe, las corrientes
pedagógicas, sociológicas y antropológicas que intervinieron en la definición
del modelo bicultural configuraron un discurso que, en aras de asegurar
aprendizajes escolares significativos, promovían la enseñanza de contenidos
étnicos en detrimento de los contenidos nacionales, calificados como occidentalizantes
y mestizos
. La educación bicultural de la DGEI se apuntaló en un enfoque dicotómico
de la sociedad, apoyado tanto en la teoría de la reproducción social y
sus conceptos de arbitrario cultural y violencia simbólica ,
como en las tesis marxistas de colonización, imperialismo y dominación
,
que situaban a la escuela como aparato ideológico de Estado. Descolonizar,
revalorizar, resistir, rescatar y preservar la identidad étnica en contra
de la cultura occidental constituyó una reacción política necesaria frente
a la violencia, el conflicto lingüístico y la exclusión a que se habían
visto sometidos, desde siempre, los pueblos indígenas en nuestro país
.
La defensa
y la preservación de la cultura propia, no obstante se justifican en el
marco de un proyecto nacional excluyente, resultaron paradójicas pues,
al eurocentrismo occidental del siglo XIX y primera mitad del siglo XX
que el modelo educativo bicultural criticaba, correspondió un etnocentrismo
al revés, que pretendía excluir de la escuela los contenidos "ajenos"
no incluidos en el universo vital y discursivo indígena. Para quienes
diseñaron las primeras propuestas curriculares biculturales estaba claro
que la sociedad hispano hablante y la cultura occidental amenazaban a
las sociedades tradicionales indígenas, definidas como culturas propias
.
En muchas de sus expresiones, el paradigma bicultural retornaba a la visión
idílica de la comunidad indígena, rural, armónica, solidaria por antonomasia,
opuesta al progreso, la civilización y la vida urbana conflictiva e individualista.
Las propuestas curriculares dirigidas a la formación y capacitación de
maestros indígenas, como la implantada en la Universidad Pedagógica Nacional,
alimentaron por mucho tiempo estos marcos explicativos
y defendieron la necesidad de establecer escuelas normales y posgrados
indígenas a partir de un enfoque centrado en la resistencia cultural.
3.8 Beneficios
y costo social de la educación indígena institucionalizada
Después
de la creación de la DGEI se escribió mucho acerca de las ventajas de
contar con una educación especialmente diseñada para los indígenas. Algunos
estudios mostraron el proceso de "ladinización" provocado por la escuela
estándar ,
insistiendo en el valor superior de las prácticas de socialización familiar
y endoculturación de los niños indígenas en contraste con las que caracterizaban
la educación de los menores mestizos .
Se escribió menos acerca de los límites y costos sociales de esta educación
,
marco interpretativo que mostró la escasa y conflictiva recepción comunitaria
del modelo educativo bilingüe y bicultural ,
las contradicciones que existían entre los objetivos del modelo y lo que
efectivamente sucedía en las Escuelas Albergue del INI ,
y la imposibilidad de aculturar totalmente a los niños indígenas que asistían
a las escuelas convencionales por la permanencia y la vitalidad de sus
patrones y estilos socioculturales de aprendizaje y socialización infantil
.
El diálogo
entre los métodos antropológicos e históricos abrió una veta poco explorada
en los estudios acerca de la relación entre las comunidades indígenas
y las escuelas. A los clásicos ensayos históricos acerca de los indios
devastados, muertos y exterminados por la conquista y el mestizaje --argumentos
útiles al etnocentrismo al revés que apuntaló muchas de las políticas
generadas --,
correspondieron otras investigaciones cuyo objetivo estribó en documentar
el peso de la historia social de la escolarización en regiones y pueblos
rurales e indígenas específicos, los procesos de apropiación local del
proyecto escolar, y las expectativas comunitarias y de grupos nativos
específicos en torno a la escuela y el uso del castellano escrito; historias,
procesos y expectativas no siempre relacionados con lo que ofrecía el
modelo bilingüe y bicultural .
