Comienzo del capítulo: los quebequenses
Nada en la historia mexicana ha propiciado el interés en la política. Nunca, o casi nunca, participar en los asuntos públicos ha sido estimulado por los gobiernos, desde la Colonia hasta la fecha. México ha sido siempre un país autoritario, y el despotismo autoritario siempre ha propiciado el aislamiento de las personas unas de otras y de ellas con respecto a la sociedad. Tocqueville, una vez más, tiene la explicación:
"El despotismo que, por su naturaleza es temeroso, ve en el aislamiento de los hombres la garantía más segura de propia duración, y se esmera generalmente en aislarlos. No hay vicio del corazón humano que le agrade tánto como el egoísmo: un déspota perdona fácilmente a los gobernados que no lo amen, con tal de que ellos no se amen entre sí. No les pide que le ayuden a conducir el Estado; basta con que ellos no pretendan dirigirlo ellos mismos. Llama espíritus turbulentos e inquietos a quienes pretenden unir sus esfuerzos para crear la prosperidad común, y cambiando el sentido natural de las palabras, llama buenos ciudadanos a quienes que se encierran estrechamente en ellos mismos"(1).