COMPAÑÍA LANCASTERIANA
El origen de la Compañía Lancasteriana era inglés, y debía su nombre a uno de sus fundadores: Joseph Lancaster. El otro fundador fue Andrew Bell. El sistema fue introducido en México por Manuel Codorniú, fundador del periódico El Sol, quien había llegado al país junto con el Virrey O'Donojou en 1821. De aquí que, a principios de 1822, se estableciera esta Compañía en la ciudad de México.
El 1° de septiembre de 1822, la Compañía Lancasteriana abrió su primera escuela llamada "El Sol", en el edificio que había ocupado la Inquisición. Los "primeros maestros fueron Andrés González Millán y Nicolás Prisette". En noviembre de 1823 abrió una segunda escuela llamada "Filantropía" en el ex convento de Belén, bajo la dirección de Eduardo Turreau. Esta Compañía representó el primer intento en nuestro país, por "parte de una asociación privada, de fundar un sistema de escuelas gratuitas".
En el mismo edificio del ex convento de Belén, se fundó en 1823 la primera normal lancasteriana De acuerdo con el reglamento de la Compañía, sólo se admitirían "alumnos para la clase de profesor" que tuvieran la edad cumplida de 16 años. Una vez que ingresaban, la llamada Comisión de Normal les hacía el primer examen, que consistía en sus conocimientos sobre el "Catecismo Diocesano de Ripalda, leer, escribir y aritmética", además de las "cuatro reglas de enteros y quebrados, denominados, decimales y reglas de proporción: gramática y ortografía castellanas por las obras de la Academia". Una vez aprobados podrían entrar al curso que duraba tres meses.
Los ejercicios tanto teóricos, como prácticos de estos cursos se organizaban de acuerdo con la "Cartilla del Sistema de Enseñanza Mutua". Las lecciones teóricas se realizaban por las noches, de 19 a 20 horas y las prácticas en una escuela, para lo que tenían que asistir una hora en la mañana y otra por la tarde. Sin embargo, en los últimos 15 días, antes de concluir el curso, los aspirantes deberían asistir a la escuela tanto en la mañana, como en la tarde, desde que entraban los niños hasta que se retiraban. Se hacía énfasis en que el curso sería "gratuito sin exigir de los alumnos ninguna contribución". Una vez concluido el trimestre, se les hacía un segundo examen tanto teórico como práctico. En caso de que se les reprobara, se les permitía un segundo curso, pero si lo volvían a reprobar, entonces se les "retiraba de la escuela". Aquellos que eran aprobados y que contaban con la edad de "veinte años cumplidos", se les otorgaba un "Diploma de profesor de Enseñanza Mutua".
Luz Elena Galván, Los maestros y la educación pública en México. México, CIESAS, 1985, p.23; Dorothy Tanck de Estrada, La educación ilustrada..., Op. cit., p.180 y 184; y Luz María Deloya y Concepción Calderón. Maestros de primeras letras. Cien años de su formación. (Estudio histórico pedagógico). México, Costa Amic Editores, 1987, p.25 y 26..