Un diagnóstico
al Programa para Abatir el Rezago Educativo (PARE) mostró las precarias
condiciones en que trabajaban las escuelas ubicadas en las comunidades
campesinas e indígenas de nuestro país a finales del siglo XX .
A mediados de los noventa, a pesar del carácter sistemático de la educación
para los indígenas y los estudios derivados, sólo dos quintas partes de
los niños que hablaban una lengua indígena sabían leer y escribir a los
siete años y, de ellos, solo el 70% en edad escolar cursaba la primaria
en comparación con el 87% a nivel nacional. Además, de cada cien hablantes
en lengua indígena, aproximadamente 24 eran los que egresaban de este
nivel educativo .
Los alumnos que no asistían o desertaban de la escuela lo hacían por razones
económicas, por falta de escuelas en sus comunidades y --en el marco del
movimiento indígena zapatista que irrumpió en Chiapas en 1994-- por la
intensificación de conflictos políticos regionales .
El carácter
determinante de los problemas comunicativos de los niños monolingües en
lengua indígena en la baja calidad y cobertura educativa parecía cuestionable
pues, aunque el 98% de los menores mexicanos podía acceder en 1980 a la
educación primaria gratuita, una alta proporción de ellos fracasaba o
desertaba del sistema escolar por razones económicas
, registrándose el mayor índice de analfabetismo y monolingüismo en lengua
indígena en estados de extrema pobreza como Chiapas, Guerrero y Chihuahua
.
El resultado
de las políticas educativas para los indígenas en el siglo XX fue paradójico.
Por un lado se avanzó en el reconocimiento de la diversidad lingüística
y étnica de la nación mexicana y del estado de inequidad económica, política
y social que padecen aún a inicios del siglo XXI los indígenas de nuestro
país. Por otro, sin embargo, se institucionalizó una identidad homogénea
y un modelo de educación indígena precario y segregador, que borró las
diferencias entre los pueblos e ignoró su diversidad en cuanto a los antecedentes,
las representaciones culturales y las expectativas que tenían en torno
a la escuela, agudizando la inequidad educativa.
No en todos
los casos el Estado nación garantizó la ciudadanía a los indígenas en
el siglo XX. La escuela indígena, antes rural, había dirigido sus programas
a un conjunto de usuarios identificados como indígenas que, convertidos
en ciudadanos en potencia, debían acceder a dicha posición política a
través de la escuela. A lo largo del siglo, los indígenas habían sido
considerados incapaces de decidir, con sus familias y pueblos, acerca
de lo que para ellos significaba una educación pertinente y de calidad,
y las políticas educativas en la materia distaron de responder, en consecuencia,
a un diálogo democrático.
Aunque las
políticas incorporativas y etnicistas lo nieguen, el impacto segregador
de los modelos educativos especialmente diseñados para los indígenas colocaron
a las escuelas indígenas del siglo XX en una situación similar a la que
prevalecía en los planteles de tercera clase a los que asistían los alumnos
indígenas a finales del siglo XIX. Después de casi un siglo de indigenismo,
las escuelas a las que asisten los indígenas se siguen caracterizando
por:
-
ofrecer un servicio diferencial, paralelo y compensatorio,
-
la escasez presupuestaria y la precariedad de sus
instalaciones,
-
la deficiente calificación profesional de los maestros
-
la operación de un curriculum rudimentario enfocado
a la enseñanza del castellano y que, en la mayoría de los casos, se
desarrolla en grupos multigrado,
-
la insuficiencia de material didáctico y
-
la inexistencia de espacios colegiados que favorezcan
la innovación y la sistematización de propuestas pedagógicas originales.
Como en
el Porfiriato, la lejanía geográfica ha incidido negativamente en la calidad
de los recursos docentes, reclutados entre los estratos con menor formación
pedagógica, registrándose un alto índice de rotación de profesores durante
un mismo ciclo escolar. Al igual que en el Porfiriato, los problemas de
aprendizaje escolar de los alumnos indígenas no se asocian con la baja
calidad del servicio ofrecido, sino con su perfil lingüístico y sociocultural.
A finales del siglo XX se ofrecen programas compensatorios que, en aras
de atender la diversidad cultural y pertinencia educativa, están lejos
de garantizar el derecho de los niños indígenas a recibir, como cualquier
otro niño mexicano, una educación de calidad y equitativa.
El éxito
en la adecuación de los programas nacionales a las características lingüísticas
y culturales de las comunidades -- política actual del subsistema -- no
es general. Por una parte, los mazatecos de Oaxaca han gestado adaptaciones
exitosas, los intelectuales nahuas demandaron la escritura en su lengua
nativa por el significado que tiene en sus reivindicaciones étnicas, y
se editaron libros de texto en lenguas indígenas y algunas de sus variantes
. Por otra, en contraste, se reportaron regiones donde no se habían elaborado
estos libros por la inexistencia de maestros que conocieran las lenguas
indígenas a fondo; los alumnos enfrentaban fuertes dificultades comunicativas
en la enseñanza escolar del castellano ;
y no todos los pueblos encontraban funcional y significativa la escritura
en su idioma, promoviéndose ambientes alfabetizadores ficticios.
La insuficiente
cobertura y legitimidad del subsistema de educación indígena provocó que
del total de niños hablantes en lengua indígena que asistían a la escuela
a mediados de los ochenta, el 31% lo hiciera en programas paralelos
y en escuelas convencionales; modalidades en cuyo conocimiento resulta
necesario profundizar porque muchos alumnos, por no declarar o hablar
una lengua indígena, quedan fuera de las apreciaciones censales y porcentuales
.
Los alumnos
indígenas que asistían al sistema convencional recibían una educación
de mejor calidad pero perdían su derecho a ser respetados en sus particularidades
lingüísticas, culturales e identitarias. Los libros de texto, las prácticas
escolares y la ideología nacionalista que compartían la mayoría de sus
maestros y compañeros no indígenas y aún indígenas, negaban la diversidad
étnica, asociándola con un pasado arcaico. Al desatenderse "la cuestión
indígena como algo viviente, algo de aquí y ahora" ,
no sólo los alumnos indígenas, sino también los no indígenas, deformaban
su percepción del mundo social y cultural, no respetándose su derecho
a ser formados íntegra y éticamente en un ambiente de respeto a la diferencia
.
El caso
de los más de 60 mil menores atendidos en los albergues escolares del
Instituto Nacional Indigenista hacia 1990 merece particular atención en
este panorama histórico. Los alumnos permanecen internos y alejados de
sus lugares de origen, en ambientes donde se desconoce su cultura, lengua,
comportamientos y usos socioculturales
, cuando cuentan formalmente con el derecho de vivir con sus familias
.
Situación igualmente grave a la que experimentan las niñas indígenas,
pues tanto la escuela indígena como la convencional ignoran los efectos
de la socialización sociocultural comunitaria en su ingreso, desempeño
y permanencia escolar, negándoles también uno de sus derechos fundamentales.
Por último,
el incremento de la migración del campo a las ciudades agravó el panorama
y mostró la insuficiencia del subsistema de educación indígena para atender
las demandas educativas de las poblaciones étnicamente distintivas. A
la fecha, un gran número de indígenas viven en ciudades donde no funciona
el subsistema, participando en las escuelas urbanas y del curriculum estándar.
Aunque el Programa de Desarrollo Educativo 1995-2000 consideró, por primera
vez en nuestra historia, la atención a niños indígenas migrantes asentados
temporal o definitivamente en zonas urbanas; a pesar de la operación de
programas como Área Metropolitana del INI y de Atención a Niños Indígenas
en la Ciudad de la SEP representan serios esfuerzos institucionales, las
acciones son aún insuficientes .
Las familias
indígenas asentadas en contextos urbanos son, a finales del siglo XX y
al igual que las de cualquier sociedad, diversas y heterogéneas tanto
en sus expectativas hacia la escuela, como en términos lingüísticos, culturales
y socioeconómicos. Entre los hijos de familias indígenas asentadas en
un gran número de delegaciones y municipios de la Zona Metropolitana de
la Ciudad de México -- 1 600 000 habitantes para 1985, pertenecientes
a 39 grupos étnicos -- se pueden ubicar menores callejeros
y trabajadores, niños no escolarizados y desertores, así como alumnos
que cursan la educación básica de modo regular o han ingresado o egresado
de los niveles medio superior y superior. Se trata de los nahuas, los
mazahuas, los otomíes, los purépecha, los zapotecos y los mixtecos caracterizados
por su mayor presencia urbana en el tiempo, número y organización, y de
los tarahumaras, los chontales, los tzotziles, los huicholes, los chatinos
y los huastecos que con menor tiempo en la ciudad suelen sobrevivir en
espacios marginales.
Por un lado
migrantes permanentes como los mixtecos, los zapotecos, los nahuas y los
purhépecha que manejan el español y envían a sus hijos a la escuela, participando
muchos de ellos en la educación media superior, técnica y universitaria.
Por otro, migrantes temporales o estacionarios como los mazahuas, los
huicholes y los otomíes con altos índices de analfabetismo y, en algunos
casos, de monolingüismo, cuyos hijos no asisten a las escuelas, lo hacen
eventualmente y reportan una mínima presencia de profesionistas
; diversidad urbana que coincide con la que se expresa entre los indígenas
del campo .
Ante este
abanico de situaciones y expectativas vitales, la educación para los indígenas
en el siglo XX estuvo lejos de asumir su responsabilidad financiera y
ética en torno a un proyecto de nación pluricultural que asegurara, a
la vez, el cumplimiento de los preceptos constitucionales fundamentales
En las escuelas para indígenas los menores se han leído a sí mismos como
sujetos de preservación y folklore nacional, padeciendo una política que
les negó su derecho a ser tratados como futuros ciudadanos, distintos
pero iguales en derechos a cualquier otro niño mexicano. En las escuelas
convencionales, en contraste, estos alumnos se han autopercibido en negativo,
en la inexistencia y como reductos de un pasado superado por la idílica
integración nacional o, en tanto distintos a los pueblos caricaturizados
en la historia de papelería, como extraños y ajenos a sí mismos. Aunque
viven y sobreviven como indígenas actuales y citadinos, no se reconocen
en esa historia y aprenden a ocultar su identidad, por vergüenza .
A finales
del siglo XX, proyectos como el de Investigación e Innovación de Educación
Primaria para Niñas y Niños Migrantes de la Subsecretaría de Educación
Básica y Normal de la SEP, dirigidos a poblaciones con alta composición
indígena, comenzaron a solucionar el dilema que planteaba garantizar a
los usuarios el acceso a una educación de calidad y equitativa -- equiparable
a la que reciben la mayoría de los niños mexicanos --, que fuera a la
vez pertinente y respetara su cultura, lengua y condiciones de vida .
4. Reflexiones
para el siglo XXI: ¿educación para indígenas o educación pública intercultural
desde abajo?
En 1990,
como consecuencia de las reformas constitucionales en países latinoamericanos
que enfrentaban situaciones lingüísticas y culturales similares a la mexicana,
y la ratificación del Convenio 169 de la Organización Internacional del
Trabajo, el término bicultural fue modificado por intercultural
y en 1992 se reformó el artículo 4o. constitucional reconociendo la composición
pluricultural de la nación mexicana .
Por su ambigüedad, el nuevo término y la reforma provocaron fuertes discusiones
en la DGEI, en los diversos espacios de formación y capacitación de maestros
indígenas, y en los ámbitos políticos y académicos.
En México,
el concepto de educación intercultural comenzó a ser abordado, entre otros,
por ELBA GIGANTE .
Desde una perspectiva identificada con los conceptos de reproducción cultural
ampliada y apropiación cultural, Gigante rompe con la dicotomía que planteaba
el biculturalismo, introduciendo una concepción interactiva de la cultura
que busca la complementariedad entre los saberes, las creencias y los
conocimientos locales, regionales y universales, como sustento de un pluralismo
incluyente. A diferencia de la enseñanza de la lengua nativa como preámbulo
al castellano, la propuesta subraya en su uso semántico. La autora plantea
que el carácter pluricultural de las sociedades complejas y la necesidad
de estimular el respeto y la atención a la diversidad, exigen ampliar
la educación intercultural a todos los niveles y modalidades del sistema
educativo nacional.
JORGE
GASCHÉ, por su parte, como antropólogo y lingüista involucrado en
un programa de formación de maestros indígenas amazónicos en el Perú,
introduce la dimensión política del problema intercultural .
Interesado en el diálogo entre las sociedades indígenas y la sociedad
envolvente, Gasché desarrolla los conceptos de pueblo, territorio y autonomía
para incidir en las legislaciones nacionales y configurar un discurso
que vincula las reivindicaciones ciudadanas con las configuraciones socioculturales
locales. La interculturalidad, para este autor, se construye a partir
de lo políticamente significativo para los actores, dejando atrás las
preocupaciones centradas en las expresiones propiamente culturales.
En México,
GUILLERMO DE LA PEÑA ofrece aportes interesantes en esta nueva producción
discursiva. Desde su perspectiva, aún en el contexto de la globalización,
las expresiones culturales se entrecruzan, amalgaman y mezclan, mostrando
diversas posibilidades de diferenciación, yuxtaposición y relativización
de los mensajes. A pesar de los conflictos, la globalización no rompe
con las comunidades nacionales independientes, del mismo modo que éstas
nunca llegan a desplazar totalmente a las culturas étnicas. Para De la
Peña, la legitimidad comunitaria no depende sólo del reconocimiento que
de ella hagan los Estados nacionales, sino del proceso etnogenético que
circunscribe a un grupo y lo convierte en portador consciente de una identidad
y cultura emblemática .
Gracias
al proceso etnogenético es posible explicar las distintas formas de apropiación
escolar protagonizadas en distintas regiones y pueblos campesinos e indígenas
en México
. Resulta importante, en consecuencia, reconocer la importancia de construir
una educación intercultural a partir de las demandas de las distintas
organizaciones étnicas, garantizando el Estado nacional un estado de derecho
y la vigencia de una educación pública de excelencia y no de deficiencia,
nuevas modalidades educativas que articulen la igualdad con la diferencia,
así como un diálogo intercultural permanente .
El diálogo
entre los pueblos indígenas y un Estado nacional incluyente implica que
los alumnos lingüística y culturalmente distintos sean tratados no sólo
como diferentes, sino como iguales a cualquier otro niño mexicano. No
es la escuela convencional estándar, o el subsistema de educación indígena,
la que puede garantizar la ciudadanía plena a los indígenas del siglo
XXI --a diferencia de la ciudadanía truncada a que accederán de mantenerse
la dicotomía entre el ser ciudadano y el ser indígena .
En países como Bolivia, Colombia, Perú, Nicaragua, Chile, Paraguay y México,
el debate intercultural remite al lugar que ocupan los indígenas en las
legislaciones nacionales. Tal como se lo propuso MANUEL GAMIO a principios
del siglo XX, en el siglo XXI se tendrá que avanzar en la solución del
dilema histórico entre igualdad y diversidad; solución que demanda construir
una educación pública intercultural desde abajo .
La diversidad
como elemento constitutivo de la nación mexicana, y el derecho de los
pueblos a decidir de modo autónomo acerca de la educación que desean para
sus hijos, es un hallazgo político, más que cultural, aún reciente. Igualdad
ciudadana y diversidad étnica, como categorías históricamente excluyentes,
se articulan a partir de una nueva aspiración: la ciudadanía indígena.
Parece necesario introducirse en el mundo de los protagonistas directos
y en sus expectativas e historia social; identificando las nuevas demandas
educativas que se gestan en el seno de los movimientos y organizaciones
indígenas independientes. De ese modo se podrá concretar la urgente reforma
del Estado que nuestra nación demanda.
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